-Broken Heart-

Apretó sin piedad la masa de piedra y carne que guardaba entre sus manos y ella aulló de dolor. Le hubiera encantado que le rogase, pero sabía bien que eso no ocurriría. Mmmm… Quizás debería probar algo nuevo, algo más sofisticado. La idea le agradó. Con saña, extrajo uno de los tentáculos de su espalda e introdujo veneno en el corazón que sufría en sus manos.

Ella gritó más fuerte si cabía. Él lo disfrutó.

La sintió caer a su lado, pero no la miró. No merecía la pena.

-¿Duele, Kikyô?

Sorprendentemente, la sacerdotisa aún encontró fuerzas para levantar la mirada lacrimosa del suelo y fulminarlo con sus ojos castaños. Lo odiaba. Más que nunca. Lo odiaría para siempre y se llevaría una vez más su rencor a la tumba.

La diferencia estaba en que en esta ocasión se aseguraría de que no volviera. Que se pudriera en el infierno que le tocaba por haber ansiado una vida llena de pecado al resucitar. El odio por InuYasha que él mismo le había infundado hacía trescientos años la condenaría, el hecho de desear venganza y cometer por ella actos despiadados. Hermosa ironía.

Su amor la condenaría para siempre.

Si mirar atrás, abandonó la sala... que la sacerdotisa muriera en soledad.

Anduvo por su palacio cargado de veneno un rato, pensando en su siguiente estrategia. Al pasar junto a Kagura, ésta lo miró con odio. Sonrió.

Sabía muy bien quién era. Él, antiguo ladrón humano, condenado a la debilidad de la raza en la que nació, calcinado en vida por sus compañeros, cuidado por una fría mujer de la cual sólo obtuvo un amor imposible y un corazón podrido de celos, él ahora era Naraku. El poderoso demonio al que todos temían y del que los demonios se ocultaban por miedo a ser absorbidos. Odiado por sus enemigos, temido por sus aliados.

Y entonces escuchó un grito desgarrador, probablemente Kikyô. Caprichoso como era, cambió de parecer y decidió presenciar su final.

Regresó a la habitación y la contempló. Su cuerpo, tirado en el suelo, estaba agrietado por todas partes, su rostro era la viva expresión de la agonía, pero al escucharlo entrar hizo un esfuerzo y se incorporó, para pronunciar sus últimas palabras, su maldición.

-No existe el villano perfecto, ni un plan sin fallo alguno. No hay un ser lo suficientemente despiadado para igualarte, Naraku, pero si lo hay lo suficientemente honrado como para destruirte. La maldad nace del corazón, de los celos, el dolor y el sufrimiento. De la debilidad. Tú eres débil.

Aquello era más de lo que el demonio estaba dispuesto a tolerar. Tomando de nuevo su corazón de piedra sanguinolento, presionó y fue aumentando gradualmente la fuerza que ejercía, observando con deleite cada espasmo, cada convulsión, cada mueca de dolor de la sacerdotisa, hasta que lo quebró en pedazos y ella expiró.

Sonrió una vez más. Si que existía el villano perfecto y cuando sus enemigos llegarán a su castillo… Lo verían.

FIN.