Escape
Acababan de dar las doce de la noche.
Oficialmente, la primavera, la estación de las flores y la naturaleza, ya había comenzado.
La estación de la libertad, se dijo el hombre, respirando profundamente el aroma frío y nocturno de aquel veintiuno de marzo.
Su plan había tenido éxito. Había escapado de aquel maldito psiquiátrico. Era libre, y se aseguraría de seguir siéndolo para siempre.
Él no estaba loco. Nunca lo había estado. Los crímenes que había cometido estaban completamente justificados. ¡Ellos se lo habían buscado! Él sólo les había dado su merecido.
Y, a cambio, había tenido que pasar un año entero encerrado en un hospital para locos. Se había visto obligado a convivir con personas que estaban realmente mal de la cabeza, que padecían trastornos realmente serios y entre los que él se sentía en peligro. Por si fuera poco, las enfermeras lo trataban como si él mismo estuviese mentalmente enfermo cuando, en realidad, era la única persona cuerda de aquel maldito lugar.
Él sólo había actuado con justicia, como su padre le enseñó. "Con los niños hay que tener mano dura", le decía éste siempre. Y él había aprendido la lección y la había aplicado. Las nuevas generaciones necesitaban un verdadero toque de atención y eso era exactamente lo que él había hecho. Por el bien común, se repetía siempre.
El hecho de que lo hubieran mantenido encerrado junto a un montón de locos durante un año entero era un castigo que no se merecía. ¡Por dios! ¿Acaso nadie veía que él había actuado con propiedad, conciencia y, sobre todo, cordura? ¿De repente se consideraba locos a quienes impartían justicia?
Sus ojos azules relucieron en la oscuridad. Estaba muy, muy enfadado, y se lo iba a hacer ver a todo el mundo. Él los había librado de unas alimañas y se lo habían "recompensado" encerrándolo. ¡Muy bien! Pues ahora sería él quien les devolviera gentilmente el favor.
Estaba dispuesto a continuar con las enseñanzas de su padre. Y esta vez no iba a ponerse límites…
Esta vez, iba a ir a por todas.
Aspiró una última vez el aire primaveral y echó a andar con decisión. Ya sabía por dónde debía empezar.
"La primavera la sangre altera", decía el refrán. Y él demostraría que así era…
