HECHIZO DE PRIMAVERA
PRÓLOGO
GF 2014
ALBERT'S ANGELS
THREE SWORDS
ELLE ANDREW
CON LA COLABORACIÓN ESPECIAL DE ANGIE JB
Era un día hermoso, el sol traspasaba la neblina y la bruma de las primeras horas de la mañana y las personas transitaban por las calles de Londres con la mayor tranquilidad.
En la calle Baker 443 se levantaba una mansión cómo pocas: grande, regia, señorial; y desde su interior se escuchaba claramente el llanto de un bebé. Las carrozas avanzaban por la ciudad y se veía a los caballeros tocarse el bombín y saludar a las damas que, con sus largas faldas, pasaban junto a ellos. Un día normal, y sin duda hermoso, en una de las ciudades en dónde todos se encontraban orgullosos de su progreso.
El llanto del pequeño se escuchaba desde la calle, así que la nodriza apresuró el paso para llegar junto al nuevo heredero de los Andrew…
La madre del niño se encontraba junto a la ventana, recibiendo cálidamente los rayos del sol, mientras calmaba a su pequeño moviendo lentamente la cuna. Un recién nacido, de hermosos ojos azules y suaves bucles dorados, descansaba en un moisés exquisitamente adornado.
La habitación dónde se encontraba el pequeño era hermosa y elegante: tenía grandes ventanales cubiertos por finos cortinajes y su selecto mobiliario procedía de la más fina fabricación; además, había tapices en las pareces y gruesas alfombras recubriendo los pisos. La estancia entera quedaba iluminada con los cálidos rayos del sol que traspasaban los ventanales.
Sin que ningún ojo humano la percibiera deslizándose en la trayectoria de un pequeño rayo de sol, apareció Botón junto al hermoso bebé:
–¡Oh! ¡Pero qué precioso eres, pedacito de corazón!
Botón tenía gustos tan selectos como los Andrew, por lo que, nada más contemplarla, se sintió plenamente cautivada por la lujosa habitación; así que, pese a su innata impaciencia, resolvió que valía la pena esperar a su amiga Bombón en tanto se divertía mirando y mirando los destellos que salían de un joyero en la cómoda y revoloteando de tanto en tanto por entre las alfombras y los cortinajes.
Después de algunos brincos y piruetas, Botón encontró un rincón especialmente interesante: una pequeña fuentecita de mármol decorada con coloridas cuentas de cristal que brillaban sepultadas bajo unas plácidas aguas. Botón descubrió que si agitaba las aguas, en la superficie los destellos de los colores se entremezclaban dibujando líneas llenas de magia, así que se entretuvo bastante rato probando nuevas direcciones desde dónde soplar para ver cuántas figuras diferentes aparecían, en el ínter descubrió que un chapuzón se le antojaba, y que eso le permitía jugar envuelta en destellos arcoíris.
Todavía estaba Botón jugando cuándo llegó Bombón.
–¡Botón! ¡No me digas que ya estás jugando! –la voz de Bombón sonaba exasperada, y su mirada tenía un brillo de severidad mientras observaba a Botón nadar entre las gemas de la fuentecita… El vestido de Botón, junto con sus pequeñas zapatillas, tenían todos los colores del color rosa en ellos, así que parecía una preciosa rosa flotante.
–¡No! ¡Ejem! Te estaba esperando…– contestó Botón, abandonando el juego de inmediato para aproximarse a Bombón.
–¡Ay pero qué pedacito de hermosura! –dijo Bombón, reparando en el niño–. ¡Qué niño tan hermoso! –Bombón lo miraba desde arriba y el bebé dejó de llorar mientras, con sus pequeñas manitas, trataba de capturar los brillos de Botón y Bombón. El vestido de Bombón, en la misma manera que el de Botón, reflejaba todos los tonos lilas que había en el arcoiris, por lo que los revoloteos de ambas atrajeron la atención del pequeño, quien las contemplaba fascinado.
Bien sabemos que la vista de los recién nacidos no alcanza a distinguir tanto detalle; sin embargo, no está de más aclarar que el heredero Andrew más que colores y formas, percibía un especial sentimiento de amor a su alrededor: el único lenguaje que un bebé puede comprender a la perfección.
–¡Míralo, es muy inteligente! –dijo Botón, emocionada–. ¡Se ha de parecer a mí! –dijo con orgullo.
–¡Mas vale qué no! –replicó Bombón, todavía disgustada–. ¡O se enamoraría de todo lo que cruzara a su paso!–dijo, con intención, mirando enfáticamente a Botón.
Botón, quien sabía perfectamente que, pese al tono gruñón, Bombón no la estaba riñendo, rió cómo siempre:
–¡Oye! ¡Qué buena idea! –exclamó Botón emocionada, casi extasiada.
–¡Botón! No lo harás un cabeza floja –advirtió Bombón, con indignación que, en parte, no era fingida.
Botón soltó una carcajada y comenzó a volar alrededor del pequeño bebé.
–¡Oh! ¡Bombón! Sabes que no lo haría ¡O no alcanzaría el infinito para que me persiguieras!
Bombón dedicó una última mirada furibunda a Botón y su expresión cambió lo suficiente para que ambas se echaran a reír. Todavía estaban riendo a gusto cuando, repentinamente, de la nada apareció un destello azul, seguido de una explosión grande de polvo mágico. El pequeño heredero hizo una mueca y... estornudó.
La madre volteó y miró a su pequeño, acomodó la sabanita que lo protegía y la subió un poco más.
–¡Estrella! ¡Por fin has llegado! –exclamaron Botón y Bombón al unísono.
–¡Hola! –dijo Estrella, de inmediato distraída por el joyero en el que había estado jugando Botón. Sin pensarlo dos veces, se dirigió hacia él a toda prisa; sin embargo, temiendo que se pusiera a jugar y se entretuviera tanto o más de lo que Botón se había entretenido nadando, Bombón optó por llamarla con energía:
–¡Estrella! ¡Ven acá! Tu varita es la más potente de todas...
Estrella se detuvo a medio camino y comenzó a palidecer…
–Esteeeeee... ¿Mi varita...?
–¡Sí! ¡Tu varita! –exclamaron al unísono Botón y Bombón, casi al borde de la desesperación, temiendo lo peor. Conocían a su amiga y cuando Estrella comenzaba las oraciones por un "Esteeeee" seguido de una pregunta, era signo inequívoco de que algo no andaba nada bien. Estrella, con toda la calma del universo y las dimensiones alternativas, por completo ajena a la angustia de sus compañeras, se rascó su pequeña coronilla de flores.
–¡Ehhh…! Es que , últimamente no la he visto – rió un poco apenada, pero lejos de encontrarse preocupada.
Estrella no solía angustiarse por nada. De hecho, acostumbraba decir que la dosis de preocupación del mundo entero había sido depositada en Botón y Bombón a partes iguales; así que, como sus amigas no habían dejado nada de preocupación para ella, pues no tenía otro remedio que pasárselo bomba todo el tiempo. Suerte que tienen algunas.
–¡Estrella! –Bombón se dirigió al joyero y, con desesperación mal disimulada, comenzó a buscar entre los pequeños pliegues, en todos los tonos de azul, del pequeño vestido de su amiga.
–¡Listo! ¡La encontré!– Dijo triunfante Bombón, resollando como si hubiera dado la vuelta al mundo en un minuto–. ¡La tenías guardada en una de las semillas de los capullos de tus zapatos!
–¡Oh! ¡Gracias! –Estrella, toda calma, esbozó una hermosa y gran sonrisa, tomó su varita y comenzó a agitarla. Botón y Bombón pusieron cara de fatalidad, alcanzando a Estrella para que no soltara un rayo de magia, dirigido a sepa Dios dónde.
–¡Vamos, vamos a trabajar! –dijo Bombón, cruzando sus pequeños brazos y alineando a las otras dos.
–¡Sí, a trabajar! –estuvo de acuerdo Botón–. Este pequeño niño es un Príncipe –afirmó, con voz soñadora–. Su línea es muy antigua, y procede de reyes y guardianes de la vida. A este hermoso Príncipe le concedo la fortaleza, la sabiduría y el amor (ella era la irremediable romántica del trío), como regalos para la humanidad –dicho esto, Botón agitó su varita y un hermoso destello con iridiscencias rosadas rodeó al pequeño.
Bombón se colocó junto al pequeñito y lo examinó con detenimiento, sin descuidar ningún detalle (era la analítica del grupo); hasta que, satisfecha con lo que veía, soltó en tono triunfal:
–¡Ajá! ¡Lo sabía! Mis instintos nunca me fallan ¡Este pequeño es un guerrero! –dijo con seguridad, señalando una pequeña marca en forma de espada en uno de los costados del pequeño. Estrella y Botón la miraron con incredulidad. Era realmente difícil encontrar a un guerrero con marca desde el nacimiento y era todavía más difícil encontrar esa marca de nacimiento en el cuerpo de un bebé.
Demostrando más emoción de lo que le hubiera gustado, Bombón anunció con solemnidad:
–¡Serás un guerrero! ¡Lucharás siempre por el bien! Y encontrarás la fortaleza y el amor en tu corazón (bueno, ella también era romántica aunque no le gustara mucho admitirlo). Yo te lo concedo cómo regalo para la humanidad.– Pronunció solemnemente Bombón, mientras un rayo azulado, envolvía al pequeño, llenándolo de luz.
Fue el turno de Estrella.
–¡Pero si es precioso! –dijo emocionada y, por un momento, Botón y Bombón contuvieron la respiración, rogando porque no se le escapara ningún rayo de magia desviada a su descuidada amiga–. ¡Te concederé conocer a tu otra mitad! –pronunció Estrella con energía–. Veo en tu futuro que tu misión será difícil (Últimamente, justo después de asistir a una feria en el campo, a Estrella le había dado por enunciar profecías, sin que ninguna de sus amigas pudiera hacer algo para evitarlo), así que te harás fuerte junto al complemento de tu alma, querido Príncipe. Te concedo también la nobleza de corazón. Pelea entonces por la humanidad, valiente guerrero –pronunció Estrella solemnemente, mientras una esfera azul rodeaba la habitación.
Incluso la madre del pequeño pensó que no estaba viendo bien: empezó a ver un tono de color azul reflejado por entre los ventanales, sin saber de qué se trataba.
Estaban las tres viendo al pequeño bebé y rodeándolo de luz y amor, cuándo un rayo verde, iluminó todo el interior de la habitación.
*pliiiiiiing*
–¡Aa-aauch!
*piing*
–¡Auch!
*tuk*
–¡Auch!
*ping*
El rayo dio algunos tumbos y rebotó de un lugar a otro hasta que estalló en una diminuta explosión de brillos esmeraldas. Botón, Bombón y Estrella permanecieron inmóviles hasta que el sonido del último "ping" se desvaneció.
Quedaba claro que había llegado Céfiro.
–¡Rediez! –exclamó la recién llegada–. ¿Se fijaron? –preguntó, con cierta sorpresa–. ¡Esas cacerolas colgantes se me atravesaron! –exclamó, señalando acusadoramente hacia...
–¿Cacerolas? ¡Es un móvil de campanillas de plata del siglo XVI! –explotó Botón, volando hasta ella con la celeridad del rayo, sin poder contener su enojo, mismo que se debía al hecho de haber escuchado a Céfiro referirse a las preciosas campanillas de plata como "cacerolas colgantes". Botón sentía un amor desmedido por las antigüedades y ese amor sin medida era extensible también a los perros, flores, perfumes, duendes, hojas, manantiales, atardeceres, bichitos graciosos, fuentes, cascadas, noches estrelladas, dibujos, cojines mullidos, color rosa, listones de seda y, en general cualquier cosa, criatura o situación que entrara en el rango de lo hermoso.
–¡Llegué! –exclamó Céfiro, felizmente ignorante de haber provocado un disgusto en su querida amiga. Y, acto seguido, se lanzó a uno de sus habituales relatos de actividades:
–¡Oh! ¡Tengo que contarles! ¡Ha ocurrido algo terrible! ¡Ha vuelto! ¡Ha vuelto!
–¿Qué? ¿Quién? ¡Bienvenido! –se escucharon tres voces, cada una replicando con una de las anteriores palabras. Obviamente la última había sido pronunciada por Estrella, quien no solía enterarse jamás de qué iba la plática: así de despistada era siempre.
–¡La Oscuridad! Ellos ahora lo llaman: ¡El Petróleo! –exclamó Céfiro, con dramatismo; sus amigas la observaron extrañadas, como si no supieran de qué hablaba, así que, para dejarles claro el punto, explicó–: ¡El Veneno del Abismo! –ante la mención del villano inorgánico más odiado por Céfiro, el trío asintió en silencio (de nuevo al unísono), comprendiendo la razón de la agitación de su amiga, aunque para nada tan alarmadas como ella.
Sin preocuparse por la desapasionada reacción de sus compañeras, Céfiro continuó con su explicación–: Los inconscientes humanos han liberado por accidente el mal que tantas edades hemos pasado resguardando en las profundidades de Urantia. Esos ignorantes se creen que es algo bueno; pero no tienen idea de lo letal que puede llegar a ser. Ahora están celebrando su descubrimiento y hasta le han puesto ese rimbombante nombre nuevo ¿Pueden creerlo? –preguntó con desesperación; sin embargo, antes de que alguna de sus amigas pudieran replicar algo, prosiguió–: ¡Tanto esfuerzo! ¡Tanta dedicación borrada por un soplo de viento! ¡He pasado días salvando animales atrapados por la oscuridad! ¿Cómo es posible que la lucha se haya perdido?
La pequeña Céfiro casi se encontraba al borde de las lágrimas; su pequeño sombrero de hojas estaba maltrecho y hasta se había ensuciado.
–¡He tenido que salvar a montones de creaturas hoy! –exclamó, en un tono que era mitad furia y mitad angustia. Por un momento pareció que iba a continuar relatando sus desventuras cuando, de pronto, los destellos alrededor del infante capturaron su atención.
–¡No puede ser! ¡No puede ser! –exclamó, con sorpresa–. ¡El heredero que tanto habíamos esperado! –dijo inundada de genuina alegría, que repentinamente se convirtió en tristeza al recordar algo importante–: ¡Oh! Pero... ¿Qué vamos a hacer? Su padre pertenece a ese horrible grupo de los que pretenden enriquecerse gracias al Veneno del Abismo –dijo consternada.
Botón, comprendiendo el dilema de su querida amiga, sugirió:
–Concédele proteger a Urantia.
En tanto reflexionaba en la propuesta de Botón, Céfiro pasó interminables minutos mirando alternativamente de el bebé a sus amigas y de ahí a las campanillas de plata antiguas (ahora sí que las veía y no como cuando se había estrellado contra ellas) hasta que, por fin, dijo:
–Será algo mejor: Le concederé amar a toda creatura que habite a esta tierra. Será un protector de la naturaleza y deberá usar su poder a favor de toda forma de vida. Yo lo concedo, como regalo para la humanidad –dijo solemnemente, al tiempo que un gran destello en colores verdes rodeaba al pequeño; seguido del trinar de pájaros, el sonido del rugido del león, el canto del águila, y resonar de las olas del mar…
Las cuatro suspiraron (¡De acuerdo! ¡Las cuatro eran románticas irremediables!).
–¡Qué hermoso regalo Céfiro! –dijo Botón, con los ojos brillándole por la emoción.
Felices, el grupito de amigas envolvió al pequeño bebé en una mágica mezcla de colores y, como despedida, dijeron a coro:
–Recuerda pequeño guerrero que hoy se te han concedido dones y regalos...¡Úsalos con sabiduría!
Los destellos que ahora la madre del pequeño veía extrañada se entremezclaron en la habitación, mientras los pequeños seres abandonaban aquella residencia elegante y volaban hacia las profundidades del horizonte…
NOTA: Urantia: nombre antiguo que se la da al planeta Tierra.
