Antes de empezar con el primer capítulo de esta historia, quiero pedir disculpas por el tiempo que he pasado desaparecida, pero se me juntaron muchas cosas y hasta ahora, con un nuevo ordenador y tiempo para escribir, no había podido ponerme a la tarea de volver a subir capítulos.

Decidí reeditar la historia "Oculto tras el odio y la indiferencia... ¿está el amor?" de acuerdo a los consejos que recibí y siguiendo los pasos que he leído en better fics, por ejemplo. Respecto a eso, creo que he solucionado los problemas con los guiones, pero no estoy segura si se referían a eso con guión largo, porque al subir el capítulo primero desaparecieron y después tuve que ponerlos uno a uno :(

Para los que leyerais la historia original, veréis que esta no se le asemeja demasiado, pero mis gustos también ha cambiado durante este tiempo y he acoplado la historia a ellos, a ver qué os parece.

Espero recibir vuestros reviews con opiniones y así animarme a seguir escribiendo.

Un saludo a todos;

The Chronicles of Cissy Black

Cap 1. 1 de Septiembre

Pansy dio su novena vuelta en la cama, frustrada hasta límites insospechados por el escandaloso cuchicheo que salía de la habitación de su hija Daphne. En qué maldito momento se le había ocurrido darle permiso a su hija para traer a sus amigas para hacer una noche de chicas la víspera antes de volver a Hogwarts. "Un momento", pensó Pansy, ella no había sido la culpable de ese horrible griterío. Había sido el idiota de su marido el que lo había hecho. El mismo que ahora se encontraba durmiendo plácidamente a su lado sin percatarse de lo que acontecía a su alrededor.

Una sonrisa malvada alcanzó los labios de Pansy. Si ella no podía dormir, su encantador marido tampoco lo haría.

— ¡Blaise! — le chilló en la oreja, sonriendo ya para sus adentros. Esperó un par de segundos con los ojos cerrados, contando mentalmente hacia atrás. Pero no ocurrió nada. Le miró entrecerrando los ojos, confundida, hasta que una maldición se le escapó de los labios. ¡El muy sinvergüenza había adivinado lo que iba a pasar y se había puesto unos tapones muggles! Seguramente el muy capullo estaría riéndose en lo profundo de su subconsciente, o eso quiso pensar Pansy al ver su plácida sonrisa, para justificar lo que estaba a punto de hacer a continuación— ¡Aguamenti!

— ¿Pero qué? — grito Blaise cuando un chorro de agua helada le cayó encima. Se despertó con una agilidad impresionante fruto de sus años de adolescencia marcados por la guerra, cayendo sobre el bulto que era su atacante. — ¿Pans? —preguntó desconcertado, mirando la figura de su mujer, que temblaba bajo él de la risa. Sin embargo, paró en el acto al ver la mirada oscurecida de su esposo.

— Blaise, solo ha sido una pequeña broma, algo muy inocente.

— No trates de justificarte Parkinson. — Farfulló entre dientes antes de castigar a Pansy con un duro ataque de cosquillas. Sin embargo, el continuo roce entre sus cuerpos hizo que aumentara la temperatura y que la actividad inocentemente comenzada se transformara en un acto mucho más íntimo.

— Ummmm… Blaise…

— ¿Habéis oído eso? —preguntó Alexis, tratando de enfocar con dificultad a sus dos mejores amigas. Sus ojos estaban más brillantes de lo habitual, sus mejillas completamente sonrojadas por el alcohol, y varios mechones habían escapado de su sencilla trenza después de media hora saltando sobre el carísimo colchón diseñado especialmente para Daphne.

— No, ¿el qué? —preguntó Daphne con curiosidad, saliendo de su letargo. Hacía un buen rato que había colapsado y caído sobre la colcha de satén rosa de su cama Queen Size. Los últimos minutos había estado de lo más entretenida moviendo la aceituna que había en la fina copa de Martini. No se había recuperado del todo cuando un gemido atravesó las paredes de su dormitorio.

— ¡Oh, Dios mío! —chilló Rose, tapándose los oídos como una niña pequeña.

— No seas tan escandalosa, Rosie. ¿O ahora nos vas a decir que en el fondo eres una mojigata y que la tórrida aventura con ese muggle macizo era todo un cuento? — Rose se sonrojó más de lo que ya estaba, fulminando a su amiga con la mirada.

— ¿¡Qué tórrida aventura con qué muggle macizo ¡? ¿Por qué yo no sabía nada de ese asunto? —Alexis, indignada, se levantó tambaleándose levemente y apuntando lo mejor que podía a sus amigas con el dedo.

— Entiéndelo Lexi. Rose no quería herir tu sensibilidad. Al fin y al cabo, eres la alumna más mojigata de Hogwarts. ¡Vamos, si ni siquiera puedes oír la palabra S-E-X-O sin sonrojarte!

— Y siempre nos reprochas nuestro comportamiento ilícito. —añadió Rose.

— Oh, y no te olvides de que todavía no has recibido tu primer beso.

— Ni te has declarado a un chico.

— Es más, ¡ni siquiera hablas de chicos! De hecho no recuerdo que te haya atraído ningún chico desde…— Daphne se llevó el índice a los labios pensativa. — ¡Oh, sí; como olvidarlo! Desde Lupin.

— ¡Está bien, callaos las dos! Ya he entendido el punto, ¿de acuerdo? Y Daph, haz el favor de no mencionar a Lupin. No quiero revivir la etapa más vergonzosa de mi vida de nuevo, gracias. Además, ese recuerdo forma parte de nuestro Libro de los Secretos. Y lo escrito en el libro se queda en el libro. ¿O quieres que te recuerde tu extraña fijación por los labios de Charlie Weasley? — Daphne y Rose se quedaron sorprendidas, mirándose entre ellas con cierto aire de orgullo. Definitivamente, Alexis era una alumna capaz de superar a las maestras.

— De acuerdo, tú mandas. Charlie y Teddy no saldrán del libro. —le guiñó un ojo Rose. Sin embargo, su entusiasmo desapareció cuando otro gemido volvió a retumbar en la casa. — Por favor, lanzadme un desmaius, es demasiado para mí. — suplicó Rose, tapándose los oídos y empezando a tararear "Payphone" de Maroon 5. Al poco tiempo Daphne la siguió cantando el estribillo de "Hot N Cold" de Katy Perry, e incluso Alexis se animó al final cantando "It's Time", de Imagine Dragons.


— Señoritas, a levantarse. ¿O es que quieren llegar tarde el primer día de colegio? — exclamó con voz fuerte Greta, la doncella personal de Daphne, una bondadosa y regordeta mujer que rondaría los treinta. Sus ojos oscuros se fijaron en las tres figuras desparramadas sobre la enorme cama. Así dormidas, parecían angelitos. Quien pudiera imaginarse que esos mismo angelitos se convertían al despertar en geniecillos revoltosos. En cierta manera, le recordaban a Puck, el pícaro duende de "Sueño de una noche de verano". Recorrió con la mirada la elegante habitación de la Señorita Daphne, buscando estropicios que arreglar. Desde luego, si la Señora Parkinson veía ese desastre, Daphne no duraría mucho más en Hogwarts, y mucho menos cerca de Rose y Alexis.

Las paredes azul navy parecían, para su inmenso alivio intactas, aunque no podía decirse lo mismo de la carísima alfombra japonesa azul hielo y rosa pálido que dibujaba bonita flores de cerezo. La colcha de satén a juego con la alfombra estaba en el suelo y se notaba su aspecto pisoteado y las manchas de alcohol. Varias botellas estaban diseminadas por la habitación, una de las cuales, boca abajo sobre el escritorio crema de finísimas molduras, estaba goteando. Una de las lámparas de mesilla negras estaba rota en el suelo, probablemente por un desafortunado manotazo. Daba gracias a dios por la existencia de la magia.

Miró de nuevo hacia las apacibles bellas durmientes, que no parecían inmutarse por su presencia. Bueno, no le quedaba más opción que recurrir a su mejor carta. Abrió de par en par las cortinas, dejando pasar la luz del sol.

— ¡Jovencitas! Ya está bien de remolonear que son las diez y cuarto y el tren parte en media hora de la estación. No sé si tendrán tiempo de prepararse para deslumbrar en su primer día… — Había conseguido llamar su atención por fin, o eso le indicaban los movimientos perezosos. — ¡Ah!, y se me olvidaba, Señorita Daphne; sus padres llevan esperándolas en el comedor tres cuartos de hora para desayunar.

— ¿Y cómo no se te había ocurrido mencionarlo antes? —gimió Daphne levantándose como un resorte de la cama. — Weasley, si no te levantas de aquí a cinco segundos juro que te saco de la cama tirando de esa preciosa cabellera rubia que tienes, y no me hago responsable de los mechones que pueda arrancarte. Y mi querida Nott, si no te levantas de inmediato juro que por lo más sagrado de Corazón de Bruja que te presentas en pijama a coger el expreso de Hogwarts. — No había terminado de proferir amenazas cuando Alexis cerró de un portazo la puerta del baño y Rose se había lanzado hacia su maleta como si fuera una balsa salvavidas buscando un conjunto apropiado para su primer día. Daphne sonrió triunfante, hasta que se fijó en el reloj que había detrás de Greta. Marcaba las nueve en punto — Greta, ¿qué hora habías dicho que era?

— La-las diez y cuarto, señorita Daphne. Minuto arriba minuto abajo, ya se sabe. — balbuceó tratando de tapar el reloj con su cuerpo. Sin embargo, los ojos de Daphne destellaron de maldad, sugiriendo que no se había tragado la excusa.

— Tienes tres segundos de ventaja, Greta, por los buenos tiempos. Uno…

— Pero Señorita…

— Dos…

— …Entienda que…

— ¡Tres! — Greta salió corriendo, aunque nada impidió que la almohada de Daphne la diera de lleno a falta de una varita para hacer un buen mocomurciélago.

Una hora más tarde, las tres jóvenes estaban listas para bajar a desayunar, su apariencia impecable. Rose había optado por un vestido tipo babydoll de color blanco, con encajes y un lazo de raso en la cintura. Una diadema azul marino decoraba su melena suelta y lisa; unas medias de encaje negras, un par de pulseras de perlas y zapatos de tacón negros terminaban el conjunto. Había iluminado su mirada con sombras nude, acompañadas por una fina línea de eye-liner sobre las pestañas y una buena máscara para realzarlas. Daphne, en cambio, había escogido unos jeans, una camiseta marinera azul y blanca, cinturón de Ralph Lauren, un pañuelo camel a juego con una cazadora y unas mosqueteras negras. Se había alisado el pelo, dejándolo suelto y había perfilado sus ojos con eyeliner que contrastaba con la sombra brillante color plata, y definido muy bien sus pestañas. Le gustaba el efecto sensual que el juego entre luces y sombras daba a sus ojos. Alexis, la última en bajar, se había decidido por una blusa blanca de cuello en "V" y manga tres cuartos, falda de cintura alta con vuelo y print de leopardo y unos zapatos de tacón fino abiertos por detrás y a juego con el bolso marrón. Su cabello caía suelto y natural al igual que su maquillaje, perfilando los ojos con sombra marrón y algo de rímel.

— Mamá, papá, buenos días. — saludó Daphne entrando en el comedor y dándole un beso en la mejilla a cada uno de sus progenitores. Puede que la familia Zabini-Parkinson no fuera tan cariñosa y basada en costumbres como el enorme grupo familiar que formaban los Weasley, pero el cariño se podía leer fácilmente en los ojos de los tres, aunque se esforzaran por disimularlo.

— Buenos días cariño. ¿Qué tal habéis dormido? —preguntó mientras Rose y Alexis entraban detrás de su hija. Las tres se dieron cuenta del buen humor que flotaba en el ambiente del comedor y en las miradas de amor puro que se dirigían Blaise y Pansy. Rose fue la primera en sonrojarse al recordar la noche anterior, y Daphne la siguió un segundo más tarde. Sin embargo, Alexis no se dio cuenta de nada y miró asombrada a sus amigas, que gesticulaban lo mejor que podían para que ella captara lo que pasaba.

— Buenos días, señores Parkinson. —dijo Alexis inclinando ligeramente la cabeza. Rose imitó su gesto, sin ser capaz de mirar a ninguno de los padres de Daphne. — Ha sido un gran gesto por su parte el habernos permitido celebrar una fiesta de pijamas aquí. Esperamos no haber sido un incordio.

— Déjate de tonterías, querida. Te conocemos desde hace años y sabes que puedes tutearnos. Y claro que no fuisteis ninguna molestia, más bien lo contrario. — le guiñó un ojo de forma coqueta a su marido, que le respondió con una sonrisa ladeada. Daphne desvió la mirada, incómoda. Sus progenitores la estaban avergonzando delante de sus amigas, ella que se jactaba de tener unos padres modelo. Solo les faltaba hacerse arrumacos en público y empezar a llamarse "perrita" y "lobito".

Recorrió en un vistazo el comedor, que su madre había decidido remodelar porque le recordaba demasiado a la insoportable de su suegra, quien era la que había comprado y arreglado el precioso ático del Upper East Side para su querido "Blasie". Las paredes estaban cubiertas de un precioso papel pintado en colores ocres que dibujaba diagramas con flores, y las molduras y la chimenea ahora eran de color blanco. Una enorme mesa de patas negras y madera pulida era el centro de la estancia. El suelo de parqué claro combinaba a la perfección con la alfombra de color crema y una preciosa lámpara de la que parecían caer pequeñas gotas de agua iluminaba la estancia por las noches, pues un amplio ventanal proporcionaba luz natural.

Daphne se sentó a mitad de camino entre sus padres, que presidían la mesa en ambos extremos, tradición de toda familia Sangre Pura con cierto estatus. Una vez que sus amigas estuvieron sentadas enfrente, unos elfos domésticos empezaron a desfilar con grandes bandejas de comida. En la mesa fueron apareciendo fuentes de frutas, zumos, cafés, chocolate, bollería diversa, mantequillas, mermelada, fiambre, huevos revueltos… Pero ella no dudó en servirse unos huevos Benedictine acompañados de salchichas y para beber un Bloody Mary.

— Daphne, sabes que no me gusta que te estés volviendo tan americana.

— Soy americana mamá. — bufó Daphne, dándole un sorbo a su Bloody Mary. — Por mucho que te empeñes en negarlo.

— Pero así ningún buen partido te querrá. ¿Qué diría un lord inglés si te viera comer eso? O peor ¿qué pensaría tu futura suegra? — Blaise miró a su mujer fijamente. Sabía que en el fondo Pansy le decía todo eso a su hija por lo que ella pensaba que era su bien. Como así le enseñaron a ella en su momento.

— Pues que tiene delante suyo a la única persona capaz de darle algo de color a la aburrida vida de su hijo.

— ¡Blaise! Tómate esto más enserio. No me extraña que la niña no me haga caso. —exclamó Pansy indignada. Si estuviera al lado de su esposo le habría dado un buen pisotón con sus Manolo Blahnik.

Rose y Alexis se miraron entre ellas, tratando de ocultar la risa que les provocaba esa situación. Desde luego, las comidas en casa de los Zabini eran todo un espectáculo. Sin embargo no fueron ellas, sino el sonido de los cuartos del reloj del siglo XIX, quien sacó a la familia de la acalorada discusión.

— ¡Vamos, vamos, vamos! La limusina ya estará esperando abajo completamente cargada. — chilló Pansy abrumada. — ¡Daphne Elizabeth Zabini! Haz el favor de seguir el ejemplo de tus amigas y salir corriendo por esa puerta o juro que te concertaré una boda con un elfo doméstico! — Daphne salió disparada dejando uno de los huevos sin acabar y mirando a su madre enfadada y arrugando la nariz en un infantil mohín.

La enorme limusina los llevó hasta el Ministerio de Magia de EEUU, donde un traslador con forma de zapato los esperaba para dirigirlos directamente al cuarto de la limpieza de la estación de King Cross.

— Es una vergüenza que siendo el Ayudante del Ministro de Magia tengamos que aparecernos en un cuarto mugriento cada vez que queremos venir a Londres. — gruñó Pansy, quitándole a su marido una mancha de polvo de la mejilla. Una vez que hubo comprobado que todos estaban en perfectas condiciones, les hizo salir de uno en uno como si fuera uno de sus desfiles.

— Decidme que no soy la única a la que le tiemblan las piernas. — susurró Alexis.

— Tranquilízate Lexi. Es solo otro inicio de curso más.

— Es más fácil decirlo que hacerlo. — Aunque Alexis adoraba el colegio, no podía decir lo mismo de la mayoría de sus compañeros, especialmente si Victoire Weasley, la alumna más popular después de sus amigas, te había cogido como su descargador de ira habitual.

Rose y Daphne la cogieron de las manos como muestra de apoyo y juntas corrieron hacia el muro que separaba el andén 9 y 10 de la estación muggle, entrando en un lugar completamente diferente. El Andén 9 y ¾. La estación vieja rezumaba el encanto propio del siglo XIX con las paredes de ladrillo rojo y bullía de actividad de padres que se despedían de sus hijos, amigos que se encontraban después de un largo verano y niños de once años emocionados y dando gritos por doquier ante el nuevo mundo que se les abría. Al fin y al cabo, aunque desde bebés todos los hijos de magos estaban en contacto con la magia, no empezaban a formar parte de ese universo hasta su undécimo cumpleaños. Rose, impaciente, empezó a buscar a su familia entre la multitud y supo que la había encontrado cuando divisó un amplio grupo de cabezas pelirrojas. Daba gracias al cielo porque ella hubiera heredado la melena rubia de su abuela muggle Lorelai.

— Muchas gracias por su hospitalidad, Señores Parkinson. Espero que tengan un buen año.

— Sabes que eres como una hija para nosotros, Rose. Cuida de Daphne. — dijo con cariño Pansy, obsequiándola con un sonoro beso en la mejilla. — Y dile a tu madre que estoy muy contenta de que siguiera mi consejo respecto a su pelo. ¡Ah! Y que no se olvide de llamarme esta semana para que quedemos a comer. — Gritó antes de que su pequeña figura desapareciera entre la multitud.

— ¡Rose, cariño! — Hermione corrió hacia su hija y la estrechó entre sus brazos. Rose se fijó en su cambio de look. No veía a su madre desde principios de agosto, cuando ella se marchó de vacaciones a España con Pansy. Sabía que esa escapada era justo lo que necesitaba su madre desde que las cosas no iban bien entre ella y su padre.

— ¡Mamá estás guapísima! — Su tez había adquirido un tono dorado por las largas mañanas tomando el sol y las ojeras violáceas habían desaparecido de su rostro. Pero su mayor cambio era su pelo, que caía en una media melena ondulada en las puntas; y su estilo. Estaba de lo más elegante y femenina con una falda de un rojo anaranjado que mostraba sus esbeltas piernas a juego con unas sandalias de tacón del mismo color, una camiseta marinera y un blazer azul marino. — Creo que nunca te había visto enseñar las piernas y ya que decir de los tacones-máquinas-de-matar.

— ¡Rose! — exclamó Hermione con las mejillas completamente arreboladas. — Si sigues no voy a poder volver a mirar a esta gente a la cara. Y que sepas que esto no hace que se me olvide el exorbitante número de detenciones que tuviste el año pasado. Así que espero que este año moderes tu comportamiento y te centres en los estudios y en sacar las mejores calificaciones, jovencita. Los ÉXTASIS están a la vuelta de la esquina.

— Por supuesto que lo haré mamá. Te prometo que este año me comportaré. — dijo con su mejor sonrisa de inocencia bajo la crítica mirada de Hermione y por detrás cruzando los dedos. No le gustaba especialmente el estudio y desde luego prefería gastar una tarde planeando su próxima broma a su prima Dominique que estar encerrada en la biblioteca. Pero no quería disgustar a su madre y borrar la cálida sonrisa que hacía meses que no estaba presente en ella. Sin embargo y como viene a ser costumbre, lo bueno nunca dura mucho.

— ¡Rosamund Arabella Weasley! ¡Exijo inmediatamente que te pongas unos pantalones o una falda más larga! —Ron Weasley hizo acto de presencia, sobresaltando a madre e hija con sus gritos. —Es una vergüenza que una hija de héroes del mundo mágico lleve algo tan indecente. —Rose miró a su padre, rezumando ira por cada poro ante la hipocresía de que, precisamente él, Ronald Weasley, le hablara de decencia cuando había estado manteniendo como amante a Verity Bowman durante a saber cuánto tiempo. Pero no quería que su madre se enterara de esa manera de la infidelidad de su marido.

— Creo que ya soy mayorcita para decidir lo que puedo y no puedo llevar por mí misma, gracias. — Con un bufido, Rose le volvió la espalda a su padre, azotándole con el pelo en la cara y se despidió de su madre con un fuerte abrazo y un beso en la mejilla.

— Nos vemos en Navidad, cariño. Te voy a echar mucho de menos.

— ¡Rose! No te atrevas a darme la espalda de esa manera o juro que te desheredaré. — la piel de Ron había alcanzado la misma tonalidad rojiza que su pelo y sus puños estaban fuertemente apretados. Rose se volvió con una sonrisa maliciosa bailando en sus labios.

— Como si hubiera mucho que heredar. Gracias, pero la casa destartalada y el mantenimiento de ciertos miembros de la familia sería más una maldición que una bendición. — Sin añadir nada más y dejando a su madre con una sonrisa orgullosa y a su padre con la boca abierta y a punto de salirle humo de las orejas, se subió al Expreso, en busca de sus amigas.


Alexis, junto a la familia Parkinson, buscaba entre la multitud la cabellera rubia de su padre. En menos de cinco minutos el tren se pondría en funcionamiento y no había rastro de ninguno de sus progenitores y se sentía sumamente incómoda al lado de los Parkinson, como si estuviera invadiendo un momento íntimo.

— ¡Oh, creo que ya veo a mis padres! Muchas gracias por todo y que pasen un buen año. —antes de que ninguno del trío familiar hubiera pronunciado palabra, Alexis ya había salido corriendo. No le gustaba haber mentido, pero sabía que le agradecían que les hubiera dado su espacio. Cuando ya estaba muy cerca de la gran locomotora roja, alguien la empujó al suelo. Se sonrojó de vergüenza y sintió sus ojos lagrimear cuando un coro de crueles risas siguió a su caída. Alzando un poco la vista, se encontró de lleno con Victoire, Dominique y su séquito de arpías.

— Mirad a la pobrecilla, se va a echar a llorar. —Sí, aunque Victoire se hubiera cortado su larguísima melena rubia y puesto flequillo, seguía siendo tan implacable como siempre. Sus labios color burgundy esbozaban una maliciosa sonrisa, al igual que los fríos ojos azules excesivamente remarcados en negro, dándole un look algo punk.

— ¡Ey, Victoire, mira quien se acerca por ahí! —gritó Nina, poniéndose a dar saltitos sin parar. Rubia de bote y con un estilo muy a lo Paris Hilton, Alexis dudaba seriamente que tuviera más de una neurona funcionando a la vez. Toda giraron la cabeza y aunque Alexis quiso evitarlo, acabó desviando la vista hacia el objeto que había causado tanto revuelo. Teddy Lupin. Una simple mirada le despejó sus dudas. Tenía las facciones pronunciadas y aristocráticas de un elegante aventurero, y unos ojos azul verdoso que relucían como diamantes. El color rubio oscuro de su pelo lustroso hacia resaltar su tez bronceada y el brillo blanco y malicioso de su sonrisa. Su cuerpo duro y esbelto se mostraba perfectamente con la camiseta y cazadora de cuero marrón, los vaqueros oscuros y las botas de tipo militar.

Alexis volvió la vista rápidamente. Cuanta menos atención prestara a Lupin mejor. Al menos su corazón no se haría pedazos al ver como Victoire, que había salido disparada hacia él, colgándose de su brazo, le hacía arrumacos tratando de seducirle. Era simplemente imposible que éste pudiera obviar las largas piernas de la arpía enfundadas en medias de rejilla o el profundo escote de su ajustada camiseta azul.

— Alexis, ¿podrías levantarte del suelo de una buena vez y dejar de avergonzar a la familia de ese modo? — la profunda voz de su padre la sacó de sus oscuros pensamientos. Su padre siempre había sido un hombre atractivo, con su imponente altura y músculos bien labrados, piel bronceada y facciones perfectamente esculpidas. Pero desde hace un tiempo, portaba profundas líneas de tensión alrededor de los ojos y la boca y la amargura era una visitante constante en sus enigmáticos ojos azules.

— Lo siento mucho padre. — murmuró ella, levantándose lo más rápidamente que pudo. Le dolía el comportamiento frío de su padre hacia ella, pero sabía que estaba aguantando una carga demasiado pesada sobre sus hombros. La familia de su madre le ocultó a su padre que la joven con la que se iba a casar padecía de trastorno depresivo mayor recurrente, que había ido a peor con el paso de los años. Sus tíos abuelos, Cantankerus e Isla Nott, le habían contado historias de cuando su padre era joven, un despreocupado y alegre Don Juan, antes de que la Gran Guerra comenzara y se culpaban por haber aceptado el compromiso de su sobrino nieto Theodore con la hija pequeña de los Davis, Tracey. Su padre la evaluó con la mirada y su postura se relajó.

— Este año tienes que esforzarte más que nunca. Es cierto que hasta el curso que viene no te presentarás a los ÉXTASIS, pero las bases para los conocimientos que necesitarás entonces las vas a formar este curso. No me decepciones, Alexis.

— No lo haré, padre. — su padre pareció contentarse con esa respuesta. Alexis sabía que él la quería, o eso le decía el tacto de su mano distraída sobre su pelo, pero le costaba demostrarlo.

— Hasta Navidad, O. — dijo su padre antes de desaparecer. Él era el único que la solía llamar por su segundo nombre o diminutivos de este: Ophelia. Alexis estaba segura de que lo hacía porque era el nombre que él mismo había escogido para ella, en honor a su autor favorito, Shakespeare.

— ¡Alexis, vamos! ¡El tren va a partir sin nosotras como no entremos ya! —Daphne la cogió de la mano y corrió con ella hacia el tren, donde convenció a un par de chicos de que les subieran el equipaje. A Alexis le fascinaba la atracción inmediata que Daphne ejercía sobre cualquier ejemplar masculino. — Venga, busquemos a Rose. — Cuando llegaron a su compartimento favorito, encontraron a la rubia, quien miraba pensativa y taciturna la verde campiña inglesa.

— Rose, ¿estás bien? — preguntó Alexis, preocupada. Jamás había notado a su amiga tan ausente como en ese momento.

— Tengo que contaros algo. — soltó de repente, volviendo su seria mirada hacia ellas. — ¿Crees que te echarán mucho de menos en el vagón de prefectos si no das señales de vida durante un rato?

— Cualquiera de vosotras es mucho más importante que una estúpida reunión de prefectos. — dijo Alexis claramente ofendida.

— Bien. Antes de empezar, tenéis que saber que lo que cuente ahora irá directo al Libro de los Secretos. No es algo que me incumba solo a mí y…

— No te preocupes Rose. Nada de lo que cuentes saldrá de aquí. — la calmó Alexis, sentándose a su lado y dándole un cariñoso apretón de manos. Daphne secundó sus palabras y se sentó enfrente, a la espera de la bomba que estaba a punto de caer.

Rose miró a sus amigas, indecisa sobre cómo continuar.

— Bueno, el año pasado…

FLASHBACK

Rose recorrió el Callejón Diagón, buscando el número 93, identificador de Sortilegios Weasley. Julio había traído consigo un fuerte calor que habría hecho que cualquiera, excepto ella, estuviera vagabundeando por la calle en pleno mediodía. Necesitaba ver a su padre cuanto antes, y preguntarle si podía pasar dos semanas de vacaciones en Grecia con la familia de su amiga Daphne. Su madre había dado un sí inmediato y le había hablado de su fantasía de visitar aquel país algún día con su padre, pero Ron Weasley no estaba cortado por el mismo patrón que Hermione Granger. Nunca había entendido el que su hija fuera una Slytherin ni que ella y su madre mantuvieran relaciones con el enemigo—ex–mortífagos. Ciertamente podría decirse que la respuesta de su padre sería un predecible no, anticipado por un fuerte color rojizo en su piel que competiría con el típico cabello Weasley y unos ojos que podrían salirse de sus órbitas en cualquier momento. Sin embargo, estaba segura de que, si era lo suficientemente pesada a lo largo de toda una tarde, acabaría cediendo.

Abrió la puerta y saludó a su tío George, quien estaba explicándole a unos jovencitos las ventajas de llevarse un caldero bromista con el que serían la envidia de todo Hogwarts. Buscó impaciente a su padre a lo largo y ancho de la tienda, pero no había ni rastro de él. Poniéndose junto al mostrador, esperó a que su tío despachara a los clientes observando las nuevas barajas de naipes explosivos.

— Tío George, ¿dónde está mi padre? Necesito consultar algo muy urgente con él.

— Está en su despacho. Se quejaba de dolor de cabeza y ha ido a tumbarse un rato en el diván. Pero yo creo que lo que en realidad pasa es que tu padre es un gandul increíble. — dijo él guiñándole un ojo. La verdad es que George era uno de sus tíos favoritos, solo superado por Charlie. El que le faltara una oreja no había sido impedimento para conquistar a su esposa Angelina, pues no se podía negar el atractivo que ejercían sus infantiles hoyuelos y sus chispeantes ojos azules.

— ¿Y Verity? Me gustaría saludarla. — Verity era la única mujer que trabajaba en Sortilegios Weasley y, al ser solo seis años mayor que ella, se habían hecho muy amigas. Conseguía cautivar a todos los clientes con sus grandes ojos azules y su andar femenino que hacía lucir su cuerpo esbelto.

— Seleccionando algunos de los productos nuevos para colocarlos en los escaparates.

— ¡Gracias! — gritó dándole un efusivo beso en la mejilla antes de salir corriendo hacia la trastienda.

— ¡Espera! — gritó George alcanzándola. — ¿Por qué no aprovechas y le das de mi parte a tu padre un pequeño susto? Pensaba hacerlo yo mismo en un rato, pero hoy hay bastante ajetreo en la tienda. ¿Qué me dices?

— Por Merlín, tío George que estás hablando conmigo, no con Albus. —le reprochó Rose claramente ofendida de que siquiera lo dudara.

— Perfecto. Le he echado a esta capa un maleficio deslumbrador, pero no durará mucho, así que aprovéchalo. — dijo guiñándole un ojo.

La pasión que sentía su tío George era precisamente lo que más le gustaba de él. Según su madre, jamás debió haberla dejado un verano entero con él y Angelina; pero así había sido y Rose había heredado su entusiasmo por las bromas.

Cuando estuvo frente a la puerta del despacho, se puso la capa cuidando de que la cubriera totalmente y tiró del pomo sin resultado. Lo malo de ser menor de edad en el Mundo Mágico era la prohibición de hacer magia fuera del colegio, pero Rose siempre guardaba un as bajo la manga. Sacó una horquilla de su clutch amarillo y forzó la cerradura. Había visto cómo se hacía en una película muggle y había estado practicando con la cerradura de su habitación hasta hacerse toda una experta.

Abrió despacio la puerta, procurando que no hiciera ningún ruido que pudiera delatarla y ante sus ojos, apareció una imagen que se le grabaría a fuego en las retinas. Verity, enfundada en un conjunto de lencería negro, se arqueaba de placer tumbada en el diván, su corto cabello rubio mezclándose con el rojo fuego de su padre, quien estaba ocupado en ese momento mordiéndole el hueco que había entre el cuello y el hombro.

Reprimiendo un sollozo, salió corriendo de la habitación, cruzándose con su tío en el pasillo.

— ¿Rose, qué tal ha ido…? ¡Rose! —gritó su tío corriendo detrás de ella, consiguiendo cogerla del brazo. Ésta se volvió hacia él con el rostro surcado por las lágrimas y consiguió deshacerse de su agarre de un tirón.

George volvió la vista hacia el despacho de su hermano, sus peores sospechas confirmadas.


Había pasado una semana y todavía no había tenido el valor de contárselo a su madre. No quería tener sobre sus hombros el secreto más grande que había ido a caer en sus manos y que destruiría a su familia en que se hiciese público. Pero ya no podía aguantarlo más. Llevaba siete días sin dormir y era incapaz de concentrarse en lo que hacía. Así que ahí estaba, consiguiendo la fortaleza necesaria para entrar en el cuarto de su padre y encararlo de una buena vez. No quería precipitarse hablando con su madre sin haber discutido el asunto antes con él.

— ¿Necesitas algo, Rose? — preguntó su padre, levantando la vista del Profeta. Antes de empezar a hablar, Rose lo evaluó. ¿Cómo podía estar tan tranquilo después de lo que había hecho cuando ella estaba a punto de perder los nervios solo por saberlo? Sí, decidió Rose; Ronald Weasley era un hipócrita.

— Te vi la semana pasada con Verity en la tienda— comenzó lo más calmadamente que pudo, pero explotó ante la pasividad que vio en su padre. ¿Su única respuesta iba a ser enarcar una ceja? — ¿Cómo has podido hacerle esto a mamá? ¡Ella, que es la única persona que siempre te ha apoyado y defendido! ¡Qué te ha puesto a ti por encima de todo, incluido su trabajo! ¡Que se desvive cada día por sacar esta familia adelante! ¿Y todo para qué? ¿Para que tú se lo pagues tirándote a tu subordinada? ¿Sabes? ¡Si ella fuera tu secretaria formarías parte del cliché de los maridos infieles!

— Rose, yo…

— ¡Tú nada! Lo único que quiero saber es cuándo vas a tener el valor de contárselo a mamá, porque si no lo haces tú lo haré yo!

— ¡Tú no lo entiendes! — le gritó Ron, dándole un fuerte golpe a la mesa. — Verity estaba ahí todos los días, tentándome y tratando de seducirme y después de la discusión que tuve con tu madre, ¡acabé rindiéndome a ella al día siguiente! Pero te juro que me arrepentí inmediatamente después y que esa es la única vez que ha pasado. Por favor, Rose. No destroces esta familia por un desliz. — le suplicó cogiéndola de las manos.

— Pero no sería justo para mamá…

— Solo ha sido una vez Rose. Por favor. Piensa en cómo le afectaría esto a tu hermano, a tus abuelos, a tus tíos… ¡Abrirías una brecha en la familia para siempre!

— Yo… está bien. — cedió Rose no muy convencida. — Pero voy a dejarte algo bien claro, PA-DRE. Si mañana mismo Verity no está de patitas en la calle o este episodio vuelve a repetirse no volveré a darte la oportunidad de explicarte e iré directamente a contárselo a mamá. —Ron se sintió intimidado por la furia que veía en los ojos azules de su hija y en la amenaza implícita que había en su voz. El menudo cuerpo estaba en tensión, como una leona a punto de abalanzarse sobre su presa. —Y olvídate de los derechos que creías tener sobre mí por ser tu hija, porque desde este mismo instante, he dejado de tener padre. — Sin darle oportunidad a Ron para decir algo, salió dando un fuerte portazo.

FIN DEL FLASHBACK

— ¡Oh, por Merlín, Rose! — exclamó Alexis, no sabiendo muy bien cómo actuar en esa situación. Todavía le daba vueltas la cabeza por esa nueva información sobre la familia Weasley. Si la enorme parentela de Rose, que siempre la había parecido el tipo de familia ideal, guardaba secretos como esos, no quería pensar lo que le esperaba a su familia todavía.

— Pero bueno, el asunto no ha tenido mayores repercusiones, ¿verdad? Verity está despedida, tu padre y tu madre están mejor que nunca y tu madre no se enterará nunca del desliz de tu padre. Si en un año no ha sucedido nada, ¿por qué te preocupa justamente ahora? —expuso Daphne pensativa y observando a Rose por el rabillo del ojo. Alexis no pudo evitar abrir los ojos con sorpresa ante la perspicacia de su amiga.

— Porque justamente ahora más que nunca, tengo la duda de si hice bien en ocultarlo. Aunque mis padres aparentan frente a todos que son la pareja perfecta, yo sé que mi madre en el fondo está sufriendo. Y Hugo no se ha dado cuenta, pero hace tiempo que mis padres no duermen en la misma habitación.

— El pasado en el pasado queda Rose. No puedes tratar de solucionar ahora algo que deberías haber hecho hace un año. ¿cómo crees que se sentiría tu madre si supiera que le has ocultado algo como eso durante tanto tiempo? Traicionada. Lo único que tienes que procurar ahora es seguir manteniendo esa información archivada en lo más recóndito de tu mente como si nunca hubiera tenido lugar.

— Gracias Daphne, Alexis. Me siento como si me acabara de quitar un enorme peso de encima. —dijo Rose antes de abrazarlas. — Deberías irte ya, Lexie. No quiero que te lleves una reprimenda por mi culpa. — Alexis le agradeció la preocupación con una sutil sonrisa, aunque sabía que la reprimenda se la había ganado hace más de una hora.

Alexis rezaba todo lo que se sabía mientras corría a lo largo del Expreso de Hogwarts en dirección al vagón de prefectos, pidiendo que la sanción no fuera muy dura. Mientras dudaba si llamar o no a la puerta, esta se abrió y Magnus Bates, el Premio Anual, apareció frente a ella. La miró inquisitivamente al ver que se había quedado pálida como un fantasma y con la mano aún levantada para llamar a la puerta.

— Puedes bajar la mano si quieres. —dijo Magnus mientras cerraba la puerta tras él, con su indiferencia habitual. Magnus había sido nombrado como uno de los chicos más guapos del colegio por "El Diario de Hogwarts" y Alexis no podía negar ese hecho. La camisa perfectamente planchada acentuaba la anchura de sus hombros y la delgadez de su cintura y sus caderas. Subiendo furtivamente la vista, se daba a un rostro fuerte y cuadrado con una nariz aguileña que le daba un aire sombrío yamenazante y una boca de aspecto duro ytorvo. El resultado era un joven hermoso, impecable y feroz como un ave de rapiña, con su pelo negro y su piel bronceada. Y sin embargo, lo que Alexis más deseaba era salir de su presencia cuanto antes. Se sentía como un pequeño ratón de campo a punto de ser devorado por un halcón. — Alexis. — Su tono brusco y falto de paciencia la sacó de su estado de shock. Cuando se dio cuenta de que aún tenía la mano levantada, se sonrojó furiosamente, compitiendo con el cabello de los Weasley.

— Yo-yo… Lo siento muchísimo Magnus, digo Bates, digo ¿Premio Anual? — preguntó ella dudosa. "¿Por qué me tiene que pasar esto a mí?" Magnus la miró con una ceja enarcada, no sabiendo si hablaba con él o era una pregunta retórica. Cuando Alexis se dio cuenta de que lo había dicho en voz alta, estuvo a punto de darse un cabezazo contra la pared. Pero lo último que quería era que Magnus se pensara que había perdido la cabeza, si es que no lo pensaba ya. — Solo… Lo siento. Juro que no volverá a pasar. —murmuró bajando la cabeza. Unos dedos largos y elegantes le obligaron a alzar la barbilla con rudeza, forzándola a enfrentarse con sus aterciopelados ojos marrones. Tras un escrutinio que pareció durar horas y que la dejó completamente desnuda ante él, su tacto se volvió más delicado y la tensión de su rostro se desvaneció.

— Te creo. — dijo firmemente soltándola. — Pero debes atenerte a las disposiciones que hemos aceptado el resto de nosotros a lo largo de la reunión.

— Me parece razonable. —aceptó ella rápidamente, aguantándose las ganas de soltar un sonoro suspiro.

— Yo que tú no lo celebraría tan rápidamente. Te ha tocado aguantar a Lupin en las guardias. —soltó con una sonrisa torcida a modo de despedida. Ni el petrificus totalus más potente hubiera conseguido una paralización más absoluta en Alexis que las palabras de Magnus.


— ¿Lupin y tú compartiendo espacio vital? Siento ser yo quien lo diga, Alexis; pero Magnus Bates te odia. — Comentó Daphne admirando su figura en el espejo. Le encantaba que hace un par de años la Directora Minerva Mcgonagall derogase la obligatoriedad de la estética de los uniformes. Para su primer día de clases había escogido la falda negra del colegio por encima del medio muslo, unas mosqueteras grises planas, una camiseta básica blanca ¾ de amplio escote redondo con el símbolo de Hogwarts, la chaqueta del colegio sin mangas y la corbata aflojada. Su cabello, naturalmente ondulado en las puntas, caía recogido en una coleta baja.

— ¡Daphne! — la hizo callar Rose, con el ceño fruncido. — Teddy es el mejor de mis primos y ambas lo sabéis. —farfulló mientras se calzaba las bailarinas Tory Burch rojas, que daban el punto de color a su look: camisa de cuello alto sujeto por una corbata cruzada azul marino, falda de tablas hasta el medio muslo, jersey sin mangas algo más oscuro, abrigo estilo lady hasta la rodilla con filigranas de rosas en las mangas y medias blancas de encaje. Mientras Alexis salía del baño, se sentó en el tocador a cepillarse su atractiva melena rubia.

— Vamos, Rose. Hasta tú tienes que reconocer que tiene un ego tan grande que es dudoso que sepa siquiera quién es Alexis. — Alexis se sonrojó, fulminando a Daphne con la mirada, dolida por su comentario. Callada, se terminó de abrochar la camisa blanca de cuello alto rodeado con un elegante lazo azul marino, a juego con la falda tableada lisa y las medias de un suave rosa. Encima se puso una chaqueta rosa cerise, una diadema ancha del mismo color para darle un toque personal a su pelo y unas manoletinas azules.

— Bueno, no es que Alexis se dé mucho a conocer. — le defendió la rubia. La expresión enfurruñada de Alexis se hizo más notoria mientras se ponía el chaquetón tipo lady amarillo.

— Por si no os habías dado cuenta, sigo aquí. — Alexis las regañó cruzando los brazos exasperada.

— Así me gusta. Por fin vas sacando a la luz el fuego de Slytherin que vio en ti el sombrero seleccionador. Me estaba empezando a preocupar de su decisión; al fin y al cabo el pobre está ya muy viejo. — la felicitó Daphne con orgullo maternal.

— Hablando en serio, Lexie. No te tienes que preocupar por Teddy; casi nunca aparece por las guardias. Prefiere aprovechar ese tiempo en escarceos nocturnos. Y ahora, bajemos a desayunar. Mi estómago está a punto de empezar a rugir como un león, y esa sería una terrible afrenta contra nuestra casa. ¡La última en llegar al Gran Comedor es una banshee! — gritó corriendo como alma que lleva el diablo.

— ¡Weasley, serpiente rastrera, eso no vale! —exclamó Daphne saliendo detrás de su amiga.

— ¡No os atreváis a dejarme aquí! —Alexis cerró con un anti-alohomora para evitar visitas indeseadas y, con una maliciosa sonrisa, convocó a Peeves, el desesperante poltergeist de Hogwarts, al menos para la mayoría. Alexis reconocía que le había cogido cierto cariño. La forma de ver al espíritu del caos cambiaba al pensar en él como un niño travieso. De hecho, fue esa faceta infantil la que la llevó a ayudarle a esconderse del Barón Sanguinario y la que tuvo como recompensa algo así como la gratitud y fidelidad del fantasma.

— ¿Qué nueva prohibición tiene la pequeña Slytherin para Peeves? — preguntó el espíritu revoloteando a su alrededor inquieto. El curso pasado consiguió arrancarle al poltergeist la promesa de no asustar en exceso (no había podido obtener de él mayor compromiso) a los niños de primero.

— Si prefieres eso…— dijo Alexis clavando la vista en sus uñas de pálido rosa como si fueran lo más interesante del mundo, aunque mirando a Peeves de reojo. — Aunque hoy pensaba proponerte algo que podría interesarte. — inmediatamente los ojos oscuros se clavaron en ella, muy interesados. En ciertos aspectos, el espíritu era un libro abierto.

— ¿Y de qué podría tratarse? La pequeña Slytherin suele ser muy aburrida. — Alexis decidió pasar el comentario por alto, aunque su ceño se frunció levemente. ¿Es que esa mañana nadie podía dejar de meterse con ella?

— Tienes que evitar por cualquier medio, excepto los que puedan provocar daño físico, que Rose y Daphne lleguen al Gran Comedor antes que yo.

— Ummm… a Peeves le gusta. ¿Podría armar un gran revuelo?

— Por supuesto.

— Entonces… ¡Trato firmado y sellado! — gritó antes de desaparecer con un "plop".

Y sin duda, llevó el encargo con el más puro estilo Peeves. Alexis no supo muy bien qué era lo que había sucedido, pero ver entrar a desayunar a las ¾ partes del colegio rebozados en huevo, harina y plumas, incluidas Rose y Daphne, la llenó de una oleada de orgullo hacia el pequeño poltergeist. Dejando a un lado la recién hecha tostada de mermelada de frambuesa, fingió unos segundos de desconcierto antes de esbozar una media sonrisa burlona.

— Al fin las dos banshees más terribles de la historia de Hogwarts se dignan a aparecer. — dijo con la mejor sonrisa inocente de su repertorio.

— Cierra la boca Nott o vas a recibir el mimble wimble más potente de "la historia de Hogwarts" —dijo una enfurruñada Daphne antes de limpiarse a sí misma y a Rose con un fregotego. Sentándose frente a Alexis y de espaldas al resto de mesas, procedieron a elegir su desayuno.

— ¿Habéis oído los rumores que corren sobre Benjamin Wallace y Emma Dobbs? — comentó Alexis, mirando de reojo a su amiga Daphne. La noticia de que el Rey de Ravenclaw y la Reina de Hufflepuff se habían encontrado durante las vacaciones y desde entonces se habían estado viendo muy a menudo había corrido como la pólvora durante el desayuno.

— Tú lo has dicho, Lexie. Son solo unos estúpidos rumores. —repuso su amiga muy calmada. Rose se volvió a mirar a la parejita, Emma sentada en las piernas de Benjamin dándole de comer un trozo de bizcocho glaseado.

— No parece que sea solo un rumor, Daph. — la aludida se volvió también hacia la pareja, entrecerrando los ojos. Sus nudillos estaban tan tensos que Alexis y Rose temieron por la integridad del vaso de Bloody Mary.

— Tonterías. Es imposible que Benjamin prefiera a esa sosa Hufflepuff por encima de mí. — Pero así había sido. Daphne había pasado el curso anterior detrás de Benjamin, tratando de llamar su atención sin resultado, pero ese curso había vuelto dispuesta a conseguirlo por cualquier medio. Oh, sí. Daphne Zabini había vuelto más Slytherin que nunca.

— Daphne, tal vez deberías empezar a pensar en otros chicos.

— Pero a mí solo me interesa Wallace.

— ¿Por qué? — preguntó escéptica Rose. Se temía cuál sería la respuesta de su amiga y la mirada derrotada de Alexis le dijo que no era la única.

— Es un Rey. Y los Reyes y Reinas debemos estar juntos. Es algo así como una tradición.

— Mi primo James también es Rey. Y de Gryffindor. — la mención de la casa de los leones no había sido casual. Los Gryffindor había pasado a ser los más populares desde el término de la Gran Guerra. Slytherin, por el contrario, no había salido tan bien parada en el reparto de popularidad. El número de gente seleccionada para la casa de las serpientes era cada vez menor, aunque se había recuperado un poco al respecto al recibir entre sus filas a Rose Weasley y a Albus Potter, dos de los hijos de los "Héroes" del Mundo Mágico.

— ¿En serio me estás proponiendo que salga con el mujeriego-estúpido-ególatra…. He mencionado ya M-U-J-E-R-I-E-G-O de Potter? — "Vale, tal vez la mención de James no haya sido muy acertada", pensó Rose al ver como su amiga la fulminaba con la mirada como si quisiera verla varios metros bajo tierra.

— ¿Y Scorpius? — intervino Alexis para apaciguar los ánimos. — No es Rey pero es el Príncipe de Gryffindor. Está solo un escalón por debajo.

— ¡Puaggghh! Fingiré que esas palabras jamás salieron de tu boca, Alexis. Scorpius es como mi hermano y solo de pensar en besarle me entran arcadas. No, tiene que ser Benjamin.

— Entonces tiene que haber algo que te guste de él, además de que es Rey de Ravenclaw.

— Viene de un linaje mágico muy antiguo. —empezó, pero al ver como sus amigas la fulminaban con la mirada, se rindió. — Está bien, está bien. Benjamin es… ¡guapo!

— ¿En serio has tenido que pensar eso durante tanto tiempo, Daph? ¡Wallace es el sueño húmedo de la mitad de Hogwarts! — Daphne se sonrojó. Había pasado tanto tiempo pensando en los chicos como una enorme fila de sombreros entre los que debía escoger al más adecuado de acuerdo a su estilo que había pasado por alto su aspecto físico. A partir de ahora prestaría más atención a ese punto. No quería ir a un elegante baile con su familia acompañada de un chico con entradas u horribles patillas o una nariz enorme.

— Bueno, ese no es el punto, Weasley. Estaba enumerando las cosas que me gustan de Wallace ¿no? Pues es inteligente — ¿por algo era Ravenclaw, no? —. Es Capitán del equipo de Quidditch.

— Daph, odias el Quidditch.

— Es educado.

— A mí me parece que meterle mano descaradamente a Dobbs delante de todo el alumnado no es una actitud demasiado educada, Daphne.

— Viste exquisitamente.

— Vamos Daph. Todo lo que dices sería obvio para cualquiera de este comedor. ¿Cuál es su color favorito? ¿Cuál es el gesto que hace que te parece más adorable?

— Yo…

— Venga ya Daph. Llevas un año detrás de él y ni siquiera te has fijado en algo tan básico como eso. No estás realmente interesada en Wallace.

— ¡Por supuesto que sí! No hay nada que desee más que tener a Benjamin Wallace comiendo de mi mano.

— El que habla es tu orgullo herido Daph. No te sentirás satisfecha hasta haberles demostrado a todos que nadie se resiste a la gran Daphne Elizabeth Zabini. Deberías desistir. Él parece feliz con Emma. — Rose sabía que sus palabras eran duras, pero necesarias. Y Alexis jamás tendría la valentía suficiente de decirlas.

— ¡En Halloween Benjamin Wallace será mi pareja y no hay más que hablar! — Daphne dio un fuerte golpe en la mesa al dejar su copa y salió disparada del Gran Comedor bajo la atónita mirada de alumnos y profesores.

Alexis y Rose se miraron consternadas. Ambas temían por el final de esa historia. Sin embargo, no tuvieron mucho tiempo para hablar de ello porque una lechuza de brillante plumaje negro se paró frente a Rose, con una carta en el pico. No se trataba de uno de los ejemplares de la lechucería; ninguno era tan hermoso como ese. Después de darle una chuchería, cogió el mensaje.

— ¿Quién la envía? ¿Qué dice?

— "Estimada Señorita Weasley; deseo verla en mi despacho después de las clases. Un saludo, Horace Slughorn."

Ambas amigas se miraron de hito en hito, haciéndose la misma pregunta. Pero fue Alexis la que se decidió a ponerle voz a sus pensamientos.

— ¿Por qué te ha citado el Jefe de nuestra casa, Rose?


Refunfuñando, Daphne consiguió salir del Gran Comedor con experta agilidad, esquivando cuchicheos indeseados. Con los que iban a circular ya por Hogwarts sobre el romance de Benjamin y Emma y el pobre corazón roto de la Reina de Slytherin tenía más que suficiente. Pero lo cierto es que le dolía, y mucho. No le molestaba mucho el que estuviera con Dobbs, lo que la hería era haber aguantado tantos desplantes del chico durante un curso entero como para que encima ahora se burlara de ella ante todo el Gran Comedor. Sin poder evitarlo, un sollozo escapó de sus labios y, por mucho que trató de aguantar, algunas lágrimas escaparon de sus ojos, avergonzándola todavía más. "Ese sin duda sería un buen titular" pensó ella con una carcajada sarcástica, "Reina de las serpientes se derrumba en un solitario pasillo de Hogwarts". Tan concentrada iba en sus pensamientos que no vio el imponente cuerpo masculino que iba hacia ella a gran velocidad. Con estrépito, ambos cayeron al suelo, ella debajo y cubierta completamente por el cuerpo de él en un enredo de piernas y brazos.

— ¡Potter! — gritó Daphne, horrorizada. Él entrecerró los ojos con fría curiosidad, sin dejar de observarla. Una media sonrisa burlona apareció lentamente en sus labios, mientras veía a la Slytherin revolverse tratando de escapar del capullo que había creado su cuerpo.

— ¿Estás llorando? — Daphne se puso tensa, a pesar de que se le había secado la boca y el corazón le latía con fuerza. — ¡Vaya! Esta sí que es toda una sorpresa. ¡La Reina de Hielo tiene sentimientos! —James esperó unos segundos por una de las afiladas respuestas de la Slytherin, pero ni una sola palabra salió de sus labios. Ella había decidido ignorarle, a pesar de la dificultad de tal acción al estar sus rostros a apenas unos centímetros. Y, aunque su ego no salía muy bien parado de tal acción, también era cierto que le daba el lujo de contemplarla por primera vez de cerca. Su cuello, largo y elegante como el de un cisne, sostenía su cabeza en un ángulo orgulloso. Los densos y ondulados mechones de sedoso ca bello castaño que se habían soltado con todo el revuelo, contrastaban con el cutis cremoso y resplandeciente, derramándose sobre la fría piedra del suelo. Su rostro, un óvalo perfecto con ojos oscuros y nariz suavemente inclinada, era un ejemplo de perfección clásica. De improviso, sus grandes ojos se volvieron hacia él, y una ligera sonrisa burlona fue esbozada en sus carnosos labios. Y él solo fue capaz de pensar en que, a pesar de que la conocía desde hace seis años, nunca se había fijado en que sus ojos no eran negros sino de un intenso verde musgo.

— ¿Ves algo que te guste, Potter?

— No particularmente, Zabini. —Daphne no comprendía por qué, pero ese comentario le había dolido. Era la segunda vez en menos de una hora que la hacían sentir rechazada.

— ¡Maldita sea, quítate de encima de una buena vez! — espetó empujándole, echa una auténtica fiera. James tuvo que morderse la lengua para evitar gemir al sentir sus cuerpos en contacto y, desconcertado, se fijó en la figura de la mejor amiga de su prima. ¿Desde cuándo tenía esas curvas? Era innegable que la única hija del matrimonio Zabini siempre había sido una belleza alta y delgada, pero con el aspecto espigado de la adolescencia. Sin embargo, ahora era poseedora de unas increíbles curvas. Al posar los ojos en el busto de la morena, su temperatura corporal se incrementó varios grados. Sin embargo no pudo disfrutar mucho más de las vistas, pues Daphne había aprovechado su distracción para quitárselo de encima de un fuerte empujón. Se puso de pie inmediatamente, limpiándose el uniforme. James sonrió. La primera sonrisa sincera que ella conseguía sacarle en el tiempo que se conocían.

— Está bien, Potter. Hablemos de negocios.

— ¿De negocios? — preguntó desconcertado.

— No te hagas el tonto. ¿Cómo quieres que me humille para evitar que divulgues el estado en el que me has encontrado? — James la miró, repentinamente serio. Se reprochó así mismo que le hubiera dolido el que Daphne pensara así de él. Reconocía que se lo había ganado a pulso. Él mismo había buscado ese resultado, y no pensaba dejar por los suelos su reputación.

— Dime por qué llorabas. —dijo cruzándose de brazos.

— Púdrete, Potter. Prefiero que divulgues que me has visto llorando a que tengas en tu poder una información que puedas usar en un futuro contra mí. — dijo moviendo sus pies en dirección contraria a James.

— De acuerdo, Parkinson. Me conformaré con un beso. — Al ver que ella no reaccionaba, alzó una ceja, molesto. — ¿Y bien, Zabini? Estoy conteniendo la respiración a la espera del pago por mi silencio.

— Oh, muy bien —murmuró ella—. Acabemos de una vez.

Daphne se acercó lentamente a él y, a pesar de su casi metro setenta, tuvo que ponerse de puntillas para quedar a su altura. El corazón le latía a toda velocidad, mientras que él parecía totalmente sereno. Se inclinó más armándose de valor, vacilando a medida que se acercaba a él, hasta que sus labios quedaron a escasos centímetros de los de James.

— Podrías cooperar — refunfuñó Daphne

— Me parece que no, Zabini. Resulta mucho más placentero verte así de aturdida.

Ella entrecerró los ojos. Haciendo caso omiso a las palabras de Potter con un enorme esfuerzo de voluntad, salvó la distancia que los separaba y lo besó en la boca con decisión. Un instante después se separó con las mejillas sonrosadas e incapaz de ocultar el brillo del triunfo en sus ojos.

James la observó con escepticismo, cruzando los brazos sobre su amplio pecho.

— Creía que habíamos quedado en que ibas a besarme.

— Yo... acabo de hacerlo. —dijo ella aturdida.

— No.

— ¿Qué quieres decir? ¡Te he besado! —Sus mejillas pasaron del color rosado al rojo mientras James se echaba a reír.

— Querida Daphne. Tanto tú como yo sabemos que la información de la que dispongo vale su peso en oro entre estos muros. No puedes darme un beso como el que acabas de darme y decir que es justo. Las normas son las normas, y tanto tú como yo las conocemos de sobra. Quiero un beso de verdad, a menos que quieras pasar a ser conocida como "la llorica más grande que ha pisado Hogwarts". Aunque en cierto modo me da algo de pena. Le quitarías el puesto a la pobre Myrtle, que lleva más de sesenta años llorando como una magdalena para conseguir tan ansiado puesto. — dijo burlón y con una sonrisa torcida made-by-Potter. Daphne se quedó boquiabierta de indignación.

— Es el único beso que te voy a dar.

Él se tomó a burla sus palabras y apartó la vista, rascándose la mejilla.

— Y pensar que por Hogwarts se te consideraba una gran besadora. — James sabía que se estaba metiendo en aguas pantanosas, pero no pensaba dejarlo después de haber llegado tan lejos.

— ¿Qué se supone que has querido decir? — James se encogió de hombros, apoyándose en la pared.

— Que acabas de destrozar mi teoría. Pensé que besar a una chica que parecía tener más de una neurona funcionando sería mucho más placentero.

— ¿Ah, sí? ¿Y con quién se supone que estoy compitiendo? — dijo ella, entrecerrando los ojos. No se creía ni una sola palabra.

— Con Emma Dobbs, desde luego. La chica tiene lo suyo, pero no destaca precisamente por su inteligencia.

Daphne se cruzó de brazos y se contuvo, mirándolo fijamente. Le habría lanzado su mejor mocomurciélago si supiera en qué maldita parte de su bolso se encontraba. Y mientras los ojos de James esbozaban una sonrisa arrogante, sabiendo que había dado en el clavo y evitado cualquier intención que tuviera ella de escapar, que eran muchas. Porque Daphne no pensaba cederle ni un milímetro más de terreno a la zorra de Dobbs, aunque el asunto en disputa fueran Potter y un maldito beso.

Mientras pensaba en su siguiente movimiento, Daphne sacudió la cabeza con altiva indiferencia y se llevó las manos a la cintura.

— El caso, Potter, es que nunca doy besos de verdad a los chicos que no conozco.

— Esa es la excusa más pobre que he oído en mi vida, Zabini. Ahora creo que también debo disentir en haberte elegido como alguien con cierto grado de inteligencia. — Daphne estuvo a un paso de echársele encima y no para comerlo a besos precisamente. — Vamos Zabini; llevamos tratándonos cuánto ¿Seis años? Y estás sugiriendo que no me conoces.

— Está bien Potter, tú ganas. Vas a tener el privilegio de saber de primera mano cómo es un auténtico beso de la Reina de Slytherin.

Cuando se inclinó hacia él por segunda vez, el corazón le latía más rápido debido a la adrenalina que le había provocado la disputa verbal.

Posó su mano ahuecada sobre la mejilla de James, vislumbró sus ojos ardientes antes de cerrar los suyos, y a continuación acarició su boca con sus labios y le dio un beso que hizo que todo a su alrededor desapareciera. Hogwarts, la guerra entre casas e incluso sus nombres, quedaron en el olvido.

Él tenía la boca caliente y sedosa, su suave piel ardía bajo el roce de ella. Daphne acarició su pelo oscuro y lo besó más profundamente, apretándose contra él. James le rodeó la nuca con la mano y la aferró con firmeza y suavidad cuando ella abrió los labios y le dejó su sabor. Él respondió de forma apasionada aunque conteniéndose para no asustarla, embriagándola hasta prácticamente hacerla temblar de placer. Finalmente acabó de besarla de forma lenta y suave y la soltó.

Daphne se alejó, aún aturdida por las sensaciones que el beso había provocado en ella. Tenía los labios hinchados y húmedos, las mejillas sonrosadas, y su pecho subía y bajaba rápidamente intentando recuperar el aire. El cabello de Potter estaba revuelto, su camisa arrugada, y el intenso deseo que leyó en sus ojos oscuros le transmitió su necesidad por abalanzarse sobre ella. Lejos de asustarla, la emocionó. Por primera vez en sus casi dieciséis años de vida, se sentía deseada.

Pero en un segundo desechó esos estúpidos pensamientos, volviendo a crear una máscara de indiferencia. Estaba hablando de Potter, por Merlín. El chico que la había estado torturando desde que se conocieron.

FLASHBACK

Daphne recorrió la brillante locomotora roja de punta a punta. A sus once años, todo lo que veía le parecía increíble y mágico. Aunque se tratara solamente de una anciana tirando de un carrito con dulces o un prefecto con la imponente "P" dorada enganchada a su uniforme.

Con la poca fuerza de la que disponía, iba arrastrando un enorme y pesado baúl. Sabía que tenía que haberse detenido en cualquiera de los compartimentos que había ido dejando atrás progresivamente, para tener un sitio para ella y sus cosas más tarde, cuando se cansara de su exploración; pero había estado tan entusiasmada con todo que se había negado a sí misma el detenerse y descansar. Y ahora que ya había finalizado su pequeña excursión, no tenía donde descansar.

Empezó a abrir los compartimentos uno a uno, comprobando que estaban completos o que sus ocupantes eran chicos mayores que la miraban como si fuera una hormiga a la que pisotear. Sin embargo, cuando estuvo más o menos a mitad del tren, se detuvo al ver que un niño rubio y otro moreno, llevaban entre sus manos la jaula de una lechuza increíblemente parecida a la que había dejado al fondo del último vagón de carga, siendo incapaz de llevarla consigo a lo largo de su paseo.

Abandonando el baúl a un lado, corrió hacia ellos, indignada.

— ¡Soltad ahora mismo a mi lechuza! — los dos niños se miraron entre ellos.

— No es cierto. La hemos encontrado aplastada entre cajas. La pobre estaba sufriendo. Nosotros la hemos ayudado y por tanto, ahora es nuestra.

Daphne soltó un bufido antes de sacar la varita. Había estado practicando algunos hechizos y estaba dispuesta a usarlos si hacía falta.

— Por última vez os pido amablemente que me devolváis mi lechuza. Si no, ateneos a las consecuencias.

— Lo siento. No pienso devolver una lechuza tan bonita a una niñata que no es capaz de cuidarla como debe. En menos de una semana en tus manos la matarías. —dijo el moreno.

— ¡Desmaius! — James, entre divertido y gratamente sorprendido, lo esquivó con relativa facilidad. Al menos debía reconocer que era valiente al enfrentarse a dos chicos mayores que ella. — ¡Aguamenti! —James, distraído mirándola, acabó empapado, para deleite de su mejor amigo Teddy, quien empezó a reír y a aplaudir a la bonita chiquilla. Indignado, vio como ella sacaba a la lechuza de la jaula, colocándosela cariñosamente sobre el antebrazo. Cuando se dio la vuelta, James aprovechó para atacarla.

— ¡Diffindo! — una cortina de largos y densos mechones oscuros cayó al suelo.

— James, te has pasado— murmuró Teddy a su lado, mirándolo con reprobación. Sí. Incluso él se maldecía a sí mismo por su estupidez.

Daphne solo podía mirar los largos mechones que había caído como una preciosa alfombra sobre el suelo. Llevaba años sin cortarse el pelo excepto para sanearlo solo para ahora ver su larguísima melena destruida en apenas unos instantes. Sintió unos pasos acercarse a ella y una mano posarse sobre su hombro, que temblaba por la tensión de contener las lágrimas. Y en ese momento, como una araña que espera pacientemente sobre la red a la próxima mosca incauta que se posara sobre ella, Daphne se lanzó contra el culpable de lo sucedido. Ambos cayeron al suelo, ella sobre él, arañándole y golpeándole tan fuerte como la furia que corría por sus venas le permitía.

Al final, un par de prefectos tuvieron que acudir a separarles e imponerles a ambos el primer castigo del año.

FIN DEL FLASHBACK

No. No podría jamás pensar en Potter como algo más que un cretino y un mujeriego, y ni siquiera estaría dudando si no fuera por las palabras de Rose acerca de su primo durante el desayuno.

— Bien, pues supongo que todo ha terminado. —dijo rompiendo el ambiente tenso que se había formado. Y por una milésima de segundo, solo una, deseó que Potter la contradijera. Pero para su suerte o desgracia, eso jamás sucedió. — Yo ya he cumplido mi parte. Ahora espero que tú cumplas con la tuya. — Sin añadir nada más ni dirigirle una última mirada, obligó a sus pies a andar en dirección contraria, alejándose de él. Dejando atrás a un James más aturdido y confundido que nunca.


Al término de las clases Rose, acompañada por Daphne y Alexis, se presentó ante el despacho de Slughorn, en la zona más alta de la torre del reloj de Hogwarts. Tras llamar a la puerta con los nudillos, entro en la imponente sala de líneas duras y elegantes. La luz la proporcionaba un enorme ventanal con vistas al claustro del edificio y mirando a lo lejos, el puente de hierro y el Bosque Prohibido.

Con un gesto de su profesor, un hombrecillo bajito que recordaba a los hobbits del novelista Tolkien con su complexión rechoncha, sus ojillos bonachones con arruguillas, más por su carácter risueño que por su edad, y unos enormes pies, se sentó frente a él. A pesar de su afable exterior, Rose sabía por sus padres que Horace Slughorn era mucho más de lo que mostraba. Era él el que se había ido de la lengua hablándole a Tom Riddle sobre los horrocruxes y con ello, el indirecto culpable de las siete muertes que Riddle necesitó para transformarse en Voldemort.

— Oh, señorita Weasley, no sabe cuánto me complace verla. ¿Le apetece un té? — soltó con alegría en sus pequeños ojillos azules Ella asintió, sabiendo que, si lo que la esperaba era una reprimenda, sería mucho menor si halagaba en todo lo que podía al profesor. — Se ha vuelto usted muy hermosa, si me permite el halago. Espero que este año también sea una asistente más a las reuniones de mi club. ¿Crees que podrías convencer a tu madre para que se pasase por alguna de ellas? Tener una Heroína de guerra en mi club sería la envidia de todos mis colegas.

— Haré todo lo que esté en mi mano, profesor. —aunque Rose no se hacía ilusiones pensando que la respuesta de su madre fuera algo distinto a un rotundo no.

— Así lo espero, señorita Weasley. No me decepcione. —dijo guiñándole un ojo. —Y ahora pasemos a hablar de lo que realmente la ha traído aquí. La tarea que voy a poner en sus manos trae consigo gloria y reconocimiento, pero exige un gran esfuerzo y sobre todo mucha paciencia e ingenio a partes iguales. —Rose se tensó en la silla, mordiéndose el labio con nerviosismo. — El capitán de nuestro equipo de Quidditch, el joven Graham Montague, ha sido trasladado a Dumstrang. Así que el puesto ha quedado vacante y he pensado… que usted sería la candidata ideal para ocuparlo. Si acepta, claro. — Rose se quedó momentáneamente paralizada por la noticia, pero apenas unos segundos después su mente ya estaba dejando volar la imaginación. La Capitana Rose Weasley. Sonaba increíblemente bien en su cabeza.

— Muchas gracias por la confianza que ha depositado en mí, Profesor. Le aseguro que llevaré a nuestro equipo a la gloria.

— Créame cuando digo que confío plenamente en sus facultades para lograrlo. He reservado el campo para realizar las convocatorias de Quidditch en Octubre, si le parece bien, señorita Weasley.

— Me parece adecuado. Así tendré tiempo de habituarme a mis labores como Capitana. —dijo levantándose. No podía esperar más para contárselo a sus amigas.

— Esperaré con ansias el primer partido de la temporada—exclamó el profesor cuando ya salía por la puerta, pero Rose no le prestó atención.

— ¿Y bien? — La interrogó Daphne. — ¿A qué esperas para contarnos que quería el viejo de Slughorn?

— Está bien, si insistís…— respondió Rose, fingiendo desinterés. — ¡Soy la nueva Capitana del equipo de Slytherin!