Titulo: Sonámbula

Paring: Damon/Elena

Sumario: Incluso antes de abrir lo ojos, Elena supo que algo iba mal.

Rating: +13

Autor: Lylou

Aviso: Situado hacía la mitad de la tercera temporada, aunque no contiene ningún spoiler importante.

Disclaimer: No son míos. Si me pertenecieran a mí, no estaría escribiendo esto.

SONAMBULA:

DESPERTAR (Capitulo I)

Incluso antes de abrir lo ojos, Elena supo que algo iba mal.

Era esa sensación familiar en el fondo de su cerebro todavía adormilado, diciéndole que algo horrible estaba a punto de pasar.

Tenia frío y se dio cuenta de que su ropa estaba mojada. Pestañeó un par de veces intentando que sus ojos se acostumbraran a la luz, y entonces se dio cuenta de que no estaba en su habitación. Ni en ningún sitio conocido. Elena estaba tumbada en un pequeño claro del bosque.

No recordaba cómo había llegado ahí. Intentando buscar algo que le resultara familiar recorrió los árboles a su alrededor con la mirada, pero no vio nada. Se levantó poco a poco del suelo húmedo, y notó que estaba descalza y en pijama. Elena miró hacia abajo y vio que solo llevaba puesto uno de sus pequeños pijamas de pantalón corto. La parte de arriba del pijama estaba manchada de sangre.

Empezó a sentirse mareada y se dio cuanta de que quería vomitar, pero se levantó la camiseta del pijama buscado la herida. La sangre no era suya. Además de unos arañazos en los brazos y en las piernas parecía estar bien. La sangre en su pijama estaba seca a pesar de que calculó que llevaba horas tirada en el bosque. Aquello era mucha sangre para que el dueño hubiera sobrevivido; ella lo sabía porque era casi una experta en la perdida masiva de sangre.

Miró sus pies descalzos llenos de pequeños cortes, intentando entender lo que había pasado. Escuchando sólo su propia respiración agitada y los ruidos del bosque. Su pelo oscuro cayó delante de sus ojos como una cortina y ella se lo retiró de la cara. Estaba pegajoso—cómo cuando se dormía llorando y su pelo se mojaba con sus lagrimas—y tenía algunas hojas enredadas.

Le dolía la cabeza. En realidad le dolía todo el cuerpo, cómo si hubiera corrido una maratón pero no lo recordara. Y tenía mucho frío. Vio su aliento flotando delante de ella notó que estaba tiritando.

Elena se abrazó a sí misma intentando entrar en calor y sin saber que más hacer, hecho a andar por el bosque.

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Al cabo de un rato empezó a llover. Las gotas de lluvias golpetearon las hojas y el suelo del bosque, el sonido era casi hipnótico pero Elena siguió caminando cómo pudo, sin dejar de frotarse los antebrazos para crear la ilusión de calor.

Llegó a un riachuelo y vio un grupo de árboles que le resultó vagamente familiar. Estaba en el bosque que rodeaba Mystic Falls. Vio la carretera que llevaba al pueblo y calculó que estaría a unos quince kilómetros de su casa.

Salió del bosque cómo una aparición: pálida, en pijama y cubierta de sangre. Cruzó la carretera casi sin mirar, sintiendo el asfalto rugoso bajo sus pies, y entró en el bar que había al otro lado.

Un día normal, un día cualquiera en la vida de Elena Gilbert, ella nunca hubiera entrado en aquel lugar. Pero hoy no era un día corriente. No. Hoy se había despertado en mitad del bosque sin recodar cómo había llegado hasta ahí.

Todas las cabezas del bar se giraron al verla entrar. Se dio cuenta mientras caminaba hacia la barra de que todos los clientes eran hombres, pero no era momento de ser quisquillosa. Así que Elena se acercó a la larga barra de madera, y tragó saliva.

-¿Puedo usar su teléfono? Necesito ayuda.

El hombre al otro lado de la barra la miró con curiosidad; por un segundo Elena pensó que él mismo iba a ofrecerse a ayudarla, pero en vez de eso sonrió cómo si ella hubiera dicho algo gracioso.

-Claro guapa. Lo que tu quieras. –dijo él, sacando un teléfono con cable de debajo de la barra.

Elena masculló un gracias y se aferró al aparato cómo un naufrago a un flotador. Sus dedos pálidos acariciaron la rueda del teléfono, pensando que numero debía marcar.

-¿No recuerdas el numero, guapa? –Preguntó el barman, con una media sonrisa.

Lo recordaba muy bien. Pero pensó antes en todas las demás opciones posibilidades. No porque no quisiera llamarle a él y largarse de ese maldito bar, sino porque imaginó la cara que pondría al verla. De repente, en el fondo oscuro del bar un vaso se cayó de la mesa haciéndose mil pedazos y Elena dio un respingo. Escuchó cómo alguno de los hombres ahí se reía de su reacción, y descolgó el auricular sin dudar. Sus dedos marcaron el numero de memoria, lo hubiera hecho con los ojos cerrados.

-Mas vale que sea importante; estaba durmiendo. –dijo una voz familiar al otro lado de la línea.

-Damon. –su nombre salió de sus labios cómo una exhalación. Cómo si estuviera contenta sólo por saber que él seguía existiendo en esa pesadilla que se estaba siendo ese día.

-Mi especie es nocturna por si no lo sabes, Elena. Tengo que dormir ocho horas cada día o mi atractivo desaparecerá –protestó él desde el otro lado del teléfono.

Elena casi quiso reír. A pesar de que sabia que era imposible, estaba segura de haberle oído sonreír a través del altavoz.

-¿Estás otra vez en peligro mortal o solo me hechas de menos? –Preguntó él.

-Yo…necesito que vengas a buscarme.

Su voz sonó débil cuando habló y ella se odió por eso, pero supo que Damon ya no sonería al otro lado del teléfono.

-¿Donde estás?

Eso era todo. Dos palabras y Elena supo él ya estaba cogiendo su coche para salir a buscarla. Le hubiera gustado darle las gracias por no hacer bromas, decirle que sentía haberle despertado, pero no pudo.

-En un bar en la carretera, a unos quince kilómetros del pueblo –dijo ella con un nudo en la garganta-. Tiene mala pinta.

-Lo conozco. Estaré ahí en diez minutos.

Aunque estaba de espaldas, Elena sintió las miradas de los clientes en su piel y agarró el auricular del teléfono con más fuerza.

-Mejor que sean cinco –dijo ella.

Damon colgó y al otro lado del teléfono se hizo el silencio otra vez. De pie en mitad de ese lugar, mientras todavía sujetaba con fuerza el auricular pegado a la oreja, a Elena le pareció que volvía a estar sola en el mundo cuándo su voz desapareció.

-Gracias –le dijo al barman que no se había dignado a alejarse para dejarla hablar.

-Cuando quieras, guapa –dijo él, guiñándole un ojo.

Elena volvió a abrazarse a sí misma, intentando darse calor y protegerse inútilmente de las miradas indiscretas, y caminó hasta la puerta. Sintió cómo la observaban hasta que salió del bar y escuchó un par de risas.

Sin saber que más hacer, se sentó en la acera hecha un ovillo. El suelo estaba mojada y fría, pero era mejor que estatera dentro.

Volvía a llover. Su pelo estaba empapado y caía en mechones oscuros que se pegaban a su cara. Elena se miró las manos y vio que sus palmas estaban cubiertas de arañazos y cortes. Además la mayoría de sus uñas estaban rotas y llenas de barro, cómo si hubiera estada cavando en la tierra mojada.

Cinco minutos después el Camaro azul de Damon frenó en secó delante del bar. Sin molestarse siquiera en apartarlo de la mitad de la carretera, Damon se bajó del coche y caminó hasta ella. Elena miró hacía arriba y se dio cuenta de él parecía mucho más alto desde donde ella estaba, casi cómo un gigante.

-¿Puedes caminar? –preguntó él.

Elena pestañeó; no esperaba esa pregunta.

-S-si.

Se levantó despacio y volvió a sentir el dolor en sus miembros, cómo si se hubiera pasado la noche corriendo. Damon la estudió sólo durante una milésima de segundo, y ella vio cómo algo cambiaba en sus ojos azules. Conocía muy bien esa mirada. Era la mirada que ponía Damon justo antes de matar a alguien.

-La sangre no es mía –murmuró Elena, intentando no sonar preocupada.

-Lo sé.

Sin esperar a su respuesta, Damon se quitó la cazadora de cuero y la puso sobre sus hombros. Elena seguía teniendo frió, pero la sensación de estar medio desnuda y expuesta despareció.

-Vámonos.

Y por la forma en la que lo dijo, Elena supo que no había discusión posible.

Cuando ella subió al coche, Damon cerró la puertecilla del copiloto pero aun así Elena se dio cuenta de la mirada que lanzó a los clientes del bar, y tragó saliva. Elena se preguntó si alguno de ellos volvería a casa aquella noche.

Damon condujo en silencio de camino a su casa. Ni una pregunta, ni una broma. Nada. De vez en cuando le lanzaba alguna mirada de soslayo mientras ella se hacía más y más pequeñita en el asiento del copiloto.

"Todo sería más fácil si hiciera una de sus estúpidas bromas. Pero no." Pensó Elena, intentando no mirarle. "Ha elegido el peor momento para portarse bien. Típico de Damon; fastidiándolo todo incluso cuando es bueno."

Ella suspiró y subió la calefacción del coche todavía más. Vio que Damon se movía incomodo en su asiento y recordó que a los vampiros no les gustaba el calor, así que subió el termostato todavía un poco más.

-¿No vas a preguntarme que me ha pasado? –dijo ella, cuando ya no pudo aguantar más el silencio.

Damon frunció los labios como hacía siempre que estaba enfadado.

-¿Por qué? ¿Acaso vas a contármelo?

Elena le miró sorprendida. No es que esperase que Damon le diera un abrazo reconfortante y le dijera que todo iba a estar bien—porque eso no era Damon. Ese era Stefan—pero aun así, había esperado algo más de compresión por su parte, al fin y al cabo estaba teniendo uno de los peores días de su vida. Y eso, siendo Elena Gilbert era mucho decir. Así que se cruzó de brazos en su asiento yresopló.

-No frunzas el ceño o esa preciosa cara tuya se llenará de arrugas –dijo él.

-Mi cara, mi ceño y todo lo demás mío, no es asunto tuyo.

Pero Elena se arrepintió casi al momento de lo que acababa de decir; al fin y al cabo, Damon había ido a buscarla y lo único que estaba haciendo era darle algo de espacio. A su manera incomoda y retorcida, claro.

-No recuerdo lo que me ha pasado –susurró Elena-. Me desperté en el bosque hace un rato pero no se cómo llegué allí. Y no se porque estoy cubierta de sangre.

Por fin Damon pareció reaccionar aunque no dijo nada, pero Elena vio cómo sus manos se aferraban al volante del Camaro hasta que sus dedos se volvían aun más pálidos.

-¿Has oído lo que he dicho? No recuerdo nada de lo pasó anoche.

Pero él no dijo nada, sólo continuó mirando al frente. Sus ojos imposibles fijos en el asfalto mojado. Solo ahora Elena empezaba a ser consciente de que no tenía ni un solo recuerdo, y eso la asustó más que ninguna otra cosa. Volvió a mirar su pijama manchado de sangre.

-¿De verdad no te importa lo que me haya pasado?

Entonces Damon pisó el frenó sin previo aviso y el coche se paró en secó. Si ella no hubiera llevado puesto el cinturón de seguridad habría salido disparada por el parabrisas. Damon se giró hacía ella y puso sus manos a ambos lados de su cara.

-Escúchame bien Elena, porque sólo lo diré una vez. Da lo mismo lo que haya pasado, si alguien te ha hecho esto le arrancare el corazón y se lo haré tragar. Sea humano, vampiro o Santa Claus ¿Está claro? Así que no te atrevas a decirme que no me importa.

Elena tragó saliva. De repente ya no se acordaba de que le dolía la cabeza, lo único que podía sentir eran sus manos de hielo en su cara y la respiración agitada de Damon removiéndole el pelo. Asintió en silencio, él la dejó ir y ella volvió a recostarse en el asiento.

La lluvia martilleaba contra la carrocería del coche haciendo un sonido metálico. Elena ya no temblaba aunque aun teñía frío, miró a Damon de reojo.

-¿Matarías a Santa Claus por mi?

Casi se le escapó una sonrisa cuándo vio la expresión perpleja de Damon.

-Si; odio a ese gordinflón pervertido. Además, ya sabes que soy un cerdo sin corazón –dijo él por fin.

Elena se envolvió mejor dentro de la cazadora de Damon—que olía igual de bien que él—y le lanzó una mirada de gratitud.

-Lo sé.

Y ya ninguno de los dos dijo nada hasta que llegaron a la mansión de los Salvatore.

Continuará