Disclaimer: Nada relacionado con Harry Potter es mío.

Notas preliminares: Este fic es algo así como una reescritura de un fic que terminé hace tiempo y del que prometí una segunda parte, cosa que nunca llegó. El fic en cuestión se llama "El efecto Imperius" y, aunque considero que quedó decente, hay cosas que, en retrospectiva, no me gustaron, como involucrar demasiado a los muggles en algo estrictamente de magos. En esta ocasión voy a tomar algunas cosas de ese fic y mejorar otras, como la relación entre Harry y Hermione, cambiar varias cosas del argumento y pulir otras. Los capítulos serán más cortos para que no sea un dolor en el trasero leerlos. Y, lo más importante, no dividiré la historia en dos partes, cosa que cuando lo termine, sea, en efecto, el final.

Un saludo.


31 de julio

Prólogo

Dos sujetos se acercaban a la casa. Sabían que era aquella porque había otra persona interesada en llegar allá. Sin embargo, a diferencia de ese individuo, ninguno de los dos debía ser visto por otras personas. Aquello era crucial.

La misión era simple; esperar y luego ejecutar una extracción. La inteligencia que ambos disponían les había apuntado a esa casa y a ese momento. Aunque había mucha sombra y poca gente, ninguno de los dos tomó riesgos. Usaron un encantamiento desilusionador y se parapetaron detrás de una taberna cercana, observando atentamente lo que estaba a punto de ocurrir.

—¿Y qué pasa si tratamos de evitar el asesinato?

—No digas tonterías —murmuró el segundo hombre, tomando por los hombros al primero para sostenerlo e impedir que cometiera una tontería—. La idea es que ese idiota haga lo que debe hacer. Recuerda que tenemos muy poco tiempo para hacer la extracción, porque el lugar no tardará en llenarse de mirones. Ya sabes cómo somos los magos de diligentes.

—Pero…

—Pero nada. Nuestras órdenes fueron claras, ¿o ya no lo recuerdas?

—De acuerdo, de acuerdo.

El individuo de la túnica negra entró en la casa y los dos hombres se dieron cuenta que su presencia había tomado a los dueños de casa por sorpresa. Hubo unos pocos destellos de luz, luego, se pudieron escuchar los gritos de una mujer antes que reinara el silencio. Uno de los sujetos escondidos detrás de la taberna tragó saliva. Tuvieron que pasar varios minutos para que algo sucediera en la casa. Ambos hombres vieron algo que les robó el aire de los pulmones, pero también supieron que el turno de actuar había llegado. Notaron que las luces de las casas aledañas se encendieron una por una. Tenían menos tiempo del previsto para llevar a cabo la extracción.

—¡Vamos! ¡No hay tiempo que perder!

Y ambos sujetos corrieron en dirección a la casa, la cual había quedado parcialmente destruida. Ignorando los cadáveres de los dueños de casa, los intrusos subieron al segundo piso y hallaron exactamente lo que esperaban encontrar.

—¿Tienes una bolsa?

—Claro que tengo una, idiota.

Los dos hombres salieron de la casa con unos pocos segundos de sobra. Se parapetaron en el mismo lugar, buscando recuperar el aire y la calma. El hombre que llevaba la bolsa no parecía muy dispuesto a tratar su contenido con demasiado cuidado.

—Tuvimos suerte.

—Esos malditos vecinos no puede dejar pasar un chisme.

—O en este caso, un asesinato.

—¿Sabes dónde debemos entregar el paquete?

El primer hombre rodó los ojos.

—¿Acaso no recibiste las instrucciones? ¡Estabas conmigo!

—Es que soy un poco olvidadizo.

—¿Y por qué mierda aceptaste la misión entonces? —Hubo un rato de silencio en el que el segundo hombre se limitó a encogerse de hombros—. Bueno, a estas alturas ya no importa. Sé exactamente dónde debemos entregar el paquete. Vamos, tenemos que hallar un lugar seguro para desaparecer.

—¿No lo podemos hacer aquí?

—Sí, pero en las afueras del pueblo será más seguro.

Dando un tremendo rodeo por las calles del pueblo, ambos hombres se aseguraron que nadie los viera. De todos modos, aun con el encantamiento desilusionador, un mago razonablemente inteligente podría darse cuenta del engaño. Había mucho en juego para que se permitieran correr riesgos, aunque fuesen mínimos.

Cuando los dos estuvieron a unos cien metros del pueblo, suspiraron de alivio y, tomando el paquete con firmeza, desaparecieron al mismo tiempo. El estampido pasó desapercibido entre el jaleo que se había formado cuando los vecinos vieron lo que había ocurrido en esa casa.

En Londres, los dos hombres aparecieron frente a una casa que parecía pertenecer a algún terrateniente, aprovechando que era de noche y que casi nadie paseaba a esas horas. El primero hombre dejó al segundo como vigía y tocó a la puerta. Tuvieron que pasar varios minutos para que el dueño de casa le atendiera. Sin embargo, su expresión no era la de alguien que hubiera sido despertado de manera súbita, sino la de alguien que estuviera esperando algo con ansias.

—Buenas noches, señor Henderson —dijo el hombre que tenía el paquete—. Vengo a decirle que la misión fue todo un éxito. Tengo lo que le prometí.

Y le tendió la bolsa al señor Henderson con cuidado, quien la tomó como si fuese lo más preciado que hubiera tenido en toda su vida.

—¿Recuerda lo que le pedí a cambio?

—Sí, lo recuerdo, pero, ¿no cree que es muy poco lo que pide por semejante favor?

—Créame, es de una importancia superlativa.

—Voy a tomar su palabra —dijo el señor Henderson como dudando de la sanidad mental de su interlocutor. A continuación, entregó un trozo de pergamino en el que parecía haber algo escrito y luego estrechó la mano del hombre frente a él—. No sabe cómo nos ha ayudado con este problema. ¿Está seguro que no quiere compensación monetaria por esto?

—Nuestro empleador se hará cargo de eso, así que no se preocupe —dijo el sujeto, mirando un rato el paquete antes de volver a estrechar la mano del señor Henderson—. Asegúrese que haga un buen trabajo. En caso contrario, habrá consecuencias que ninguno de nosotros va a disfrutar, en absoluto.

—Descuide, nos ocuparemos del asunto de la mejor manera.

—Voy a tomar su palabra —dijo el sujeto, retrocediendo un paso hacia la calle—. Buena suerte, señor Henderson.

El aludido alzó una mano en señal de despedida y el hombre se alejó de la casa y juntándose con su compañero.

—¿Cómo te fue?

—De acuerdo al plan. Bueno, ya no tenemos nada más que hacer aquí. Nuestro empleador debe estar ansioso. No lo hagamos esperar mucho.

—Tienes razón. Nos hemos ganado la recompensa.

Y ambos hombres se alejaron hacia el centro de Londres, imaginando la cantidad de Galeones que irían a recibir por sus esfuerzos.