Hii. Bueno, aquí, probando con un fic de HP que tenía muchas ganas de escribir.
Esta será una nota de autor un poco extensa, porque quiero aclarar unas cuantas cosas antes de comenzar. Pues bien, aquí vamos:
1) El fic no contendrá Slash, (yaoi, para quienes están acostumbrados a este término) y para quienes no estén acostumbrados, esto significa que el fic no tendrá tendencias homosexuales. Es decir, no habrá relaciones de hombrexhombre. Y creo que eso es todo, espero que les guste.
El que me conoce sabrá que no tengo nada en contra de esto, es más, mis demás fic son todos yaoi, pero no se me da muy bien con la saga de Rowling.
2) Nunca antes había hecho un fic en la época de Harry, así que sepan perdonarme y avísenme en los errores, esto es algo que les pido muy encarecidamente, para poder mejorar.
3) El fic transcurre en el 5to curso de Harry y estoy evitando poner spoilers, al menos muy evidentes. No irán a cazar horcruxes ahora xD
El regreso
I
El firmamento muestra un furioso color azul, y las estrellas no brillan, el viento despeina las hojas y las hace bailar sobre las grises aceras. Gracias al reflejo de la luna llena, las nubes, aglomeradas y altaneras, brillaban y se veían grises.
Siquiera el viento se atrevía a hacer el menor ruido, y entre el remolino de hojas y basura que hacía bailotear, no se atrevía a remover siquiera un centímetro de tierra. Porque aquella no era tierra cualquiera, y por debajo de ella, no cualquiera era quien descansaba. Pero no por mucho tiempo.
La tierra pareció removerse de pronto y el cielo se oscureció aun más. Las nubes se disiparon cuando el viento comenzó a rugir con más furia. Taparon la luna y todo quedó a oscuras durante un minuto.
…
Estimado Harry:
Cosas curiosas ocurren a veces, como el hecho de que encontré en mi pensadero el recuerdo de mi grajea con sabor a vómito, esa que comí en mi juventud.
Supongo que los recuerdos se desentierran solos, hay que recibirlos calurosamente y dejarlos partir cuando deban hacerlo.
Espero estés pasando unas agradables vacaciones de verano, pero he pensado –teniendo en cuenta algunos datos- en que quizás te gustaría ayudarme con un –o más de un, valga la redundancia- asuntillo que me inquieta.
Espero tu respuesta.
Atentamente,
Albus Dumbledore.
PD: Enviaré a un viejo amigo por ti esta tarde a las 5 en punto. Estate atento.
Harry buscó con la mirada el reloj más cercano y comprobó, no sin una sonrisa, que eran 4: 30. Se apresuró a responder, pero se dijo que era en vano, pues fuera cual fuera su respuesta, el profesor Dumbledore parecía dispuesto a ir por él.
Comenzó a hacer a toda prisa su baúl, guardando túnicas, cartas, pergaminos, calderos y libros. Ató la respuesta que había caligrafiado apenas unos minutos antes, la ató en la pata de la gran lechuza soberbia que portaba el escudo de Hogwarts y la vio salir de la ventana velozmente.
Guardó sus tareas a medio terminar, sus calcetines y buscó su varita entre sus ropas. Quitó de la tabla suelta de debajo de la cama, las tartas que la madre de Ron le había enviado, las ranas de chocolate que Sirius había obsequiado con su última carta y golosinas sin azúcar que Hermione –porque sus padres son dentistas- le había regalado en un intento de animarlo un poco después de la muerte de Cedric.
Hacía días que no recibía señal de Hermione y Ron, pero aquello no lo había alarmado realmente. Había intentado distraerse haciendo sus deberes, pero aún así, se sentía terrible. La culpa por la muerte de Cedric Digory aún lo carcomía por dentro, y el muchacho aparecía en sus sueños cada noche.
Duddley ya se había burlado de él por ello.
Pero no era momento para pensar en eso: Saldría de allí esa tarde, en media hora. Era fantástico.
Se dejó guiar por la euforia, arrojando cantidades de cosas en su baúl, bufandas y guantes, ropa limpia y otra tanda no tan limpia. Las golosinas de Hedwig, su lechuza, y retazos de pergamino, una lapicera –por el mero capricho de llevarla-, un peine y varias plumas de águila. Un tintero que reposaba sobre el escritorio y…No, nada. Nada más que pudiera llevar y nada que se estuviera olvidando –al menos a la vista-.
Aún faltaban diez minutos, se asomó por la ventana. Aseguró la jaula de Hedwig y se planteó la idea de ir a esperar a la sala.
Esos diez minutos se hicieron eternos. Pronto se hicieron las cinco y cinco; y diez; y cuarto. Y nadie se acercaba por la desierta acera de Privet Drive.
Comenzó a pensar en que quizás todo aquello fuera mentira. ¿Dónde se había visto antes que el mismo Albus Dumbledore le escribiera a un alumno invitándole a pasar una estadía en el colegio durante las vacaciones?
Comenzó a molestarse por el hecho de que pudiera ser una trampa; porque siquiera había cuestionado la credibilidad de la carta, si era o no confiable; quién iría a por él y cómo llegarían a Hogwarts; si es que ese era realmente su destino.
Y claro, cualquier sujeto puede presentarse en el número cuatro de Privet Drive con poción multijugo y hacerse pasar por un conocido de Dumbledore o de él mismo.
Se sentía frustrado. Pero lo que, sin lugar a dudas, más lo enfurecía, era el hecho de que quizás todo aquello fuera mentira y él debiera pasar las próximas cuatro semanas encerrado en Privet Drive, con Duddley riéndose de él y llamando a Cedric con estridentes carcajadas.
Si se atrevía a hacerlo una vez más, fuera por él o por respeto hacia Cedric, juraba que lo golpearía. O peor, debería enfrentarse a su varita.
Había podido vivir esas semanas con Duddley riendo de sus pesadillas por las mañanas y las noches, pero en ese momento, cuando creía haberse librado de ello durante un año y sus castillos en el aire se desmoronaban, no estaba seguro de poder seguir soportándolo.
Lo cierto es que el timbre sonó y lo trajo de regreso a la realidad. Miró el reloj y se asomó por la ventana. Un hombre de cabello ligeramente gris, aspecto cansado y ropa simple, común y corriente –como dirían sus tíos- pero remendada, esperó apaciblemente en la puerta.
Harry bajó a toda prisa las escaleras, corrió a la puerta antes de que tía Petunia le exigiera que atendiera y abrió, así, sin más. Después de todo, Voldemort no sería capaz de aparecerse en Privet Drive a plena luz del día. Y en el hipotético caso de que lo hiciera, el hecho de que tocara el timbre sonaba ridículo.
La imagen de Remus Lupin, su ex profesor de Defensa se presentó ante sí.
–Nos vemos de nuevo, ¿eh, Harry? –sonrió amablemente el hombre. – ¿Cómo estás? Oí lo del Torneo, felicidades. Pero realmente siento lo que sucedió luego.
El muchacho asintió, intentando asimilar todo eso. Y recordó sus sospechas, entonces frunció el ceño.
– ¿Cómo sé yo si realmente es usted? –preguntó el muchacho de 15 años, casi desafiante.
–Muy astuto, Harry. Pues verás, fui tu profesor de Defensa durante tu tercer año en Hogwarts, en mi primera clase te enseñé a luchar contra los Boggarts y el Boggart de Neville Longbottom se transformó en Snape. Pero también te enseñé a utilizar el patronus, ya que oías a tu madre antes de morir –Harry sintió cómo un escalofrío le recorría la espalda- y te mostrabas más vulnerable a los dementotes –hubiera preferido que no le recordara eso, y sintió sus mejillas arder.- Tu patronus corpóreo tiene forma de ciervo y lo utilizaste contra Malfoy cuando éste intentó hacerse pasar por un dementor y luego en el Bosque, la noche que encontramos a Sirius.
Harry asintió.
–Debo admitir que si fuera usted un mortífago, sería uno muy bien informado.
Remus sonrió de lado y asintió. Se lo veía débil.
–No disponemos de mucho tiempo, ¿están listas tus cosas?
El muchacho asintió y entonces Tía Petunia apareció en la puerta.
– ¿Quién es?
–Buenas tardes –se presentó Remus. –Soy Remus Lupin, ex profesor de Harry y como ya estará enterada, vengo por él.
Tía Petunia se puso ligeramente pálida al oír quién era el sujeto que estaba parado frente a su puerta y arqueó una ceja.
– ¿Ah si? Que bueno. –murmuró con indiferencia y desapareció nuevamente tras la puerta, intentando apartarse de Remus, quien se adentró en la casa con un suave "con permiso" y Harry cerró la puerta tras de sí.
Harry fue por su baúl y la jaula de Hedwig, y cuando regresó, el profesor Lupin continuaba allí donde lo había visto por última vez.
–Pues verás, Harry, en un principio se pensó en venir a recogerte mediante escobas, por si el ministerio te sigue el rastro mediante aparición, pero las circunstancias se vieron ligeramente alteradas. Así que nos apareceremos, sujétate de mí. Pero primero, despídete de tu tía.
–No creo que haga falta –sonrió el muchacho, sin pensar en que quizás, y sólo quizás, Remus estuviera pasando un pequeño detalle por alto: uno no se puede aparecer en Hogwarts. Quizás si en Hosmeade.
Desapareció por la puerta de la cocina, volviendo en menos de cinco minutos.
La gorda y grotesca figura de Tío Vernon se hizo visible, cuando el hombre abrió las puertas del garaje para entrar el nuevo auto.
–Ahora sí, sujétate fuerte. –advirtió Lupin; y Harry divisó a Tío Vernon entrando por la puerta, la cual cerró inmediatamente, con sus ojos de cerdito encogidos y más pálido, oliendo que algo allí no era normal.
El muchacho hizo lo que su ex profesor le pedió y pronto sintió como si un cordón invisible lo jalara del estómago hacia abajo, donde el suelo se hizo uniforme y desapareció. Sintió como si viajara a una velocidad incalculable y se sintió mareado. Aterrizaron en una plaza, en un barrio aparentemente muggle.
Harry frunció el ceño: eso no era Hosmeade, tampoco Hogwarts o sus cercanías.
– ¿Dónde estamos? –preguntó el menor.
–Ya lo verás, ya lo verás.
Y caminaron calle abajo, hasta llegar a lo que Harry distinguió como el número 13 de Grinmauld Place. Si Harry fuera un poco más atento o más curioso, quizás hubiera hallado un curioso y hasta gracioso error en la numeración de las casas, pues luego del número 13, la casa que le seguía era la número 11.
¿Sería alguna de esas la casa del profesor Lupin? Comenzaba a pensar en si no sería realmente una trampa; pero antes de poder hacer nada, Remus se fijó que nadie circulara por las calles en ese momento para acercar su varita hacia los ladrillos que separaban la casa número 13 de la número 11. Y por increíble que pareciera, ambas casas comenzaron a separarse lentamente.
Si Harry no hubiera estado tan sorprendido en ese momento, tal vez lo hubiera comparado con el pasaje hacia el Callejón Diagon.
Al cabo de unos minutos, una nueva casa apareció ante ambos y Remus se aproximó a la escalinata y con ayuda de la varita, abrió la puerta.
–Adelante, pero debo advertirte: ten cuidado de no tropezar y no hagas ruido hasta que te lo indique.
Aquella indicación no le gustó demasiado a Harry, pero asintió sin presentar objeción alguna y se adentró en la casa número 12, con Lupin por detrás.
Oyó varios murmullos a lo lejos y evitó observar la estética y cálida decoración del lugar.
Lupin le dio alcance pronto y se adentró por otra puerta, que aparentemente daba lugar a una cocina. Harry entró tras él y sintió cómo todo el mundo dentro –porque sí, estaba poblada- se callaba.
Tragó en seco y pronto distinguió todos –o casi todos- los rostros de quienes ocupaban la cocina.
Los Weasley: Fred, George, Ron, Molly y Ginny, con Hermione; Ojoloco Moody, Albus Dumbledore, una muchacha de sonrisa simpática y cabello color púrpura, un hombre que bien parecía un indigente, un sujeto alto y de piel oscura, Snape, su profesor de pociones en Hogwarts; y Sirius Black, su padrino.
Basta decir que se sintió un poco idiota allí parado, mirando a todos extrañados.
–Aquí estamos. –habló Lupin, en un intento de romper el silencio. Harry se sintió como un niño pequeño, intentando esconderse detrás de su antiguo profesor, avergonzado ante tantas miradas.
– ¡Oh, Harry! ¡He oído tanto de ti! ¡Qué gusto conocerte! Mi nombre es Tonks. –se apresuró a murmurar la joven de cabello púrpura, apresuradamente. Y de la misma forma atropellada de la que hablaba, intentó acortar las distancias entre ambos, tropezando entre Fred y George. En un intento de evitar caer, se sujetó de Hermione, quien no esperaba aquello y empujó a Ron, que llevaba una taza de té, que se cayó entre sus manos, contenido incluido. Se oyó el lamento del pelirrojo y tanto Tonks como Hermione se apresuraron a disculparse, una más azorada que la otra.
– ¡Muchacho! –saludo Ojoloco, estrechándole la mano.
–Profesor Moody…-susurró Harry.
–No me digas así, que al fin y al cabo no llegué a ser tu profesor.
Harry asintió, avergonzado por olvidarlo.
Ron y Hermione lo miraron durante varios segundos, pero antes de que Harry pudiera hacer o decir nada, dos brazos lo estrecharon y lo acercaron contra sí.
–Después nosotros tenemos asuntos que arreglar –murmuraron los gemelos Weasley con una gran sonrisa en el rostro.
Harry vio a Molly Weasley fruncir el ceño ligeramente, mirando en la dirección en la que ellos se hallaban, mientras reñía a Ron por el escándalo que armaba, aun luego de que su madre lo hubiera atendido. O quizás sólo fue su idea.
Como fuera, se sintió estrechado contra un cuerpo desconocido y a la vez tan familiar. Y lo estrechó con fuerza, intentando demostrar lo mucho que lo había echado de menos.
Sirius lucía radiante, nada que ver con la imagen que tenía de él dos años antes.
–Comprendo que todos quieran saludarse y entablar conversaciones, pero bien habrá tiempo para ello. Ahora les pido que me dejen hablar unos minutos con Harry y a la señorita Granger y los Señores Weasley, -dijo dirigiéndose a Hermione, Ginny y Ron- les estaría muy agradecido si preparan una habitación para nuestro estimado huésped y llevaran allí sus cosas. Ah, y por cierto, señores Weasley –ahora se dirigía especialmente a Fred y George –les pediría encarecidamente que me mostraran cómo funcionan esas ingeniosas orejas, pero me temo que eso sería alentarlos a proseguir y, a pesar de que me tiene bastante inquieto, su madre no me lo perdonaría. –murmuró con la mirada brillante. Fred y George sonrieron ampliamente, pasando por alto una pequeña indirecta y su madre, aun con el ceño fruncido los sacó a ambos de la cocina, posiblemente para reñirlos por algo que Harry desconocía; como también desconocía lo que Dumbledore había querido decir con eso de "orejas".
Moody, Tonks y los otros sujetos, que posteriormente Harry conocería como Mundungus Fletcher y Kingsley Shacklebolt, se marcharon a hacer Merlín sabe qué, mientras que en la cocina, sólo permanecieron Sirius, Remus, Harry y el profesor Dumbledore.
Sirius parecía un poco inquieto.
– ¿Voy a buscarlo? –preguntó.
–Calma Sirius, calma. Todo a su debido tiempo…pero mejor sí, ve. –Sirius salió a toda prisa de la cocina. –Remus, me harías un enorme favor de entretener a esos dos durante…al menos quince minutos.
Lupin asintió, aunque pareció bien dispuesto a abandonar los aposentos.
–Bien Harry. Te preguntarás qué es este lugar y qué hacen todas estas personas en él, pues bien. Este, Harry, es el Cuartel de La Orden del Fénix, y por lógica, esa que viste es La Orden del Fénix, que no es siquiera la mitad de lo que era antes. Esta Orden se encarga de luchar contra Voldemort, pero eso te lo puedo explicar más adelante. Lo importante ahora, Harry es que…verás, hay veces que suceden cosas increíblemente curiosas, sin respuestas aparentes, como por ejemplo, esas ingeniosas orejas extensibles de los gemelos Weasley –y Harry nuevamente no supo a qué se refería- o mi recuerdo en el pensadero. Todas estas cosas maravillosas deben tener un por qué, muchas veces no sabemos cuál es, pero eso no significa que no lo tenga. Y todas estas cosas son posibles porque existe ese por qué, esa causa. Cuando la causa se da por concluida, el objeto en cuestión desaparece, pues ya no sirve para un uso práctico. No sé si me explico. –Harry pensó que no, pero no dijo nada, pues intentaba asimilar todo eso y encontrarle una razón.- Quiero decir que volveré a perder mi recuerdo cuando su función se de por concluida, así como los Weasley inventarán nuevos objetos ingeniosos cuando las Orejas ya no les sirvan para sus otros propósitos. Las orejas extensibles son maravillosas, sí, como también lo es mi recuerdo, pero debemos dejarlas que se extingan y no retenerlo. Claro que los Weasley no tienen por qué reemplazarlas pronto, ni yo tengo que volver a extraviar ese recuerdo tan…curioso. Pero bien, Harry, comprendido esto, hay alguien que deseo que conozcas.
Se oyó un ruido de pasos en las escaleras, y tres voces, una perteneciente a su padrino, que reía desquiciadamente, la segunda del profesor Lupin, quien cuestionaba si no se estarían apresurando, y la tercera se notaba nerviosa y casi no hablaba, más que para nombrar a su padrino, quien decía que todo estaría bien.
Harry tuvo miedo por un minuto, no sabía qué le esperaría y el discurso de Dumbledore no le daba buena espina.
-Adelante, caballeros. –murmuró Dumbledore. Y los tres sujetos que se encaminaron, se apresuraron más a entrar.
Pronto Harry los vio: Sirius, Remus y…su clon. Más grande, eso sí. A simple vista eran iguales y si Harry no se hubiera encontrado tan aturdido en ese momento se hubiera fijado en que los ojos del tercer sujeto eran almendrados y no verdes esmeralda.
– ¿No me reconoces Harry? –preguntó el hombre. Y su voz sonó gruesa y le heló la sangre. Cerró los ojos con fuerza, sintiendo una opresión inmensa, inclusive peor que el dolor de la cicatriz, que por cierto le había dolido más que nunca en esas últimas semanas.
Cuando volvió a abrir los ojos, Sirius se había acercado hasta él y lo tomaba con los hombros, evitando que cayera.
Y pronto comprendió. Era el hombre de las fotos. Era el marido de su difunta madre, su progenitor, por ende –y con otras palabras-, era su difunto padre.
Retrocedió varios pasos, horrorizado ante aquello. Ahora era cuando Cedric aparecía en escena, un haz de luz verde y su cuerpo inerte sobre el césped, finalmente despertaría gritando y jadeando, siendo atacado por la maléfica e imperdonable maldición del despertador y con un dolor inmenso en la cicatriz.
"¡Mamá! ¡Harry me despertó otra vez! Y creo que hoy si mojó sus sábanas." Diría Duddley por la tarde, cuando intercambiaran unas cuantas palabras amistosas. Serían las cinco de la mañana y el fin de levantarse más temprano –pues el despertador lo preparó con anticipación y a consciencia- sería pagar a la lechuza que a diario le entregaba El Profeta, el inepto diario de los magos que no se dignaba a dar noticias sobre la reaparición de Voldemort, porque sí, había vuelto, y el hecho de que el mundo no quisiera admitirlo y las cosas siguieran su curso natural como si nada, lo alarmaba en gran medida.
Esperó impasiblemente varios segundos, preparándose para ver a Cedric nuevamente. Pero ni Cedric, ni su cadáver, ni tampoco Voldemort aparecieron en escena.
–Esto es un sueño, ¿verdad?
–No, Harry, verás…-respondió Remus en un murmullo. James lo miraba boquiabierto.
–Entonces es una broma de muy mal gusto.
–Tampoco. –insistió Sirius, que parecía un poco desesperado.
–Esto no es real. Usted…Usted dijo que esto era imposible. Usted lo dijo. –murmuró volteando a ver a Dumbledore. –Esto es…esto es mentira. Esto es mentira. No estás aquí. –murmuró mirando fríamente a James, cayendo hacia atrás en un intento de hacer Merlín sabe qué.
–Harry…-susurró el hombre, acercándose, pero Remus se lo impidió. El muchacho, aun trastornado lo miró con los ojos abiertos.
–Sé que parece increíble, pero es cierto. –susurró Sirius.
Nuevamente la imagen de Cedric en su cabeza, las burlas de Duddley, los dolores de la cicatriz, todos sus cumpleaños en soledad, el hecho de que Ron y Hermione no le hubieran contado de la Orden, tantas semanas confinado en el caluroso y muggle Privet Drive, alejado de todos; el hecho de que fuera él el último en enterarse, cuando en realidad podría bien haber sido el primero, después de todo, era alguien importante en la lucha contra Voldemort.
Voldemort.
¡Él había encontrado la Piedra Filosofal a los 11 años! Y como si no fuera suficiente mérito, él había logrado sobrevivir, a la temprana edad de un año, a la maldición imperdonable. ¡Había hecho más mérito que Ron y Hermione!
La imagen de Colagusano dejando caer ese loquefuera que era Voldemort antes de regresar. Él lo había visto, ni Ron, ni Hermione; él.Recordó la frustración contenida de que El Profeta se negara a dar información. Y toda la confusión hizo que él se pusiera en pie torpemente, con ayuda de Sirius, y se alejara corriendo de la iluminada habitación. Comenzó dando grandes zancadas, sentía la rabia dentro suyo y explotaba: sentía que explotaba. Tantas semanas obedeciendo a su padrino: se portaba bien, no hacía nada malo ni sospechoso, no buscaba problemas. Tantas semanas al borde de la desesperación por saberse marginado del mundo al que pertenecía y del que no.
Y de pronto, más calmado y agitado comprobó que no conocía ese lugar.
Sin pensar muy bien en lo que hacía, corrió por el pasillo, trastabillando con algo que parecía un paragüero con forma del pie de alguna criatura desagradable. Quería creer que era la forma de y no el pie de esa criatura.
Una voz estridente, peor incluso que la de Voldemort y más molesta que la voz de su madre gritando antes de morir, o la de Duddley durante todas aquellas mañanas en Privet Drive, se hizo oír por encima de todos los murmullos de esa casa tan…curiosa. La del retrato de Walburga Black, aunque Harry no lo sabía.
La voz de aquella mujer asustaría hasta Voldemort. O eso pensó Harry, que en su prisa se llevó un susto de muerte. Y vio algo en lo que no se había fijado antes: las cabezas de los elfos domésticos colgadas en la pared. No tenía tiempo para pensar en lo que diría Hermione al respecto, o imaginar la cara de Tía Petunia ante semejante decoración antiestética, además, los gritos de "¡Maldito sangre sucia vete de mi casa! ¡Un sangre impura en la noble y ancestral casa! Estarás maldito por siempre niño y los gusanos se comerán todos tus órganos cuando aún estés vivo" lo alentaron a ponerse en pie y seguir corriendo hasta el final del corredor. El picaporte de la puerta giró y Harry la abrió de par en par. A lo lejos Sirius en su forma canina y Remus lo corrían. Simplemente salió a la calle y corrió hasta llegar a la esquina, al parque.
Ver la luz del día y el sol asomándose apenas entre las nubes y el verde del lugar lo tranquilizaron un poco. Repasó mentalmente la imagen de su padre. No, no era verdad, estaban jugando con él. Pero la idea de que Dumbledore, Lupin y Sirius jugaran tan cruelmente con él era totalmente disociada.
Sobre todo Sirius. Él no podría nombrar a James, su padre, en vano. Pero siguió corriendo, porque estaba desconsolado y sentía la adrenalina recorrer sus venas.
Dejó atrás al parque y al perro que lo corría en plena calle, se perdió en las desiertas calles desconocidas. Corrió un buen tanto, caminó otro poco, sin importarle cuántos mortífagos pudieran estar en Grinmauld Place en ese momento y sin preocuparle la idea de que el mismísimo Voldemort se apareciera. Simplemente no estaba pensando, porque él, Harry Potter se sentía totalmente desestimado. Ya que todos lo habían tratado como si fuera un niño normal, eso sería: un adolescente normal e impulsivo.
Se sentó en la acera y se quedó allí, con las piernas flexionadas y los brazos alrededor de las rodillas, escondiendo su cabeza en ellos, sólo para esconder su cicatriz.
OoºOoºOoºO
Si llegaste hasta aquí, te pido encarecidamente que me dejes tu opinión (bórralo, es malísimo. Me gustó. Va bien. Hay mucho ooc. Nada que ver que la historia original. ¿Cómo pudiste hacerle esto a Rowling? Y cualquier otro tipo de comentarios xD)
Y por cierto, tengo una idea más o menos clara de lo que quiero para el fic, pero también tengo muchos cabos sueltos, así que se aceptan ideas. Y definitivamente, un mejor título x.xUU
Gracias por leer )
