No podíamos no traer otro ParaUru. Se ganan un espacio a punta de buenas vibras. Güiña tiene una duda existencial, porque en su país a los cigarros de mariguana les llaman pito, y a los que son prensados, porro, pero sabe que pito en Argentina (y posiblemente en Uruguay) tiene otro significado... Mientras que al parecer porro allá es lo que Güiña llama pito (y por eso es que Sebastián habla de porros, ven, no es que fume prensada). Una duda que necesitaba ser dicha.
Hetalia pertenece a Hidekaz Himaruya, nosotras pensamos que, algún día, quizá se le ocurra mirar al sur del Atlántico.
"En Mar del Plata no tengo problemas,
si no hay más camas me acuesto en la arena.
No uso saco, no uso corbata:
En Mar del Plata soy feliz".
—Juan Marcelo, Qué lindo que es estar en Mar del Plata.
Arahaku
La puerta de casa de los Artigas se abre, para dar paso a un Sebastián, cargando un enorme bolso playero, en que su madre le ha metido una toalla grande, tres tipos de bloqueadores distintos y un bronceador, un estuche con lentes de sol, unos sándwiches mediterráneos y varias cajitas de jugo, y una palita con cubo para que no le falte absolutamente nada en su día de playa.
La madre en cuestión, doña Felicia, está detrás sujetando una sombrilla, indecisa en si su hijo debe llevarla o no... ¿Y si todas las de la playa están arrendadas ya cuando lleguen?
—¿Tú que dices, amore mío? —pregunta en voz alta, refiriéndose a la sombrilla.
—Dejá al nene que se las vea solo, al fin y al cabo puede rentar una ahí mismo, no ves que lo estás molestando —sonríe para su hijo, tomándole fuerte del hombro. Atrás, Daniel, sonrojado por el sol desde ya, con una camisa de manga corta verde, que le baila en el cuerpo, sandalias y casi el mismo look que Sebastián, sonríe un poco impaciente con que ya dejen ir a su primo, ¡por Dios!
—Felicia, igual yo llevo una, por si se da el caso —tranquiliza, agarrándole el dedo meñique a Sebita porque así juegan cuando están nerviosos, ¿no?
—¿De verdad, Dani? Pero qué precavido, mi niño —le felicita Felicia, más tranquila—. Pero, Martín, dale algo más de dinero al niño por si acaso —le apremia. Sebastián, sin poder avergonzarse por su madre, sí tiene ganas de decir que todo es ridículo y que se puede cuidar por sí mismo, para que Daniel le escuche y así hacerse el hombre rudo.
—Es que siempre es lo primero que nos reclamás, desde que éramos unos pendejos —contesta a su tía con su sonrisita angelical, Martín se busca entre los bolsillos unas monedas y termina sacando unos billetes.
—Andá, acá te alcanza para los helados, la sombrilla, el bus y todas las boludeces que querás comprar —estira el dinero hacia Seba, mientras que internamente, Daniel piensa «qué lindo se ve, mira esa gotita de sudor por su cuello, ugh, me lo quiero comer».
—Cuídalo, ¿si, Dani? —le pide Felicia, totalmente confiada en Daniel. Siente una unión fuerte entre éste y su hijo, eso le agrada—. Ya, vayan, no los retengo más —anuncia. Sebastián está estirado recibiendo el dinero y dándole las gracias a su padre, «gracias, che viejo» y sonriéndole de buen humor con lentes y labios. Felicia le pone a Daniel una mano en el hombro para despedirse de beso.
Daniel se acerca con olor a bloqueador que ya se embadurnó él propiamente antes de llegar y le planta dos besos en la mejilla a Felicia y a su tío Martín sólo le tiende la mano, el argentino la recibe con algo más de fuerza y apretón happens!
—Sí, yo le cuido siempre, ¿cierto Basti? —sonríéndole de ladooooo.
—Sí, sí, lo hacés vo' —le contesta, ahora él dándole un abrazo a su madre y un beso de despedida. A su padre le da un beso en la mejilla también, manteniendo el equilibrio a pesar del booolsooo—. Te sigo, Dani —risilla—, ¿o no sabés llegar?
Martín cierra la puerta de la casa luego de despedirse de su hijo.
—¿Cómo no voy a saber llegar? Ya he ido —le nota el bolsón gigaaaaante que trae—. ¿Querés que intercambiemos mochilas, mejor? La mía pesa menos —se la quita desde ya, mirándole angustiado—. No quiero que te salga ninguna hernia prematura —qué exagerado.
—No es tan pesado, en serio —Seba mira hacia atrás, asegurándose que la puerta está cerrada. No le ha soltado el meñique a Daniel, no ha sido necesario, pero tomarle la mano con los dedos entrelazados es otra cosa que debe esperar hasta la vuelta de la esquina. Felicia les mira desde la ventana, alejarse, inclinada.
—¿Algo que quieras hacer ahora que estamos sin el niño? —le pregunta a Martín, en un tono sugerente.
Y apenas doblan la esquina, Daniel hace ese movimiento intempestivo de empujar a Sebastián (sin mucho salvajismo) a la pared más cercana, para darle su merecido beso de «buenos días», «qué guapo estás» y «te quiero mucho».
Martín levanta las cejas, observándole la espalda MUY atentamente a su esposa, se acerca como hipnotizado por ella desde atrás, para darle besos en la nuca.
—¿Vos que creías...? —lo obviooooo.
Felicia se ríe para nada tonta, como si fuera una jovencita aún. A Sebastián le toma casi de sorpresa el beso de su primo. Se esperaba algo así, pero no tan abruptamente, sin embargo, le gusta que Daniel le sorprenda de esas formas. Le devuelve el beso con sus «te extrañé», «ya no aguantaba más», «qué joden mis viejos», «también te quiero».
Daniel le sigue la cuerda al beso un rato más, demasiado bien, acariciando la mejilla de Sebas en el proceso. Se le debe pegar en los dedos el sudor y el bloqueador de éste... Empujándole más a la pared, así, abruptamente se lo quiere comer en medio de la calle.
Sebastián comienza a reír, aunque no quiere y se intenta detener a sí mismo. Lleva sus manos a la cadera de Daniel, dejando que le guíe, pero termina separándose por falta de aire, puesto que aún no domina eso de respirar al mismo tiempo que besa, se olvida.
—Mmm... —Dani se separa suavemente cuando Basti lo hace, con los ojos cerrados y los labios rojitos con la saliva, se relame—. H-Hola...
—Ay, Dani —se lamenta, con una sonrisa—. Perdoná... Es que me da algo en el estómago cuando haces eso —le expone los hechos y se arregla los lentes.
—Nooo, ¡perdoname vos! que no me aguanté hasta llegar —se sonroja un poquito y se aleja de él suavemente para no invadir tanto al niño. Traga saliva y le acaricia el cabello—. A mí también me dan esas cosas en el estómago que decís...
—Qué te van a dar a vos —modesto—. Pero manteneme sujeta la mano, que eso sí lo puedo manejar —se la ofrece otra vez.
El paraguayo suelta una risita y acerca su boca al oído de Sebita.
—No sabés como me mojan tus besos —entrelaza sus dedos con la mano que le ofrece—, no tenés ni la menor idea de cuántas ganas he aguantado por verte —la aprieta y luego su palma suda—, ni todo el stress que me deja la universidad que quiero volcar en vos.
Se lo dice para que recuerde lo sensual que es para él y que de modestia nada. También para subirle la autoestima, más que nada, que ya de por si a veces se la percibe baja.
—Ya, tenés la bocaza re grande vo' —insiste Sebastián en no considerarlo, obviamente eludiendo el piropo, pero la sonrisa no puede ocultarla, porque le halagan las palabras de todos modos—. Decime a dónde querés ir en lugar de estar diciendo tonterías —le devuelve el apretón con afecto, y le hace un cariñito con el pulgar.
—Va en serio —le da otro beso, suave, en los labios y sonríe con la caricia, disponiéndose a caminar de una vez—. Vamos a la playa ésta, que queda a media hora, me he prestado una camioneta —le avisa, arreglandose la camisita
Sebastian cierra los ojos con el beso y le sigue.
—No te creo, ¿viene alguien con nosotros o sólo querés impresionarme? ¿Puedo saber dónde la tenés?
—Es para que viajemos cómodos y nos quedemos todo el tiempo que queramos —sonríe, es una camioneta de un amigo brasilero y no es "una camionetita" es tremendo pedazo de BMW, color negro—, ¡claro que podés! La tengo estacionada a un par de cuadras —tira de la mano que tienen entrelazada para caminar.
—¿Y cómo te la conseguiste? Digo... La guita —le hace gesto de dinero con la otra mano—. ¿Y me dejás conducir?
—Ehh... me la prestó Luciano, ¿te acordás de él? —se aclara la garganta y carga mejor la tira de la maleta que resbala en su hombro—. Uno morocho, ¿brasilero...? —le oye la última pregunta sobre si le da permiso de conducir y se espanta—. ¡No! ¡Por supuesto que no! Es muy peligroso y ni sabés conducir, me muero y encima en la carretera —dramas.
—Mi viejo ya me enseñó, dice que lo hago bárbaro, como él —le tranquiliza—. Refrescame la memoria, anda, ése que se pasea en zunga en su habitación, ¿no?
—¡Tío Martín es un loco! Vos lo sabés mejor que nadie. Le habrá parecido muy bien cuando el andaba borracho —saliendo de una de esas parrilladas familiares, piensa—. Mmm, sí —risita—, el adicto al futbol, ¿te conté que grabó un video bailando samba en... zunga? —se sonroooja recordando el culo de Luciano, porque... Madre mía.
—Debió ser buena la fiesta esa —hace calor, están en pleno verano. Sebastián, sin haber ido a la playa tiene la cara y los hombros quemados sólo por ir a comprar día por medio al almacén de la esquina—. Y no. No estaba borracho, y lo hace bien, mi vieja también lo dice.
—No fue en una vista, fue en su cuarto. Colgó el video a Vine —le comenta y le revuelve el cabello rubio a Sebastián—. ¿De veras querés manejar...? Podemo' hacerlo en una parte de la carretera —sonríe.
—Eh, eh —le quita la mano cuando le desordena el cabello, sintiéndose incómodo con ello. Antes no le ocurría, pero ahora le parece de niños—. Te muestro en el camino como estoy y me enseñás lo que me falte.
Daniel parpadea ante ese gesto de rechazo.
—¿Te molesta, Basti... ? —vuelve la mano a su lugar—. Dale, yo te enseño todo, no creo que tengas problemas, sos muy inteligente —cuando están a punto de llegar saca las llaves y presiona el botón de su llavero para quitar la alarma de la camioneta, es toda imponente.
Sebastián queda impresionado, se esperaba algo viejo, una camioneta de las antiguas. Levanta las cejas, mirando hacia donde provino el sonido.
—Dios... Dani, ¿en serio te la prestó? —se nota una cierta emoción en su voz.
Debo comentar que Daniel está super orgulloso de presentarse con esa camioneta (así no sea suya, en este momento si lo es) a ver a Sebastián y así ir a la playa, ese sentimiento de grandeza, de ser el rey del mundo...
—¡Sí! Y no me costó demasiado, sólo le dije la verdad, que quería pasar un día bonito con vos y... —mira de reojo la camioneta, pero en especial a Sebita, porque su emoción repotencia su propia alegría.
—Me gusta eso —le hace un cariñito más con el pulgar y le suelta para entrar por el asiento de copiloto. Abre la puerta—. Que seás sincero y te lleguen cosas buenas.
Daniel le suelta la mano cuando Sebas entra y, luego camina hacia la puerta del conductor.
—Bah, nada ni que fuera tanto —oootro humilde. Debe ser de familia eso de ponerse humildes cuando no saben qué decir. Es que Martín se llevó todo el egocentrismo de la familia... La excepción que confirma la regla.
Sebastián cierra la puerta con fuerza justa, y mira hacia el asiento de Daniel.
—No digás eso. Es muy bueno. Si sos sincero y, buena persona, la vida se te devuelve con cosas buenas, como esto —mostrado las palmas, refiriéndose al auto.
—Te equivocás, todo es un conjunto —cierra la puerta igual y baja la ventanilla porque es un horno esto, los asientos no queman tanto porque el carro ha estado bajo la sombra—. A mí me interesa más cómo disfrutás esta camioneta conmigo, pero la camioneta sola quizás no —se encoge de hombros—. Pero qué bueno que has aprendido que ser sincero trae frutos —de verdad feliz, así con una sonrisita porque... eso significa que ya no... fuma, o eso le hace sospechar. Hecho en el que no podría estar más equivocado. Sin ir más lejos, Sebastián lleva un porro delgadito en su billetera.
—¿Cómo que lo he aprendido? Serás pelotudo —abre la ventana—, eso te lo enseñan desde chico, solamente digo que vos lo ponés en práctica de adulto.
—Es que ya me parecía a vos que con mis tíos no hayás aprendido nunca eso de la honestidad —confiesa y enciende la camioneta—. ¿A que no adivinás? Hay una ventana en el techo...
—¡Groso! Abrila —busca algún botón en el techo, sea dicho que NO se ha puesto cinturón de seguridad, le rodean muchos brillitos que se irán volando cuando logré abrirla y saque la cabeza en el camino antes de determinar que la actividad ya está hecha en su vida y que puede morir en paz—. Un día le debemos devolver el favor a Luciano...
Estrenando un alargado de «Hendy kavaju resa!» ¡Sus primeras salidas como novios!
Tigrilla le habia prometido una historia corta a Güiña XD
