DISCLAIMER: Los personajes y todo lo relacionado con el universo de Harry Potter no me pertenecen, son propiedad de J.K. Rowling. Tan solo los personajes originales, al igual que la trama de esta historia son de mi propiedad. Por favor, pido que esta idea no sea copiada/robada, a pesar de estar basada en los libros de Harry Potter.

SINOPSIS COMPLETA:

"— ¿Qué puedo hacer si no soy capaz de ignorar el futuro?

— Lucharemos juntos… Por el futuro; por nuestro futuro."

Olivia Aldana siempre creyó que su futuro ya estaba escrito: viviría con sus padres en su pequeña casa en las montañas hasta que se graduase de la Academia y pudiera buscar un trabajo para poder ayudar a su familia muggle. Sin embargo, su perfectamente aburrida y segura vida da un giro cuando dos extraños aparecen en su casa y le revelan una verdad que estaba oculta en la oscuridad de su pasado. ¿Qué hará Olivia ahora que la hermosa mentira de su presente ha terminado por revelar su más sombría cara? ¿Qué le deparará el futuro que en un principio creía planeado?

¡Espero que os guste!


1

La llegada de los dos extraños

Las noches en el pequeño valle de la montaña eran tranquilas. No había ninguna persona que se atreviese a subir hasta allí arriba para interrumpir el delicado susurro de la hierba, ni el brillante resplandor de los astros en el firmamento. La vida en el valle estaba llena de calma, haciendo de la única casa construida allí, todo un remanso de paz para quien quisiese alejarse de las preocupaciones del mundo a sus pies.

Aquel edificio no era una vivienda demasiado grande, ni tenía los lujosos acabados que las casas de vacaciones en las montañas solían tener. Era simplemente un santuario de piedra y madera, rodeado de verdes pastos y bosques frondosos, que protegían a los tres habitantes que dormían bajo el cielo estrellado.

Era habitual ver a algún que otro ciervo acercarse con curiosidad a mirar por las ventanas de la casa, observando el interior lleno de vida y de calor que los habitantes desprendían con sus risas alegres. Generalmente, la más pequeña, solía estar fuera durante largos meses en los que sus padres se dedicaban a trabajar y a cultivar el pequeño huerto que había detrás de la casa. Durante ese tiempo, no había muchas risas o ese calorcillo agradable. Lo único que se escuchaba eran murmullos y suspiros que encogían hasta el corazón del más valeroso animal.

Sin embargo, como cada verano, la casa recobraba la vida cuando la joven volvía allí con sus padres, y esa noche no había sido la excepción.

Los tres habitantes habían estado hasta altas horas de la noche hablando en el patio de la casa. La joven muchacha les contaba con entusiasmo lo que había aprendido durante el tiempo que había estado fuera, hablando sobre chispas y explosiones de colores, sobre caballos de tamaño gigantesco y alas enormes con la fuerza de un tifón; sobre gente que volaba en escobas desgastadas y ninfas de madera que cantaban cuando te sentabas a comer.

Todos los veranos, justo cuando la última luz de las ventanas de la casa se apagaba, se hacía el silencio en el pequeño valle entre las montañas, y la vida se paraba hasta el día siguiente.

Menos esa noche.

Con un seco chasquido, dos misteriosas personas aparecieron frente a la casa de madera y piedra, a la que miraron con curiosidad.

— ¿Estás seguro de que es aquí? —preguntó la mujer.

— Por supuesto —refunfuñó el hombre que la acompañaba—. ¿Crees que él se equivocaría?

— ¡No he dicho eso!

El hombre la mandó callar rápidamente, y con gesto enfadado susurró:

— ¡Vas a hacer que nos descubran!

— ¿Que nos descubran? —dijo la mujer bajando la voz— Mira a tu alrededor, ¡aquí no hay nada!

En efecto, la mujer no se equivocaba. No había ninguna casa alrededor, ni ninguna otra cosa que no fueran animales o plantas silvestres de diferentes tamaños y tonalidades. Lo más cercano a una persona eran los ojos de los búhos, brillando en la oscuridad de la noche veraniega. Para corroborar sus palabras, las chicharras cantaron con fuerza y las luciérnagas danzaron alrededor de la entrada de la vivienda.

— ¿Es que no has aprendido nada? —recriminó el hombre caminando hacia la puerta de la casa— Nunca sabes lo que se puede esconder entre las sombras.

La mujer puso los ojos en blanco mientras le seguía. Habría escuchado esa frase salir de su boca millones de veces, y nunca se cansaba de repetirla.

— Te estás volviendo paranoico. Más de lo normal, que ya es decir.

El hombre se giró súbitamente y acercó su cara a la de la mujer. Susurró con rabia:

— ¡Y tu imprudencia va a hacer que algún día de estos nos maten!

— ¡Por las barbas de Merlín! —exclamó sorprendida— ¿Quién nos mataría en un lugar como este? ¿Una ardilla?

El hombre gruñó y aceleró el paso, murmurando por lo bajo.

— Son tremendamente escurridizas.

Antes de que el hombre pudiera aporrear la puerta de madera con fuerza, la mujer tocó su hombro para pararle.

— ¡Espera! ¿No tendríamos que haberles avisado primero de que veníamos?

— ¿Para qué crees que hemos venido? —preguntó él con molestia— ¿Para tomar el té y contarnos batallitas?

Sin esperar a su contestación, golpeó la puerta vigorosamente.


Olivia había conseguido dormirse horas después de haber subido a su habitación, y aún así no paraba de girar con inquietud entre sus sabanas de color lavanda. Desde esa tarde había tenido un cosquilleo en la nuca que le molestaba y le picaba, y que ahora no la dejaba dormir con tranquilidad. Además de eso, estaba teniendo una pesadilla horrorosa, aunque no era la primera vez que la tenía: en ella veía el cielo de la noche, encapotado por gruesas nubes oscuras; veía la cara de su madre, sus mejillas llenas de lágrimas que se perdían por el cuello de su jersey; podía oír la voz de su padre, gritándole a alguien que estaba fuera de su campo de visión. La escena continuaba por unos segundos hasta que su madre gritaba angustiada. Lo siguiente con lo que soñaba eran una serie de luces de diferente colores, azul, rojo, amarillo, hasta que finalmente una luz verde la cegaba.

Se despertó de un salto en al cama, todavía la explosión de sus sueños resonando en sus oídos.

Encendió la luz de la mesilla de noche con manos temblorosas y se incorporó, apartándose el pelo negro de ambos lados de la cara, pegado a sus mejillas debido al sudor ¿Cuántas veces habría soñado con esa explosión de color verde? ¿Miles de veces? ¿Millones? No tenía ni idea; sin embargo, todas y cada una de ellas, sentía una opresión en el pecho y le costaba respirar con normalidad. Muchas veces había querido contarle a sus padres aquel extraño sueño que parecía perseguirla todas las noches, pero cuando llegaba la mañana se olvidaba de lo que había soñado o simplemente decidía callarse y no preocuparlos con cosas sin importancia como un estúpido sueño.

Se levantó y caminó por el suelo de madera de su habitación para calmarse un poco. La alfombra le hacía cosquillas en los pies y el suave aire que se colaba por la ventana conseguía tranquilizarla. Su lechuza la seguía con sus ojos oscuros como el carbón, desde la jaula de la esquina. No era la primera vez que veía a Olivia pasearse de madrugada tras haber tenido una pesadilla.

La joven se percató de que el ave la estaba mirando.

— Lo siento Ur, te he despertado ¿verdad?

Ur ululó molesto, agitando sus plumas anaranjadas para mostrar lo enfadado que estaba.

Olivia abrió un cajón de su escritorio y sacó una bolsita con algunos dulces para lechuzas que había comprado en una de las salidas de la Academia. Le dio el dulce a Ur a modo de disculpa, viendo como él le daba la espalda y empezaba a mordisquearlo enfurruñado. Le acarició las plumas con suavidad.

— Intenta no hacer mucho ruido, ¿vale? No queremos que papá y mamá se despierten.

Sus padres trabajaban mucho y muchas horas.

Su padre bajaba cada día antes del amanecer hasta el pueblo más cercano y se encargaba de hacer el pan que vendían en su pequeña tienda en una de las calles principales. A Olivia siempre le había gustado mucho pasarse por allí a comprar algunas pastas y a oler el pan recién hecho. Hacía que se sintiera tranquila y a gusto. Su madre, en cambio, se dedicaba a labrar el huerto que tenían detrás de la casa. Cultivaba con mimo cada una de las hortalizas que luego vendía en un minúsculo puesto en la plaza, los sábados por la mañana, dos o tres veces al mes. Tenía muchísima clientela, tanta que en unas pocas horas, volvían a casa con las cestas vacías y los bolsillos llenos.

Olivia siempre había sentido que sus padres trabajaban demasiado debido a ella, para que tuviera todo lo que necesitaba en la prestigiosa escuela a la que asistía y para que pudiera pagarse cualquier capricho que tuviera cuando salía de la Academia al pueblo que había a unos pocos kilómetros. Lo que sus padres no sabían era que Olivia guardaba todo ese dinero que le daban y lo invertía en comprar más material para estudiar y así poder ayudarles en un futuro. Le habría gustado poder hacerlo más a menudo, y lamentaba mucho no poder hacer magia fuera de la escuela para echarles una mano, pero lo tenía prohibido y no quería asustar a sus padres cuando las semillas de las hortalizas creciesen de la noche a la mañana.

Era la primera bruja de su familia, y sus padres, que eran no mágicos, no estaban acostumbrados a la magia. Ahora que lo pensaba, su familia no era muy grande. Tan sólo eran Xabat, su padre, Aina, su madre y ella. Sabía que la madre de su padre todavía vivía y que él tenía una hermana mayor y otros dos hermanos más, pero nunca los mencionaban. Su padre siempre fruncía el ceño cuando el nombre de su abuela salía en la conversación. Los dos hermanos de su madre tampoco se pasaban nunca por allí.

De pronto, abajo en la cocina se escuchó un fuerte estruendo: un objeto de cristal había caído al suelo, rompiéndose en miles de pedazos, sobresaltando a Olivia y a Ur, quien soltó el trozo de comida que le quedaba y escondió la cabeza bajo el ala.

La joven se quedó como una estatua, sorprendida por el sonido. ¿Qué diablos había sido eso? Sus padres estaban durmiendo en la habitación de enfrente y no les había escuchado salir.

— ¡Ten más cuidado!

El corazón de Olivia martilleó con furia contra su pecho. Esa no era la voz de su padre.

Siguiendo a su instinto, echó mano de la varita, que estaba en la mesilla de noche, y abrió despacio la puerta de su habitación. Miró a ambos lados del pasillo, y vio que la puerta de la habitación de sus padres estaba abierta, y que ellos no estaban en la cama.

Caminando muy despacio y de puntillas, se acercó hasta las escaleras y miró hacia abajo. La tenue luz de la cocina resplandecía en los cuadros colgados en la piedra de la pared. Volvió a escuchar la voz de ese hombre.

— ¿Cómo puedes ser tan torpe?

— Ha sido un accidente —respondió la voz de una mujer—. Enseguida lo arreglo.

Olivia aferró su varita con fuerza delante de ella y fue poco a poco hacia el filo de las escaleras. Puso un pie en el primer escalón y luego otro.

— ¿Qué es lo que queréis?

La voz de su madre le llegó de forma muy clara, y estaba enfadada. Se congeló en su sitio, a mitad de la escalera, y sus manos empezaron a temblarle. ¿Eran ladrones? ¿Y si hacían daño a su madre?

— Será mejor que os vayáis cuanto antes.

— No podemos irnos sin vosotros, son órdenes de Dumbledore.

¿Secuestradores, quizás?

El nombre que la mujer extraña había dicho le resultaba familiar. Sin embargo, estaba demasiado tensa y asustada como parar pararse a intentar averiguar por qué le sonaba.

— Le dijimos a Dumbledore que nadie podía saber sobre este lugar, y aún así os ha revelado la localización y os ha mandado hasta aquí —su padre también estaba allí. Olivia no entendía qué era eso de Dumbledore y de la localización de su casa, pero supo enseguida que su padre estaba a nada de perder los nervios.

— Eres igual de cabezota que tu padre, Xabat: él tampoco escuchaba cuando se le decía lo que hacer.

— Si Dumbledore quiere algo, que venga él mismo. No podemos poner en riesgo a Olivia con gente entrando y saliendo de aquí como si esto fuese el Caldero Chorreante.

Al escuchar su nombre volvió a parar en seco. Se encontraba en el último escalón de las escaleras, oculta de la vista de los extraños que habían irrumpido en su casa a esas horas de la noche, sin embargo podía verlos con claridad.

El hombre era alto y corpulento. Tenía el pelo largo y canoso, y llevaba puesta una túnica larga de cuero marrón que llegaba hasta escasos centímetros del suelo. Olivia vio por debajo de la túnica asomar una garra de madera y una bota escamosa de color oscuro.

Lo que más le llamó la atención de la mujer no fue su túnica de cuero granate, sino su pelo, de un violeta brillante. Le recordaba a las luces de neón de una discoteca.

Se acercó un poco más y lo que vio provocó en ella una oleada de ira que le nació desde lo más profundo de su estómago.

Los dos extraños tenían varitas en las manos.

— Parece que tenemos compañía.

Sobresaltada al no haber esperado ser descubierta, Olivia se apartó de las sombras y alzó la varita en dirección a las dos personas, poniéndose recta y apuntando bien, tal y como le habían enseñado. Con el corazón martilleándole aún contra el pecho, se acercó un paso hacia los dos extraños.

— ¿Quienes sois? ¿Qué queréis? —preguntó con voz grave y respirando con pesadez— Apartaos de mis padres ahora mismo.

Vio entonces la cara de los dos intrusos.

La mujer tenía una expresión de asombro en la cara con forma de corazón, sus ojos marrones estaban muy abiertos y brillaban bajo la luz de su varita. El hombre en cambio, la miraba con curiosidad.

Olivia se frenó a si misma de dar un respingo cuando contempló las cicatrices de su cara, cómo le faltaba un trozo de nariz y sus extraños ojos. Uno de ellos era de verdad, oscuro y brillante. El otro era enorme, redondo como una moneda, azul eléctrico y no paraba de dar vueltas como una peonza, mirando cada rincón de la habitación, para después ponerse en blanco, como si estuviera viendo el interior de su cabeza.

No tenía ninguna duda de que aquellas dos personas eran brujos.

— Baja la varita, muchacha, antes de que te hagas daño con ella.

Olivia apretó la varita con fuerza, dispuesta a ignorar las palabras de aquel hombre, que lo único que habían conseguido era hacerla enfadar más. Podría ser joven e inexperta en comparación a un mago adulto, pero no iba a permitir que irrumpieran en su casa, amenazaran a sus padres y que la tratasen como a una niña boba que ni siquiera sabía cómo controlar su varita.

Apretó los dientes con fuerza, mirando con intensidad la cara del hombre.

— No me hagas repetirlo dos veces; como no salgáis de aquí, juro que…

— ¿Nos aturdirás? —preguntó el señor, con una nota de escepticismo y burla en la voz.

A Olivia se le pusieron coloradas las orejas de la rabia.

— Ten por seguro que haré más que eso.

La cara del hombre se contrajo en lo que parecía una sonrisa, ¿estaba intentando enfadarla aún más?

— Olivia, baja la varita.

Su padre se acercó a ella. Llevaba una bata de estar en casa y tenía las oscuras cejas arrugadas. Olivia lo miró confusa; toda su rabia se esfumó y se transformó en perplejidad. ¿Acababa de pedirle que bajase su varita?

— ¿Qué?

— Vamos muchacha, haz caso a tu padre —dijo el hombre—, ni que fuesen corderitos indefensos como para que una niña tenga de defenderles.

— No vamos a haceros daño —musitó la mujer en un intento por tranquilizar el ambiente.

Olivia miró a su padre y después a su madre, quien le dedicó una mirada con sus ojos marrones, muy parecidos a los de ella. Se dio cuenta en ese momento que ninguno de los dos parecían tener miedo alguno a aquellas dos personas de la cocina, a pesar de ser brujos.

Su agarre en la varita flaqueó y apretó con fuerza los labios, sin estar convencida del todo.

— Olivia, por favor —habló de nuevo su padre. Le colocó una mano en la muñeca y la apretó suavemente—. Haz caso.

Con lentitud y reticencia, bajó la varita. Su padre asintió en un gesto para tranquilizarla.

— ¿Ibas a atacarnos de verdad? —preguntó con algo de incredulidad la mujer— ¿Incluso cuando no puedes hacer magia fuera del colegio?

Olivia carraspeó.

— Bueno, esa era la intención.

Su madre suspiró ruidosamente y se ajustó el batín azul contra el cuerpo. Su padre volvió a donde estaba anteriormente y le pasó un brazo por los hombros. La mujer y el hombre seguían mirándola como si nunca hubiesen visto a una bruja con una varita.

Por si acaso, añadió:

— Todavía no estoy muy segura de que no vaya a hacerlo, la verdad.

— Deberías de tomar ejemplo de la muchacha, Nymphadora —dijo él—, por lo menos ella está en alerta permanente.

— ¡No me llames Nymphadora! —exclamó la mujer con molestia. Daba la sensación de que no era la primera vez que se lo decía.

El hombre hizo un ademán con la mano y se volvió hacia Xabat y Aina.

— Será mejor que recojáis las cosas y vengáis con nosotros, me temo que aquí ya no estáis seguros.

Olivia dio un paso hacia delante, repentinamente alarmada por las palabras del hombre.

— ¿Qué significa eso?

— Significa que dentro de poco él podría venir a buscaros. Cree que os estáis escondiendo, no se traga eso del accidente; no sabe exactamente dónde estáis, pero más vale no correr el riesgo de que termine por averiguarlo. Tenemos que llevaros al cuartel inmediatamente.

Su madre empalideció de forma visible y le empezaron a temblar las manos.

— No puede ser… — murmuró Xabat.

— ¿Quién va a venir a buscarnos? —preguntó Olivia. No entendía nada de lo que estaba diciendo aquel hombre— ¿Por qué dice que estamos escondidos? ¿Quienes son ustedes y qué es lo que quieren?

El ojo azul del hombre volvió a enfocar su mirada en ella, examinándola durante unos segundos; después volvió a girar sobre su eje con rapidez. Su ojo bueno se posó sobre Aina y Xabat.

— ¿No sabe nada?

— Alastor…

— ¿No le habéis contado por qué estáis aquí? —gruñó Alastor con un toque de enojo— Lleváis escondiéndoos aquí desde hace 14 años, ¿y queréis decirme que ni siquiera sabe el motivo por el que vivís en el confín del mundo?

Ojoloco —dijo la chica del pelo violeta. En una situación normal, a Olivia el nombre le habría parecido un poco ofensivo, sin embargo, pegaba a la perfección con aquel hombre—, no creo que ahora sea momento de regañar a nadie. Recuerda que el tiempo vuela y nosotros tenemos prisa.

Olivia empezó a mover la pierna con nerviosismo queriendo saber qué diablos significaban las palabras del hombre llamado Alastor u Ojoloco, y por qué tanta urgencia por sacarles de su casa. La cocina se quedó en silencio durante unos momentos. Olivia podía escuchar a Ur moverse dentro de la jaula, inquieto y ululando con fuerza. Si no paraba iba a terminar por el suelo. No era la primera vez que su impaciencia hacía que se cayese la jaula con él dentro.

—Esa lechuza tuya no para quieta —gruñó Alastor con el ojo mágico pegado al techo de la cocina.

— ¿Qué ha ocurrido, Alastor? —preguntó su madre. Todavía tenía la cara pálida y temblaba ligeramente.

— ¿No lo sabéis? —preguntó la mujer con incredulidad.

— ¡Por las barbas de…! —el hombre se movió con pesadez por la cocina hasta acercarse a la mesa y empezó a rebuscar algo en los bolsillos interiores de su túnica, maldiciendo por lo bajo— ¿Es que no os llega el correo hasta este rincón en el fin del mundo? ¿Qué clase de cuchitril es éste donde ni siquiera tienen un periódico mágico?

— Alastor —le reprendió la mujer.

Finalmente Ojoloco dejó de rebuscar en sus bolsillos y soltó con fuerza sobre la mesa un trozo de periódico llamado El Profeta. Olivia nunca había oído hablar de un periódico que se llamase así. Él único que conocía se llamaba Le Gazette y era francés. Se inclinó sobre la mesa a mirar el trozo de papel.

Tan sólo había una foto en blanco y negro en la página, y se movía, como todas las fotos mágicas. Era de un chico, de aproximadamente su edad, que tenía el pelo revuelto y gafas redondas. No parecía estar muy contento, y no le extrañaba nada; encima de la fotografía, en letras grandes y negras ponía: ¿El chico que miente? Toda la pagina cambiaba de repente, y enseñaba a un hombre mayor, con un gorro extravagante y un traje de raya diplomática, y las letras decían: Fudge: Todo está bien.

No se detuvo a leer lo que ponía en el periódico, y aunque hubiera querido hacerlo, no habría podido, ya que su padre lo cogió de la mesa y lo leyó, con sus ojos verdes muy abiertos.

— Ha regresado —murmuró con incredulidad.

Aina parecía estar a punto de desmayarse, sus mejillas habitualmente rosadas se habían puesto ligeramente verdosas.

— ¿En serio no lo sabíais? —la mujer del pelo violeta preguntó con suavidad— Creía que Dumbledore os avisaría para que pudierais ir a un lugar seguro. La última vez fue él quien os proporcionó un traslador, ¿verdad?

— ¿Qué…? ¿Cómo ha ocurrido esto? —preguntó Xabat arrugando el periódico con su puño. Tenía tensa la mandíbula— Creíamos que estábamos seguros… que Harry también estaba a salvo, que él había desaparecido. ¿Ahora resulta que ha regresado? ¡Es una locura, Moody!

— ¿Quién ha regresado? —preguntó Olivia— ¿Qué pasa?

La tensión de la cocina podría haberse cortado con un cuchillo, y aún así no habría sido suficiente para romperla. Ojoloco miró de reojo a Olivia y gruñó:

— Lord Voldemort ha regresado.

Olivia sintió como si un cubo de agua helada se derramase sobre su cabeza hasta sus pies, congelándola entera por el miedo. Su corazón empezó a latir con violencia contra el pecho. No podía ser cierto.

Nunca había tenido que vivir las horribles historias que todo el mundo sabía sobre el mago más tenebroso que jamás había existido, pero todo el mundo sabía su historia y sabía cómo había sido derrotado por un bebé de apenas un año. Toda bruja y mago que existían sabían quién era Harry Potter y por qué era tan famoso; al igual que cualquier brujo con dos dedos de frente temblaría ante la mención de el-que-no-debe-ser-nombrado. Sus ojos revolotearon hasta el periódico arrugado en las manos de su padre. Ahora que se fijaba, el chico no le parecía tan desconocido.

Pensar que ahora había regresado le cerró la garganta y tuvo que respirar unas cuantas veces para no caerse al suelo de la impresión.

— ¿Lord…? ¿Pero…? ¿Qué…? —tartamudeó intentando encontrar las palabras adecuadas. De pronto, recordó lo que había dicho Moody sobre su seguridad— Mis padres son no mágicos, ¿por qué estaría él tras ellos?

— ¿No mágicos? —preguntó la mujer del pelo violeta con curiosidad— ¿Así es como llamáis a los muggles en España?

— ¡Pero…! ¿Muggles? ¿Tus padres? —Moody gruñó con cierta furia e indignación y se volvió hacia sus padres. Su pierna de madera retumbó contra el suelo— ¡Esto ya es el colmo, Aina! ¡Nunca pensé que podríais mentirle con algo así!

— ¡Lo hicimos para protegerla!

Olivia aspiró con fuerza y se le quedó estancado el aire en la garganta. Si antes pensaba que podría desmayarse por la impresión, ahora tenía ganas de vomitar. Se apoyó en la encimera de la cocina y se aferró a ella. Xabat se movió hacia ella y entonces lo vio. Algo fino, de madera y con diseños arcaicos sobresalía de uno de los bolsillos interiores de la bata de su padre. Sus ojos se movieron lentamente hasta su madre, y también vio otro trocito fino de madera guardado en el gran bolsillo de su batín azul. No había duda de lo que eran: varitas.

Olivia sintió que el suelo la tragaba y que el mundo se abría en dos bajo ella y la aplastaba hasta asfixiarla. Se separó de su padre con las rodillas temblorosas, sin poder dar crédito a lo que estaba viendo.

— ¿Mamá? ¿Papá?