TRIS
-¿Cómo te inoculaste tú misma contra el suero de la muerte? –me pregunta él. Todavía está sentado en su silla de ruedas, pero no necesitas caminar para poder andar.
Parpadeo hacia él, todavía aturdida.
-No lo hice –digo.
-No seas tonta –dice David -. No puedes sobrevivir al suero de la muerte sin una inoculación, y yo soy la única persona en el recinto que posee dicha sustancia.
Sólo lo miro fijamente, sin saber qué decir. No me inoculé a mí misma. El hecho de que todavía esté de pie es imposible. No hay nada más por añadir.
-Supongo que ya no importa –dice-. Estamos aquí ahora.
-¿Qué estás haciendo aquí? –murmuro. Siento mis labios incómodamente grandes, haciendo difícil hablar. Todavía siento esa pesadez grasosa en la piel, como si la muerte se aferrara a mí, aunque la haya derrotado.
Soy vagamente consciente de que dejé mi propia arma en el pasillo detrás de mí, segura de que no la necesitaría si lo he hecho bien hasta ahora.
-Yo sabía que algo estaba pasando –dice David-. Has estado corriendo de aquí para allá con personas dañadas genéticamente durante toda la semana, Tris, ¿pensaste que no me daría cuenta? –Sacude la cabeza-. Y entonces tu amiga Cara fue sorprendida tratando de manipular las luces, pero muy sabiamente se noqueó a sí misma antes de que nos pudiera decir algo. Así que vine aquí, por si acaso. Me entristece decir que no estoy sorprendido de verte.
-¿Viniste aquí solo? –digo-. No eres muy inteligente, ¿verdad?
Sus brillantes ojos se entrecierran un poco.
-Bueno, verás, tengo resistencia al suero de la muerte y un arma, y tú no tienes manera de pelear conmigo. No hay manera de que puedas robar cuatro dispositivos de virus mientras te tengo a punta de pistola. Me temo que has llegado hasta aquí sin ninguna razón, y será a costa de tu vida. El suero de la muerte pudo no haberte matado, pero yo lo voy a hacer. Estoy seguro de que lo entiendes, no permitimos oficialmente la pena de muerte, pero no puedo dejar que sobrevivas a esto.
Él cree que estoy aquí para robar las armas que han de reiniciar los experimentos, no para disipar uno de ellos. Por supuesto que él lo cree así.
Trató de mantener bajo control mi expresión, aunque estoy segura de que sigue siendo floja. Desplazo mis ojos por la habitación, buscando el dispositivo que va a liberar el virus del suero de la memoria. Estaba allí cuando Matthew se lo describió a Caleb con minucioso detalle anteriormente: una caja negra con un teclado plateado, marcado con una cinta azul con un número de modelo escrito en él. Es una de las pocas cosas en el mostrador junto a la pared izquierda, a pocos metros de mí. Pero no puedo mover, o de lo contrario él me matará.
Voy a tener que esperar al momento adecuado, y hacerlo rápido.
-Sé lo que hiciste –digo. Empiezo a retroceder, con la esperanza de que la acusación lo distraiga-. Sé que diseñaste la simulación de ataque. Sé que eres el responsable de la muerte de mis padres… de la muerte de mi madre. Lo sé.
-¡No soy responsable de su muerte! –dice David, las palabras brotando de él, demasiado fuerte y demasiado rápido-. Le dije lo que venía justo antes de que el ataque comenzara, así que tuvo tiempo suficiente para escoltar a sus seres queridos a un lugar seguro. Si se hubiera quedado donde estaba, ella habría vivido. Pero era una mujer tonta que no entendía de hacer sacrificios por el bien común, ¡y eso la mató!
Frunzo el ceño. Hay algo en su reacción… algo sobre la vidriosidad de sus ojos… algo que murmuró cuando Nita le disparó con el suero del miedo… algo sobre ella.
-¿La amabas? –digo-. Todos esos años que ella estuvo enviándote correspondencia… la razón por la que no quisiste que se quedara allí… la razón por la que le dijiste que no podías seguir leyendo las actualizaciones después de que se casara con mi padre…
David se queda inmóvil, como una estatua, como un hombre de piedra.
-Lo hice –dice-. Pero ese tiempo ya pasó.
Debe de ser por eso por lo que me dio la bienvenida en su círculo de confianza, por eso me dio tantas oportunidades. Porque soy un pedazo de ella, llevando su cabello y hablando con su voz. Porque ha pasado su vida aferrándose a ella y ha terminando con nada.
Oigo pasos en el pasillo exterior. Los soldados están llegando. Bien, necesito que lo hagan. Los necesito para que estén expuestos al suero en el aire, para que lo transmitan al resto del recinto. Con suerte van a esperar hasta que el aire esté libre del suero de la muerte.
-Mi madre no era una tonta –digo-. Ella entendió algo que tú no. Que no es sacrificio si es la vida de alguien más la que estás regalando, eso es solo malvado.
Retrocedo un paso más y digo:
-Ella me enseñó todo sobre el sacrificio real. Que debe hacerse por amor, no por el disgusto fuera de lugar que sientas hacia la genética de otra persona. Que debe hacerse por necesidad, después de agotarse todas las opciones. Que debe hacerse por las personas que necesitan tu fuerza, ya que ellos no tienen suficiente en su interior. Por eso voy a impedir que "sacrifiques" a todas esas personas y sus recuerdos. Por eso tengo que librar al mundo de ti de una vez por todas.
Niego con la cabeza.
-No he venido aquí a robar algo, David.
Me giro y me lanzo hacia el dispositivo. El arma se dispara y el dolor corre a través de mi cuerpo. Ni siquiera sé dónde me golpeó la bala.
Todavía puedo oír a Caleb repetirle el código a Matthew. Con mano temblorosa escribo los números en el teclado.
El arma se dispara de nuevo.
Más dolor y bordes negros en mi visión, pero oigo la voz de Caleb de nuevo. El botón verde.
Tanto dolor.
Pero, ¿cómo, cuándo siento mi cuerpo tan adormecido?
Empiezo a caer, y golpeó el teclado con la mano en mi camino hacia abajo. Una luz se enciende detrás del botón verde.
Escucho un pitido y un sonido agitado.
Me deslizo hasta el suelo. Siento algo caliente en mi cuello y bajo mi mejilla. Rojo. La sangre es de un color extraño. Oscuro.
Por el rabillo del ojo veo a David observándome con atención.
Y a mi madre caminando detrás de él.
Ella está vestida con la misma ropa que llevaba la última vez que la vi, de gris Abnegación, manchada con su sangre, con los brazos desnudos para mostrar su tatuaje. Todavía hay agujeros de bala en su camisa; a través de ellos puedo ver su piel herida, roja, pero no sangra más, como si estuviera congelada en el tiempo. Su cabello rubio oscuro está recogido en un moño, pero algunos mechones sueltos enmarcan su rostro en oro.
Sé que ella no puede estar viva, pero no sé si la estoy viendo ahora porque estoy delirando por la pérdida de sangre, porque el suero ha confundido mis pensamientos o porque ella está aquí de alguna forma.
Ella se arrodilla a mi lado y toca mi mejilla con una mano fría.
-Hola, Beatrice -dice, y sonríe.
-¿Ya he terminado? –digo, y no estoy segura de si realmente lo digo o si sólo lo pienso y ella lo oye.
-No es a mí a quién debes preguntárselo –dice ella, con una sonrisa amable-. Eres tú quién debe responder. ¿Piensas que ya has terminado aquí? Porque si es así nos iremos juntas ahora mismo.
Lo pienso un instante.
-Sí, ya he terminado. –respondo con firmeza.
Mi madre asiente, con los ojos llenos de lágrimas. Extiende su mano para atraerme a sus brazos, pero cuando roza mi piel, me doy cuenta de algo. De algo que puede cambiarlo todo.
-¿Y qué hay de los demás? ¿Tobias, Caleb, mis amigos? –pregunto desesperada.
-Quizá esa sea la verdadera pregunta –dice mi madre con dulzura-. Tú estás preparada para irte, estoy segura, ¿pero lo están ellos para que te marches?
Ahogo un sollozo cuando la imagen de Tobias viene a mi mente, de lo oscuros que eran y todavía siguen siendo sus ojos, lo fuertes y cálidas que eran sus manos, el momento en el que por primera vez estuvimos cara a cara.
Pienso en Caleb tirado en el suelo, pidiéndome que no me fuera. En Christina y su forma de perdonarme. En Uriah, completamente inmóvil en la cama del hospital.
Nos habíamos enfrentado a muchas cosas y habíamos sobrevivido. Pero el futuro que estaba por llegar tampoco sería fácil. En aquel preciso momento, la respuesta a la pregunta de mi madre aparece ante mí claramente. No están listos para que me vaya. Aún no.
-Creo que no, mamá –respondo vacilante-. No lo están. Porque mi vida no me pertenece solo a mí. Y Tobias y los demás no pueden perder a nadie más. Me necesitan.
Mi madre sonríe, llena de orgullo, y me suelta el brazo lentamente. La admiración que hay en sus ojos me demuestra que he hecho lo correcto.
-¿Lo ves? No me necesitas para tomar una decisión, Beatrice. Porque después de todo lo que has sufrido, te has ganado el derecho de tomarlas tú sola. Te quiero, hija mía, y nunca podré decirte con palabras lo orgullosa que me siento de ti.
Mi madre comienza a caminar hacia atrás y se desvanece en una brillante luz blanca. Mientras veo cómo se marcha, una pregunta cobra forma en mi mente.
¿Puedo ser perdonada por todo lo que he hecho para llegar hasta aquí?
Quiero serlo.
Puedo.
Lo creo.
Entonces la puerta de la habitación se abre de golpe y alguien grita mi nombre.
