¡Hola! Hace un tiempo escribí un final alternativo sobre mi historia "Qué bonita la vida". Ordenando archivos acabo de encontrarla y, como esta historia sigue teniendo muchas visitas, he decidido subirla.

Creo que se puede leer sin volver a leer la historia. Creo recordar que en su día, cuando lo escribí, fui poniendo las partes importantes de la historia para que se pudiese entender sin tener que releer. Como es muy largo entero, subiré dentro de unos días lo que falta.

Espero que os guste.

Capítulo 1

Richard Castle

Cierro la puerta con cuidado para no despertar a mi madre, pues solo hace unos minutos que ha conseguido conciliar el sueño. Sé que tiene miedo de dormirse y no volverse a despertar. No me lo ha dicho pero puedo verlo en sus ojos o en la manera que siempre se niega y quiere postergar ese momento, buscando excusas para no dormir aunque los ojos se le estén cerrando solos por el cansancio.

La entiendo. Yo estaría aterrado si estuviese en su lugar; más incluso de lo que estoy ahora, supongo. Cada minuto que pasa mis esperanzas porque todo salga bien, disminuyen. Por mucho que intento ser optimista… cada vez me cuesta más, pero lo intento, lo intento por ella. Mi madre me necesita fuerte y entero. Debo de ser yo el que le brinde apoyo y no al revés. Mientras haya vida, hay esperanza, me repito una y otra vez. Tomo aire y comienzo andar, saliendo del área de habitaciones. Necesito salir y tomar el aire.

Cuando salgo al pasillo me encuentro con algunas enfermeras hablando con el médico jefe. Me acerco a saludarlos, dándome cuenta que el médico se ha callado nada más me había visto llegar.

-¿Qué pasa? —Pregunto angustiado.

-¡Nada, tranquilízate! ¡Todo está bien! –Me dice una de ella con una sonrisa en sus labios. La observo, intentando descifrar si esa sonrisa es forzada o es una sonrisa real.

-Precisamente el doctor Mancini nos estaba diciendo que no hay motivo de preocupación —me informa Enora, la enfermera que aprovecha todos sus ratos libres para hablar conmigo y reconfortarme, coloca una mano en el hombro y aprieta un poco el agarre-. Tranquilízate, en serio, ahora ve a la cafetería y come algo –me pide.

Asiento y giro al final del pasillo, pero en vez de bajar las escaleras para ir a la planta baja me quedo junto a una puerta para escuchar. He notado que me estaban ocultando algo, pero por mucho que me esfuerzo, estoy demasiado lejos para oír claramente lo que dicen.

Solo oigo al doctor Mancini hablar lentamente, como si estuviese explicando algo, y que algunas enfermeras lo interrumpen cada dos por tres con preguntas.

Era realmente imposible saber qué se estaban diciendo, porque, además, los sollozos de Ambra, una enfermera que se ha encariñado con mi madre, me tapan las voces.

XXX

Han pasado dos días de aquel encuentro con el médico y las enfermeras y todavía no he conseguido averiguar lo que se traen entre manos. No logro sacarme de la cabeza todo lo que había presenciado. Algo dentro de mí, me decía que todo eso estaba relacionado con mi madre pero nadie quería decirme nada y está incertidumbre me estaba matando.

-¿Me estás escuchando? –Me pregunta mi madre, colocando su mano en mi antebrazo. Yo asiento, intentando olvidarme por un rato de aquello-. ¿Qué harás con Katherine? –Inquiere, haciéndome fruncir el ceño. Ni siquiera me había dado cuenta de que la conversación que teníamos sobre las obras de teatros donde ella había actuado, había seguido un camino tan distinto.

-¿Cómo que qué haré? –Respondo con otra pregunta para ganar tiempo y conseguir que mi imaginación pueda inventarse algo creíble.

-Sí, eso. Me dijiste que ella necesitaba tiempo y ya ha pasado dos semanas desde que fuiste a buscarla y no habéis vuelto a hablar, ¿o sí? –Sigue a la carga, sentándose derecha en la cama.

-No, ella me dijo que me llamaría –Contesto, rezando en mi interior porque deje de preguntar.

-Y, ¿y si la llamas tú? –Inquiere–. Ahora mismo la necesitas, Richard. Yo sé que aunque intentas fingir delante de mí que estás bien, no lo estás. Ella y su hija te harán bien.

-No, madre, no puedo hacer eso. No quiero que se sienta presionada a estar conmigo… -Agacho la mirada. No quiero que se dé cuenta de la realidad. Sería muy doloroso para ella, además, así al menos tiene la esperanza de que no todo está perdido.

-Pero esa muchacha te quiere, hijo, y no creo que se sienta presionada –me dice y yo me aguanto las ganas de reír y de llorar que sus palabras me han producido.

-De todas formas, ella me pidió tiempo y se lo voy a dar. Debo de respetar eso –sentencio, entrelazando mis dedos.

-Richard, pero…

-Madre, ya lo hemos hablado y siempre hemos llegado a la misma conclusión –le recuerdo.

-Has llegado tú, querido, porque yo opino todo lo contrario –declara con voz seria.

Suspiro aliviado cuando escucho que alguien ha llamado a la puerta. Es Ambra que viene a revisar que todo esté bien. Sé que esta conversación no ha acabado aquí pero, al menos, tendré algo más de tiempo para inventarme algo.

5 de julio

Frunzo el ceño cuando veo a Ambra aparecer corriendo, sollozando e intentando regular su respiración a causa de la carrera, incapaz de expresarse correctamente, de recalcar las palabras. Mi pulso se acelera y todo comienza a perder el sentido. La voz de una amiga, más que una enfermera, me ruega que me dé prisa, que corra, que vaya a darle el último beso a mi madre, antes de que sea demasiado tarde. Porque sí, la vida la estaba abandonando, estaba teniendo otro ataque y no sabían si lograrían recomponerse. Quería verme para una última despedida antes de irse para siempre. Y para nunca más volver.

A toda carrera, pálido y desesperado, con el corazón hecho pedazos, con los ojos inundados en lágrimas, que no me dejan ver, mientras el personal del hospital, que me voy encontrando, me observan consternados corro hacia la habitación de mi madre.

Solo pido llegar a tiempo, poder decirle adiós, incapaz de creérmelo, incapaz de aceptarlo, incapaz de entenderlo.

Tengo que apresurarme; tengo que correr más rápido que el viento para acudir a su lado. Voy disparado por el pasillo y luego cruzo como una exhalación la puerta que comunica con las escaleras. No hay tiempo para esperar al ascensor. Subo las escaleras de dos en dos mientras me reprocho haberle hecho caso, haberla dejado sola para salir un rato a tomar el aire, tratando de ignorar esa dolorosa punzada en el pecho, pidiéndole a Dios un último milagro.

¡Déjala vivir, Dios, déjala vivir! ¡Mi vida no tiene sentido sin ella!

Cruzo la puerta empujándola sin cuidado, volviendo a los pasillos del hospital. En la planta donde se encuentra mi madre.

¡Te lo ruego, Dios, sálvala, te lo ruego, sálvala! No te la lleves de mi lado, te lo ruego. Ahora no, todavía no. No estoy preparado, no llego a tiempo. Déjame llegar a tiempo, Dios, por favor.

El sudor me chorrea de la frente, el corazón me late con fuerza; mi angustia aumenta a cada paso.

A toda carrera, por el pasillo, con la mirada nublada por las lágrimas sintiéndome el corazón estallarme en el pecho.

Kate Beckett

Dejo de prestar atención al libro que tengo entre mis manos para mirar a mi hija, que sigue sentada en el banco, dejando que sus piernas queden colgadas en el aire, moviéndolas mientras mira al frente con una de sus muñecas sentada junto a ella.

-¿No quieres jugar, cariño? –Le pregunto. Ella niega con la cabeza sin mirarme. Cierro el libro y me acerco más a ella, cogiendo la muñeca para poder ponerme lo más pegado posible-. ¿Por qué? –Investigo. Ella se encoge de hombros y deja de mirar al frente para observar sus pies en movimiento-. Sophie –la llamo al no tener respuesta.

-Echo de menos jugar con Rick –susurra tan bajito que ni siquiera estoy segura si la he escuchado bien-. ¿Va a venir? –Pregunta, mirándome esperanzada.

-No… no lo sé –respondo. Realmente, no lo sé pero tampoco creo que venga. Desde nuestro último encuentro no hemos sabido nada de él y no creo que la situación cambie después de lo que pasó. Sophie vuelve a mirar al frente, llevándose sus manitas a la cara.

-Ey, cariño –le digo, cuando me doy cuenta de que está llorando. La coloco encima de mis piernas, dejando olvidada la muñeca en el banco, y la abrazo-, ¿qué pasa? –Inquiero, pero sigue sin hablar-. Cariño –repito, retirándole el pelo de la cara-, ¿qué pasa? ¿Es porque echas de menos a Rick? –Ella asiente.

-Pero Rick es malo porque tú lloras por su culpa –dice, como si se sintiera mal por echarlo de menos.

-Sophie –comienzo, peinando su pelo con mis dedos-, Rick es tu amigo y no es malo. Solo hizo algo mal. Pero él es tu amigo y tú puedes echarlo de menos. Rick te quiere mucho.

-Pero a ti no –me interrumpe, provocando que mi rostro se contraiga. Cuando se da cuenta se lleva sus manitas a la boca, tapándosela.

-Pero a ti sí y no debes de estar triste por eso. Tú puedes ser su amiga. Yo tengo otros amigos –me encojo de hombros, restándole importancia. Ella asiente pero sigue con su rostro lleno de tristeza.

-Ya no viene a jugar. A lo mejor ya no quiere ser mi amigo porque está enfadado conmigo porque yo me enfadé con él y no quise jugar –dice, agachando la mirada.

-O está ocupado –comento con un tono de voz alegre para intentar que se sienta mejor-. Seguro que cuando pueda, viene a jugar contigo. Tú eres su mejor amiga –le recuerdo. Sophie asiente más contenta-. Ahora, ¿qué te parece si vamos a jugar tú y yo a los columpios? –Sugiero, ganándome una respuesta positiva por su parte.

7 de julio

-Llámalo, mami, llámalo –me pide entre lloros. Yo la miro sin saber qué hacer. ¿Cómo voy a llamar a Rick después de lo que pasó aquel día en el parque? Dejo caer la cabeza hacia atrás, llevándome una mano a la frente-. Mami –gime mi hija-, yo quiero jugar con Rick. Yo quiero que él sea mi amigo.

Desde nuestra conversación en el parque, Sophie ha estado esperando a Richard cada tarde, desanimándose cada vez más porque no aparecía. Hoy ni siquiera quería volver a casa sin verlo, he tenido que traerla a la fuerza.

-Mami, tienes que llamarlo –dice y yo trago saliva, sacando mi móvil de mi bolsillo. Jugueteo con él hasta que un nuevo sollozo, hace que lo desbloquee.

Al segundo tono, Rick cuelga.

-¿No contesta, mami? –Pregunta Sophie con la cara humedecida por las lágrimas. Dudo en si decirle la verdad o mentirle-. Llámalo otra vez –me pide, sorbiendo por la nariz. Vuelvo hacerlo pero ahora ni siquiera ha llegado a terminar de sonar el primer tono.

Al darse cuenta, mi hija comienza a llorar de nuevo. Intento tranquilizarla pero no lo consigo. Ni siquiera quiere comer nada. Decido mandarle un mensaje a Rick, tal vez, si le digo que Sophie no para de llorar por querer hablar con él, acepte la llamada.

Suspiro, hace varios minutos que le he enviado el mensaje y ni siquiera lo ha abierto.

-¿Vamos a dormir? Puedes dormir conmigo si quieres –le ofrezco pero no me contesta. Sus lágrimas siguen mojando la piel de mi cuello. Me levanto con ella en brazos del sofá y me dirijo a su cuarto para coger su pijama y luego entro en el mío. Me siento con ella sobre las piernas y comienzo a desnudarla con cuidado para cambiarla de ropa.

Cuando estamos metidas en la cama, vuelvo a mirar mi móvil. Rick ha leído el mensaje hace 11 minutos pero no ha contestado. Suspiro, debatiéndome entre volver a escribirle otro mensaje. Sophie no tiene la culpa de nuestros problemas, además, él es el culpable de esta situación. Él fue quien me utilizó.

No me da tiempo volver a abrir la conversación, cuando la pantalla se ilumina con su nombre en el centro. Rick me está llamando.

-Cariño –le digo alegre-, Rick te está llamando –la informo antes de que me quite el teléfono de las manos y conteste a toda velocidad.

Richard Castle

Dejo de caminar cuando un sonido me avisa que me acaba de llegar un mensaje. Frunzo el ceño cuando veo el remitente. ¿Cómo es posible que después de todo lo que pasó, esté intentando hablar conmigo? Bufo y lo guardo en mi bolsillo sin molestarme a leerlo. Me siento en una de las sillas pensando en qué puede querer. Sophie aparece por mi mente y decido acabar con esa intriga. Espero que no le haya pasado nada a la niña.

"Siento molestarte pero te he estado llamando y no atendías mis llamadas. Sé que no quieres hablar conmigo pero Sophie no para de llorar preguntando por ti y no consigo calmarla. Solo lo hará si tú hablas con ella. Por favor, no la metas en esto. Es solo una niña." Leo. ¿Qué no la meta en esto? Pero si ella fue la primera que la puso en mi contra. Me llevo las manos a la cabeza cuando los recuerdos de aquella tarde comienzan a revivirse en mi mente. Cierro los ojos intentando pensar en otra cosa pero es imposible. El botón ha sido pulsado.

Había dejado a mi madre con unos amigos. No era seguro dejarla sola después de su último ataque así que había aprovechado su visita para ir a buscar a Kate. Después de enterarse de la verdad había decidido contárselo a sus amigos y éstos habían viajado desde Colombia para verla. Ya no era un secreto que tenía una enfermedad de corazón y que la única posibilidad que tenía de vivir era con un trasplante.

El parque parecía más concurrido que de costumbre. Tanto que me costó visualizar a Kate y Sophie. Cuando por fin lo hice, vi que Kate estaba sola, supuse que la niña debía de estar en la zona de juego. Me acerque a ella, quería disculparme por haber desaparecido de esa forma y contarle lo que estaba pasando con mi madre. También quería preguntarle por qué no había atendido mis llamadas esos días.

-Hola –la saludé.

Beckett se giró cuando escuchó mi voz mientras yo estaba frente a ella con las manos en los bolsillos. Arrugué el ceño cuando vi la seriedad en su mirada. Sabía que debía de estar enfadada después de cómo desaparecí pero yo no había tenido elección y esperaba que lo entendiese cuando le contase la verdad.

-¿Qué haces aquí? – Me preguntó, como ya suponía, enfadada. Se notaba en su voz y en la forma de mirarme, así como en la forma en la que tenía fruncido los labios.

-Quiero explicarte lo que ha pasado –empecé a hablar pero me vi interrumpido por su voz.

-Vete –gritó, volviéndose a sentar, ignorándome.

-No, no, no. Kate… tenemos que hablar –dije, intentando mantener la calma pero ella ni siquiera me quiso mirar-. Sé que te debo varias explicaciones –volví a intentarlo pero Kate seguía igual de seria. Cuando sus ojos se encontraron con los míos de nuevo, me quedé mudo al ver su frialdad y el desprecio que trasmitían.

-No quiero escucharte –dijo, poniéndose de pie-. No quiero volver a verte –en ese momento mi corazón se rompió. Eso era lo que menos necesitaba en esos momentos. Necesitaba su apoyo y el de Sophie. Mi madre se estaba muriendo.

-Somos novios –logré pronunciar, intentando acercarme a ella-. Escúchame –le pedí, haciendo ademan de coger su mano pero ella lo evitó.

-No somos novios –Beckett rio y se mordió el labio inferior con fuerza mientras negaba con la cabeza. Fui a decir algo pero Kate comenzó a hablar antes-. Olvídate de mí y de mi hija… vete –repitió, señalándome la salida con el dedo.

Sé que mi rostro se contrajo en ese momento sin poder evitarlo. ¿Por qué no me quería escuchar? Sabía que lo había hecho todo mal con ella desde que salieran de mi casa ese domingo pero no lo había hecho a propósito.

-Si me dejaras explicarte, estoy seguro que lo entenderías –Kate rio sarcástica.

-Estoy segura, sí –ironizó- , pero te voy a ahorrar la explicación. Vete y olvídate de nosotras. No quiero volver a verte –me dijo con rabia.

-Kate… -intenté cogerla del brazo pero Beckett lo retiró antes de que pudiese tocarla-. ¿Qué pasa? –Pregunté levantando el volumen de mi voz, estaba perdiendo la paciencia. Me froté la frente con la mano. Yo solo quería abrazarla y que me dijese que todo iba a salir bien, que mi madre lograría recuperarse.

Volvió a reír y se cruzó de brazos, negando.

Di dos pasos hacia ella, ella retrocedió tres. Alargué mi mano pero la esquivó. –Kate, por favor… -Crucé mi mirada con ella, intentando trasmitirle mi angustia pero en los ojos de Beckett solo había frialdad. –Kate…

Y entonces todo sucedió. Mi mundo se vino abajo, convirtiéndose en ruinas. Un hombre apareció de la nada, agarrándola por la cintura y besándola sin que ella pusiese ningún tipo de resistencia. No entendía nada. Ella le acarició la cara cuando se separaron y yo tuve que aguantarme las ganas de llorar. Al parecer esos días en los que había estado desaparecido habían dado para mucho.

Empecé a sentir un profundo dolor en el pecho, me sentía pisoteado y humillado. Estaba totalmente paralizado mientras veía cómo la agarraba mejor por la cintura después de haberse separado, marcando territorio. Ella le sonrió y me miró sin ningún tipo de expresión, colocando su mano sobre la de él.

-¿Te está molestando, Katie? –Preguntó el recién llegado observándome. Yo seguía sin lograr articular palabra. Todas mis fuerzas estaban en reprimir el llanto que amenazaba con comenzar.

No, ya se iba, cariño –enfatizó la última palabra, acercándose más él.

Mis ojos se abrieron más si podían al escuchar esa palabra salir de la boca de Kate. Intenté guardar la compostura y tragué saliva. Todo me estaba superando. En ese momento solo quería salir corriendo de allí pero la llegada de alguien lo evitó.

-¡Mami! ¡Mami! –Gritaba Sophie abrazándose a las piernas de su madre.

-Sophie… -la llamé pero la niña ni siquiera se volteó para mirarme. –Pequeña… -lo volví a intentar con el mismo resultado.

-Rick, vete. Entiende que lo que hubo entre tú y yo, fue agradecimiento y por… -comenzó a decir Kate pero dejé de escucharla, recordando que el día que nos hicimos novios yo lloraba.

-¿Lástima? –Grité, terminando su frase-. ¡Vaya! –Levanté los brazos, dejándolos caer como si me pesasen, dándome en las piernas al caer. Fui a decir algo pero cuando vi lo angustiada que parecía Sophie, me callé.

-Papi, mami, vámonos –gimoteó sin separarse de su madre. El hombre acarició su cabecita y yo volví a sorprenderme cuando escuché cómo lo había llamado. Parecía que había estado desaparecido años y solo habían sido unos días.

-Hey, pequeña, ¿no me vas a saludar? –Me agaché a su altura. Llevaba muchos días sin verla y ahora más que nunca necesitaba unos de sus abrazos. Intenté acariciar su espalda pero la niña se apretó más contra su madre, intentando que así mi mano no la alcanzase. Retiré mi mano a medio camino y me levanté dispuesto a salir de ese parque. No iba a dejar que me siguiesen humillando. No sé si Kate logró ver mis ojos cubiertos de lágrimas antes de desaparecer de su vista. Ahora sí que mi mundo se había desmoronado.

Suspiro para coger fuerzas. A pesar de todo, Sophie no tiene nada que ver en esto y no me siento bien dejando que llore por mi culpa. No quiero hacerle daño a esa niña que ha sido como un ángel caído del cielo para mí.

Sin volver a pensarlo, le doy a llamar esperando su contestación.

-Rick –gimotea Sophie nada más descolgar. Solo con esa palabra he podido darme cuenta de que llora-, ¿por qué ya no vienes a jugar conmigo? ¿Es porque no quise jugar contigo? Yo ya no estoy enfadada. ¿Me peldonas? –Dice de carrerilla sin dejarme hablar.

-Hola, Sophie –la saludo. Suspiro, agarrándome el puente de la nariz-. Es… es complicado –respondo sin saber qué decirle por mi ausencia y la escucho llorar a través del auricular-. Hey, pequeña –la llamo, intentando calmarla-, yo no estoy enfadado contigo.

-¿No? –Pregunta, intentando regular su respiración.

-No –contesto, calmado y contento de que por fin la niña esté dejando de llorar.

-¿Entonces por qué no vienes a jugar conmigo? ¿Vienes a jugar conmigo? –Inquiere y yo trago saliva-. Tengo juguetes nuevos y podemos jugar a lo que tú quieras –me ofrece y aclaro mi voz antes de volver a hablar.

-Verás, pequeña, ahora mismo no puedo jugar contigo –antes de que pueda darle una explicación, la niña me interrumpe.

-¿Por qué? –gime y yo suspiro.

-Porque mi mamá está malita y la tengo que cuidar –decido contarle la verdad. Por más dolorosa que sea, sé que ella lo entenderá y dejará de pensar que estoy enfadado con ella.

-Ah –dice, desilusionada.

-Pero te prometo que cuando esté bien, iré al parque a jugar contigo, ¿vale?

-Vale –responde más contenta por mi promesa-. Le voy a decir a mi mami que me lleve a tu casa para darle besitos de los que curan a tu mamá, así seguro que se pone buena antes y tú puedes jugar conmigo –razona y yo cierro los ojos. Sabía que no iba a ser fácil…

-No estamos en mi casa –rebato pues es la verdad y así logaré disuadirla de su idea. Una cosa es volver a jugar en el parque con ella y otra familiarizar con Kate.

-¿Dónde estás? –Pregunta y yo vuelvo a suspirar.

-En… en el hospital –dudo pero ya que he decidido decirle la verdad no puedo mentirle.

-Pues iré al hospital a darle los besitos, ¿vale? Verás, como se pone buena pronto –la escucho decir.

-Gracias –le agradezco sin saber cómo hacerla cambiar de opinión sin hacerle daño-. Ahora ve a dormir que es muy tarde y necesitas descansar.

-Vale, te quiero mucho, Rick –confiesa, haciéndome sentir de nuevo toda esa ternura.

-Yo también te quiero, pequeña –digo y al no escuchar respuesta por su parte, cuelgo.

Kate Beckett

Sophie se tira encima de mí con el móvil todavía en la mano. Está feliz y eso me hace sonreír. Beso su pelo y ella despega su cabeza para mirarme por debajo de sus pestañas con una sonrisa en sus labios.

-¿Estás contenta? –Le pregunto y ella asiente sin eliminar la curvatura de su cara.

-Tengo hambre –me dice y yo me pongo de pie para ir a la cocina.

-Vamos a comer algo y me cuentas lo que te ha dicho Rick, ¿vale? –Pues me he quedado preocupada cuando he escuchado que Martha está enferma y luego que está en el hospital. Debe de ser algo grave para que esté allí y no en su casa.

-¡Vale! –grita feliz. Le estoy muy agradecida a Richard de que haya hecho esto por ella a pesar de cómo terminaron las cosas entre nosotros-. Mami, tenemos que ir al hospital para darle besitos de los que curan a la mamá de Rick para que se ponga bien.

-¿Qué le pasa? –Aprovecho su comentario para preguntar.

-Está malita –contesta.

-¿Sabes qué le pasa para que esté malita? –Insisto, pero ella se encoge de hombros.

-No –responde, metiéndose un trozo de pan en la boca-. Pero tenemos que ir, mami –insiste. Yo sigo calentando la comida de espaldas a ella e ignorando su comentario-. ¿Podemos ir ahora? –Sigue.

Me giro despacio para ganar algo de tiempo, encontrándome con sus ojos esperanzados, haciéndome sentir culpable por haberla metido en todo este lío. Nunca debí de haber comenzado una relación con Richard. Él ya me había avisado de que era un mujeriego y por muchas palabras bonitas que me dijera, yo solo he sido una más en su cama. Me lo demostró cuando desapareció sin decir nada y me lo encontré besándose con otra después de varios días intentando localizarlo.

-Mami –me llama, sacándome de mis pensamientos.

-Ahora no podemos ir, Sophie. Es de noche –le digo, intentando salir de esta situación sin hacerla llorar de nuevo.

-Pues mañana vamos, ¿vale? Mañana no hay cole –dice, haciendo un movimiento con sus hombros, feliz.

-No sé, Sophie. A lo mejor Martha no quiere que nadie la moleste. Está malita y no se siente bien. Seguro que prefiere estar solita –comienzo a decir, intentándola cambiar de opinión, aunque sé que será imposible.

-Pero yo voy a ir para darle besitos de los que curan para que se ponga buena –responde tan segura de sí misma que no sé cómo decirle que no.

-A comer –cambio de tema, poniéndole el plato delante-. Quiero ver ese plato vacío, eh –suspiro. Tengo que encontrar alguna solución para que deserte la idea de ir a visitar a Martha.