¡Holo! ¡Hemos vuelto!

(hacen reverencias a un lado y al otro)

Por fin, ¡POR FIN llega el proyecto conjunto de Miss Desi y Miss Alisa! Vamos con las explicaciones iniciales...

Nº 1: esta historia no va a tener unos días fijos de actualización. Quien haya seguido otras historias de nuestra cuenta sabrá que normalmente actualizamos una o dos veces por semana, pero esta vez lo vamos a hacer diferente. Así será más imprevisible y podremos tener más en cuenta las sugerencias que ESPERAMOS nos lleguen vía review. Porque creednos que las vamos a necesitar.

Nº 2: la idea inicial de esta historia la tuvo Miss Desi a raíz de una experiencia propia. En este capítulo no se va a ver, pero en cuanto salga el primero entenderéis de lo que estamos hablando. Al principio iba a ser un simple SpaMano que no duraría, seguramente, más de cinco capítulos, peeero... la cosa se ha complicado... o más bien desmadrado. Ya veréis, ya.

Nº 3: es posible (MUY posible) que esta historia pase a la categoría M pronto. Tan pronto como en el próximo capítulo (tal vez). Depende de Miss Desi, que por fin (¡por fin!) ha decidido sentarse y escribir lemons. ¡Limones para todos!

Y en principio, eso, antes de empezar...

DISCLAIMER: Hetalia y todos sus personajes pertenecen a Himaruya Hidekaz, la idea de la historia es lo único nuestro, y tú (sí, tú) perteneces a la Madre Rusia. ¿Da? Da. Pues eso. Entendemos que todo el mundo se da por aludido, porque no repetiremos más el disclaimer.

¡Vamos a ello! ¡Os dejamos con el prólogo!


Prólogo - Semana 0

P.O.V Francis

Ah de las tardes tranquilas...

Acababa de abrir mi humilde establecimiento después del descanso para comer. Las cinco y media en punto, como cada día laborable. Amigos, el éxito de un comercio, sea cual sea, empieza por la puntualidad... Pero me desvío del tema.

Como iba diciendo, acababa de abrir las puertas de mi comercio al público, aunque más por exigencias del horario que por esperar público. Nadie aparecería hasta pasada una hora más, si mi experiencia de años no me fallaba. Así que me puse especialmente cómodo tras el mostrador, hasta me quité los zapatos, y me dispuse a echar un ojo a las últimas novedades que había adquirido para mi sección de préstamo de películas. Con algunas de ellas me había arriesgado, pero creedme que en el tiempo que he pasado a cargo de este negocio, he visto y oído cosas tan raras que no podríais ni imaginarlas.

Sin embargo, mi experiencia de años me falló en aquella tarde. No pude llegar ni a leer la mitad de las reseñas escritas en las carátulas de los DVDs. Un golpe contra mi escaparate y una exclamación bastante sonora me sobresaltaron más de lo que me atrevo a reconocer. Cuando levanté la vista de la película que tenía entre manos, observé que un muchacho de no más de dieciséis o diecisiete años tenía cara y manos literalmente pegadas al escaparate, por el lado del cristal que daba a la calle. Tras él, otro joven que no sería mucho mayor que él observaba el interior de mi establecimiento, y cuanto más miraba, más palidecía.

El mayor pareció salir de su trance y, agarrando al otro chico del brazo, intentó apartarle del cristal, gritando:

- ¡¿Pero qué haces, Feli?! ¡Aparta de ahí, deja de mirar... "eso"!

- ¡Veeeh~! - se quejó el menor, que tenía una voz más chillona e infantil - ¡Pero parece interesante! ¿Qué es eso, fratello? ¡Quiero saber lo que es!

Oh, luego el jovencito tenia curiosidad... Lógico, para alguien de su edad; por no mencionar que tenía la cara más inocente que había visto en mucho tiempo.

Pues si el muchacho quería saber... ¿quién era un humilde servidor para no ofrecer su ayuda?

Me levanté de la silla y me calcé los zapatos con facilidad, y no perdí tiempo en asomarme por la puerta y saludar a los chicos con mi sonrisa más profesional pintada en la cara.

- ¡Buenas tardes! No he podido evitar observaros. ¿Os puedo ayudar en algo?

- ¡Sí! - exclamó el menor.

- ¡NO! - contradijo el mayor, que en ese momento, al contrario que instantes antes, estaba colorado como un tomate.

- O una cosa, o la otra... - me reí. Vaya contraste de opiniones.

Mientras los dos se miraban, uno con rabia, el otro con miedo, y hablaban en voz baja en algo que parecía italiano, aproveché para observarlos y llegué a la conclusión de que eran hermanos. Llevaban un corte de pelo parecido, aunque el del mayor parecía más rojizo y oscuro que el del otro, de un tono castaño medio. Mientras que el mayor tenía los ojos de un color parecido al de las aceitunas, los del pequeño se acercaban más al ámbar; y cada cual lucía un extraño rizo en el pelo que parecía desafiar a la gravedad: en el lado derecho el mayor, y en el contrario su hermano.

En ese momento caí en la cuenta. Con lo relajado que estaba hasta un momento antes, casi había olvidado que esperaba inquilinos. Porque veréis, además de mi establecimiento, soy dueño de un bloque de pisos. Nada muy grande ni ostentoso, justo por lo cual eran el hogar perfecto para estudiantes universitarios. En el bajo, junto al portal, se encontraba mi comercio, "El Alegre Pierre". Muy conveniente, vivir justo al lado de mi trabajo.

Los jóvenes nuevos inquilinos del 2ºA eran, por lo que tenía entendido, dos hermanos italianos que venían a estudiar Artes, atraídos por las encuestas que afirmaban que la universidad de la ciudad era la mejor del continente para cursar tal carrera. Y, mirad por dónde, aquellos dos muchachos habían venido arrastrando maletas enormes, que habían quedado abandonadas en la acera para poder discutir cómodamente, en sus voces un extraño acento.

- ¡Pero vamos a preguntar! ¿Por qué no quieres ni preguntar? - instó el pequeño a su hermano, enfurruñado. El aludido se llevó una mano a la cara en desesperación, pero tras unos instantes de duda, me miró y preguntó:

- E-esto, caballero... ¿E-este sitio es...?

Sonreí de oreja a oreja, y no pude evitar hacer una floritura indicando el precioso cartel sobre la puerta.

- ¡Esto, amigos míos, es "El Alegre Pierre", sex-shop de confianza, videoclub X especializado, rincón dedicado al placer, y vuestra tienda para todas las necesidades más íntimas del ser humano!

La cara del mayor de los hermanos parecía estár suplicándome que no dijera lo que creía que iba a decir, y en cuanto terminé, supe que sus deseos no se habían cumplido.

- ¿Q-qué es un sex-sh-? - iba a preguntar el pequeño, pero su hermano le tapó la boca y, tratando de sobreponerse a la vergüenza, cambió de tema.

O eso creía.

- ¿No sabrás si por aquí vive un tal Francis Bonnefoy?

- ¡Mais oui, muchacho! ¡Le tienes delante!

La mandíbula del chico no se cayó al suelo porque las leyes de la anatomía humana no lo permiten. Qué dueto tan simpático.

- ¡Veeeh~, usted es nuestro casero! - canturreó el hermano menor, liberándose del agarre del otro, y se acercó dando brincos a estrecharme la mano - Soy Feliciano Vargas, ¡un placer conocerle! ¡Pero puede llamarme Feli!

- ¡Ohonhonhonhon!, vamos, vamos, no tienes que tratarme de usted. Después de todo, vamos a ser vecinos - intenté calmarle, porque parecía a punto de hiperventilar de la emoción. - No os esperaba tan pronto... ¡Él debe ser Lovino, entonces! - añadí, señalando al hermano mayor, que seguía en estado de shock.

- ¡Sí, ha acertado, él es Lovi!

Me acerqué a saludarle también, y el muchacho no reaccionaba. Le oí murmurar algo que sonó como:

- Un sex-shop... Mi casero tiene un sex-shop... Vivo encima... de un sex-shop...

- ¿Se encuentra bien? - pregunté a Feliciano, ya que Lovino parecía incapaz de responderme.

- Sí, no te preocupes... Pero tápate los oidos - le miré sin comprenderlo -. Tres, dos, uno...

Y tal cual el chico acabó de contar, un ensordecedor berrido casi me hizo dar con mis preciosas posaderas en la acera.

- ¿PERO ESTO QUÉ PUTA BROMA DE MAL GUSTO ES?


P.O.V. Lovino

- ¡Tomaos vuestro tiempo para acomodaros! Ah, y podéis pasar a saludar a los vecinos; un chico de San Francisco llegó antes de ayer al 1ºA, y es muy simpático - se despidió el casero; puto pesado, ¿por qué seguía allí?

- ¡Eso haremos! ¡Muchas gracias por todo! - le respondió Feli.

- Lo que sea, pero que se pire ya... - gruñí.

Y en cuanto escuché que la puerta del piso se cerraba, liberé todas mis frustraciones en un grito desesperado.

- ¡AAAAAAAAAAARRGH! ¿Pero qué cojones le pasa a la gente en este país?

- Fratello, tranquilízate - oí decir al flojo de mi hermano - Además, Francis nació en Francia, él tampoco es de aquí.

- Un vecino yankee y un casero franchute... ¿No hay nadie normal aquí?

-Bueno, fratello, vamos a ver el piso. Ya que estamos aquí... -me sonreía estúpidamente. Como siempre.

Al menos esperaba no cruzarme muy a menudo con el casero... y no quería ni ver al yankee.

Pronto pudimos comprobar lo pequeña que era la casa. Y cuando digo pequeña quiero decir diminuta. Dos habitaciones, un baño, un salón y una cocina de barra americana unida a este. Los únicos puntos buenos era que tenía dos habitaciones y no una, por lo que no tendría que soportar al plasta de Feli. Y la televisión de pantalla plana HD. Eso no era un punto, era un puntazo.

En las fotos que había colgado el franchute en internet, el piso parecía mucho más grande...

El caso era que la casa tenía sólo el mobiliario imprescindible. Una mesa, dos sillas y un sofá en el salón (aparte de la maravillosa televisión, que no me malinterpretéis, era absolutamente imprescindible). Una estantería, un armario (con un juego de mantas y sábanas), una pequeña alfombra, una mesita de noche y una cama en cada habitación. La cocina lo tenía básicamente todo, aunque hubiera agradecido un lavavajillas y una secadora. Y en el baño...

Bueno, creo que está claro. Fue un detalle el que este aparte tuviera una alfombrilla y un par de toallas en el pequeño armario.

-Pasable... -gruñí cuando terminamos de revisar todo el piso. Ya nos había costado bastante dinero mudarnos a un país distinto como para poder permitirnos un piso más lujoso. Aparte del pastizal que nos íbamos a gastar en la matrícula de la universidad y todos los gastos que supondría el comprar materiales...

Porque Artes no es una carrera precisamente barata.

-Fratello, ¿con qué habitación te quieres quedar? -me preguntó entonces.

-Me viene dando igual.

-Vale, ve~ -se dirigió a la segunda habitación. Quiero decir, la puerta de la primera estaba al lado de la puerta principal, en la izquierda, y la segunda, justo al lado. Luego iba el baño. Y frente a este, sin puerta ni nada que se le pareciera, el salón con la cocina, al final del pasillo y en la parte derecha de la casa.

Bien, supuse que la que quedaba era la mía.

Las siguientes dos horas las pasé sacando mis pertenencias en general de la maleta, colgando la ropa en el armario, la ropa interior en el cajón más bajo de la mesita de noche, colocando las pocas otras cosas que me había traido de Italia (mi amada Italia) en la estantería, que vendrían siendo algunos libros, una fotografía de mi familia y...

En fin, mi querido peluche. ¿Qué? Fue MI primer peluche. Es un tomate. Con ojos. Y sonríe. Me encantaba. Y me encanta. Y me daba igual quién quisiera quitármelo, por mucho que fuera de "niños pequeños". Es MÍO.

Por último, saqué mi ordenador portátil y lo dejé encima de la cama. A aquella habitación le hubiera hecho falta un escritorio... Bueno, tampoco lo iba a necesitar mucho. Y si me hacia falta una mesa, estaba la del salón.

Me senté encima de la cama y encendí el ordenador. Debía tener la lista de materiales necesarios por alguna parte...

-Un caballete, un arcón para guardar materiales, cartones, bastidores para entelar, lienzos, herramientas varias para escultura, carboncillos, carpetas... -empecé a enumerar en voz alta. Y eso sin contar lo que me pedirían cuando llegara a clase. En la lista también deberían estar los acrílicos, óleos y demás tipos de pinturas. Pero no sabía por dónde diría el profesor que empezáramos. Ni muchas otras cosas.

Así que, aunque me molestara, me tocaría hacer compras de última hora, por así decirlo. Aparte de que iba a estar todo el año yendo a comprar pinturas, carboncillos y demás materiales que se acaban.

No me gustaba pensar eso, pero ojalá a Feliciano le dieran la beca que había pedido para materiales. Porque si no la conseguía nos faltaría dinero para comer. Y más tarde para pagar al casero. Y acabaríamos en la calle. Y tendríamos que seguir comprando los putos óleos y cartones y telas y... y...

-¿Lovi? -mi hermano tocó a la puerta y me sacó de mis pensamientos apocalípticos.

-Idiota, está abierto -apagué el ordenador mientras él pasaba.

-¿Ya has acabado? -preguntó mirando a su alrededor.

-¿No es evidente que sí?

-Jo, Lovi, no seas tan borde conmigo... -lloriqueó.

No, no estaba cabreado con él, pero sólo de pensar la cantidad de dinero que nos íbamos a dejar comprando materiales... me hacía desear volver atrás y estudiar Derecho como quería mi madre desde un principio. Al final accedió a que me fuera a Artes porque Feli también quería, y si su niñito quería ir... yo tenía que ir cual perrito faldero detrás de él para que no se hiciera daño con el martillo o se intoxicara con el carboncillo.

Tenía muchas ganas de ir a Artes. Sí, aunque tuviera que cuidar del plasta de mi hermano.

Por cierto, si había venido a mi habitación, era porque quería algo.

-Oye, fratello, ¿y si damos una vuelta por el barrio? Aún queda un rato hasta la hora de la cena y puede ser buena idea familiarizarnos con las calles y...

Bingo. ¿Veis lo que os decía?

De todas formas, la idea tampoco era mala. Y podía dejar la ventana de mi habitación abierta porque, sinceramente, olía a rancio. Fijo que había pasado mucho tiempo deshabitada, a juzgar por eso y por el dedo de polvo que tenían todos los muebles. Y no exagero.

En fin, de la limpieza ya nos ocuparíamos por la mañana, no eran horas de limpiar y no me apetecía después del viaje en avión desde Italia. Aunque tampoco me hacía grcia dar una vuelta, estaba cansado...

Pero si decía que no, Feli estaría pesado toda la noche y la mañana siguiente, poniéndome ojos de cachorrito para que saliéramos a dar una vuelta. Así que cuanto antes mejor. Para colmo, mi estómago gruñó, recordándome amablemente que tampoco teníamos nada que cenar aquella noche.

Decidido, teníamos que salir. Era cuestión de supervivencia.

Dejé las cosas tal como estaban, cogí las llaves del piso y salimos. Llamé al ascensor. Sí, estaba demasiado vago como para bajar por las escaleras. Tal vez si viviera en un primero... pero era el segundo piso.

Después de unos escasos segundos en aquella oscura y estrecha cabina que hacía los ruidos y chirridos más siniestros que había escuchado en mi vida, a la cual el maldito casero se atrevía a llamar "ascensor", la puerta se abrió justo para ver a un tío frente a las escaleras, con unos cascos de música enormes en las orejas y una bolsa de supermercado, bailando de una forma... muy extraña.

-¿Qué cojones...? -miré alucinado la escena mientras salía del ascensor seguido por mi hermano.

El tío nos vio entonces, soltó la bolsa sin cuidado en el suelo y, todavía sin quitarse los cascos, nos tendió la mano y empezó a hablarnos a gritos mientras mascaba un chicle:

Hi, my friends! No me sonáis, ¿sois los de arriba, los nuevos? ¡Yo soy Alfred F. Jones! -eso último lo había dicho en español con un ligero acento... de algo. No soy experto en acentos, precisamente.

Miré al tío de arriba abajo. Pelo rubio oscuro, con un extraño mechón que sobresalía como un puñetero cuerno. Ojos azules, con gafas. Camiseta de tirantes blanca, no iba ni depilado. Vaqueros azules y deportivas. Ah, y le sobraban un par de kilos.

-¡Ve~! ¡Encantado, yo soy Feliciano, aunque puedes llamarme Feli, y este es mi hermano Lovino! -el idiota de mi hermano le estrechó la mano sin dudarlo.

-¡¿Qué?! -preguntó el tal Alfred. Era evidente que no nos escuchaba. Prácticamente le quité los cascos de un manotazo- ¡Eh!

-Gilipollas... -gruñí.

-Decía que estamos encantados de conocerte, Alfred -lo estaría él, no te jode...-. Yo soy Feliciano, pero puedes llamarme Feli, y él es Lovino. Y acabamos de llegar esta tarde.

-¡Ah, entonces sí que sois los italianos, los nuevos! -joder, el tío no gritaba por la música: hablaba así al natural- ¡Francis me habló de que llegaríais pronto, pero no sabía que fuera hoy! -rió fuertemente.

-¿El casero? -pregunté.

-¡Sí, es un tío majo! -sí, majo mis huevos en vinagre- Yo llegué hace tres días, pero no es la primera vez que vivo aquí. ¡Francis es tan majo que me reserva mi piso durante las vacaciones para que nadie me lo quite! - y a continuación murmuró entre dientes algo que sonó a "Salvo por ella...".

Un momento... ¿llegó hace tres días? Eso me sonaba a lo que...

-¿Tú de dónde coño eres? -pregunté. El tipo hinchó el pecho y anunció, muy orgulloso:

San Francisco, United States of America!

Gran. Mierda. Me acababa de encontrar con el puñetero yankee.

-Oye, ¿vosotros adónde íbais a estas horas? -cambió de tema.

-A dar una vuelta, para conocer el barrio~ -respondió Feli.

-¡Ah, si queréis os lo puedo enseñar yo! Pero acabo de salir, ¿podría ser mañana?

-¿En serio podrías enseñarnos el barrio? -los ojos de mi hermano casi soltaban estrellitas.

Of course!

-¡Ve~, grazie, eso facilitaría mucho las co-!

-Estaría bien -intenté sonar educado después de cortar de esa manera a mi hermano. Pero no es mi punto fuerte el ser agradable, así que lo dije todo con una cara y un tono de mala hostia impresionante-, pero tenemos que salir ahora. No tenemos nada para cenar, así que...

-¡Oh, pero eso no es problema! -ahora el que me cortó fue él- ¡Os invito yo a cenar! ¡Y después podemos jugar a la play! ¡Me encantaría conoceros mejor, ahora que somos vecinos!

-No quisiéramos molestar... -dije con los dientes apretados.

-¡Pero si no molestais! Bueno, tal vez a ella sí que la molestéis... -dijo la palabra "ella" con cierto desdén- ¡Anyway, que se joda! ¡Seguidme, vivo en el 1ºA! -recogió la bolsa del suelo y subió saltando los escalones de dos en dos, dando pisotones como un caballo.

Segundos después, me vi arrastrado por mi hermano escaleras arriba.


El ruido del timbre me habría despertado, de no ser porque no había dormido prácticamente nada durante la noche, sin contar con que nos habíamos acostado bastante tarde por culpa de cierto vecino yankee.

Con "invitarnos a cenar", se refería a calentar unas hamburguesas y meterlas en pan junto a unas hojas de lechuga, tomate y queso. Sí, comida rápida. No me extrañaba que el idiota de Alfred estuviera tan gordo. Pero tampoco iba a hacerle ascos: debía acoplarme a comidas donde me invitaran para poder ahorrar dinero y así no acabar viviendo debajo de un puente.

Y averiguamos a quién se refería al decir "ella". Resulta que Alfred tenía una compañera de piso la mar de agradable a la que no le hacía ni puta gracia que nos pusiéramos a jugar a la play a la una de la mañana.

Realmente Anya era una chica muy guapa, y me caía bien sólo por que contestaba al capullo de Alfred. Pero daba mal rollo. MUY mal rollo. Tenía una especie de aura oscura a su alrededor... Como todos los rusos, vamos. Lo que me jodió fue que en mitad de una de nuestras partidas al Call of Duty (cuando encendimos la XBOX, porque el tipo tenía todas las consolas habidas y por haber) a la tía no se le ocurrió otra cosa que cortar la luz de toda la casa.

Y por primera vez en toda la noche, yo iba ganando.

Miré el reloj: las diez de la mañana. No era tan pronto como imaginaba. Me incorporé con un gruñido y salí de mi habitación en dirección a la puerta. La persona que estaba al otro lado parecía estar entreteniéndose intentando imitar la banda sonora de Star Wars con nuestro timbre.

-Ya voy, joder... -abrí la puerta y me encontré de cara con el maldito y gordo yankee que tenía por vecino.

Estuve a punto de cerrarle la puerta en las narices.

Hi, Lovino! ¿Has dormido bien? -saludó apoyándose en el marco de la puerta.

-De puta pena, Darth Vader.

-¡Oh, no te preocupes, seguro que acabas pillando el sueño! -volvió a reír de aquella manera tan escandalosa, como cada cinco minutos.

Escuché una puerta cerrarse a mi espalda y a los tres segundos tenía a mi hermano al lado saludando a Alfred como si fueran amigos de toda la vida.

-¿Qué tal, Feli? ¿Has dormido bien?

-¡Como un tronco, ve~!

Que suerte tenía ese pequeño bastardo...

-Qué venía yo a deciros... -empezó entonces nuestro vecino- ¡Ah, sí! ¡Hora del desayuno! Venga, cambiaos, ya, que Anya no quiere esperar...

Espera, espera, espera...

-¿Eh? -no entendía porque decía eso. Volvió a reirse.

-¡No tenéis nada que desayunar, así que os vuelvo a invitar a mi casa!

-¡¿Veh~?! ¿En serio?

Of course! ¡Somos vecinos, puede que sea yo mañana quien necesite vuestra ayuda! Aunque lo dudo, ¡porque yo soy un hero!

-Ya. Un héroe. Por supuesto -me masajeé las sienes. Alfred se había pasado toda la noche anterior repitiendo eso.

-¡Bueno, bajad cuanto antes! -y se dio la vuelta en dirección a la escalera.

Una vez más, no me iba a quejar de que me invitaran. Aunque prefería que me invitara cualquier otra persona que no fuera Alfred. Miento. Prefería que me invitara Alfred a que me invitara mi casero.

Así que nos vestimos, nos peinamos, nos lavamos la cara y salimos de la casa en menos de quince minutos. Yo hubiera tardado menos, pero Feliciano es bastante lento.

Llamamos al timbre de la casa de Alfred, que no tardó en abrirnos con su típica sonrisa, enseñando sus perfectos dientes blancos.

-¡No habéis tardado nada! -se sorprendió. ¿Esperaba que nos retrasáramos más?-Venga, ¡pasad! ¡Como si fuera vuestra casa!

La noche anterior ya me había dado cuenta de que el piso de Alfred era justo igual que el nuestro. Básicamente porque vivía justo debajo. Incluso la televisión era idéntica.

En el salón, Anya estaba sentada a la mesa cruzada de brazos, lanzándonos una mirada acusadora y con su aura oscura flotando alrededor. Un escalofrío me recorrió todo el cuerpo, aunque la escena se relajaba si contábamos que aún estaba en camisón.

Y eso alegraba la vista, para qué engañarnos.

Anya, esa chica rusa que parecía agradable la mayoría del tiempo pero que, si la molestabas de cualquier forma, ya te podías ir preparando. De piel blanca y fina, pelo rubio largo y liso y ojos de un color que parecía violeta. Por lo que nos había contado el idiota de Alfred, era dos años mayor que él (sabiendo que Alfred había cumplido veinte el cuatro de julio). Era bailarina profesional y estudiaba en el conservatorio de la ciudad.

Por lo visto, Alfred pasó su primer año en la ciudad, en aquel piso, él sólo, sin tener que compartirlo con nadie. Pero este año Francis había decidido alquilar la otra habitación... y había llegado Anya directamente desde Rusia. El yankee no había tenido ni ganas de preguntarle qué la había traido a la ciudad, básicamente porque se tenían un odio irracional impresionante.

¿Lo peor para él? Que ella ya había avisado de que pretendía quedarse en el piso por un año y medio, por lo menos.

Acercamos dos sillas para nosotros y nos sentamos a la mesa. Desayunamos tostadas con mermelada y zumo de naranja. Al menos nosotros dos, no nos cabía nada más. Pero no, Alfred continuó comiendo (huevos con beicon entre otras cosas) mientras nos hablaba de las chorradas más grandes que nadie se pudiera imaginar.

Anya, por su parte, no abrió la boca en todo el desayuno, se comió un par de tostadas junto con un café y anunció que se iba a su habitación a ensayar hasta la hora de comer.

Cuando escuchamos la puerta de su cuarto cerrarse, Alfred paró un momento de comer.

-Menos mal que ya se ha largado... -suspiró. A los pocos segundos, escuchamos música clásica perfecta para bailar ballet que provenía de su habitación- Ahora se estará vistiendo. Luego calentará durante una hora. Y luego bailará. Pero no quitará la música.

-¿Cuánto tiempo decías que llevas viviendo con ella? ¿Tres días? ¿Cuatro?

-Sí -le pegó un mordisco a su tostada y continuó hablando-. Lo que no sé es por qué ha venido aquí. Ella tiene dinero. Mucho dinero. Podría compararse una mansión para ella sola. Totalmente sola, no creo ni que una criada la aguantara.

-¿En serio, ve~? ¿Es tan rica? -a mí no me sorprendia tanto como a mi hermano. Anya tenía algo que la hacía distinta. Y se notaba.

-Muy rica, Feli -bebió un sorbo de café-. Y me da miedo. No ella, sino sus planes.

-¿A qué te refieres? -continuó preguntando mi hermano. Alfred estuvo unos segundos callado, como pensando la respuesta.

-Esta mañana me ha dicho que piensa instalar una barra fija en su habitación.

-¿Eh? ¿Una barra fija? ¿Pero cómo coño piensa hacer eso?

-Ni idea -nuestro vecino se encogió de hombros-. ¿Pero tú sabes lo que quiere decir eso? ¡Quiere decir que no me va a dejar dormir en una semana, lo que duren las obras! ¡Y lo peor es que se lo ha comentado a Francis y le da permiso! ¡Va a querer que me quede a dormir en el sofá mientras ella se queda con MI cuarto! Pero claro, si me quejo a Francis, no me hará caso, porque ella le soborna.

-¿Le soborna? -repetí.

-¿No he dicho que está forrada? Hace dos días me enteré de que le paga un extra a Francis para que no haga caso a mis quejas con respecto a ella. Supongo que ya la han echado de varios pisos, porque es imposible que alguien la soporte durante más de una semana.

Mira que ese yankee me caía mal. Pero decidí darle el pésame y desearle buena suerte.

Con esa compañera de piso, la iba a necesitar.


P.O.V Kiku

-Hola... bienvenidos al Museo de História de esta ciudad... Yo seré... su...

Casi veía una gota de sudor resbalando por mi nuca, como en los animes. En mi nuca y en la de todos los asistentes a la "explicación" que nuestro guía del museo nos estaba dando.

La verdad, no sé exactamente en qué momento elegí como destino aquella ciudad para irme de vacaciones. Siempre había sentido curiosidad por la cultura occidental. Lo cierto era que no me arrepentía de la decisión de haber elegido España para saciar dicha curiosidad, aunque hacía demasiado calor en agosto para mi gusto. Y eso que, según me habían contado, aquella no era de las ciudades más calurosas del país. Estaba en un punto intermedio, ni como las ciudades del norte, ni como las del sur.

La pregunta era exactamente qué traía a un chico japonés, estudiante de segundo año de Programación de Videojuegos precisamente a aquel punto del país. ¿Cómo había llegado a la conclusión de que el mejor lugar para visitar era aquel? Yo solo, sin más compañía que mi cámara de fotos y una tarjeta de memoria de dieciséis gigas que debía y podía llenar.

Sinceramente, cuando contraté el viaje, sentía que tenía que venir. Llamadlo intuición. Pero aún no entendía por qué.

-Aquí aprenderán que... la historia es... mucho más que las batallas, las... fechas y los personajes ilustres...

Casi podía ver al resto de los presentes durmiéndose poco a poco con la explicación del guía... que también parecía estar al borde de dormirse de pie. Aunque el lugar era interesante, el sólo escucharle hablar hacía que los párpados se volvieran pesados y daba unas irresistibles ganas de bostezar. Menos mal que había cogido un panfleto en la entrada y que cada vitrina de exposición tenía un cartel explicativo. Así que empecé a leer lo primero. No había folletos en japonés (o no tenían o no les quedaban), pero había varios en inglés. Me resultaba algo complicado, pero me alivió comprobar que entendía bastante bien todo lo que leía.

El panfleto explicaba que, antiguamente, aquel museo había sido un deposito de agua, el primero de la ciudad. Más tarde, cuando fue convertido en museo, había sufrido varias transformaciones, pero la estructura original seguía en pie, y se notaba perfectamente. Las paredes y el techo del museo estaban hechos de piedra, con arcos de medio punto separando los pasillos. El suelo, por el contrario, estaba recubierto de madera.

Y hasta ahí pude leer, porque de pronto alguien me tocó el hombro y me sacó de mi entretenida lectura.

Levanté la vista y eché un vistazo a mi alrededor. Me había quedado solo... o casi. Porque la persona que me había tocado el hombro no era otro que el guía del museo.

Inmediatamente, noté como me subía sangre a las mejillas. En gran parte por la invasión repentina de mi espacio personal, pero ver tan de cerca aquellos ojos de color verde oliva... En mi país no se veían ojos como aquellos...

Eran... muy bonitos...

-¿Q-qué ocurre...? -pregunté, alejándome un par de pasos. Preferí hablar en inglés porque era el idioma que hasta ahora había estado utilizando el guía, y al menos así estaba seguro de que me entendería.

-Me he dormido... y cuando he abierto los ojos... todos habían... desaparecido... -parecía algo confuso.

-Oh... vaya... -yo le estaba prestando atención, pero mis ojos no acababan de responder bien a mi cerebro y seguían mirándole de arriba abajo.

Aquel guía tenía el mismo aspecto que alguien que se hubiera acabado de levantar de la cama. Su pelo, castaño y largo, estaba tremendamente despeinado. Su ropa estaba desarreglada y su mirada transmitía sueño. Tanto sueño que estuve a punto de bostezar cuando le miré a los ojos, como si estuviera mirando a un Noctowl usando Hipnosis. Y su acento hablando en inglés no parecía español...

-Esto... -empecé, tras unos segundos de silencio- Yo estaba leyendo esto, así que no sé que ha pasado... -le enseñé el folleto. Lo observó unos cuantos segundos con la mirada desenfocada, para después volver a mirarme a mí. Se acercó más. Yo retrocedí.

Me tendió la mano.

-Soy Heracles... Karpusi...

Oh, sólo se estaba presentando. Occidentales... Estreché su mano con cierto temor. Noté que para ser guía turístico, sus manos eran rugosas y tenía callos en algunos dedos, como si las hubiera usado para trabajar durante mucho tiempo.

-¿G-griego? -pregunté, algo intimidado. Por el nombre, lo parecía.

Asintió.

-¿Japonés? -preguntó él.

La verdad, me sorprendió que me distinguiera como japonés. La mayoría de occidentales con los que había cruzado palabras en la ciudad me llamaba "chino". Ya sé que en Occidente creen que los asiáticos nos parecemos todos mucho, pero somos diferentes. Y resultaba muy molesto que confundieran mi nacionalidad. Pero él había acertado a la primera. Tal vez fue por eso por lo que decidí que tal vez aquel guía de museo merecía algo de confianza.

-Sí -le respondí-. Encantado de conocerle, Heracles-san. Mi nombre es Kiku Honda -le estreché la mano y posteriormente incliné la cabeza.

-No hace falta que me... trates con tanto respeto... Sólo soy un guía... de museo... -hubo otro silencio en el que se rascó la cabeza- ¿Querrías que... te hiciera una visita guiada particular...? -preguntó entonces. La idea no me sonó nada mal.

-Se lo agradecería mucho, Heracles-san -la verdad, cuando llevabas un rato escuchándole, su forma de hablar no se hacía tan rara. Era bastante soportable.

Me pasé las siguientes tres horas recorriendo el museo junto a aquel guía turístico tan particular. La visita guiada habitual duraba menos de dos horas, pero al explicar con un ritmo tan pausado, cada parada se alargaba. Además, pasamos más de media hora completa hablando de otros temas que no tenían nada que ver con el museo.

Me contó que él, efectivamente, había nacido en Grecia, y hablaba el griego como lengua materna. Pero a los quince años, sus padres habían decidido mudarse a España por motivos de trabajo, y él con ellos. Había empezado a aprender español cuando vivía en Grecia, poco antes de llegar al país. Vivir en España le había ayudado a acabar de pulir el idioma, y ahora lo hablaba como un nativo a pesar del acento. También sabía inglés a un nivel bastante alto, ya que por lo visto lo pedían para trabajar en cualquier lado.

Explicó que él era licenciado en Historia. Y que, después de mucho buscar trabajo y echar currículos, había conseguido que le contrataran allí. No sólo por saber de historia, sino por los idiomas. No todo el mundo dominaba el griego moderno.

Yo sólo llegué a contarle que no sabía por qué había ido precisamente allí a pasar las vacaciones. Él me miró atentamente unos segundos y me respondió:

-Seguro que... acabas descubriendo por qué viniste.

Al menos, eso esperaba.

La vistita guiada acabó y volvimos a la entrada del museo. Había sido bastante interesante aprender sobre la historia española y occidental en general. En Japón no se enseñaba mucho ese tema en las escuelas, así que para mí era todo un descubrimiento nuevo y fascinante. Llegué a la conclusión de que quería saber más.

Así que le pregunté a Heracles-san si podría llegar a explicarme más algún día.

-Puedo explicarte más... ahora porque... ya no tengo ningún grupo al que guiar. Mi turno ha... acabado por hoy... -me sorprendió que dijera eso. ¿Tan poco duraba su jornada laboral?

Miré disimuladamente mi reloj y pude comprobar que eran las dos del mediodía. Supuse que llevaría trabajando desde que abrieron el museo a las diez. ¿Sería yo del segundo grupo al que había llevado? ¿Se había perdido otro grupo con tal de llevarme de visita a mí? Aunque fuera pleno agosto, era martes. Imaginé que los turistas tenían otras cosas que hacer aparte de ir a visitar el Museo de Historia de la ciudad. O no les apetecía una visita guiada, o el museo estaba muy lejos. Más concretamente, en un barrio en la periferia.

-¿Te apetece... que vayamos a comer a un restaurante...? Invito yo... -se ofreció.

En cualquier otra situación, salir a comer con un casi completo desconocido aun después de haber hablando con él durante tres horas seguidas, no me parecería muy buena idea. Pero Heracles-san me inspiraba confianza. Y no parecía mala persona. Había sido amable conmigo. Y para rematar, me iba a hablar sobre la historia del país y la ciudad.

No podía salir nada malo de aquello... ¿Verdad?


...¿Verdad?

¡Pues esto ha sido el prólogo, amigos y amigas! Sabemos y somos conscientes de que es muy cliché que un SpaMano empiece con Lovino mudándose, pero esperamos poder suplirlo y ganarnos el perdón de vuestros corazones con todo lo demás.

El prólogo, la verdad, ha salido más largo de lo esperado (y eso que a Miss Desi le costó lo suyo plantar su trasero frente al ordenador y ponerse a escribir la parte de Francis). Puede que haya capítulos más cortos que esto en un futuro.

Por cierto, así como anécdota, que sepáis que mientras escribimos esto (antes de subirlo), aún NO tenemos ni idea de cómo se va a llamar esta historia. Así que tendremos que decidir el título tal cual la subamos. Bajo presión funcionamos mejor; con "Cómo salvar el mundo y vivir para contarlo" pasó lo mismo, el título lo decidió Miss Desi en el último segundo y a Miss Alisa le pareció bien. Tenemos ganas de ver qué nombre estúpido nos sale esta vez.

Y, por ahora, eso es todo... ¡Nos vemos en el primer capítulo de...! De... ¡Como sea que se llame esto!

- Miss Desi y Miss Alisa -