Deidara
nunca había conocido completamente a su compañero,
Sasori. Sabía todo lo que cualquier persona que lo viera
podría saber: por fuera, un pelirrojo con ojos de fuego y
cuerpo de madera. Por dentro… No lo sabía con exactitud,
pero sabía un poco más que el resto. Y con ese escaso
conocimiento, Deidara podía afirmar con toda seguridad que
Sasori estaba distinto, o que empeoraba. No lo creía, lo
sabía. Sasori estaba enloqueciendo.
Aunque las miradas del
pelirrojo fueran similares a las de Itachi, inexpresivas, frías…
había una diferencia. Era obvio que él estaba ocultando
algo que ya no podía soportar.
Deidara era muy orgulloso y
quería demostrar que era fuerte, que no le importaban los
demás, quería ser más frío, pero tuvo que
dejar todas esas aspiraciones de lado porque su preocupación
era demasiada.
Abrió la puerta de la habitación de
su maestro. Lo primero que vio fueron marionetas, algo que no le
sorprendió, pero lo que sí lo dejó perplejo fue
la cantidad y variedad.
Marionetas en el piso, en las paredes,
sobre los muebles, colgadas… Algunas rotas, otras perfectas,
algunas extremadamente macabras, y otras, no tanto…
Trató
de olvidar eso y volver a su objetivo: descubrir qué le pasaba
a su compañero.
Éste yacía en una cama, boca
arriba, con la mirada perdida. Deidara caminó hacia él
hasta que sintió que algo bajo sus pies crujía. Bajó
la vista y vio vidrios diminutos desparramados. Siguió el
rastro de astillas y, así, descubrió de qué se
trataba.
Un retrato antiguo tirado en el piso y una foto
maltrecha.
La tomó y la sacudió para quitarle el
resto de astillas que había sobre ella. Al mirarla,
inevitablemente, se le hizo un nudo en la garganta.
En ella había
dos adultos: una hermosa mujer y un hombre muy parecido a Sasori. La
mujer llevaba un bebé pelirrojo en los brazos. Un bebé
al que, a pesar de ser recién nacido, se le notaba un destello
de felicidad en el rostro.
La fotografía se le resbaló
de las manos, al estar estas estáticas, y volvió
nuevamente al piso.
Sasori siguió con sus ojos la caída
de ésta, luego clavó su vista en Deidara y así
quedó, esperando una respuesta.
"Verás,
Sasori-Danna, yo…", fue lo único que alcanzó a
decir. Los hilos de chakra lo hicieron caer sobre el cuerpo del otro
y, con brusquedad, Sasori lo obligó a mirarlo a los ojos. Esos
ojos que de alguna manera, hacían tener miedo a Deidara; no
obstante, esos mismos le ofrecieron calma y seguridad.
…Pero no
por mucho tiempo más.
Sasori quitó la remera de su
aprendiz, tomó una kunai y con su ayuda, consiguió
hacerle varias marcas. Descoció de un tirón el pecho de
Deidara, y de éste salió una lengua. Sasori sonrió,
mientras que Deidara, a diferencia, gemía de puro dolor,
suplicaba y lloraba. De algún lado, Sasori consiguió
una katana, con la cual, lentamente, cortó la lengua del
rubio. La cama, de un momento a otro, estaba empapada en sangre,
mientras que Deidara estaba al borde del desmayo.
"¿Por…
q… qué?"
El pelirrojo comenzó a lamerle todo el
pecho, bebiendo las lágrimas que caían.
"¿Sabes,
Deidara? Aunque me parezcas un imbécil orgulloso y
contradictorio… Eres perfecto para ser mío… Ten el
privilegio de ser mi marioneta número 297…"
Se confirmó
la teoría de Deidara. Sasori estaba loco.
"Amo las
marionetas… Están calladas todo el tiempo y no te piden
nada… Puedes hacer lo que quieras con ellas… Tú las
controlas… Enorgullécete, Deidara… Te lo digo yo, serás
simplemente perfecto..."
Dicho esto, lo besó,
transmitiendo en ese beso todos sus sentimientos: tristeza, dolor,
furia, soledad, deseo, envidia, locura… Ese beso había sido
veneno para Deidara, quien pudo de alguna manera, beber todo ese
malestar de Sasori. Sin embargo, él le respondió el
beso, como pudo, dejándole en claro a su maestro todo el
cariño y afecto que le tenía. Ese era el adiós
de Deidara. No lo había dicho con palabras, pero aún
así, se había despedido. Despedido para siempre.
Sasori
se separó de él, lo miró a los ojos y le hizo un
favor a Deidara. Lo mató. El sufrimiento de su aprendiz cesó
por completo cuando la katana lo atravesó.
Deidara vio
pasar su solitaria vida frente a sus ojos.
Deidara con sus
padres.
Deidara abandonado.
Deidara rechazado por
todos.
Deidara cuando conoció a Sasori.
Momentos más
que nada de dolor y tristeza, pero pudo notar ciertos puntos de
felicidad, y quizás de casualidad, en esos momentos aparecía
Sasori.
Sasori consolándolo o ayudándolo en algo. O
aunque Sasori sólo estuviera a su lado, el rubio se sentía
feliz.
Hay veces que las personas que te rodean son importantes y
no te das cuenta y tampoco sabes por qué lo son. A veces
ciertas compañías pueden alegrarte, sin importar
cómo.
Esa noche, el nuevo cuerpo vacío y áspero
de Deidara, descansó abrazado al de su maestro.
Esa noche,
Deidara se convirtió en un tesoro igual de valioso que la
fotografía de Sasori.
…Esa noche…
