Regulus Black odia ser el menor.
Detesta que, cuando él y su hermano deciden finalmente aliarse para idear y llevar a cabo alguna genial travesura – las mayorías producto de las ocurrencias del mayor- a la hora de huir de la escena del crimen, las piernas de Sirius son las más largas, y por lo tanto, es él quien termina con las manos en la masa.
Y de paso, llorando por la reprimenda de su austera madre.
Aborrece que, luego de intentar ingerir su trozo de pastel de chocolate lo más rápido posible, para así poder ser participe de una segunda tanda del delicioso postre, Sirius, con su gigantesca boca de dragón, desaparezca el pastel entero de la mesa. Pero no precisamente con magia. Y el termina haciendo el ridículo con un enorme puchero dibujado en su rostro.
Y unas ganas de llorar, nuevamente, imposibles de contener.
Lo peor es escuchar las burlas del mayor, cada vez que asisten a San Mugo para el chequeo anual. Porqué le lleva seis centímetros de altura y suele recordárselo constantemente- con una sonrisa triunfal dibujada en su rostro- cada vez que van al parque mágico y él, por ser pequeño, no puede montarse en el dragoncito.
Y termina en brazos de Orión o Walburga, esta vez intentando con todas sus fuerzas contener las gotas salinas que se asoman en sus ojos, con su padre recordándole- con el ceño fruncido- que los hombres no lloran. Y a veces lo logra. Sólo a veces.
Entonces recuerda las palabras de su padre y es cuando se pregunta- mirando su pequeño cuerpo- ¿De verdad ya es un hombre?
Si Orion cree que esa afirmación es capaz de engañarlo, pues que vaya inventando un mejor cuento para el gordo vestido de rojo que se cuela por la chimenea a dejar regalos. Porque nadie es tan tonto como para andar derrochando el dinero obsequiando regalos a todo el mundo en una fecha, de eso estaba seguro.
Lo medianamente atractivo en su vida como "el menor" es que su madre siente más afección por Regulus que por Sirius. Pero eso a él no le parece suficiente, porque realmente quiere superar en algo al engreído primogénito.
Y eso era mucha presión, considerando que él solo tenía tres años y Sirius cinco.
Pero lo peor, lo que aborrecía y maldecía cada noche, a pesar de ser tan pequeño, lo que odiaba con toda su alma y deseaba poder arreglar, eran aquellas veces que jugaban al "auror y al mortifago".
El escogía ser el auror e ir detrás de Sirius para intentar atraparlo, con aquella secreta ambición de poder superarlo en algo. Pero curiosamente, y para su desgracia, era él quien terminaba atrapado por su hermano y el estúpido grito triunfal que siempre daba.
Acostado boca abajo en el frío suelo de madera comiendo polvo, con el cuerpo de un Sirius sonriendo malignamente, sentado a horcajadas sobre él, y las lágrimas a punto de salir, nuevamente, de sus ojos.
No podía dejar de pensarlo, para un niño de cuatro años, Aquello SI que era estar bajo presión.
