de Luca Signorelli (SignorelliL©alma..it)
traducción de Miguel García (garcia.m©gmx..net)
TORRE ROJA, TORRE NEGRA, BLOQUES GRISES
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Quedándose dormida en el borde exterior del espolón de granito,
Ukyo Kuonji oyó el ruido de los vientos huracanados, que pasaban
en ráfagas por entre los pináculos de la Arista Occidental y
dejaban tras de sí solo las nubes rotas, como humo del escape
de una nave extraterrestre misteriosa, suspendidas sobre el cielo
del Karakoram Septentrional. Este recuerdo de los programas de
televisión que veía de niña había llenado sus noches hambrientas
de oxígeno desde que habían hecho su llegada a la cuenca del
Savoia. Más tarde, cuando el cansancio la venció por fin, soñó
con el gran puerto y litoral de Kobe, hileras inacabables de
cargueros y buques-cisterna de petróleo, que se desplazaban como
titánicas esfinges de acero. Y soñó con su padre, que llamaba a
los clientes a acercarse al carro de okonomiyaki, mientras ella jugaba
con las servilletas de papel que llevaban el logotipo de "Ucchan".
A intervalos regulares, esos sueños la despertaban, y consultaba
fatigada su reloj de pulsera, viendo cuántas horas restaban para
el amanecer. De nuevo se volvió sobre un costado, intentando
desenredarse de las infinitas correas y amarras del refugio, y
miró a Ryoga dormir. Reconoció el ritmo típico de la respiración
Cheyne-Stokes: inspiraciones largas y profundas cada vez más
irregulares, seguidas de apnea total durante lo que parecía una
eternidad, y finalmente un rápido retome de actividad pulmonar.
A la altitud actual a que se encontraban, significaba que
el cerebro de Ryoga estaba comenzando a perder la lucha por
sobrevivir con una más baja entrada de oxígeno.
Ukyo se quedó inmóvil un momento, fijando los ojos en el cenit,
y trató de observar algún cambio en la coloración del cielo. Se
hallaban totalmente expuestos hacia el noroeste, por lo que no
podían ver el amanecer, del lado opuesto de la montaña: el sol
extendiendo su luz por sobre las cumbres del corazón de Asia
Central. De nuevo, miró hacia la gran diadema de estrellas en lo
alto por sobre el vivac; el Triángulo del Verano invertido, con la
tenue Altair en el cenit, la rutilante Vega en el extremo inferior
izquierdo, y la remota y salvaje Deneb a la derecha, el objeto más
luminoso en una zona de 4 mil años luz cúbicos en torno al Sol.
Ukyo soñó con lecciones de astronomía en Furinkan, y con el
señor Ohtani, su profesor de ciencias, explicando que si Altair
estuviera a un brazo de distancia, en la misma escala, Deneb
estaría a kilómetro y medio. Incluso a esa distancia, su
inimaginable luminosidad hacía a Deneb más brillante que Altair.
Y despacio ella hacía malabarismos con Altair y Vega, el pastor
y la princesa de la leyenda china, y con todos los clientes del
"Ucchan" y Ranma y Akane con ellos reían y aplaudían y Ranma le
preguntaba cortésmente a Ukyo si deseaba bailar. Y ella estaba
feliz.
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°° Despertar °°
Ukyo se despertó por completo, y empezó la larga rutina del
amanecer. No les quedaban sino tres cartuchos de gas, por lo que
pondría especial atención para no derramar el contenido de nieve
de una pequeña sartén de aluminio. A 6500 metros, derretir nieve
hasta hacer dos tazas de líquido tibio era un proceso que llevaba
horas, así que en el interín Ukyo terminaba efectuando
infructuosas revisiones al material de escalada que les quedaba:
los tornillos para hielo hechos en Polonia, las anillas color
verde con amarillo, el juego de excéntricas, nueces y tricams, los
crampones Grivel de 14 puntas, y los piolet curvos y de mango
corto, con la marca Grivel en la parte interna de la cuchilla. Las
dos cuerdas de montaña sobrevivientes estaban cuidadosamente
enrolladas detrás de ellos dos, sujetas a su punto de anclaje con
una larga cadena de mosquetones.
Ukyo hizo el esfuerzo consciente de ponerse las botas de montaña,
pero el agotamiento la obligó a enderezarse, sin aire, tratando de
recuperar la fuerza nerviosa necesaria para efectuar la tarea.
Se concentraba, como lo hacía al entrenar en esos diez años de ira
hacía tanto tiempo, en los detalles simples: el número de pasadas
del cordón en la bota, el enorme rótulo de "SCARPA" en el lado
izquierdo, las marcas dejadas en la suela por incontables filos
rocosos.
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°° Caricia °°
"Ranma y yo salimos
allá en la escuela
a la nieve."
Conforme el resplandor del sol trasformaba la noche del Karakoram
en enormes variedades de blancos y azules --profundos o delicados
matices de azul para el hielo; blanco enceguecedor o gris, para la
nieve-- Ukyo recordó cuando, una vez, hacía muchos años, en una
mañana de enero, Ranma la había invitado a salir al gran campo
abierto de la parte posterior de Furinkan para un paseo en la
nieve. Akane no se veía por ninguna parte, y ellos habían jugado,
arrojando bolas de nieve y tropezando jadeantes, riendo. En aquel
entonces ella había estado tan alegre que ese recuerdo se había
congelado sólidamente, como las masas suspendidas a mil metros
por encima de ellos, en la cima de la montaña. Esta nieve es la
misma nieve de esa tarde, hace tanto tiempo, el cielo es el mismo
cielo, y yo soy Ukyo, pensó. La dulzura de esa tarde podía
vislumbrarse en la distancia, como el perfil de la Torre Mustang,
a solo 16 kilómetros frente a ella, pero aún así tan inalcanzable
como Deneb o Nerima. "El tiempo y mi dirección son inalterables,
mi único movimiento es el siguiente", pensó Ukyo, y volvió a
levantar la vista, en dirección a la cumbre invisible del K2.
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°° Cielo °°
Dos figuras minúsculas ascendían, sobre el límite izquierdo de
un espolón de roca, justo sobre el borde superior del Escudo,
el portentoso extraplomo de piedra que sobresalía y coronaba
la Pared Occidental. La figura que iba más arriba avanzaba con
cuidado sobre el difícil terreno mixto, mientras la de más abajo
desenrollaba la cuerda... A 16 mil kilómetros de Tokio, a 6.400
metros sobre el nivel del mar, una joven japonesa, con la cara
cubierta por capas de bloqueador y anteojos protectores
contra el efecto devastador de los UVA, continuaba su lenta y
desesperada progresión ascendente hacia la segunda cumbre
de la Tierra. Tiene la cara arrugada, envejecida en años, los
labios partidos, la respiración irregular. Un paso, otro golpe con
el piolet. La joven sabía que, allí, todos están solos. Se sentía
cómoda con aquello; deseaba desesperadamente alcanzar la cima
y, en cierto modo, siempre había estado sola.
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°° La Avenida de los Muertos °°
Cuando tocó el turno de escalar a Ryoga, este trató de olvidar
su cansancio, concentrándose en la tarea del momento. Su falta
de orientación se había agudizado con la altitud, pero los clavos
apernados a la roca trazaban una ruta que ni siquiera él podía
perder. Esa era la razón por la que había comenzado a escalar,
aparte del deseo de permanecer con Ukyo, la única persona que
podía comprender de verdad su desdicha. Los valles son rutas
en que no hay cómo equivocarse, las montañas son señalizaciones
inconfundibles. Los delicados rasgos de Akane estaban aún
solidificados en todo cuanto él veía, pero la naturaleza misma
de los monolitos que bordeaban la carretera de hielo del glaciar
Baltoro le ayudaba a contener aquel recuerdo. Ryoga podía
recordar el nombre de cada montaña, y los repetía a modo de
mantra, obligando a su cuerpo a ascender. "Pajiu, Trango, Liligo,
Urdokas, Uli Bihao, Biale, Urga, Doksam" y por último la inmensa
bifurcación de Concordia, que Ryoga sabía volvería a ver, a su
derecha, una vez que estuvieran más arriba de la Arista Occidental.
Apenas podía recordar Concordia, pero esa gigante plaza de hielo
se confundía, en la memoria de Ryoga, con las bifurcaciones en la
carretera de cuatro carriles saliendo de Tokio, que él odiaba tan
apasionadamente a causa de su desorientación.
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°° Los dioses araña han perdido el control °°
"Mira, la Osa Mayor
Ve a Mallory e Irvine, en una nube, desaparecer.
Mira, espejo y fulgor
Texcatlipoca me mostrará qué hacer."
Ryoga había recibido una postal poco después de la boda de Akane.
Había sido enviada por los dos recién casados durante su viaje
de luna de miel en México, y la escena representada era la Avenida
de los Muertos, la calle sagrada existente entre los sombríos
templos-pirámide aztecas de Teotihuacán. Entonces, Ryoga se
había sentido insultado: sospechaba alguna traza de la insensibilidad
de Ranma oculta tras aquel regalo. Pero una vez en camino al K2,
se había dado cuenta de cómo esa postal vaticinaba el lugar al
que habían entrado él y Ukyo, un colosal camino sagrado que ningún
arquitecto azteca o maya podría haber concebido. Ukyo y él habían
tenido recientemente solo unas pocas ocasiones de intimidad física,
pero en cierto sentido esta era su luna de miel, de una intensidad
que Ranma y Akane jamás llegarían a soñar.
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°° Modelo °°
Desde el punto de anclaje, Ryoga miró de nuevo a Ukyo acercarse
desde abajo, su cuerpo esbelto envuelto en la negra chaqueta de
montaña y pantalones de gore-tex. Ella es mi presencia invisible
en esta escalada dolorosa, pensó Ryoga. La belleza intensa y
secreta de Ukyo, aún sensible de algún modo a través de los
múltiples estratos de su atuendo de montaña, parecía proporcionar
una solitaria fuente de cordura en el desierto vertical que los
rodeaba.
--¿No lo entiendes, Ryoga? --le había dicho ella una vez, después
de una de las escaladas de entrenamiento que habían hecho juntos
en los Alpes Japoneses--. ¿No entiendes lo cerca del abismo que
hemos estado los dos? Todos esos años, mientras tú perdías todo
tu amor propio detrás de Akane y yo perdía el mío persiguiendo a
Ranma... Ryoga, dicen que el amor es la mejor parte de la juventud.
Hasta esos malditos idiotas de Furinkan podían ver que tú eras
la persona indicada para la joven señora Tendo. O sea, tú la
querías, eso es más de lo que cualquiera de nosotros podía decir
de Ranma. Tú eras el hidalgo, Ryoga, el compasivo, el gentil,
siempre listo para retirarte a las sombras si la situación lo requería.
Y las circunstancias te han negado hasta una pequeña oportunidad
de jugar equitativamente contra Ranma. Sospecho que, incluso
después de tantos años, Akane todavía no se da cuenta de lo
mucho que la querías. Nos pasamos los mejores días de nuestras
vidas detrás de un mocoso porfiado y de una jovencita frígida que
no podían ver más allá de la nariz. Mucha gente, después que
traté de eliminar a la señora Tendo, pensó que yo acababa de
mostrarle mi verdadera cara al mundo. Todas las amigas de Akane,
las conociste, todas las chiquillas esas que no podían ni concebir
la vida sin un hombre al lado, dijeron que yo me merecía lo que
pasó después. Con Akane teníamos algo casi cercano a la amistad.
Sospecho que lo hice únicamente por desesperación. Porque
siempre he aborrecido la idea de perder, y lo he perdido todo,
igual que tú, pobre Hibiki. Perdimos nuestra juventud, nuestra
esperanza, todo lo que es considerado sagrado derecho por cualquier
chiquillo mediocre del maldito Furinkan. Sé joven, sé temerario.
Nosotros nunca hemos sido parte de ese cliché. Me alegra que
hayamos dejado todo eso atrás.
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°° Desplazamiento progresivo °°
Después, cuando se hicieron amantes, mucha de la amargura de
Ukyo pareció evaporarse; o acaso sus heridas habían sanado.
En contraste, Ryoga había descubierto que su timidez y angustia
se habían transformado en un vago sentimiento de inadaptación
cuando estaba entre gente que no conocía bien. Tenía a menudo
sueños recurrentes de ansiedad, como el de ser incapaz de
proporcionar respuestas urgentes frente a una multitud gigantesca.
Para diversión de Ukyo, todavía le sangraba profusamente la nariz,
sobre todo la primera vez que la había visto desnuda. Solo las
antiguas dificultades con su sentido de orientación le molestaban
de verdad; pero Ukyo, siempre la fuerte, había sido su cura.
Él había descubierto todo el placer y los terrores de perderse en
el laberinto de la carne de Ukyo. El descubrimiento del cuerpo
de ella (y del suyo propio) había sido un hito definitivo, un punto
sin retorno. El movimiento de la boca de Ukyo, la angularidad y
al mismo tiempo lo sereno de sus huesos faciales, la melancolía
enigmática de sus ojos, la cálida excitación de las pieles de
ambos en contacto, sentir su contorno pectoral en la boca,
el contacto viperino de sus piernas rodeándole el cuerpo, la
persistencia y profundidad de su respiración durante el clímax;
todo componía un territorio que Ryoga muchas veces había
explorado. Allí, sus identidades dejaban de tener sentido.
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°° Voy, pero esperarás que regrese °°
Habían llegado al lado oeste de la montaña después de un
recorrido de doce días desde Askole, subiendo por el valle Braldu
y el glaciar Baltoro. Solo contaban con un permiso de excursión,
pero habían eludido cualquier problema por parte de los
omnipresentes equipos militares que patrullaban la frontera entre
Karakoram y Pakistán, presencia impuesta desde la Guerra Sianchen
con India en 1985. La aparente invisibilidad de ambos había sido
interpretada por Ryoga como una seña de que el destino favorecía
el proyecto: un intento en estilo alpino, en temporada temprana,
de conquistar la nunca escalada cara occidental del K2. Habían
evitado pedir un permiso de escalada; por lo demás, no podían
costearlo.
Shampoo, una de los pocos que aún quedaba de los años de
Furinkan, había insinuado abiertamente que los dos se habían
vuelto dementes, pero también les había dado su apoyo para
reunir equipamiento. La carrera de escritor de Ryoga recién
comenzaba a rendir frutos, y el negocio de Ukyo, ahora floreciendo
de nuevo tras haber sido obligado a salir de Nerima como resultado
de la Boda Fallida, todavía no podía sufragar los altos costes de la
expedición. Ryoga había consumido toda su herencia, más el dinero
obtenido vendiendo la casa de sus padres, en la compra del
material. Era claro que iban a vivir en grandes apreturas durante
meses. Shampoo había movido la cabeza y dicho que no tenía
esperanzas de verlos regresar.
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°° Algo perdido en Karakoram °°
Solo Cologne, que había mantenido un ojo vigilante sobre Ukyo
desde el casamiento de Ranma, pareció entender y aprobar los
impulsos secretos existentes detrás del plan.
--Ustedes no son los primeros, ni los últimos, que buscan algo
perdido en Karakoram --había dicho mientras exploraba con la
punta de su bastón la amplia y del todo inusitada biblioteca de
Ukyo. Esta se hallaba en el dormitorio de Ukyo, encima del "Ucchan",
e incluía títulos divididos ecuánimemente entre libros de cocina,
libros acerca de la Gran Guerra Patriótica (así llamaban los rusos
a la Campaña Oriental en la Segunda Guerra Mundial), libros de
instrucción de montaña y libros acerca de una habilidad
adivinatoria llamada geomancia, algo que la misma Cologne le
había sugerido a Ukyo que estudiara.
--Demás está insistir en los peligros y atrativos de una travesía
como ésta --añadió la anciana matriarca, pensativa--, pero
presiento que tienen razones para ir allá. Porque, como se dice,
siempre es cosa de motivaciones, ¿verdad?
Luego, les había dado una carta de presentación para un viejo
conocido de ella, que aún vivía en Askole.
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°° Lenta y mecánicamente en la oscuridad °°
El entrenamiento de los dos, para todos los estándares, fue
superlativo. Ambos a fines de los veintitantos, no habían perdido
nada de sus antiguas cualidades físicas. Ryoga era muy fuerte,
así como Ukyo era increíblemente ágil. Ella había hecho una serie
de escaladas en solitario en los Alpes, incluyendo el temible
barranco McIntyre en la Cara Norte de las Grandes Jorasses en
cinco horas, y la Ruta Sin Escalas en la Cara Sur de la misma
montaña, en diez horas; ambas en condiciones invernales. Ryoga
tenía a su haber varias rutas difíciles en los parques Yosemite y
Zion de los Estados Unidos, además de una temporada completa
de escalada en hielo en las Rocallosas Canadienses, y tres rutas
en el área Denali de Alaska. Lo que les faltaba de experiencia en
gran altura, esperaban compensarlo con destreza y fuerza, pero
el K2, posiblemente la montaña más dificultosa de la Tierra, era
un asunto totalmente distinto.
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°° Espacio exterior °°
Incluso en la situación actual --tras cuatro días de ardua
escalada, rodeados por kilómetros y kilómetros de erial yermo,
cerca del límite superior de la estratósfera, solos como poca
gente podría estarlo en este planeta, con las cabezas crujiendo
con asomos de edema cerebral-- Ryoga no podía sino notar cómo
los rasgos de Ukyo parecían cada vez más incorpóreos, parte del
hielo y de las rocas, de la existencia pavorosa de los glaciares
suspendidos que se alzaban por sobre la arista occidental,
formando todo un trasfondo acorde con ella, con su presencia
instranquila y estatuaria. Recordó la primera tarde que habían
pasado en su pequeño campamento base en la cuenca del Savoia,
contentos de descubrir, como se les había predicho, que no había
ninguna expedición en el área para hacer el asalto combinado
anual a los flancos de la segunda montaña más alta del mundo.
Ukyo había tomado el sol sobre una plataforma hecha con
cubiertas de carpa y mochilas, al parecer indiferente a los
peligrosos efectos de los UVA a los 5 mil metros de altura.
Ryoga se había pasado horas siguiendo con los ojos el contorno
del cuerpo desnudo de Ukyo contra las dulces olas níveas de la
superficie del glaciar, la blancura cegadora contrastando con las
fisuras negras del hielo. El silencio, rasgado solo por el retumbe
de las avalanchas inducidas por el calor, muy por encima de las
Torres Americanas, se volvió lentamente palpable, parte del
paisaje como el glaciar, como el cielo color cromo, y como Ukyo.
Ante ellos se erguía la forma rectilínea de la cara occidental
del K2, encajonada entre la fantástica escalera de la arista y
el espolón del sudoeste. La pared misma parecía más hundida hacia
el interior de la montaña en su parte inferior e irse inclinando hacia
afuera al subir. Su rasgo más impactante, el llamado Escudo,
sobresalía como extraplomo, cerca del extremo superior. Sus
múltiples estratos de gneis limitaban a la derecha con un
couloir curvilíneo: una trinchera de hielo sumamente empinada, con
forma de corte hecho por una cimitarra gigante. Visto desde su
posición, la composición en su conjunto le recordó a Ryoga a la
máscara funeraria de un dios muerto, como esas que había visto
en muchos pueblitos chinos abandonados, cuando iba camino a
las pozas de Jusenkyo, hace mucho tiempo, en lo que ahora
parecía otra vida.
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°° La ciudadela °°
La escalada en sí empezó pocos días después. Habían atacado
a medianoche el campo de hielo inferior, inclinado en 45 grados,
con toda la agresividad permitida por la altitud (y la energía).
Ukyo, la especialista en hielo, encabezó la primera parte en pocas
horas bajo la luz residual de la luna. Cuando el sol salió por fin,
ya habían entrado a las bandas rocosas de más arriba. La escalada
se había vuelto un asunto brutal, que exigía toda su resistencia y
destreza. Se alternaban para llevar la cabeza en cada pendiente,
aun cuando la autoestima de Ryoga podría haber demandado, en una
situación diferente, un rol estable de líder en la roca.
Habían escalado lenta pero regularmente, cocidos con el calor
intolerable reflejado por el caldero de la cuenca del Savoia. Al
llegar la noche, habían ascendido casi 600 metros por sobre la
base de la pared, y habían alcanzado por fin una rampa diagonal
que, de acuerdo a los cálculos de Ukyo hechos con un antiguo
telefoto polaco, podría conducirlos hasta la izquierda de la zona
en desplome, cerca del borde del Escudo.
Ryoga no podía idear ningún plan a partir de aquello. Ya estaba
irremediablemente perdido. Solo sabía que había algo arriba, algo
abajo, roca delante de ellos y un creciente abismo a sus espaldas.
No le importaba; Ukyo era su guía, y él siempre disfrutaba la
sensación de estar completamente desconectado de su posición
tridimensional en el espacio. Solía pensar en sí mismo como en
una pieza defectuosa e impedida del acervo genético humano, pero
Ukyo le había enseñado que nada valioso puede encontrarse si uno
no se pierde. Que lo importante es encontrar cómo volver.
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°° Topografía °°
--Si miran al Karakoram en un mapa de escala adecuada --había
dicho Cologne durante una de las reuniones preparativas llevadas a
cabo en la trastienda del "Ucchan"--, verán que sus subcordilleras
más grandes parecen ir paralelas, pero estas tienden a converger
hacia la cuenca del Baltoro Superior. --Inhaló otra bocanada de su
pipa--. Por lo general, el Pamir es descrito como el Techo del
Mundo, puesto que, debido a su posición central, parece el punto
de origen de las Grandes Cordilleras de la Tierra. Pero, cualquier
practicante serio de lectura cartográfica..., arte mirado en menos
pero interesante..., observará de inmediato que es Karakoram
Septentrional el que tiene el honor de ser la Madre de Todas las
Cordilleras. Es la más grande expansión de hielo del mundo aparte
de los Polos... y su altura promedio es mayor que la de los
Himalayas. No solo eso: está ubicada mucho más al norte que la
Morada de las Nieves, y por tanto su clima es árido y frío.
--¿Has estado allá, bisabuela? --había preguntado Shampoo, que
seguía la descripción de Cologne con ojos abiertos de par en par.
--Estuve algún tiempo aprendiendo y enseñando en el área de
Hunza, donde se dice que la gente es sana y fuerte incluso a una
edad venerable, pero exploré más o menos gran parte de toda la
cordillera. La gente que habita esos lugares es tosca como su
tierra, y saben muchas cosas olvidadas. Allí, hice muchos amigos
y algunos enemigos, no todos de índole humana. Sin duda, un lugar
interesante.
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°° La Vieja Bruja °°
Ella había sido, alternadamente, la extranjera que entrampaba a
Ranma en sus maquinaciones, la feroz guerrera que entrenaba a
Ryoga en las montañas, la anciana que fumaba eternamente una
pipa cargada con Dios sabe qué y que dirigía el Nekohanten con
hablidad inexorable, o la erudita exploradora de cosas antiguas
y misteriosas. Toda su vida, Ryoga se había visto atraído por
el pasado impreciso de Cologne, por sus armarios y alacenas
rigurosamente cerrados --que Shampoo le aseguraba estaban
llenos de ignotas maravillas--, por sus libros escritos en muchos
idiomas y muchos alfabetos (que ella parecía conocer a la
perfección), por la seguridad que ponía en todo cuanto hacía.
El fracaso en casar a Shampoo, para así dotar de sangre nueva
y fuerte a su familia, era generalmente considerado su más
grande derrota; pero una vez que Ranma y Akane se hubieron
casado y que Shampoo anunciara claramente que no iba a
regresar a Jusenkyo (Mousse no había estado de acuerdo, y
había vuelto a China con el cuerpo completamente enyesado),
había perdido el interés en el asunto, y había puesto su atención
en Ukyo. Su seguridad parecía venir de la percepción de tener
toda la eternidad para alcanzar sus metas.
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°° Descenso y caída °°
Ryoga sospechaba que mucha de la recién descubierta amistad
de Shampoo por Ukyo tenía que ver con un sentimiento de culpa.
Después de todo, era Shampoo la que había organizado el fallido
plan de bombazos que había interrumpido la primera boda de Ranma,
y Ukyo había sido la única en pagar las consecuencias. Cologne
había hecho muchas maniobras para asegurar que las autoridades
no procedieran contra Shampoo, pero Ucchan no tenía tales
contactos. Había visto su licencia revocada, y se le habían
formulado cargos por intento de homicidio. Siendo menor de edad,
quizá se hubiera librado con solo una reprimenda, pero Ranma había
insistido en una acción judicial a escala completa contra su ex amiga
de la niñez. Ryoga había tratado en vano de llevar a Ranma a una
actitud más clemente. "Lo siento, Ryoga. Ukyo pudo haber matado
a Akane. No se va a librar así nada más". Las pruebas de que la
bomba probablemente no hubiera matado a nadie, las circunstancias,
incluso una apelación de indulgencia hecha por Kasumi, nada había
movido a Ranma (y a Akane) a olvidar y perdonar. Aunque podía
entender algunas de las motivaciones de Ranma, Ryoga había estado
enfurecido. "¡Hace un año ni siquiera admitían que se querían y
ahora el cabeza hueca se hace el galán de pacotilla!", le había
dicho después a Shampoo. Ukyo había terminado en libertad
condicional durante tres años, pero solo la partida final de Japón
por parte de los Saotome había terminado de manera efectiva con
sus tribulaciones. Había recuperado su licencia y había abierto,
con ayuda de Cologne, otro restaurante. Ryoga había encontrado
cada vez más difícil la idea de tratar con Ranma después de todo
aquello, y había declinado cortésmente un viaje pagado a los
Estados Unidos para el nacimiento del segundo hijo de este. No
solo por Ukyo; él nunca se había reconciliado de verdad con la
pérdida definitiva de Akane. Ryoga había perdido ahora a casi
todos sus amigos de antes.
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°° El único que quedó fue el menos esperado °°
Solo la calamidad de Kuno Tatewaki había superado a la de Ukyo:
en el transcurso de una mañana se había descubierto como la
mayor fuente de hilaridad de Furinkan. El descubrimiento de que
Ranma y la chica de la trenza eran la misma persona había sido
la gota que rebalsó el vaso. La imagen de sí mismo --atractivo,
rico, heredero de una familia ancestral; en resumen, perfecto--
se había roto en una miríada de fragmentos opacos. Durante un
año se había rehusado a salir del Castillo Kuno. Se rumoreaba
que había intentado suicidarse. Podría haberlo hecho; solo la
duradera devoción de Sasuke había prevenido que el ex Rayo Azul
de Furinkan pusiera fin a su angustia. Dos años después, su
hermana Kodachi se casó con un magnate norteamericano y se
fue a vivir a una comunidad fuertemente custodiada, para gente
pudiente interesada en sandeces New Age ("En pocas palabras,
era Wired mezclado con Castañeda y revuelto con Mein Kampf,
todas las mañanas antes del desayuno... Fue lo mejor para ella,
créeme"). Poco después, Kuno había entrado a la universidad.
Era un hombre profundamente cambiado.
Mientras asistía a la universidad, él y Ryoga habían establecido
una relación atípica, pero aún así mutuamente benéfica. Kuno
necesitaba alguien que lo ayudara a reunir los pedazos dispersos
de su vida. Ryoga necesitaba alguien con quién hablar, además
de Ukyo, y había obtenido acceso ilimitado a la biblioteca de
Tatewaki. Había sido como abrir un Huevo de Pascua y descubrir
que el obsequio era en realidad mucho mejor de lo imaginado.
La mayor parte de los libros eran clásicos de la poesía. Ryoga,
ahora llevando tímidamente su enfoque hacia una carrera de
escritor, había encontrado que parte de la lírica se ajustaba
extrañamente a su presente estado mental. Los dos habían
pasado días enteros hablando de recuerdos de viaje de Ryoga y
discutiendo el uso correcto de una palabra. La seriedad de Kuno
había primero divertido, luego desconcertado a Ryoga. "Nunca
voy a decidir si este tipo es un genio o una casualidad psiquiátrica",
había comentado una vez. A Ukyo, fiel a sus raíces, todavía no
le agradaba la ex promesa del kendo. "El desgraciado ese es un
clasista. Esa gente se comporta como si Tokugawa Hayeasu
todavía estuviera vivo".
Pero cuando Kuno, después de obtener el doctorado, había
conseguido un trabajo en las Naciones Unidas y se había ido,
Ukyo no pudo sino notar que Ryoga se había vuelto de pronto
mucho más intranquilo que de costumbre. Algo dentro de él se
debatía; no podía pasar mucho tiempo antes de que debiera
tomar una decisión.
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°° La espera °°
En la oscuridad estrecha de su cuarta noche en la pared,
iluminados por la cocinilla modificada, habían hablado solo
intermitentemente. Ryoga se sentía cansado; los músculos le
ardían, tenía una jaqueca sorda y le dolía la garganta. Mientras
bebía la infusión preparada por Ukyo, revisó la lista de todas
las pastillas y preparaciones médicas que debía tomar antes de
dormir: Diamox para incrementar la eliminación de fluido corporal,
Decadron para prevenir el edema cerebral, Roincol para estimular
la circulación, Zymox para la garganta. Decidió no tomar una
tentadora dosis de Valium; su efecto depresivo sobre los centros
respiratorios era demasiado riesgoso para la presente situación.
Sacó de la tienda la cabeza dolorida, y la descansó sobre una
piedra plana. Ya había oscurecido por completo, el contorno de
la montaña al lado opuesto de la cuenca era solo tenuemente
vislumbrable. No estaba familiarizado con los patrones de las
estrellas, pero podía identificar a Venus, brillando con más
fulgor que nunca en los últimos diez años. La temperatura
caía rápidamente; ya no podía oír el ruido de avalanchas en las
pendientes bajas de la montaña. La quietud era absoluta. Podía
distinguir vagamente por sobre su cabeza el perfil saliente del
extraplomo, el objetivo de mañana muy por encima de su posición
actual: una reducida cornisa de roca en el comienzo de la rampa
ascendente. Respiró hondo.
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°° Las escaleras °°
Los últimos días habían sido inmensamente difíciles, y los
intentos por salir del laberinto vertical de la Cara Occidental
habían absorbido todas sus energías. La rampa baja e inclinada
había terminado bien a la izquierda del margen derecho del Escudo,
limitando con el couloir labrado por las avalanchas, pero todavía
a la derecha del portentoso espolón de gneis, hendido por una
vertical e inaccesible incisión en la roca deleznable. Estaban
ahora en otra cornisa: más arriba, la pared se curvaba hacia
afuera hasta formar un techo que se cernía por encima de ellos.
Por el lado izquierdo, la roca era uniformemente vertical, salvo
por una secuencia de gradas leves. De modo que tuvieron que
atacar directamente el extraplomo. Les había llevado tres días de
compleja y extenuante escalada de pared, que Ryoga había liderado
de manera constante, dejándole a Ukyo solo la tarea de encontrar
la dirección correcta. El inestable extraplomo era una quebradiza
escalinata invertida, mantenida íntegra solo por el frío intenso;
el calor del mediodía había suscitado más de una vez varios
desmoronamientos de roca. La mayor parte del equipo la habían
perdido ahí, incluyendo dos de sus invaluables cuerdas de
escalada. Una vez allí, ya no era posible ningún retorno, a menos
que llegaran a la cima o que fuera posible algún escape hacia la
arista del noroeste. En cualquier caso, su último vínculo con el
terreno horizontal ya había sido cortado.
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°° Adentro, Ukyo escribió en su diario °°
"A medida que nos acercamos al corazón de la pared y quemamos
más y más puentes detrás de nosotros, me pregunto cómo está
afrontando Ryoga la desorientación y presiones de su afección.
Lo he observado durante nuestro viaje hasta el Campamento Base.
Parecía un niño eligiendo un juguete nuevo en una hipertienda.
Nuestro conocimiento del pasado de Ryoga es sumamente limitado.
Ha pasado la mayor parte de sus años de adolescente excursionando
de punta a punta el Japón..., tal vez el paisaje más crucial de la
Tierra. Ha visto mucho, más que cualquier otra persona de su edad.
Está más familiarizado que yo con estas maravillas geológicas.
Lo observé escalar el terreno de tercera clase que llevaba a la
lentrada de la rampa. Ponía toda su atención en los pocos metros
de roca por delante de él. Como siempre cuando está haciendo
algo importante, su concentración parecía no tener una fuente,
ser completamente incorpórea".
Pasó la página, luego continuó:
"Por todas las imágenes y vivencias, Ryoga debe haber empezado
a experimentar una claustrofobia intensa. Venir hasta acá puede
haber sido una forma de aliviar esa presión interna, de poner
algún orden en su mundo interior confuso. Ryoga ha sido siempre
tan intenso, lo toma todo con tanta seriedad. Todavía recuerdo
la vez que nos conocimos, y ese plan para emparejarlo con la
señora Perfección, y Ranma posando como una Hembra Totalmente
Latosa para prevenir que Ryoga consiguiera algo. Siempre es para
mí una fuente de asombro el que la relación de ellos dos no terminara
en un baño de sangre; debe tener algo que ver con la buena suerte
de Ranma.
"Discutiendo su sentido de la orientación con Obaba, muchas veces
he sugerido que tiene que ver con alguna especie de alteración de
los genes. Pero ella dice que Ryoga pierde el sentido del espacio
(y del tiempo) porque, a diferencia de nosotros, es capaz de
olvidarse completamente de sí mismo. Hace diez años, su obsesión,
el objeto de su atención tan intensa, era Akane; ahora es alguna
otra cosa que ni siquiera él conoce. Tal vez sea esta montaña, tal
vez lo son todas las montañas en las que ha estado en su vida, o
las estructuras elevadas que arañan el cielo en el centro de Tokio...
A veces me pregunto si fue acertado que él me siguiera en este
viaje.
¨
°° Salpicar de olas °°
Al día siguiente, el sol era una rueda radiante. La rampa se
angostaba hasta formar una chimenea oblícua, de un par de metros
de profundidad. Escalando simultáneamente, trataban de seguir el
fondo de la grieta inclinada, más para evitar el intolerable calor
reflejado por el glaciar que por alguna consideración táctica.
Conforme la temperatura ascendía, las avalanchas se ponían en
movimiento una vez más. Tan pronto como el sol tocaba la punta
superior de la Pared Occidental, el ruido de estas se acercaba más
y más. La posición actual de ambos era relativamente segura, pero
la sola reverberación del tronar de miles de toneladas de hielo y
roca corriendo por el sinuoso Corte de Cimitarra era ya bastante
aterradora. Más tarde, un rodado más grande había literalmente
resonado en toda la cuenca. Un pilar vertical de gneis les
bloqueaba la visión del couloir a su derecha; pero habían visto,
segundos después del estruendo, blancas convoluciones de nieve
aparecer detrás del pilar, precipitándose a velocidad terminal
hacia el glaciar. Eran inverosímilmente hermosas. Cuando llegó
el viento de la onda de choque, apenas un pálido residuo de la
detonación que debía de haberse sentido en el canal, Ukyo había
tratado en vano de capturar algunos de los salpicones congelados
que le flotaban en torno a la cabeza.
¨
°° Arcos en ciernes °°
Ryoga miró hacia abajo. La vulnerabilidad era más aterradora que
en ninguna parte que pudiera recordar: las piedras y fragmentos
de hielo que caían ya no chocaban con los peldaños de roca de
más abajo. En cualquier ascensión de gran pared en California,
uno podía pasarse días con los pies colgando en el aire; pero aquí el
panorama circundante parecía haber sido diseñado por un comité,
que le recordaba al escalador que todavía se encontraba en un
planeta del cual no era dueño. Aquí, verdaderamente estaban
recibiendo lecciones de vértigo... allí mismo en la orilla de este
paisaje vertical petrificado.
Se detuvieron un rato, disfrutando la progresiva separación con
el suelo del valle. Como es costumbre en las lescaladas largas,
la mayor parte del tiempo estaban en silencio, con las cabezas llenas
del ruido hecho por sus propios corazones. Los sonidos podrían
haber sido catalogados por su intensidad y variedad: el trueno
distante de las avalanchas, el staccato perturbador de los
rodados de piedra, el rugido formidable de los vientos huracanados
contra las inalcanzables agujas de roca de la Arista Occidental,
que luego bajaban en picada al abismo, siguiendo el murallón en
un arco casi vertical, por su lado derecho. Y el silencio, un
sonido por sí solo; Ryoga nunca había oído un silencio como aquel.
Para él, era una señal de que este lugar había estado abandonado
en un sentido más verdadero que ningún otro lugar de la Tierra.
¨
°° El anochecer °°
Durante todo el día, se habían visto afligidos por una fatiga
creciente, y las angustiosas advertencias de inminentes problemas
de altura. La jaqueca de Ryoga no cedía, y la respiración de
Ukyo tenía un sonido malsano y gorgoteante. Al llegar la noche,
decidieron que acampar de nuevo al abierto, ahora bien por sobre
la marca de los 8 mil metros, los hubiera matado. De modo que se
deshicieron de la mayor parte del equipo pesado, y continuaron
su acometida después de un par de horas de descanso incómodo.
La cima era todavía invisible, pero estaban ahora en terreno
mayormente de hielo, por lo que que su velocidad se había
incrementado sensiblemente. La primeras horas escalaron con
una noche oscura pero diáfana, iluminada solo muy tarde por la
luna naciente. Pero después, de improviso, el cielo se volvió
traslúcido y vibrante: un signo inequívoco de cambio atmosférico.
El vendaval estalló poco después, esta vez llegando desde el
norte. En cosa de minutos, la visibilidad se redujo a unos pocos
metros. Ryoga se desamarró la cuerda rápidamente: esta no tenía
utilidad en la presente situación. Había cortado por primera vez
en cinco días aquel frágil vínculo con Ukyo; la sensación de
aislamiento lo apabulló por un instante.
Ryoga ponía duro empeño por mantener el paso de Ukyo, que iba
literalmente a toda carrera hacia la cumbre. Comprobó nuevamente
la altura: 2.00 de la mañana, 8.450 metros. La oscuridad era
absoluta; el universo entero se limitaba a escasos centímetros de
nieve y roca iluminados por su lámpara frontal. "Siempre y cuando
me concentre, estoy seguro de que no voy a perderme, nada más
concéntrate y sigue la luz de Ukyo". Ryoga sintió los nervios
agitársele, su determinación enfocarse hacia un punto invisible
en la oscuridad de más arriba.
¨
°° Marte °°
Ryoga estaba ahora desesperadamente sin aire. Trataba de
mantener un ritmo sostenido, pero cada diez pasos tenía que
detenerse a tragar grandes bocanadas de atmósfera insustancial.
En torno a su minúsculo mundo de luz, y de la silueta gris y negra
de Ukyo diez pasos más adelante, bramaba un infierno de masas
de aire cañoneadas a 160 kilómetros por hora contra las paredes
de la montaña: la pavorosa voz de Dios, así lo catalogaba Ryoga,
mientras chequeaba una vez más su distancia respecto de Ukyo y
de abismo incierto de abajo. "Debemos de tener tres kilómetros de
vacío bajo los pies. Si el viento cambia de dirección, no van a
encontar ni pedacitos de nosotros". Adelante y hacia arriba,
abriéndose camino hasta la cima yerta, a cincuenta metros de
progreso vertical por hora, continuó la marcha.
Ryoga se extrañó, porque pudo ver, con el rabillo del ojo, a una
muchacha escalando al lado derecho de él. Sus facciones eran
confusas, pero la cara le resultaba conocida. Parecía disfrutar
de la situación, pero Ryoga sabía que la muchacha estaba alerta
e inspeccionando los progresos de él. Una vez, al intentar él rodear
por la izquierda un peñasco pequeño, ella intervino.
--Mejor trata por la derecha, Ryoga querido, por la izquierda es
peligroso.
Ryoga obedeció prestamente; era evidente que a la chica le era
conocido el lugar. "Oye, ¿qué hace una chica linda como tú
aquí?", pensó. La chica soltó una risita, o al menos eso supuso
Ryoga. Tengo que acordarme de ser educado: una vez en la cima,
le voy a presentar esta chica a Ukyo... Raro, que ella nunca me
haya dicho que habíamos tres en esta condenada montaña.
Pero ¿a qué hora iremos a llegar? O sea, ya van días desde que
dejamos nuestro último campamento; y sé que una vez arriba, hay
algo muy importante que tengo que hacer, pero no recuerdo qué...
Debería preguntarle a Ukyo, pero ella siempre está tan ocupada
con el restaurante... Si solo pudiéramos parar unos minutos y
descansar un poco, tal vez podría acordarme. Si solo...
--¡RYOGA! ¡RYOGA! ¡AQUÍ ESTÁ! ¡LLEGAMOS A LA CUMBRE!
¨
°° Mira, la Osa Mayor °°
Era cierto. La pendiente del hielo aminoró, y allí estaba, un
domo largo y angosto, como el ángulo superior del techo de una
catedral. Ryoga no podía pensar en nada; experimentaba una
inexplicable sensación de alivio. Allí estaban: este era el único
lugar significativo del mundo ahora, y un nudo interminable había
sido silenciosamente desenmarañado. Se sentó, incapaz de hablar,
buscando palabras e ideas que, de súbito, se le escapaban. En
derredor, todo era negro e impenetrable. Suerte la mía, pensó
Ryoga, estoy aquí arriba y ni siquiera veo el paisaje. Bueno, qué
importa, ya no tenemos que escalar más. Ahora nos podemos ir
a la casa...
En ese momento, el cielo se abrió.
¨
°° Códigos gastados y señales desconocidas °°
Como una ballena, la cima de la montaña surgió de un mar de
nubes, y por un instante Ukyo y Ryoga fueron como dos surfistas
encallados, montándola, empujados por la fuerza de los altos
vientos. La luz había cambiado; no faltaba mucho para el alba,
y el horizonte oriental entero, que veían ahora por primera vez,
parecía en llamas. Repentinamente, el mar de nubes se abrió,
y se despejó por completo el espacio en torno a ellos. La cima
triple del Broad Peak, cuya magnitud Ryoga había encontrado
tan opresiva al venir desde Concordia, estaba a casi setecientos
metros por debajo de ellos; y más allá estaba el largo territorio
de los Gasherbrums y el perfil plácido del Baltoro Kangri. Estaban
en la cúspide de un espacio vertiginoso, rodeados por doquier de
una multitud de montañas, blancas en el lado sur y negras hacia
China, como adoradores postrados ante una deidad inimaginable.
Ryoga pudo percibir, por primera vez en su vida, la curvatura del
horizonte. Levantó la vista hacia el dosel de estrellas y alzó el
puño en señal de triunfo. Pero cuando volvió a bajar la vista,
divisó por un instante, a cientos de kilómetros de distancia en
la despiadada luz de la mañana, la masa solitaria de Nanga Parbat,
la Montaña Desnuda, la pared más alta de la Tierra en torno al
recodo del río Indo.
Se sentó, entumecido y súbitamente cansado. La chica había
desaparecido, pero trató de volver a recordar para qué estaban
allí, y qué era lo importante que tenía que decirle a Ukyo. Por
primera vez desde que habían alcanzado la cumbre, Ryoga recordó
que no estaba solo. Volvió los ojos hacia Ucchan.
Estaba sentada, derecha, con las piernas estiradas sobre los dos
dos lados de la cumbre, cantándole apaciblemente a las estrellas.
¨
°° Tour Ruoge, Tour Noire, Bloques Grises °°
Su rostro parecía de millones de años de antigüedad, pero todos
los años amargos se habían desvanecido de esos ojos inmersos
solo en sí, y cantaba en un idioma desconocido, midiendo
serenamente las órbitas invisibles de las estrellas con su cantar.
Ryoga no entendió las palabras, pero, en ese instante, supo que
Ukyo por fin había hecho las paces con su respectiva obsesión.
Él estaba sentado muy cerca. El ruido de los vientos menguó,
y estuvieron así en la cumbre, tomados de la mano, esperando
que el amanecer se alzara por sobre las montañas olvidadas del
Karakoram septentrional.
¨
°° Después, Ryoga escribió en su diario: °°
"La aurora nace
inflamada de luceros
La veo acercarse
Temible, alzarse,
truncando mis ilusiones,
bella en visiones
Tu velo, Maia,
se ha rasgado ante mis ojos
La Aurora nace".
El silencio no duró más que unos minutos. Las nubes se habían
agolpado nuevamente y se elevaban a velocidad espantosa, como
una ola. En segundos, la cumbre quedó tragada. Ukyo se levantó
despacio, y volvió a ponerse el casco, las gafas y la capucha de
su chaqueta de montaña. Se dirigió a Ryoga.
--Nos vamos. Ahora.
¨
°° Hasta abajo °°
--Bueno, allí está --dijo Ukyo con voz ronca--. Bajamos por esta
cuesta hasta la barrera de seracs. Luego, recorremos bajo la pared
del serac hasta el Cuello de Botella. Después, es cosa de mantener
esa dirección a través del Hombro, hasta la segunda barrera de
seracs y la Pirámide Negra. Después, llegamos a las cuerdas fijas...
y de ahí debería ser solo cuestión de bajar hasta lugar seguro.
¿Cómo te sientes?.
--Bien. Medio mareado con la altura, eso es todo. ¿Y tú?
--Cansada, pero una vez que lleguemos al aire más denso nos
vamos a sentir mejor. Vamos bajando, Hibiki.
Estaban a cien metros bajo la cumbre, donde se habían detenido
para planificar un poco su bajada por la cara sudeste y el espolón
de los Abruzzos. En este lado de la montaña el viento era menos
violento; pero estaba nevando, con copos pesados e irregulares.
--La tormenta podría desatarse con todo en cualquier momento.
Tratemos de mantenernos lejos de la parte expuesta del cerro.
--Ukyo miró de nuevo en dirección del Broad Peak y de Concordia,
ahora invisible--. Nos ganamos el bonito paisaje, ¿cierto?
Parecía exhausta.
Ryoga iba en alerta. Aborrecía los descensos. La inmensa tensión
que había sentido antes de alcanzar la cumbre ya se había liberado,
y podía sentir la fatiga en pleno. Estaba preocupado por Ukyo; tenía
aspecto de realmente afectada. Por desgracia, y en particular bajo
estas condiciones, quedaba descartado que él pudiera encabezar el
descenso, al menos hasta la Pirámide Negra y el comienzo de las
cuerdas fijas. Un error de dirección hubiera significado un salto de
3 mil metros hacia la cascada de hielo del Godwin-Austen, o incluso
una distancia mayor por el lado chino. La parte más difícil de la
escalada, la prueba verdadera, había llegado. Y no se encontraban
en la mejor condición para afrontarla.
¨
°° Descenso °°
El silencio había regresado. Ukyo iba a la cabeza, manteniendo
el equilibrio con un piolet corto, y enclavando cuidadosamente
sus crampones uno delante del otro. Ryoga la seguía un par de
metros más arriba, manteniendo varios rollos de cuerda en torno
a la cintura. Le prestaba máxima atención a evitar que ninguna
cantidad de nieve penetrara su chaqueta de montaña prolijamente
amarrada: de lo contrario, Ukyo tendría que cargar a P-Chan en
la bajada hasta el Campamento Base. Sus pulmones más pequeños
le hubieran hecho estar hipóxico en pocos minutos, y muerto en
menos de una hora. "Voy a duras penas", pensó Ryoga de nuevo.
"Mi mamá no lo habría aprobado".
Ryoga se notó la vista mucho más clara, y ya no sentía más signos
de alucinaciones. Tenía curiosidad por saber qué había visto Ukyo
en la cumbre (si es que había visto algo); pero este no era el
lugar, ni el momento. Tal vez en el campamento base o, mejor,
allá en Tokio, ante la parrilla del Nuevo Ucchan, con una Kirin
bien fría y okonomiyaki recién hecho...
¨
°° Alto Horno °°
El estómago de Ryoga se cerró en un ataque de nostalgia por su
tierra. Ya iban casi dos meses desde que habían partido de allá,
y les llevaría otro mes más regresar a la casa. Estoy pensando
mucho más claro ahora, pensó, debe ser por todo el silencio y la
actividad de los últimos días. Tal vez, consideró Ryoga, cuando
vuelva a la casa, pueda arreglar algo. No debo volver a olvidarme.
Ese asunto con Ranma no está bien..., tengo que ir allá y tratar
de hacerlo reconsiderar la situación, y que haga las paces con
Ucchan. Tal vez a ella ya no le importe, pero tal vez sí. Sé que
lo puedo lograr. Ranma me va a escuchar, si uso las palabras
apropiadas. Y hasta Akane va a estar de acuerdo. Todo va a ser
un poco como en los viejos tiempos...
En un par de horas, habían llegado a la barrera de seracs. Iban a
paso agónicamente lento; Ukyo estaba evidentemente extenuada.
Poco a poco, el cielo gris sobre ellos ya no era gris. Como un
enorme cielo raso, el gran serac que cerraba la parte superior del
Cuello de Botella se cernía sobre ellos, con toda su masa.
--Bien, aquí hay una cuerda fija. Debe haber quedado de la
expedición española del año pasado --dijo Ucchan, y consideró con
cuidado el anclaje: un grupo de pitones de acero, con forma de L,
con una cuerda que pasaba por todos ellos--. Parece que aguanta.
¿Qué te parece?
--No sé; yo la encuentro muy deteriorada, y además detesto las
cuerdas fijas. Aunque es mejor que bajar hasta el Hombro con esa
cosa apuntándonos a la cabeza. --Señaló el serac--. Voy a cambiar
la anilla y bajo yo primero. Trata de descansar un poco.
Ukyo sonrió fatigosamente.
¨
°° La última tirada de dados °°
Una vez que reacomodó el anclaje, abrochó una placa Sticht
(habían dejado los ascendedores Jumar en el lado opuesto de la
montaña), y aplicó despacio todo su no insignificante peso en la
cuerda. Luego empezó a descender. En pocos segundos estuvo
inmerso en una pared gris de nubes. Se detuvo para verificar
la posición de Ukyo. Ella estaba allá arriba, sentada en un
promontorio de roca, sus rasgos difusos por causa de la nubes
que se arremolinaban. Ryoga volvió a concentrar su atención en
el descenso.
Al final de la cuerda --que estaba anclada también con un gran
empotrador excéntrico metido en una grieta-- Ryoga se quedó a
esperar que viniera Ukyo. La soledad temporal era opresiva..., y
no veía la hora de salir de la línea de deslizamientos del serac.
Increíblemente, el terreno de abajo parecía decrecer en
verticalidad: era, con toda probabilidad, el borde superior del
Hombro. Bueno, con un poco de suerte vamos a llegar a la Pirámide
Negra esta noche; y mañana, o pasado, hasta el Godwin-Austen.
Luego, una caminata rápida hasta el campamento base de Savoia
y, después de eso, la larga travesía de regreso a Askole. Ryoga
sintió, por primera vez, que iban a lograrlo.
Un ruido vino desde arriba, como un colchón golpeando contra un
obstáculo remoto. El serac se está viniendo abajo, pensó, como
al pasar. Miró de uno a otro lado en busca de algún refugio, pero
la cuesta de nieve parecía uniformemente llana. Ryoga se quedó
rígido, esperando que algo cayera desde la bruma de arriba y lo
triturara allí donde estaba. No sentía miedo, solo un vago sentimiento
de frustración.
Nada vino. Pasaron los minutos. Ukyo, pensó. Estaba
desorientado. Si ella había caído, el couloir habría canalizado
su caída, y luego la pendiente no es tan pronunciada... Ah,
¡carajo! Debe haberse desmayado en la cuerda, de tan cansada...
Tengo que subir a ver qué pasa. Una vez que hubo tomado una
decisión, tomó la cuerda y empezó el largo trecho hasta la
posición de arriba. La tormenta, tal como Ukyo había predicho,
se intensificaba rápidamente, y Ryoga tuvo que abrirse camino
en 60 centímetros de nieve recién depositada. La escalada era
una tortura. Sus músculos, ya delicados por la compresión en
el descenso, ahora simplemente se negaban a cooperar. De
pronto, reconoció el lugar donde se había detenido para revisar
la condición de Ukyo. Reacio, miró hacia arriba. La reducida
plataforma estaba ahora cubierta de nuevo por algunos centímetros
de nieve, y el promontorio de roca todavía estaba allí, pero Ukyo
no se veía por ninguna parte.
¨
°° Los Jardines de Piedra de Kioto °°
En el punto de reunión, Ryoga Hibiki pensó en Mick Burke, el
operador de televisión británico, desaparecido cerca de la cumbre
del Everest en 1975. En una humosa casa de té de Askole, camino
de Baltoro, él y Ukyo habían hablado sobre la suerte aquel hombre.
Podía recordar los ojos velados de Ukyo, mientras ella explicaba su
teoría:
--Uno se puede ver, en la cima de una montaña, al centro de
un espacio insondable, completamente vacío. Mi padre me llevó
en una peregrinación al Fuji cuando yo tenía doce años, y me
senté allí en la cumbre, mientras el horizonte crecía y volvía a
crecer. La respiración se me condensaba en visiones, en completa
y total indiferencia. Volví a sentir eso únicamente en otra ocasión
más, justo después de la boda de Akane y Ranma. Yo estaba en
Kioto, en los Jardines de Piedra... Miré las piedras que afloraban de
la arena blanca y las imaginé como islas en el cielo, que es como
veo a las grandes montañas. No podía irme de ahí, así de simple:
ese espacio vacío era el mismo de la cima del Fuji, el espacio vacío
donde uno no hace más que olvidarse de todas las tristezas. Yo creo
que a Burke le pasó lo mismo. No murió en la subida, porque la cima,
igual que los jardines de piedra, lo habría atraído de manera
irresistible. Y no murió en el descenso, porque la consciencia de
haber alcanzado la cumbre le hubiera dado la fuerza para volver.
Creo que sencillamente se quedó sentado allá, en la cumbre,
olvidado de todo.
¨
°° Cuánto me equivoqué °°
La certeza de que Ukyo estaba muerta cayó sobre Ryoga.
Arrodillado en la nieve, recordó la primera vez que se habían visto,
una mañana transcurrida hacía mucho, en un lugar muy lejano...
Se sentó allí, pensando en el restaurante, en el colegio, en la
Boda Fallida, tratando de controlarse. No me imaginé que terminaría
así. Se supone que soy yo el que siempre comete un error idiota y
está en peligro de morir de alguna manera ridícula. No es justo.
No tenía idea de qué hacer. ¿Tratar de encontrarla? Debe
haber seguido la dirección equivocada, y se ha caído por el borde
externo de la arista, hasta abajo, hasta la base de la montaña.
O quizá, solo está tirada a tres metros de aquí, y no puedo verla
por culpa de toda esta puta niebla. Empezó a gritar el nombre de ella.
Pero el bramido de la tormenta era ensordecedor: le costaba oír su
propia voz. De nuevo sin aire, se detuvo. Trató de buscar huellas,
pero la nieve lo había borrado todo.
Abrió la mochila, buscando algo. Allí estaba, en un bolsillo lateral:
la cinta para el pelo de Ukyo, que ella le había dado antes de
comenzar el ascenso. Había sido verde pero, por entre las lágrimas,
a Ryoga le parecía ahora de un blanco deslavado.
¨
°° No puedo recordar ni tampoco olvidar °°
Qué me está pasando, pensó Ryoga mientras se abría paso una
vez más bajando la montaña. No es nada especial. Es algo que
ya le ha pasado a miles de millones de personas. Todos, por fuerza,
vamos a perder a nuestros seres queridos. Podría haber ocurrido
hace diez años en un accidente de auto, o treinta años en el
futuro, de una enfermedad súbita. Ha sucedido hoy; es una mera
cuestión de estadística. ¿Por qué me quejo? ¿Por qué algo tan
intrascendente como la muerte de un ser humano, de mi Ucchan,
debería importarle a nadie más que a mí? A la montaña no le importa.
La profundidad del depósito de nieve fresca se estaba
incrementando. Ukyo murió hace menos de una hora, pensó
Ryoga, y ya las cosas están cambiando... La nieve que veo ahora,
en menos de una hora, será sepultada por otra nieve que ahora se
está formando a un kilómetro por sobre mi cabeza en alguna nube,
y se derretirá una vez que esta tormenta se termine. La tormenta,
la nieve, el viento, la montaña; a ellas no les importa Ucchan.
Yo soy el único. Mientras esté vivo, mientras crea que ella está
viva y la espere, ella va a seguir viviendo en alguna parte.
Pero yo no voy a vivir mucho tiempo más, pensó amargamente;
tengo que salir pronto de esta tormenta, y nunca voy a encontrar
el camino yo solo. "Ici Michel, Ici Michel...": un confuso recuerdo
de un documental que había visto hacía diez años. Tiene que haber
ocurrido aquí, pensó Ryoga. Ese francés al que guiaron por radio
para salir del Hombro en condiciones de ventisca, solo para morir
dos años después en el Everest. ¿Ves? Es mera cuestión de que
a uno le llegue el turno. Pura cuestión de estadística.
Cuatro horas caminó intentando mantener una línea recta. Varias
veces, llegó al perímetro de hielo que bordeaba el abismo. Estaba
terminalmente fatigado y, lo que era peor, no le importaba. El
cansancio es como el miedo, pensó Ryoga; es algo que está en
el estómago de uno. Pero hay un punto después del cual uno ya
no escucha a su cuerpo; el estómago de uno quiere vivir, pero a
la mente no le importa.
Tal vez debería esperar a que la ventisca pare. Pero no tengo
fuerzas para escarbar una cueva en la nieve, y al abierto no voy a
durar lo suficiente. Y todos los cartuchos de gas que nos quedan
están en la mochila de Ucchan. Cayó en la nieve. Me siento tan
agotado, pensó. Tal vez podría ganar un campeonato de cansancio.
Se rió, histérico. Se rió de nuevo, ansioso, al sentir la humedad de los
pedazos de nieve que se habían colado en su traje de montaña, y
que ahora se derretían inexorablemente.
¨
°° Una imagen muy fragmentada °°
P-Chan vadeaba por la masa de nieve sin fondo, en un intento
vehemente e inútil por encontrar la salida de la tempestad. Casi
ingrávido, rodaba por sobre la masa amerengada, pero la nevazón
era ahora tan intensa que estaba en peligro de ser literalmente
sepultado vivo. Todo era blanco, uniforme, repugnante de blanco.
No podía discernir entre cielo y suelo. Los pulmones le ardían
como condenados, y su vista perdía lentamente el enfoque.
P-Chan volvió a reírse. Y se rió más y más escuchando a su voz
porcina imitar una carcajada. Qué cosa más rara. Hace unos
segundos todo era blanco; ahora estoy en una cortina de negro
azabache. Ah, no importa; porque ahora la cortina se va a abrir,
y de un par de brincos voy a estar en el dojo Tendo. Kasumi les
ofrecerá a todos té y pastelitos, y Akane me abrazará y me
cantará. Y después vamos a entrar a su cuarto, y ella me va a
dejar dormir en su almohada, y no, Akane, no tengo ganas de jugar,
estoy tan cansado, tan asquerosamente cansado. Y hay demasiada
nieve y tengo tanto frío. Por favor, Akane, déjame dormir un poco
más, un minuto nada más...
Pero Akane no estaba, y la cortina se había alzado. Por un único
segundo, Ryoga entrevió otra imagen. Delante de él, al otro lado
de un río, se erguía una gran ciudad. Estaba en llamas, y sabía
que él, y la demás gente que tiritaba de frío como él en la ribera
del río, tenían que cruzarlo en un transbordador y entrar a esa
ciudad, porque a sus espaldas no había más espacio a dónde
replegarse.
"Ne sagu nazad", que nadie retroceda un paso, pensó Ryoga Hibiki
en un idioma que no conocía. La línea ha sido penetrada en varios
puntos. Somos los últimos refuerzos y vamos a llegar allá y vamos
a tratar de tomarnos la ribera del otro lado del río. Qué cosa más
rara... estar aquí, y que ya no sea P-Chan. Cerró el puño, y se
aprontó para cruzar.
A kilómetros por encima de él apareció, enorme, la cara de Ukyo.
¨
°° Ella ansiaba volver a su casa °°
Cielo santo, no puedo controlar las extremidades. Las manos
me tiemblan tanto, y no puedo parar de llorar, y si hago el
movimiento equivocado voy a perder toda el agua que preparé.
Y ni siquiera está muy caliente, apenas tibia... Dios, por favor
ayúdame, ojalá esté lo bastante tibia. Y simultáneamente estoy
bombeando oxígeno puro en los pulmones de P-Chan, desde la
botella pequeña que traje a la montaña al fondo de mi mochila.
Carajo, no reacciona. Cielo santo, ya debe estar muerto. Tal vez
le dio un infarto, y ahora, cuando el agua va a estar lista, voy a
tener de regreso a un Ryoga muerto, a un Ryoga frío como piedra,
muerto. ¡A quién se le ocurre subir una montaña tan tremenda si
se convierte en un condenado puerco cada vez que pisa una gota
de agua! Qué idea más idiota fue desde el comienzo. El único
lugar de este tarado es el maldito Japón, con alguien que lo esté
cuidando todo el rato. Ya no puedo esperar más, ojalá alcance con
lo tibia que está, ya no me queda ningún otro cartucho de gas...
despierta, animal, ¡despierta despierta DESPIERTA DESPIERTA!
¨
°° La nieve se derrite al sol °°
Percibió la cabeza de Ukyo apretándosele contra el pecho. La
transición había sido instantánea y desorientadora, como despertar
una mañana en la cama que no corresponde. Ryoga percibió primero
la masa, luego la gravedad nuevamente; la inigualable sensación de
estar de vuelta en nuestro tiempo y realidad. Otra idea se le
cruzó fugaz por la cabeza. Quizá no es verdadero, tal vez soy yo
y Ukyo y los dos estamos muertos. Volvió a sentir una oleada de
pánico. Trató de gritar, pero parecía tener la garganta obstruida.
Ukyo se volvió hacia él. Por un instante, pareció extrañada, como
si tuviera dificultades para identificarlo. Luego la vio apoyarse
contra la pared de la cueva de nieve, incapaz de hablar.
--¿Dónde estamos? --El sonido de su propia voz sorprendió a Ryoga.
Ukyo lo miró, y Ryoga creyó que ella le iba a contestar alguna
respuesta hosca o sarcástica. Pero ella no hizo sino mirarlo, con
una expresión de alivio profundo, luego le tomó la mano y se la
besó.
--Esa sí que fue una movida idiota, Ryoga.
Ryoga la miró. Era lo más bello que él hubiera visto en su vida,
incluso con los ojos profundamente hundidos y los labios partidos.
--¿Qué pasó en el Cuello de Botella? --preguntó él, pero no estaba
seguro de querer saber.
--No sé. Cayó un pedazo del serac, y me costó un trabajo infernal
permanecer al lado correcto del couloir. Grité tu nombre muchas
veces, pero la ventisca era demasiado fuerte. Después...
Se interrumpió, tratando de encontrar las palabras.
--¿Después?
--Después, no sé. Tal vez estoy demasiado cansada. En fin,
tropecé contigo mientras trataba de acercarme a la segunda
cascada de hielo. No tuve duda de que te irías a meter derecho
al lugar más peligroso. No te hubiera visto de no ser por tu pañuelo.
Creí que estabas muerto, Ryoga. O a lo mejor, tal vez lo estabas y
resucitaste. Bienvenido otra vez al mundo, animal. --Volvió a
sonreír.
Ryoga cerró los ojos. Descubrió que era feliz, y ponderó el
misterio y poder de aquella sensación. Cerró los ojos y volvió a
inhalar el aire tenue de los 8 mil metros.
--Perdón por interrumpirte las ensoñaciones, Ryoga, pero creo
que tienes que vestirte y ayudarme a salir de aquí. No puedo ni
ponerme en pie.
Ukyo seguía sonriendo.
¨
°° Ciega Cassiopeia °°
Para Ryoga, las siguientes 48 horas fueron una larga y continua
caída en picada. Ukyo ya no podía caminar: tenía congelados los
dedos de los pies, así como todos los dedos de su mano derecha.
No podía aferrarse a las cuerdas fijas; Ryoga literalmente tuvo
que bajarla arrastrada, fuera del limbo del Hombro.
Encontraron las cuerdas con más facilidad de lo que habían
supuesto. Ryoga fabricó un arnés improvisado para Ukyo, y se
la amarró a la espalda. Nadie más hubiera tenido la fuerza para
acarrearla en la bajada de todos los 2 mil metros del espolón de
los Abruzzos pero, ahora, Ryoga era un hombre con un propósito.
Toda su fuerza estaba regresando. Ya fuera porque estaban
volviendo a sumergirse en los estratos más densos de la atmósfera,
o por causa de algún otro impulso interno, Ryoga no se había
sentido tan fuerte desde sus días de entrenamiento con Cologne en
las montañas.
Sin embargo, el descenso suyo y de Ukyo del monte era todavía
una retirada en pugna. La Pirámide Negra estaba completamente
blanca, estucada por una capa de ocho centímetros de escarcha.
Las escaleras de mano instaladas en la Chimenea "House" eran
inútiles, sepultadas como estaban, bajo el hielo. Ryoga tuvo que
bajar en rappel donde era posible y, donde no lo era, descender en
escalada. Ukyo estaba semidelirante, pero sus signos vitales eran
buenos. Ahora era cosa de bajar rápido, y pedir ayuda en la base
militar de Liligo, unas millas al sudoeste de Concordia.
Hasta los declives más bajos y fáciles eran más arduos: había
una cantidad inimaginable de nieve. Aquí, lo único que Ryoga
podía hacer era bajar con pasos pesados, avanzando paso a paso
y deteniéndose cada veinte metros para tomar aliento. No obstante,
se sentía alborozado, pese a estar preocupado aún por la condición
de Ukyo. Ni siquiera establecieron vivac alguno: el sueño de
Ryoga se limitó a unas cuantas siestas frugales, descansando su
cuerpo contra la roca, dormitando intermitentemente, despertando
a cada quejido de Ukyo.
La segunda noche en el espolón, el cielo se despejó parcialmente
algunos minutos. Ukyo estaba tendida de espaldas, con la cara
expuesta al cielo. De pronto, se cubrió los ojos.
--¿Pasa algo? --preguntó Ryoga.
--No sé... es que Vega me está encandilando.
¨
°° Ahora, estoy de vuelta en esta ciudad °°
Tres días después de alcanzar la cumbre del K2 y ocho después
de su partida de la cuenca del Savoia, en una mañana gris acero,
Ryoga Hibiki y Ukyo Kuonji llegaron al Glaciar Godwin-Austen y,
tres horas después, al sitio tradicional de los campamentos base.
No había nadie. Usando piedras y escarbando los restos de
expediciones previas, Ryoga construyó un refugio para Ukyo.
Ella sufría dolores, pero estaba más o menos lúcida.
Antes de partir en la caminata de cuatro horas hasta Concordia,
Ryoga durmió un poco encima de una roca plana, cerca de Ukyo.
Cuando la alarma del reloj lo despertó, ella estaba mirando la
cima del K2, que ahora se asomaba entre las nubes. La vista
era fantástica; el Hongo, un glaciar suspendido por sobre la
arista del sur-suroeste, parecía una fortaleza arcaica.
--Lo logramos, Ryoga. De verdad lo logramos. ¿No te pareció
como si hubiera sido imposible?
Tenía razón. Era un momento frecuente después de toda
escalada difícil, cuando uno vuelve a mirar hacia la cima y se
pregunta: ¿De verdad estuve allá? ¿De verdad fui yo?
Ryoga pensó: si no hubiésemos subido gateando hasta la cima,
no significaría nada para nosotros. Esos pilares, la telaraña del
hielo incrustado en las grietas y las zanjas, son señales a las
que les damos un significado cada vez que venimos aquí.
En la mente de Ryoga, la morrena Godwin Austen era una
carretera prehistórica sobre la cama móvil del hielo. En el lado
opuesto estaba la pequeña pirámide de piedras del Monumento
Conmemorativo Gilkey, con todos los nombres de los escaladores
caídos en el K2, escritos en improvisadas placas hechas de
sartenes y platos de hojalata.
Se acuclilló cerca de Ukyo:
--Mientras estábamos en lo alto de la montaña, pensé que tal vez,
cuando volvamos a Tokio, me ponga en contacto con Ranma y
arregle las cosas. --Su voz sonaba como si sintiera que todas
sus obligaciones habían sido finalmente saldadas.
Ukyo alzó los ojos. Eran hermosos, llenos de tristeza y
comprensión.
--No hay posibilidad de arreglar el mal que le hice a Ranma, ni
el que Ranma me hizo a mí, si es que de verdad ha sido maldad.
Tal vez Ranma podría cambiar de parecer, pero no creo, y tal vez
no sería lo correcto. Uno no puede cambiar las reglas de un juego
cuando va perdiendo, Ryoga. Pero ya no importa, porque lo que
siento por ti es algo para lo que no existen palabras. Ahora te ves
obligado a luchar contra lo inevitable como yo lo intenté una vez,
pero eres la única persona que conozco que de verdad podría
hacer esto y ganar esta lucha contra el tiempo. Y por eso te amo,
Ryoga Hibiki.
Ryoga sonrió, y sintió la oscuridad de su interior rasgarse en
pedazos. Se puso la mochila, y bajó a toda prisa el glaciar,
hacia Concordia.
¨
°° Después: Altair °°
Ryoga estaba sentado al interior del Nekohanten, esperando que
Shampoo se alistara para la Fiesta de Año Nuevo en el "Ucchan".
Trataba de enfocar los ojos en las pequeñas letras del borde de
la cajetilla de cigarrillos mentolados "K2". Había contraído el
hábito mientras convalescía en el hospital militar de Islamabad,
después de ser tratado por congelamiento leve. Todos los demás
decían que esos cigarros eran los peores; Ryoga había comprado
dos cajas de ellos antes de abandonar Pakistán. Estaba fascinado
por la imagen dibujada en la cajetilla: el K2 como se ve desde
Concordia. Puso los dedos en la parte superior y los dejó deslizar
por el espolón de los Abruzzos, tratando de poner en relación
todos los detalles de la imagen con sus propios recuerdos.
El Cuello de Botella, el Hombro, la Pirámide Negra, las Torres Rojas,
la Chimenea House... Sus dedos siempre volvían a la cima. Hacía
apenas seis meses él había estado allí. Allí. Allí. Allí...
Cologne vino a la mesa, trayendo una Kirin abierta:
--Shampoo se está alistando. Estará aquí en un minuto.
Ryoga no contestó. La temperatura dentro del local era sofocante.
--Si no le molesta, voy a esperar afuera. Hace demasiado calor
aquí. --Tomó la botella y salió.
La calle delante del Nekohanten estaba cubierta por una capa
de nieve delgada, y vacía, salvo por un individuo alto y espigado que
miraba el letrero del restaurante. Tenía una barba prolijamente
recortada y un bronceado parejo que hacia contraste con el elegante
traje gris. Era Kuno.
--No estaba seguro del lugar. Digo, ya van tantos años.
Ryoga se alegraba de verlo. Sacó otra cerveza y una silla, y se
sentaron fuera de la puerta del Nekohanten.
Kuno estaba de regreso en la ciudad por unos meses, antes de
su siguiente trabajo; planeaba casarse con una italiana antes del
fin del año próximo. Necesitaba algo de descanso, y Ryoga notó
la manera en que los ojos de Tatewaki siempre miraban fijamente
a un punto indefinido delante de él. Su penúltima responsabilidad
había sido en África Central. Allí, había estallado otra guerra
intertribus; la intervención de las Naciones Unidas había sido,
como muchas veces, tardía e insuficiente para prevenir un
genocidio.
¨
°° Después: Vega °°
Kuno había aprendido rápidamente que uno puede acostumbrarse
a todo, por muy horrible o repulsivo. Había visto fosas comunes,
y hablado con personas cuyas familias habían sido quemadas
vivas al interior de iglesias. Había salvado a niños de un origen
étnico de ser asesinados por sus propias madres que pertenecían
a otro. Y no había podido evitar que gente que había participado
en una masacre anterior fuera linchada por los sobrevivientes.
Un día, a cargo de un equipo militar, había evacuado a los
sobrevivientes de un campo de refugiados que había sido
asolado por la facción contraria. Había reunido un pequeño
grupo de niños que habían sobrevivido al calvario. Algunas de
las madres, enceguecidas de pánico, habían tratado de arrojar
a sus niños por sobre la alta cerca de alambre de púas: había
cuerpos pequeños colgando de ella. Uno seguía vivo. Había
perdido el brazo derecho y estaba completamente enredado en
el alambre, pero seguía vivo, con ojos enloquecidos por el dolor.
Misericordiosamente, había muerto unos minutos después. La
brigada de Kuno quitó los cadáveres y los quemó en una zanja
al lado del camino.
Los niños sobrevivientes habían sido puestos en el vehículo de
Kuno, y habían comenzado el viaje de regreso al campamento
de la ONU. Una hora después, habían encontrado un obstáculo
en el camino. Mientras esperaban que fuera quitado, los chicos
habían improvisado un partido de fútbol con una lata de conservas
redondeada. Hasta entonces, Kuno había conseguido mantener
la compostura. Pero al advertir la incongruencia de aquel juego
de niños al borde del mismísimo infierno, algo dentro de él se había
roto. Había estado horas llorando, incapaz de parar. Una semana
después, había renunciado.
Ryoga estaba sentado en silencio mientras Kuno, con su perfil adusto
y hermético como cada vez que él pudiera recordar de los años de
Furinkan, narraba calmadamente su relato. La maravillosa y
arrojada aventura de montaña se había vuelto trivial: Ukyo y
él no habían sido más que dos turistas en apuros en una localidad
vacacional exótica. No habían hecho nada de verdadera
importancia... No habían hecho más que trepar una montaña
remota que no le interesaba a nadie. Sintió su antigua angustia
y sentimiento de inutilidad acechar tras un rincón sombrío de su
psiquis. Se preguntó si incluso Ukyo no se habría sentido así,
desde que habían regresado. De repente, se dio cuenta de que
él y Ukyo no habían conversado lo ocurrido verdaderamente
esa mañana en el Hombro.
¨
°° Después: Deneb °°
Ryoga volvió la cabeza. Cologne se había acercado en silencio,
hasta situarse detrás de los hombros de ambos.
--Kuno-san, nuestra tradición reza que cuando los mongoles
saquearon la ciudad de Tien-tsin, elevaron hacia el cielo
pirámides de cabezas cercenadas. No creo que el mundo haya
cambiado mucho desde entonces, y mucho me temo que no
cambiará nunca. --La expresión de la anciana y diminuta mujer
era neutra.
--No sé, señora. Pero lamento decir que eso ya no me lo creo.
Algunos me dicen que todo tiene que ver con la naturaleza humana,
y que la naturaleza humana no cambia. De ser cierto, es una cosa
horrible, y no creo que sea verdad. Es una excusa para la gente
como mi hermana y sus amigos. Estoy cansado de oír cátedras
acerca de lo natural e inevitables que son estas cosas. No lo son.
Para nada. Y si lo son, yo espero estar algún día ante el responsable
de todo, y darle una bofetada por cada ser humano que alguna vez
haya tenido que conocer la naturaleza humana. De verdad lo espero,
señora. De verdad que sí.
Cologne no contestó.
¨
°° Tour Rouge, Tour Noire, Bloques Grises °°
Kuno acompañaría a Shampoo al Nuevo Ucchan, de modo que
Ryoga se fue. Desde el retorno del K2, el sentido de orientación
de Ryoga había mejorado mucho, y ahora ya no se arriesgaba a
pasarse días tratando de regresar a la casa. Las calles de Nerima
estaban todas cubiertas de manera uniforme por la misma capa
fina de nieve, que reflejaba fríamente el destello amarillo de los
faroles. La caminata parecía inacabable, pero Ryoga se alegraba
de estar allí.
Cuando llegó al restaurante, Ukyo estaba en el piso de arriba.
Ella había sido firme en su decisión de cerrar en la víspera de
Año Nuevo, de modo que la luz de adentro era tenue, y nadie
había llegado aún para la fiesta. Ryoga se sentó en un taburete
cerca del mostrador. Se sentía inquieto. Algo en su conversación
con Kuno le había despertado un movimiento en el cerebro, pero
no podía identificar qué era.
De improviso, del cuarto de arriba, llegó la voz de Ukyo. Estaba
cantando: la misma canción que Ryoga había oído en la cumbre
del K2, a 34.000 kilómetros de Tokio y 8.611 metros sobre el nivel
del mar. Todavía no podía entender las palabras, pero ahora
el tono era distinto. Ya no era un canto de triunfo, sino una
tonada lenta, triste, cantada por una joven que se vestía para
una fiesta de Año Nuevo.
Ryoga comprendió lo que estaba tratando de recordar. Sacó su
libreta de bolsillo, donde estaba el poema inconcluso:
"La aurora nace
inflamada de luceros
La veo acercarse
Temible, alzarse,
truncando mis ilusiones,
bella en visiones
Tu velo, Maia,
se ha rasgado ante mis ojos
La Aurora nace."
Luego añadió:
"Y no será mucho para mí
Aun si llego a ver la cara de Dios
porque he oído
la voz despiadada de un Cristo
que ya no anhela nuestra redención".
Qué hermosa treta nos han jugado, pensó Ryoga. ¿De verdad
es cierto que la puerta no se abrirá, y que Akane no entrará
sonriendo, vestida de amarillo y verde, lista para la fiesta de
Año Nuevo? ¿De verdad es posible que Kasumi no entrará y que,
como en el sueño de la montaña, no me traerá té y pastelitos?
Para mí, para Ukyo, para Kuno, para el niño en el alambre de púas.
Se han ido. Qué terrible, espléndida broma.
Se reclinó en el asiento. Todavía podía ver la imagen de la
ciudad lejana más allá del río, ardiendo en llamas; la misma que
había entrevisto, sin esperanza pero al menos en paz, en el Hombro
de la montaña. Pero la escena cambió, como vista a través de un
campo limitado de visión, como una tronera de hierro: el cielo era
plomo, el suelo era acero. Una voz gritaba órdenes en un idioma
desconocido. Había torres de humo en el horizonte, y formas
fluyendo hacia él como un torrente de ratas. Instintivamente,
estiró la mano en busca de una invisible llave de arranque.
Sé que todos hacen y harán lo que deben..., sea cual sea la
situación, sea cual sea el resultado. Volvió a apretar el puño,
y se sintió de pronto mucho mejor.
Cerró la libreta y fue al piso de arriba, donde Ukyo.
¨
FIN
¨
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TORRE ROJA, TORRE NEGRA, BLOQUES GRISES
un relato escrito por Luca Signorelli
revisión y corrección de estilo por Lyn Daniel y Francis Sanchez
la letra de "Aurora" escrita por Andrea Signorelli
versión castellana de Miguel García
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A la memoria de
Ubaldo Rey, que logró salir del Hombro
y
Alan Rouse, que no lo logró.
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Me encanta recibir correos, despotriques y refunfuños, incluso de
índole violenta. Se me puede contactar en
SignorelliL©alma..it
o por medio de correo postal a
Luca Signorelli
Corso Belgio 105
Torino (Italia)
o por teléfono-fax al
(011)8991336
Ryoga, Ukyo, Cologne, Kuno, Ranma, Akane, Kasumi y Mousse son
producto del talento y fértil imaginación de la señorita Rumiko Takahashi,
y no pretendo ningún derecho sobre ellos (¡naturalmente!). Ranma 1/2
es un maravilloso ejemplo del genio literario aplicado a la ficción
popular. Parafraseando a alguien, puedo imaginar el mundo sin los
"Expedientes Secretos X", pero no sin "Ranma 1/2". Así que por
favor, srta. Takahashi, ¡no me demande!
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Notas del autor:
Este relato es mi primer intento de escribir fanfiction directamente
en inglés, y sin la docta, diestra e invaluable ayuda de Lyn Daniel
(para el texto completo) y de Francis Sanchez (para la primera
parte), hubiera sido un ilegible festín de errores. La contribución
de Lyn y Frank ha sido más encomiable aún por su compromiso y
por el largo de esta historia. A ellos mi gratitud eterna.
La idea de que la Boda Fallida (el primer intento de Ranma y Akane
de casarse) pueda haber tenido tan serias consecuencias ha sido
sugerida en una conversación que tuve con Caroline "Kun-Chan"
Seawright, Alta Sacerdotisa de Ryoga y víctima de uno de mis más
largos y angustiosos intentos de hacer una entrevista decente.
A ella, nuevamente, mi eterno reconocimiento.
Mi deuda con James Ballard es inmensa, de modo que me siento
un poco incómodo citando solo una parte ella. Como fuere, las
primeras líneas de esta historia están inspiradas por el comienzo
de su cuento "The Terminal Beach" (La playa terminal). También
la estructura es similar. Creo que él inventó la única técnica
narrativa que vale la pena usar en este fin de siglo, y yo planeo
usarla para la mayor parte de mi producción ficcional.
Por supuesto, debo incluir en esta lista de agradecimientos a mi
hermano Andrea. Siempre está rogando para volver a su regimiento
(créanme, no sé a qué regimiento se refiere) pero su ayuda e
inspiración no tienen par.
Alguien podría encontrar que mi descripción de Ukyo, Ryoga y Kuno
es francamente deprimente y muy alejada de la atmósfera solar de
Rumiko Takahashi. No obstante, se me ocurrió que en "Ranma 1/2"
hay un sutil suflujo de melancolía, como si todo el frenesí,
diversión y alegría de Nerima tuvieran lugar en el borde del
abismo, en un mundo donde el ocaso no está lejos. Desde luego,
puede que solo sea una cuestión de interpretación...
El K2 es la segunda montaña más alta de la Tierra, pero es también
la más hermosa, la más peligrosa y --junto con Gasherbrum IV y
Cerro Torre-- la más difícil técnicamente: mucho, mucho más que
el Everest. En sus flancos se han perpetrado actos de heroísmo
inimaginable y de estupidez increíble, y de cada tres escaladores
que intentan llegar a su cumbre, uno muere. Es un lugar que
desafía tanto la descripción que, si de verdad quieres saber cómo
es, deberías por lo menos comprar un libro. K2 no está tan bien
documentado como el Everest, pero hay una serie de libros decentes
acerca de él. El mejor que conozco en inglés es "K2 - The History
of The Savage Mountain" (K2: La historia de la montaña salvaje) de
Jim Curran (Londres; Hodden and Soughton).
La "verdadera" Cara Occidental del K2 (no la oeste-suroeste,
escalada por primera vez por los japoneses en 1978) es una de
las últimas grandes paredes no escaladas de la Tierra. La Cara
Occidental ha sido intentada solo dos veces por equipos sumamente
competentes, que han renunciado bien por debajo del límite de los
7 mil metros debido al peligro de avalanchas. En la época dorada
del montañismo himalayo (mediados de los años 80) hubiera atraído
multitudes, pero ahora es difícil pensar que sea escalada pronto.
Es más, junto con la pesadillezca Cara Occidental del Makalu,
permanece como uno de los símbolos de lo imposible.
Si sientes que el viacrucis de Ryoga y Ukyo montaña arriba ha
sido exagerado, piénsalo dos veces. De hecho, es lo contrario.
He supuesto que la casi sobrenatural fuerza y conocimiento de las
artes antiguas, por parte de Ryoga y Ukyo, les hubieran ayudado en
las condiciones ambientales que se encuentran en el K2. Ninguna
escalada real ha inspirado esta historia, pero la más cercana que
se me ocurre es el desesperado intento de Robert Schauer y Woycek
Kurtzyka de vencer la "Pared Brillante" del Gasherbrum IV en 1985,
quizás, hasta hora, la más dificultosa escalada de montaña de
TODOS los tiempos. De manera similar, la cuasi desgracia de
Ryoga en el Hombro ha sido hasta cierto punto inspirada por la
catástrofe de 1986, descrita con tanta tensión en el primer libro
del Sr. Curran acerca del K2: "K2 - Triumph And Tragedy" (K2:
Triunfo y tragedia).
La hipótesis de Ukyo acerca de la suerte de Mick Burke (leer al
respecto el brillante relato de Pete Boardman, el último hombre
que vio con vida a Burke, en "Sacred Summits" (Cumbres sagradas)),
fue sugerida por el libro de Reinold Messner, "The Limit Of Life"
(El límite de la vida). Este es un libro interesante pero poco
conocido que trata acerca de los efectos psicológicos del
montañismo de gran altura, escrito por el primer hombre que
escaló todos los montes de 8000 metros.
El poema de Ryoga ("Aurora") y la canción de Ukyo ("Tour Rouge,
Tour Noire, Bloques Grises") en realidad existen. Los dos están
incluidos en el CD de Braindamage "The Turning Point". El primero
ha sido escrito por mi hermano Andrea, ¡pero el segundo es mío!
La mayor parte de los contenidos de "Torre Roja, Torre Negra,
Bloques Grises" son ficticios: el relato de Kuno, desgraciadamente,
no lo es. Gracias a Michele Ricca por su pesadillezca narración
de primera mano, contada a mí en la víspera de Navidad de 1996.
Un pequeño glosario: Los crampones de 14 puntas son aparejos
de metal que se sujetan a la suela de las botas de montaña.
Tienen 12 clavos de metal perpendiculares a la suela, y 4 frontales,
ligeramente oblicuas. Son usados para la progresión en terreno
con hielo, para prevenir resbalones. Los mosquetones son anillos
oblongos con una parte que se abre provista de resorte, usados
para conectar la cuerda a un pitón o a cualquier otro anclaje en
la roca. Los excéntricos son trabas de metal de variadas formas,
usadas universalmente (junto con otros dispositivos metálicos
expansibles a resorte o pitones) para proveer puntos de anclaje
en las grietas de las rocas. El rappel es una serie de maneras de
descender en terreno empinado usando una cuerda doble anclada
en la roca (o hielo). El punto de anclaje es, como el nombre indica,
una posición segura donde la cuerda está bien anclada. Una placa
Stitch es un aparejo de fricción usado para controlar la cuerda
durante el descenso.
Por último, pero no menos importante: Ukyo y Ryoga no usan
oxígeno embotellado, que es todavía la norma al escalar altitudes
extremadamente grandes. A 8 mil metros, la presión de oxígeno
en la atmósfera es de un tercio la del nivel del mar. La mayoría
de las expediciones a la montaña llevan oxígeno embotellado para
reducir la hipoxia y sobrevivir un mayor tiempo a esas altitudes.
Sin embargo, las botellas son pesadas y voluminosas, y algunos
piensan que son una forma de "hacer trampa". Desde el temerario
ascenso sin oxígeno al Everest por parte de Reinhold Messner, hay
una tendencia a escalar las más altas montañas de la Tierra sin
éste. No obstante, los riesgos se incrementan enormemente,
como muestran las estadísticas recientes.
Torino (Italia), fines de julio de 1997
