Ninguno de nosotros había dudado por un solo segundo. El día que Edward, Alice y yo escapamos de Volterra nuestras cabezas tuvieron precio, y hubiéramos sido unos ilusos de no suponer que guardaban algunos secretos. Si algo somos es pacientes, y habíamos esperado por años cualquier movimiento por su parte. Pero el destino no estaba dispuesto a dejarme ir tan fácilmente.

Uno podría pensar que había tenido una suficiente cantidad de mala suerte a lo largo de mi vida. Otros darían gracias a cualquier deidad que se hubiera apiadado de mi las suficientes veces para permitirme llegar donde estoy hoy. La realidad era que mi vida nunca parecía estar totalmente en mis manos. Yo era demasiado débil, incapaz de proteger aquello que yo más amaba. Nada había cambiado.

Me revolví una vez más intentando liberarme con desesperación, luchando con la escasa fuerza que quedaba en mi cuerpo. De mi boca surgió un alarido estridente que hizo estallar las pequeñas ventanas en la sala y Aro sonrío, abandonando su trono para ejecutar al amor de mi vida.