Por: Gerald Dürden
Harto de la languidez del aburrimiento, Alfred se sentó en la aterciopelada silla de su escritorio. Deslizó un cajón a su derecha y extrajo un impoluto folio en blanco. Agarró una cajita de colores dispuesta a su izquierda y procedió a realizar una de las magnas obras artísticas de sus cortos diez años: un conejo erguido sobre sus cuartos traseros ataviado con un ambivalente trapo anaranjado, coronado por dos prominentes y ovaladas tetas. Cuando hubo terminado su obra, lo firmó en una esquina derecha. Nadie se sentiría orgulloso de este derroche creativo porque se imaginaba que nadie comprendería los significados últimos de sus delicados trazos.
Con letra pequeñita e infantil escribió en el borde superior su título: Conejo con tetas. El título adecuado a una obra que nació de la mera curiosidad una intempestiva noche de verano. Lo rememoraba como si hubiera acontecido ayer mismo. Caminaba indiferente por los corredores de su hogar cuando se le ocurrió perder el tiempo molestando a su hermana.
Después de un breve trayecto esquivando empleados diversos, alcanzó su habitación y llamó a la puerta con ligeros toquecitos. Nadie contestó. Probó una vez más y se cansó. Agarró el pomo y comenzó a empujar la puerta, penetrando en la tenebrosa penumbra del dormitorio de Alexia. De un vistazo rápido percibió que estaba vacía hasta que un rumor de agua precipitándose fue captado por sus tímpanos. Su hermana se estaría duchando o bañándose. En ese momento, pensó que nunca había visto a su hermana desnuda. Eran hermanos gemelos, deberían tener confianza de sobra.
Envalentonado y ansioso por ver a su hermana desnuda y comprobar que no tenía lo mismo que él en las partes bajas, afianzó su manita sobre el picaporte y entreabrió la puerta levemente. Sin que Alexia fuera consciente de una segunda presencia medio oculta, continuaba duchándose ignorante de que detrás de ella, su hermano gemelo, Alfred, no paraba de mirarle fijamente sus tetas, sintiendo un tembleque en la parte de unión de las perneras de los pantalones.
Un músculo empezó a movilizarse en trayectoria ascendente hasta formar un pequeño bulto en sus pantalones. Avergonzado, se toqueteó esa zona tratando de ocultar su erección. Sin embargo, no pudo. Su nerviosismo se expandió por todo su cuerpo, sintiéndose sonrojado y humillado. Jamás se había visto en una situación tan, "comprometida". Tenía miedo de que Alexia se percatara de su posición y de su extraña reacción corporal. Tenía miedo de que se lo contara a alguien… Alfred se golpeó en el pene secamente sintiendo una gran punzada. Trastabilló y se tropezó con la hoja de la puerta chocándose contra un armario de su hermana.
El hostión que se pegó contra el mueble le devolvió a la realidad con un amargo sabor a sangre en su lengua. Su hermana cerró el grifo alarmada. Corrió a abrigarse con una bata y esperar expectante a que aquello que habría provocado aquellos ruidos se manifestase. La erección no cesaba y su hermana estaba a punto de descubrir el entuerto. Con un gran esfuerzo se incorporó y salió corriendo de la habitación en dirección a su estudio, ascendiendo por las escaleras.
Sentado a solas en una sala de estudio compartido, Alfred lloriqueaba ligeramente por el despropósito que había ocasionado en apenas unos minutos. Sobre todo, por el bulto de sus pantalones. Le dolía un poco la cabeza y el lugar del pene donde se había golpeado como un estúpido por no comprender qué demonios estaba ocurriendo con su cuerpo. Y sólo había una forma de averiguarlo.
Se bajó los pantalones y observó cómo su pequeño pene estaba tan erecto como los mástiles que soportaban los pendones de los emblemas familiares. Se lo tocó un poco, para aliviarse el dolor. En el instante que lo hizo, la imagen fugaz de las tetas de su hermana le sobrevino como un destello meteórico. Sudor frío, mucho sudor frío. Tragó saliva y prosiguió manoseándose el miembro. A medida que aumentaba la frecuencia, mayores eran sus pensamientos en torno al cuerpo de su hermana y sus atributos sexuales; y mayores eran los placeres que se ramificaban por todo su pene. Placentero, extático. Alfred lo agarró con mayor vigor. En un principio, para aliviar sus pinchazos, pero pronto, lo que una vez fue un ligero tocamiento, se convirtió en un mecánico movimiento de vaivén. Las tetas de su hermana solaparon anodinos pensamientos de moralidad y rectitud anglicanas, haciéndoles desaparecer. En un instante eterno, Alfred regurgitaba su garganta de puro deseo al mismo tiempo que su brazo se accionaba por fuerzas sobrenaturales. Siempre con el vaporoso memento de las pequeñas y definidas tetas de su hermana.
En plena faena, una puerta descorrió sus cerrojos chirriando sus goznes. Alexia entró en la habitación. Alfred le dio la espalda completamente roja con la mano en el pene. Alexia avanzó unos cuantos pasos hasta conseguir el ángulo perfecto de visión. Entonces, se fijó en una prolongación que nunca antes había visto. Alfred se apartó inmediatamente, pero se tropezó con sus propios pantalones bajados y cayó al suelo. Comenzó a murmurar incoherencias y un galimatías de excusas cuando Alexia, sonriente, se le acercó observando fijamente su pene. No podía negar que había despertado su fascinación. Algo tan simple y carnal.
Alfred se irguió un poquito para recuperar un poco de su decadencia. Imaginaba que su hermana le odiaría por algo tan ruin, tan amoral y degradante. Sin embargo, no pudo entrever ni una mínima reacción. Simplemente estaba allí, mirándole el pene con interés. Alfred pensó en las tetas de su hermana. En ese momento, como una extraña simbiosis, ambos pensaron simultáneamente en los sendos genitales de ambos. Para ser gemelos, eran tan diferentes en ese tipo de aspectos. Alexia, ansiosa por conocer la anatomía de ese miembro, le pidió a su hermano que continuase.
Un poco confundido por su extraña petición, Alfred volvió a cogerse el pene y continuar sacudiéndolo insistentemente bajo la atenta mirada de su hermana. Con las primeras sacudidas recuperó el vigor sexual. Su preocupación se disipó. Una mirada de ojos azules oceánicas y Alfred retomó el hilo de sus anteriores pensamientos: las tetas de su hermana.
Y así es como consiguió la inspiración para su obra Conejo con tetas.
