La ley de la naturaleza

Capítulo 1: un problema bastante gordo

Tigresa se encontraba meditando sentada con las piernas cruzadas en el patio del palacio Jade. Habían pasado unas semanas desde la derrota de Lord Shen. Todo había vuelto a la normalidad...Bueno, casi todo. Últimamente, Tigresa había notado algunos cambios; unos cambios bastante incómodos, que no la dejaban concentrarse en los entrenamientos. Ya en varias ocasiones sus compañeros la habían sorprendido cuando estaba distraída y casi habían conseguido tirarla al suelo, a ella, a la Maestra Tigresa.

Tigresa apretó los puños. Era inconcebible, imperdonable.

Su fino olfato captó un delicioso aroma que provenía del interior del palacio. Inhaló con fuerza. El olor provenía de la cocina, estaba segura. Se levantó y caminó hasta allí casi sin darse cuenta de lo que hacía.

Po se hallaba de pie junto a los fogones, cocinando sus fideos especiales, hechos con una variedad de especias que sólo se encontraban cerca de allí. Tigresa se asomó por la puerta, pero no entró. Permaneció observando cada uno de los movimientos del oso y la gran maestría con la que cocinaba. Sonrió. El olor era delicioso. Estaba decidida a entrar cuando oyó un ruido. Alguien entraba por la otra puerta de la cocina.

—Ummm...¡Po, esos fideos huelen genial!

Tigresa frunció el ceño. Víbora.

—Gracias. Hoy llevan un ingrediente secreto —contestó el panda con mucha alegría.

—¿En serio? ¿Qué ingrediente?

—Si te lo dijera, no sería secreto.

Víbora rió, divertida, sin darse cuenta de que detrás de la otra entrada había una felina que se clavaba las garras en las palmas de las patas del coraje. ¿Por qué demonios se ríe con esa coquetería?, pensaba Tigresa.

—Oye, esto está casi listo. ¿Por qué no llamas a los demás? —pidió Po, apagando el fuego y buscando unos cuencos.

—A tus órdenes.

Víbora salió por donde había entrado sin perder un segundo. A tus órdenes, repitió Tigresa en su cabeza. Po seguía con su tarea ajeno a todo. Tigresa se armó de valor y entró en la cocina, dirigiéndose a la mesa y tomando asiento en su sitio de siempre.

—¡Hola, Tigresa! Llegas justo a tiempo para los fideos.

La felina ni siquiera le miró, sólo gruñó mientras el panda colocaba los cuencos de cada uno en la mesa. Tigresa miró su plato. De repente se le había pasado el hambre y esos fideos no le parecían tan apetitosos. Po la miró, extrañado. Cuando él había llegado al palacio, Tigresa se había mostrado reacia a probar su comida. En realidad, se había mostrado reacia a todo lo que la relacionara con él, pero desde el enfrentamiento con Tai Lung, su compañera había sido mucho más amigable y siempre comía lo que preparaba con mucho gusto. Más aún después de la caída de Shen, en la que Tigresa había estado totalmente volcada con él.

—¿Te pasa algo, Tigresa?

—Nada —contestó ella, malhumorada.

Po estaba a punto de insistir, pero de repente todos entraron en la estancia hablando animadamente y colocándose en sus respectivos asientos. Po se sentó al lado de Tigresa, como siempre hacía. El guerrero del Dragón y los cuatro Furiosos comieron con ansias sus fideos. Tigresa era la única que no probaba bocado.

—¿No comes nada, Tigresa? —preguntó Mono.

—No tengo hambre.

—¿Cómo es eso posible? Después de los entrenamientos deberías estar hambrienta —habló Grulla.

—Aunque también hay que decir que últimamente parece que Tigresa está en las nubes —soltó Mantis.

Víbora le dio un toque con la cola.

—¿Qué? Sólo estoy diciendo que Tigresa no está dando el cien por cien.

Todos, excepto Tigresa, que miraba atenta su plato, le reprocharon con la mirada sus palabras. No querían que la quinta Furiosa se sintiera mal o, por el contrario, se enfadara tanto que desatara su ira. Víbora intentó suavizar las cosas.

—Tigresa, es verdad que últimamente te vemos un poco...distinta. ¿Te sientes bien? ¿Tienes algún problema?

Fue entonces cuando Tigresa alzó la mirada, una mirada que podría petrificar de miedo al más valiente de los guerreros, una mirada asesina. La felina golpeó la mesa con las patas y se puso de pie.

—Estoy bien, Víbora. Perfectamente bien —masculló, y salió de la cocina dando pisotones.

Po y los cuatro Furiosos restantes se quedaron asombrados. Hacía mucho tiempo que no veían a Tigresa de tan mal humor. Era obvio que algo le había pasado, y debía ser algo muy gordo.

Tigresa salió al jardín. Ya había oscurecido y la noche era fría. Apretó la mandíbula y las garras. ¿Qué demonios le pasaba? ¿Por qué se comportaba así? ¿Por qué estaba de tan mal humor que lo pagaba con sus amigos?

Corrió hasta un árbol cercano y empezó a golpearlo. Lo atacaba con una fuerza brutal, pero no sentía nada. Tantos años entrenando habían hecho que sus patas fuera demasiado fuertes. Le dio con más fuerza, con mucha rabia, hasta que, finalmente, el árbol crujió y cayó con un ruido atronador.

Tigresa permaneció inmóvil, con la respiración entrecortada, y se miró las garras. Estaban sangrando. Había conseguido que sangrasen. Dejó caer las patas y miró al cielo. Como si saliera del ama, dejó escapar un rugido que se oyó en todo el palacio.

Sus amigos la observaban desde un lugar seguro. Ninguno sabía qué era lo que ocurría. Sólo sabían que era mejor no acercarse mientras ella estuviera así o seguramente acabarían como ese pobre árbol.

—Dios mío, ¿qué le pasa? —murmuró Grulla, pero nadie supo contestarle.

A la mañana siguiente, Tigresa se levantó de mejor humor. Parecía que todo lo acontecido la noche pasada había sido un mal sueño. Desayunó con ganas, y sus amigos sonrieron al ver que fuera lo que fuere lo que le había pasado a Tigresa, ya se había solucionado. El maestro Shifu los reunió a todos en el patio poco después para empezar el entrenamiento. Observó los vendajes que su hija adoptiva llevaba en las manos, pero no preguntó. No era tonto y sabía perfectamente lo que había ocurrido esa noche.

La primera lucha fue entre Mantis y Grulla. Todo iba genial, luchaban con energía, se lo pasaban bien. Sí, todo iba bien...hasta que lucharon Po y Mono. Tigresa miraba con interés los movimientos del panda, deseando que derrotara a su compañero Mono. No sabía por qué, pero le gustaba verlos pelear entre ellos. Incluso cuando Mono cayó derrotado, quiso seguir siendo espectadora de otra lucha entre ellos.

—¡Bien hecho, Po! —exclamó Víbora.

Po sonrió a la serpiente, complacido, pero Tigresa volvió a ponerse seria.

—Tigresa, Víbora, os toca —informó Shifu.

Ambas hembras se dirigieron hacia el campo de batalla, poniéndose en posición. A Víbora le pareció apreciar un brillo extraño en los ojos de Tigresa. Pocas veces había visto ese brillo, y siempre que aparecía era porque delante del hocico de la felina había un rival, un enemigo.

—¡Luchad!

A Víbora no le dio tiempo de reaccionar cuando Tigresa ya se había lanzado contra ella de manera instintiva. Tigresa ni siquiera fue consciente de lo que hacía. Oyó su nombre repetidas veces, pero tenía la mirada nublada. Notó varios brazos que la agarraban. Sus amigos intentaban separarla de Víbora, a la cual tenía agarrada con un brazo y la estaba prácticamente asfixiando. Al darse cuenta de lo que estaba haciendo, soltó a su amiga y retrocedió unos pasos. Víbora tosía compulsivamente. Los demás miraban a Tigresa como si no la reconocieran.

—Víbora...yo...lo siento mucho. No pretendía hacerte daño. No sé qué me ha pasado.

Víbora seguía tosiendo, pero sonrió.

—No te preocupes, amiga, estoy bien.

Sí, Víbora estaba bien, pero Tigresa no. No estaba nada bien. Antes de que alguien pudiera decirle algo, salió corriendo hacia el pueblo, a pesar que Po la llamaba sin descanso.

¿Qué me está pasando?

Por las calles del pueblo, los habitantes, sobre todo los niños, se volvían para admirar a una de los Cinco Furiosos, la Gran Maestra Tigresa. Todos la miraban emocionados y preguntándose por qué se había tomado la molestia de bajar para codearse con personas sencillas y humildes como ellos.

Tigresa, sin hacer caso a sus miradas o las repetitivas pronunciaciones de su nombre, entró en una pequeña casa de madera que había a la vuelta de la esquina.

—¿Doctora? ¿Se encuentra usted aquí?

Una leona de mediana edad ataviada con una bata blanca salió de detrás de un biombo.

—¡Hola, Tigresa! Estaba preparando la camilla, después me tienen que traer a un perro que se ha roto una pata. ¿Qué te trae por aquí? —Dirigió su mirada a los vendajes de la felina. —¿Te has lesionado?

—No, no vengo por esto. Son sólo algunos rasguños —contestó.

La leona sonrió. Tigresa siempre le quitaba importancia a las heridas diciendo que eran tonterías y que ya se curarían solas, pero esos vendajes estaban teñidos de rojo por la sangre.

—No creo que sean sólo rasguños, pero, ¿por qué no te sientas en la camilla, te cambio los vendajes, y me cuentas lo que te pasa en realidad?

Tigresa caminó sin vacilar hacia donde le había indicado. Se sentó y esperó a que la doctora volviera con los vendajes nuevos. La leona le quitó los antiguos y examinó las heridas. Les puso un ungüento especial y volvió a vendarlas, mientras le preguntaba qué la preocupaba.

—Verá, doctora, últimamente me siento muy rara.

—¿Rara? ¿En qué sentido?

—Es como si no pudiera controlarme. Estoy de muy mal humor, casi no como, no me concentro en los entrenamientos...Hoy he disfrutado viendo luchar a dos amigos y casi mato a una de mis mejores amigas. Ni siquiera sabía lo que hacía. Me lancé sobre ella y la agarré con mucha fuerza.

La doctora lo pensó mientras terminaba de vendar la otra pata.

—¿Siempre te has llevado bien con esa amiga?

—Sí, pero estos últimos días parece que...es como si la odiara...

La leona sonrió.

—Dime, Tigresa, ¿cuántos años tienes?

—Pues...No estoy segura, porque no sé cuándo es mi cumpleaños. Crecí en un orfanato...Pero supongo que tengo poco más de veinte.

—Y, dime, en el palacio, a parte de ti y de Víbora, ¿hay alguna hembra más?

—No, todos los demás son machos. El maestro Shifu, Po, Mantis, Grulla y Mono.

—Entonces ya sé lo que te pasa.

Tigresa abrió los ojos como platos y permaneció callada, expectante.

—Tigresa, estás en celo.

A la felina le dio un vuelco el corazón y se sonrojó como nunca lo había hecho. Había oído hablar del celo de las hembras de su especie, pero no estaba segura de si era cierto o si era simplemente una leyenda. Tragó saliva.

—¿Que estoy en qué? —murmuró como si le costara respirar.

—Estás en celo. Ya tienes una edad, y al parecer tu cuerpo cree que ya es necesario que tengas un macho a tu lado.

Con cada palabra que decía, Tigresa se sentía más y más avergonzada. ¿Un macho? Ella no necesitaba a ningún macho. Podía cuidarse sola, era fuerte e independiente.

—El celo, según la especie, es diferente. En las tigresas y en las leonas es bastante parecido. Nos atrae el sexo opuesto, nos sentimos alagadas cuando vemos una pelea de machos en la que se encuentra el macho que nos atrae, y, sobretodo, somos extremadamente violentas cuando vemos a la competencia.

Tigresa enarcó una ceja.

—¿Competencia?

La leona volvió a sonreír.

—Si no me equivoco, Tigresa. En tu "manada", por llamarla así, hay un macho que te atrae, y por eso sientes esa rabia inusitada contra Víbora, porque crees que puede ser una rival para ti, al ser la única hembra del palacio.

Tigresa se levantó de un salto de la camilla. Estaba sin palabras. No podía creer que todo eso fuera cierto.

—Pero...pero...¡No puede ser! ¿Cómo es posible? Entre mis amigos no hay ningún Tigre. Quiero decir que, ¿es posible sentirse atraída por alguien de otra especie?

La doctora suspiró, como si supiera de qué va el tema.

—Cariño, el amor está más allá que todas esas tonterías de las razas.

—¿Amor? Pero, ¿quién está hablando de amor? ¿No eran sólo instintos? —se desesperó Tigresa.

—Ambas cosas. Piensa esto: en tu vida has visto otro igual que tú. Tai Lung era un leopardo, y yo soy una leona. Nunca has visto un tigre. Es normal entonces que te puedas enamorar de otro macho que no sea de tu especie. Y si fuera sólo instinto, ¿acaso no podrías sentirse atraída por cualquiera de tus cuatro amigos? Entonces, ¿por qué sólo te has fijado en uno en especial?

Tigresa estaba boquiabierta. No sabía qué decir.

—¿Cuánto dura el celo? —preguntó con cierto temor.

—Un par de semanas, imagino.

Tigresa se quejó con un suspiro.

Por la puerta entraron un par de cerdos agarrando a un perro, que lloriqueaba por su pierna herida. Tigresa pensó que era hora de largarse y se despidió de la doctora, dándole las gracias por su sincera opinión.

—De nada, Tigresa. Suerte con el Guerrero del Dragón.

Tigresa abrió los ojos como platos. ¿Cómo narices lo había sabido? Pero ya era tarde para preguntar. Estaba demasiado ocupada con su nuevo paciente.

Continuará...

Hola a todos. Soy Pétalo-VJ. Desde que vi Kung fu Panda me encantó Tigresa, y cuando vi Kung fu Panda 2...Me encantó aún más, y la idea de que hubiera algo entre ella y Po me resultó genial. Así que aquí vengo con una idea que se formó en mi cabecita loca, a ver si os gusta. No será un fic demasiado largo, y espero poder actualizar pronto. Todo depende de vuestro interés.

Nos vemos en el próximo capítulo. :P

Pétalo-VJ