Disclaimer: ni Rurouni Kenshin ni sus personajes me pertenecen, son propiedad de Nobuhiro Watsuki, yo solo los tomo para crear esta historia que espero sea de su agrado. ^^
-dialogo-
Esta historia está basada en un libro llamado "Amigos se escribe con H" de Maria Fernanda Heredia se supone que es para niños, pero realmente lo puede leer cualquier persona, una historia agradable de leer así que quise llevarla a los personajes de RK, aunque también habrán partes de mi autoría… toda la historia no será solo basado en el libro, no sé si es un libro conocido, yo supongo que alguien lo debió leer no? Jaja ok… continuemos.
Miedo a que me olvides
Cap. 1
Genial, hoy fue la primera vez que comí una lasaña, desde que la vi en ese gracioso comercial de televisión donde un hombre vestido de "obviamente" lasaña, y que no dejaba de restregar su empalagosa animosidad asegurando que nada era más delicioso que él (cosa que dudo por su cara grasosa y grandes lentes que hacían que sus ojos parecieran saltarines como los de un lince) en fin era obvio que hablaba de la comida, por lo que, desde ese momento no había dejado de insistir y molestar a mamá para que hiciera una lasaña como la de la televisión, logrando un " cuando sea una ocasión muy especial te la preparare, antes no."
Buff como si aquí comiéramos cosas así todos los días. Pero felizmente llego ese día especial y lo único que puedo decir es que no dejare de marcar los días especiales en el calendario para que mamá siga haciendo esa deliciosa pasta cubierta de queso, no importa si al final tenga tantos deseos de pegarme en la cabeza con el sartén, no dejare de insistirle… en fin, pero esto no era lo que quería contarte.
Bien querido diario, hoy es mi cumpleaños número 16 y tú eres mi regalo por parte de Yahiko-chan alias "engendro del demonio" así que como primer "gesto dulce, bondadoso y muy caro" (nótese el sarcasmo) de mi hermano, voy a aprovecharte al máximo y es que tengo una historia entretenida para ti, solo… déjame recordar primero.
-Yo a las arañas. ¿Y tú?
-No.
-¿A la oscuridad?
-No.
-A quedarme sola. ¿Tú no?
-No, tampoco.
-No te lo creo Kenshin, debe haber algo que te produzca miedo. No finjas conmigo ¿acaso no somos amigos? Cuéntame.
Kenshin permaneció en silencio por varios minutos, continuamos caminado y yo ya no me atreví a preguntar más. Una cuadra antes de llegar a la escuela me dijo:
-A la memoria.
Yo no comprendí y entonces descubrí otro miedo en mí: el miedo a preguntar cuando la respuesta pudiera no gustarme.
A pesar de saberme una persona cargada de temores, pienso que el primer miedo que perdí fue a confesar cada una de mis debilidades ante kenshin.
Llevábamos muy poco tiempo como compañeros de aula, como vecinos y como amigos. Aunque habíamos asistido al mismo jardín de infantes y a la mitad del primer grado, Kenshin tuvo que dejar la escuela porque su familia debió trasladarse a otra ciudad. Su regreso, cinco años después, no despertó ninguna atención especial en nosotros, sus antiguos compañeros. Personalmente, admito que casi no lo recordaba. Tuve que recurrir al álbum de fotos escolar para intentar ubicar a kenshin.
La visita a este álbum me resulto muy ingrata, el recorrido por páginas y páginas de fotografías con recuerdos de mis primeros años en la escuela terminó por revelarme tristes realidades que creía estaban ya en el olvido, pero no. Me refiero a detalles como mi aspecto, mis zapatos o mi lonchera.
Al mirar mi fotografía de graduación de jardín de infantes, no pude evitar sentir cierto fastidio hacia mi madre, y es que no sé qué cosas pasaban por su cabeza cuando me peino el cabello para la ceremonia: dos trenzas caían, una sobre cada hombro, y remataban en inmensos lazos de cinta roja. Hasta ahí ningún problema ¿cierto?, pero debo indicar que jamás me he caracterizado por tener una abundante cabellera, con lo cual el par de trenzas lucían en la fotografía como dos colas de ratón atadas con cintas para que no escaparan de mi cabeza.
El asunto se volvía más notorio porque a mi lado derecho aparecía Akami-san, una niña que, sin duda, era la reencarnación de Ricitos de Oro. Sobre el niño que estaba a mi lado izquierdo no puedo hablar mucho, el lazo de mi trenza era tan grande que le tapaba toda su cara. Imagino que cada vez que ese niño mira la fotografía, no puede sentir otra cosa que un odio profundo hacia mí, o por lo menos a mí peinado.
Y sigo con más detalles: los zapatos. Esto amerita una explicación horriblemente minuciosa. Siempre escuche decir necesitaba zapatos ortopédicos. Esta palabreja me sonaba a chino, pero creía imaginar que mis pies debían tener algún desperfecto leve que podía ser corregido con los zapatos especiales que año tras año me compraban.
Tampoco esto suena grave. Pero debo aclarar que los zapatos "especiales" eran sencillamente espantosos. Todas las niñas usaban zapatos con una o dos correas, las más modernas lucían elegantes mocasines… y yo, la ortopédica, usaba botines con cordones que me hacían sentir como si caminara sobre dos tanques de guerra.
Recuerdo cuando iba de compras con mamá, en la tienda de zapatos ortopédicos habían diseños tan bonitos como los zapatos normales y actuales que usaban las demás niñas, pero los berrinches altamente ruidosos que se escapaban de mi boca no persuadieron a la roca firme de mi madre, pues pensaba que tal vez esos zapatos que por supuesto eran más pequeños, no arreglarían ni un centímetro mis pies, ella era de las que entre más grande y pesados mucho mejor.
Por suerte, mis pies se corrigieron en el plazo de un año, de lo contrario mi historia habría sido además de incomoda, vergonzosa.
La lonchera no aparecía en la fotografía, pero soy capaz de recordarla de manera lúcida. En aquella época yo era una fiel admiradora de la muñeca Barbie, tenía una mochila de Barbie, una camiseta de Barbie, un paraguas de Barbie… y una lonchera de Tarzán.
En mi cumpleaños número seis, la abuela me había regalado una lonchera hermosísima. En ella aparecían Barbie y Ken en un precioso convertible rosa. Pocos días después, perdí mi regalo de cumpleaños en algún lugar de la escuela y llore tanto que la abuela llegó a casa con otra lonchera exactamente igual a la original.
Pero como nadie está libre de desgracia, volví a perder mi lonchera y volví a llorar como loca. Esta vez aunque mi abuela me dijo que no me preocupara porque ella me compraría una nueva, mi mamá se lo prohibió, me reprendió por ser poco cuidadosa y me llevó a la escuela para que buscara mi Barbie-lonchera en el cuarto de los objetos perdidos.
La única que ahí existía era una de Tarzán. El portero de la escuela le dijo a mamá que nadie la había reclamado en mucho tiempo, y que si nos servía, podíamos tomarla. Yo supliqué que no… mamá dijo que sí. Y para mi buena-mala suerte, aprendí a ser más cuidadosa y Tarzán me duró hasta segundo año.
Para recordar mis lentes, me bastó con mirar la famosa fotografía de la graduación… eran tan grandes que me cubrían casi hasta media mejilla, y sus marcos de plástico eran tan gruesos como mi dedo meñique.
Siempre quise deshacerme de ellos, inventé muchísimos accidentes inesperados pero parecían fabricados con hierro fundido, porque, a pesar de todos los maltratos a los que los sometía, lucían como nuevos. Recuerdo haber dormido sobre ellos, haberlos escondidos en lugares sorprendentes (como la nevera o las botas de papá), pero siempre había alguien que los encontraba y los devolvía a mi rostro.
Recuerdo que en una oportunidad los enterré en el jardín de la casa y cuando estaba a punto de ganar la batalla, mi gentil y hermoso perro Coffe, un sabueso viejo que tenía pánico atroz a los gastos, apareció con mis lentes en el hocico.
Aquel día mi mamá premió a Coffe con comida especial… y yo me di por vencida. Por suerte, muy poco tiempo después, logré que papá me comprara un nuevo par, y esto se dio gracias a una sugerencia del oftalmólogo, quien consideró que necesitaba unos con diferente medida. Los nuevos eran bastante más pequeños y no tenían los oscuros y pesados marcos negros.
En fin… esa era yo en el jardín de infantes, y no reniego de mí, pero preferiría que no existiera mucho material que revelara mi condición de niña pequeña, con trenzas de cola de ratón, listones de monumentales proporciones, zapatos ortopédicos e inmensos lentes.
Al revisar detenidamente la fotografía de la graduación, cuatro filas más arriba de mí, encontré a Kenshin. Lucía impecable, muy bien presentado y con una sonrisa como la que ponen sólo aquellos que se saben fotogénico a toda prueba.
Cinco años después, se veía muy distinto a esa última imagen. Conservaban aún el rostro de niño bueno, pero sus piernas habían crecido lo suficiente como para indicarnos que estaba a punto de convertirse en un adolescente.
Luego de su regreso, no pasó mucho tiempo hasta que algunos compañeros le abrieron un espacio. Yo no lo hice; para entonces los niños y los dentistas me parecían detestables y los ignoraba por completo, pero a los segundos por obligación debía visitarlos de cuando en cuando y pensar que un año después tuve que usar esos odiosos Brackets.
Al poco tiempo de su llegada, Kenshin ya se destacaba en los partidos de futbol, en la competencia de silbido con los dedos, y especialmente en el kendo; además de que los maestros lo amaban. No sé a qué escuela asistió cuando vivió en la otra ciudad, pero sus conocimientos en Historia y Geografía eran mucho más profundos que los nuestros.
Yo pensaba que Kenshin era un niño más del montón y no me detenía a mostrar ningún tipo de interés en él, pero esa visión tendría un cambio inesperado…
Bien querido diario… dejare esta historia hasta aquí, ya sé que dirás, ¡solo me contaste de tu vergonzosa apariencia cuando apenas podías pronunciar bien solo cuatro palabras! Pero es que ya es tarde y seguramente mamá vendrá y notara la luz prendida y me regañará, y no quiero eso… no en mi cumpleaños, pero no te preocupes, mañana sin falta te contare más.
N/A: Emmm… yo quiero hablar con respecto a la otra historia que sigue en continuar… la dejare en Hiatus por un tiempo, la idea es que esa historia es más complicada para mí de redactar y construir los hechos, porque mi idea es ser emocionante y también una escritura agradable y sobretodo coherente y… se me enredan las ideas quiero hacerlo bien, por lo que la retirare de fanfiction hasta que pueda seguir, no quiere decir que no dejare de escribir, jaja claro que seguiré con más historias, RK es algo que esta profundo en mí y creo que siempre amare ese manga jaja en fin, espero que comprendan y no se molesten… saludos¡
