"El sol en la oscuridad" – The Sun in the Darkness
El gris de la madrugada había comenzado a desvanecerse, y una diligencia recorría los viejos caminos de Mittlel Land. Pese a que el sol apenas iluminaba la tierra, se podía admirar las verdes colinas tupidas de bosque y por todos lados se veían los hermosos árboles frutales en flor: manzanos, perales y cerezos. Sin duda una vista maravillosa que dejaba a los visitantes admirados.
El silencio era roto solo por aquel carruaje, que parecía volar por la velocidad, como anhelando llegar lo antes posible a su destino. Y quien lo desearía, cuando detrás de aquella belleza se escondía algo siniestro, por lo que poco a poco empezaron a dejar atrás aquellas verdes colinas mientras el sol iba ganando altura y el día transcurría rápidamente.
Luego de algunas horas y justo antes del atardecer, se podían apreciar las imponentes montañas de Cárpatos que mostraban un fascinante espectáculo, iluminadas por el sol vespertino. Por todas partes aparecían grandes hendiduras en las montañas, a través de las cuales el sol comenzaba ocultarse, dejando ver tramo a tramo el blanco resplandor de alguna cascada y entre todas resaltaba una. Soberbio y nevado pico sobresalía entre los demás y los aldeanos de los alrededores le llamaban "El Isten Szek" que significa "La silla de Dios".
La carroza seguía su camino por la interminable carretera, levantando el polvo a su paso mientras que el sol bajaba cada vez más y las sombras de la tarde comenzaban a crecer a su alrededor. Los aldeanos que veían pasar la diligencia no dejaban de persignarse, pues solo los más osados se animaban a cruzar aquellos caminos. La luz comenzaba a escasear pero eso no impidió que el coche siguiera con la misma velocidad.
Mientras que en el cielo, la luna se elevaba haciendo acto de presencia, grande y redonda, hermosa y resplandeciente. A lo lejos se escucho el primer aullido de un lobo, era un lamento angustioso, al cual se le sumo en pocos minutos un coro de aullidos.
Finalmente, y después de un largo viaje el carruaje, disminuyó la velocidad pues frente a ellos se alzaba un imponente castillo, aunque en ruinas no perdía su esplendor y en cuyas altas y oscuras ventanas no se veía ningún resplandor. Minutos después ingresaba en el enorme patio, para finalmente detenerse frente a la entrada principal. Rápidamente el conductor bajo de su sitio para abrir la puerta de la diligencia, para luego hacer una leve reverencia. Entonces salió de ella un hombre de estatura pequeña, su cabello era negro y vestía una túnica color marrón muy desgastada; que tras inspeccionar aquel lugar, se volvió hacia el interior del carruaje para indicar que todo estaba en orden.
―Mi señor, puede usted bajar ahora. – anunció con voz rasposa.
Un hombre alto envuelto con una gran capa negra bajo del carruaje. Sus ojos, un par de destellos brillantes y rojos con sendas rendijas por pupilas, hicieron que con una mirada estremecerse a ambos hombres que inclinaron la cabeza. Sin tomar importancia aquel gesto, caminando con gran elegancia se dirigió hacia la gran puerta de entrada. Estaba vieja y carcomida, bajo un pórtico de piedra, tallada de manera imponente pero sus adornos esculpidos no podía protegerse del tiempo por lo que estaban desgastados.
―Mi señor, la puerta esta... cerrada – dijo con voz temerosa el hombre de la túnica marrón. ―Ningún encantamiento funciona.
El hombre de vestimenta negra, saco de entre sus ropas una vara que sostenía con su esquelética mano, dando impresión de que se desprendería. Entonces un rayo de luz dorada salió de la vara y la puerta se abrió de par en par. Sin perder más tiempo el hombre avanzo, seguido muy de cerca por su sirviente, que comenzaba a lucir cada vez más nervioso. Caminaron a lo largo de un abandonado corredor, pero no por ello dejaba de ser majestuoso. Pronto se toparon con una gran escalera de mármol por la cual subieron para después continuar recorriendo otro largo pasillo, cuyas paredes estaban adornadas por viejas y escalofriantes pinturas que parecían vigilar sus andanzas.
Al final volvieron a topar con una pesada puerta, la cual fue abierta de igual manera que la anterior, con una simple vara. Sin esperar un solo minuto los intrusos entraron en la habitación que estaba en penumbra y era débilmente iluminada por cuatro viejos candelabros. Justo en medio de aquel gran salón se hallaba un sillón, que por su aspecto parecía un viejo trono. Al irse acercando vieron que sentado en aquel sitio se encontraba un hombre, su aspecto era demacrado y su piel era tan blanca como la nieve. Su cabello largo y blanco que hacía contraste con sus ojos de color rojo brillante, los cuales de inmediato miraron a los visitantes. Causando con ello que de entre las sombras surgieron varias siluetas, que no abandonaron la penumbra.
El hombre de túnica negra, se descubrió el rostro, una sonrisa de malicia se dibujó en su cara, mientras avanzo unos cuantos pasos hasta quedar frente al trono. ―Bienvenido sea de nuevo a este mundo… señor de la noche… - dijo con voz grave y segura.
―¿A qué se debo la presencia de un hechicero en mi castillo? ― respondió el hombre del trono. ―Es acaso la muerte has venido a buscar –
―¿La muerte?... No, he venido con el único propósito de realizar una alianza, que a ambos nos conviene. ―dijo con voz aguda el hombre de túnica negra.
―¿Alianza?... ¿Qué hechicero buscaría una alianza con nuestro señor?... ―contesto firmemente una de la siluetas oculta en las sombras.
―Nuestro maestro, no necesita pactos con humanos para realizar sus planes… ―dijo otra voz de entre las sombras. ―Por favor maestro, permítame darle una lección por semejante injurio…
―Tranquila mi dulce Allegra… este humano tiene algo en particular. Se podría decir que de cierta manera es como nosotros. ―respondió el hombre desde el trono sin dejar de mirar al intruso. ―¿Quién eres hechicero?
―Soy el mago más grande de todos los tiempos, Lord Voldemort. ―respondió el hombre haciendo una ligera reverencia.
―¿Un lord? ―se hizo un breve silencio. ―No eres más que un simple humano con el alma desfragmentada. Pero has de saber mortal, que no busco aliados…
―Esta alianza no solo lo beneficia… si se ha dado cuenta, he roto los sellos que lo mantenían en cautiverio y puedo ayudarle a encontrar lo que por mucho tiempo ha buscado…
Una sonrisa se dibujo en el taciturno rostro del hombre en el trono, provocando inquietud entre sus sirvientes.
―¿Qué sabe un simple mortal sobre la búsqueda de nuestro amo?
―Deberíamos matarlo ahora mismo, su osadía me irrita.
―Nuestro señor es demasiado generoso al dejarlo parlotear.
Murmuraron entre la sombras haciendo que el acompañante de Voldemort se estremeciera y pasara con dificultad la saliva.
―He visto los pergaminos ocultos en el mar muerto, sé que tu sangre ha sido también la de Lilith y, que tu hijo ha cometido la mayor injuria en tu contra. Y que buscas al que no debió nacer de tu sangre. ―dijo Voldemort sonriendo con astucia.
Las sombras se agitaron en protesta ante aquella insolencia. Sin embargo todo volvió absoluto silencio con tan solo un movimiento de mano de su amo.
―Y como ofrenda y presintiendo que debe encontrarse hambriento, le traído un aperitivo… ―dijo Voldemort sonriendo mientras miraba a su acompañante.
―Mi señor…. No… No… ―murmuró el hombre de túnica marrón al tiempo que retrocedía lentamente, sin embargo solo pudo dar dos pasos.
Con otro movimiento elegante de mano Drácula aceptaba aquel presente. Entonces las sombras se abalanzaron en contra de hombre. Un grito desgarrador resonó por toda la habitación, tan solo un instante después todo volvía a quedar en silencio.
―Bien, tienes mi atención. Te escucho Lord Voldemort….
Muy lejos de ahí un muchacho despertaba sobresaltado, jadeando como si hubiera terminado de correr un gran maratón y bañado en sudor. Los sueños o mejor dicho las pesadillas volvían atormentarlo de nuevo. El causante sin duda era el que no debe ser nombrado… Voldemort. Su cicatriz le ardía como las veces anteriores, como siempre que sucedía, se incorporó, con una mano sobre su cicatriz y con la otra buscando en la penumbra sus gafas, que se encontraban sobre la mesita de noche. Al colocárselas, pudo ver su habitación un poco más nítida, iluminado por una leve luz que se filtraba por las cortinas de la ventana.
―Ha sido solo un sueño o realmente estaría pasando. ―se cuestionó Harry Potter al intentar recordar lo soñado. Sin duda, él no era como los demás jóvenes de su edad. Con casi 16 años ya se había enfrentado a varios peligros. Su mente volvía a cuestionarlo.
¿Era aquello real? ¿Voldemort haciendo trato con vampiros?
―¡Drácula! ¡Voldemort! No puede ser. ―dijo Harry para sí mismo. El solo pensar que su enemigo se hubiera aliado con esos seres taciturnos provoco que se estremeciera. Y sin pensarlo más, se levanto presuroso de la cama, abrió su baúl en búsqueda de un trozo de pergamino. Debía informar a la orden y a Dumbledore sobre su sueño. Sin embargo una vez que estuvo listo para escribir, se abstuvo de hacerlo; el simple temor de conducir a la orden a una trampa lo había hecho desistir, no permitiría que otra persona muriera, no después de lo ocurrido en el ministerio.
―Sirius… ―murmuró Harry con melancolía.
Un ruido lo hizo saltar, saliendo rápidamente de sus pensamientos. En el alféizar de la ventana se encontraba una lechuza gris, un poco más grande que su querida Hedwig. Harry noto que traía una carta, por lo que abrió la ventana para dejarla entrar y luego se inclinó para quitarle el mensaje. Una sonrisa apareció en su rostro al reconocer la letra, se trataba de su antiguo profesor y ahora su amigo, Remus Lupin. El último lazo con sus padres y su padrino.
Hola Harry:
¿Cómo has estado?, ¿Te han tratado bien tus tíos? Yo he estado un poco cansado debido a la pasada luna llena. Hay tantas cosas que me gustaría platicar contigo pero ya lo haremos personalmente. Te preguntarás entonces el motivo de mi carta; es para avistarte que dentro de tres días iremos a recogerte, espero que estas noticias te alegren. Avísales a tus tíos que iremos el sábado a las 4:00 p.m. ten todo listo.
Atte. R.J. Lupin.
Harry se sintió embriagado de alegría, por fin volvería con su gente y no tendría que estar más con los Dursley. Tal vez a Remus podría contarle su sueño, no quería involucrar a sus amigos, ni escuchar los regaños de Hermione por no cerrar su mente.
Horas más tarde durante el desayuno, Harry informo a los Dursley sobre el aviso de la llegada de sus amigos, pese al asombro y molestia de sus tíos no hubo muchos comentarios al respecto. Agradecido por ello, Harry terminaba de limpiar la mesa cuando la voz de su tío lo interrumpió.
―Iras con nosotros al centro comercial, así que trata de comportarte normal. ―dijo tío Vernon sin mucha gracia.
―Pero Vernon… - dijo escandalizada la tía Petunia.
―He dicho que el muchacho vendrá Petunia, así que muchacho sube a tu habitación y prepárate. – dijo el tío Vernon, aun sin entender la insistencia de su hijo por incluirlo en el paseo.
Harry por su parte subió las escaleras desanimado, realmente no deseaba ir con los Dursley. Hubiera preferido pasar ese tiempo encerrado en su habitación y en completo olvido de sus tíos y primo. Y se preguntó si aquella extraña invitación se debía a la charla que había tenido la orden con su tío. Una sonrisa apareció en el rostro de Harry.
El viaje en la camioneta con los Dursley había sido de lo más aburrido y largo. Sin duda después de viajar con polvos flu, el autobús noctambulo o por traslador, cualquier tipo de transporte le parecía lento a Harry. Finalmente el tío Vernon estacionaba el vehículo en un gran centro comercial. Aquel complejo de tiendas departamentales estaba repleto de Muggles. Harry hubiera preferido por mucho recorrer el callejón Diagon.
―¡Mamá! ¡Papá! … Harry y yo iremos a dar una vuelta. Los veremos aquí en hora y media. ―dijo Dudley abrazando a Harry, como si fuera uno de sus amigos.
―Cariño… que considerado… eres un primor terroncito. ―dijo tía Petunia, gustosa de ver que su hijo fuera tan amable. Y luego de dirigió una mirada severa a Harry.
―Claro hijo. ―dijo tío Vernon para luego dirigirse a Harry. ―Y tu muchacho más vale que comportes, no me gustaría pasar una vergüenza a causa tuya.
Sin romper el abrazo Dudley y Harry empezaron a caminar. Harry se preguntaba si su primo planeaba algo. "Maldición" se reprendió, pues había olvidado su varita.
Una vez que estuvieron fuera de la vista de sus tíos, Dudley se separó de su primo. Lo miro unos instantes antes de decirle.
―¡Gracias!
Sin entender el motivo de aquella palabra, Harry observo a su primo.
―Vamos, ve a divertirte. ―dijo Dudley con expresión seria. ―En hora y media nos vemos.
―Bien… me parece perfecto. ―respondió Harry, mientras observaba alejarse a su primo. Ahora tenía una hora y media podría para recorrer aquel centro comercial. Y sin embargo se sentía extraño por el comportamiento de su primo. En fin, sin clavarse en la material decidió disfrutar de su tiempo.
Harry estuvo recorriendo varios locales cuando uno de ellos llamo su atención, pues varios jóvenes y algunos más chicos que él se encontraban reunidos frente a varios juegos de consola. Con curiosidad decidió acercarse y mirar a que se debía el alboroto.
―¡Asombroso! jamás había visto alguien tan bueno. ―dijo un muchacho, no muy alto de cabello oscuro.
―Azalia, es la mejor jugadora de King of Fighters, no hay nadie que la pueda vencer. ―murmuró esta vez una joven de estatura media y de cabello castaño.
―Tal vez, pero como Jesús no hay ninguno... has visto como juega Resident Evil. ―contestó una joven de cabello corto y rubio.
Harry no pudo evitar reír, los muggles se divertían tanto con un simple juego de consola mientras que él se divertía jugando Quidditch, montando su saeta de fuego y sintiendo la adrenalina al estar por atrapar la snich, sin duda era lo mejor.
―¡Eres Harry Potter! ―dijo una joven acercándose a él. Harry se encontraba sorprendido por escuchar su nombre en aquel lugar. ―Si... eres tú.
En el mundo mágico todos conocían su nombre pero en mundo de los muggles nadie sabía quién era, por lo que no pudo evitar ponerse nervioso. La joven se acerco a Harry con una enorme sonrisa, provocando que el chico se pusiera nervioso. La joven era linda, un poco más bajita que él, su cabello era entre castaño con algunos destellos rojizos y sus ojos de color café.
―Disculpa… ¿Cómo es que me conoces? ―pregunto Harry nervioso, el hablar con chicas no era su fuerte, aunque la excepción era Hermione con quien podía hablar libremente y desde hace unos meses con Ginny.
―Por tu cicatriz. ―contesto alegre la joven. ―Disculpa, no me he presentado soy Sam Stan. ―dijo estirando su mano para saludarlo. Harry torpemente estrecho su mano.
―Mucho gusto Sam, soy Harry pero creo que eso tu ya lo sabias... puedo preguntar ¿Cómo es que me conoces?. ―preguntó Harry tímidamente.
―Por comentarios de algunos amigos de mis padres y de sus hijos. Realmente tengo poco viviendo en Londres… y por cierto soy bruja. ―dijo sonriéndole. ―Antes acudía a la Academia Beauxbatons pero mis padres decidieron cambiar la residencia y heme aquí… este año iré a Hogwarts.
―¿A que se dedican tus padres? – pregunto Harry.
―Mi padre trabaja ahora para el ministerio de magia. Y mi madre se queda en casa. Yo me escape el día de hoy… si lo supieran se infartarían.
―¿Por qué? ―preguntó Harry más tranquilo, el saber que aquella chica era bruja y no muggle lo tranquilizaba.
―Porque no les gustan para nada los muggles, pero yo los encuentro divertidos.
Ambos jóvenes se sentaron en una banca, cerca del área del comedor. La alegre Sam hablaba como si conociera a Harry de mucho tiempo, empezaron conversando sobre el Quidditch y terminaron hablando de Hogwarts y de la academia de Sam. Cuando de pronto su plática se vio interrumpida debido a un grupo de jóvenes que hacia un gran alboroto. Harry reconoció de inmediato a la pandilla, se trataba de su primo Dudley y de sus inseparables amigos, Piers Polkiss, Dennis, Malcolm y Gordon pero había una chica con ellos. Ella era alta, delgada, rubia, de cuello largo, que a Harry pareció ver a su tía Petunia aunque más joven.
―Dud… amor… cachorrito… ―dijo la joven acercándose a Dudley Dursley lo suficiente para besarlo en los labios.
Harry pensó que lo había visto todo pero aquello realmente le pareció asqueroso, jamás habría pensado que su primo tuviera novia. En ese momento hubiera deseado llevar su varita para deshacerse de aquel recuerdo.
―Bueno debo irme, o mis padres sabrán que escape. Te veré en Hogwarts. ―dijo Sam despidiéndose del chico.
Los días pasaron rápidamente para fortuna de Harry. Finalmente era un sábado y uno muy soleado. Los Dursley se encontraban estresados ante la inminente llegada de magos a su casa. Una pequeña explosión proveniente de la chimenea alerto a todos los habitantes de la casa. Y sabiendo Harry de que se trataba, salió de su habitación rápidamente mientras guardaba su varita en su pantalón, cuando se encontró con su tío Vernon, su rostro estaba molesto.
―¡Potter!, recoge tus cosas de inmediato. –ordenó el tío Vernon muy enojado.
Sin pensarselo dos veces Harry se dirigió a su habitación, tomo su baúl y a Hedwig. Al llegar a la sala vio con alegría a Lupin y al señor Weasley, del otro lado de la habitación se encontraban sus tíos visiblemente molestos cosa que a Harry no preocupo.
―¡Harry! – dijo sonriente Remus Lupin. ―¿Estás listo? ―preguntó tranquilamente, sin impórtale que los Dursley estuvieran mirándolos con cara de pocos amigos.
―Sí, listo para volver – respondió Harry con alegría. ―Luego se dirigió a sus tíos. ―Hasta dentro de un año.
―Con su permiso. Cuidaremos bien de él. ―dijo Arthur Weasley.
Ingresaron en la chimenea y con una llama verde desaparecieron. Apareciendo en el cuartel de la Orden del Fénix, en el número 12 de Grimmauld Place.
―En casa… ―susurró Harry sonriendo.
Continuara...
