Pasada la primera prueba de fuego, esos 30 drabbles que no estaba segura de llegar a terminar, he decidido embarcarme en este nuevo proyecto bien distinto con el romance de una de mis parejas crack preferidas: Loki y Darcy Lewis, de la película Thor.
Aunque la tabla 30 vicios es similar a la 30 momentos que usé en 30 momentos con los Vengadores, el uso que voy a hacer de la misma es un tanto diferente, pues los drabbles, además de ser sensiblemente más largos que los de mi anterior proyecto, van a perder esa estructura episódica para formar un relato largo a modo de capítulos. Mantengo que son drabbles porque, por lo general, mis capítulos "normales" son más largos. Como Loki y Darcy no llegan a verse en la película, he alterado el desenlace de la misma para llegar a ponerles en contacto. Las circunstancias en que se conocen quedan aclaradas en este preludio que, obviamente, no cuenta en la tabla original.
Por cierto, un aviso: esta colección de drabbles contendrá LEMON y otras guarreridas españolas. Así que ya sabéis: si sois menores, leedlo bajo vuestra responsabilidad.
Disclaimer: Thor, sus personajes y ubicacionesno me pertenecen a mí, sino a Marvel y a Disney
Preludio
Thor no ha hallado el camino de regreso a Asgard. Ha derrotado al Destructor, sí, y ha recuperado el control sobre Mjolnir, pero todavía no puede regresar a casa. Está atrapado en Midgard, pues Heimdall sigue congelado y nadie puede volver a abrir el Bifröst. Con él se encuentran Sif y los Tres Guerreros, tan atrapados en ese reino extraño como él.
Loki ha contemplado los hechos desde el trono de Odín. Con el Padre de Todos sumido en su Sueño, Thor en el exilio junto a aquellos que podrían respaldarle y el Bifröst sometido a su voluntad, nada se opone a su reinado sobre Asgard, largamente acariciado. Desde su privilegiada posición se siente al fin dueño de su destino, de los destinos de todos los asgardianos. Se siente al fin superior a Thor.
Pero, como siempre, incluso en el exilio, Thor tiene algo de lo que él carece. Lo ha visto desde Asgard: suele ir acompañado de dos mujeres midgardianas, y una de ellas le ama. A Loki nunca le ha amado mujer alguna, ni de Midgard ni de ningún otro reino. No es que desee tal cosa, pero siente la tentación de arrebatarle eso a Thor. No el amor de la mujer midgardiana –que podría-, sino a ella misma. Para que sufra la ausencia física y psicológicamente. Y a tal efecto envía a dos jotuns a por ella, cortesía de Laufey, su padre.
Por desgracia, Loki no sabe cuál de las dos mujeres es la amada de Thor. Si esperaba que los jotuns lo averiguaran por él, estaba equivocado.
Pero cuando éstos dejan caer en la sala del trono a la joven de cabello oscuro, ojos claros y gafas que patalea y suelta palabrotas, Loki sigue sin saber que ella no es la amada de Thor.
Pero cree que lo es, y para él, con eso basta.
1. Límite
Todo allí era muy raro, pero conociendo a Thor, tenía hasta sentido. Y hablando de Thor… ¿dónde demonios estaba, y por qué no había ido a rescatarla? Vale que ella no era Jane, pero eran colegas… ¿no?
Aquel tipo, el rey, creía, la había mirado como si fuera escoria. Ella también podría si tuviera un trono dorado gigante colocado en alto. De hecho, lo haría gustosa con él. Odiaba que la miraran por encima del hombro, y en el caso del rey, la expresión se quedaba corta. Qué pedazo de imbécil.
Apenas había podido echar un vistazo a los dos tipos que la sacaron de la cama a rastras, la amordazaron y le vendaron los ojos. Sólo había notado la frialdad extrema cuando la tocaron, como si fueran jodidos muñecos de nieve. Cuando por fin pudo ver y se halló en la amplia y opulenta sala con aquel trono inmenso, sintió la tentación de volverse hacia sus captores, pero el rey se lo impidió con brusquedad. Luego hizo un gesto a un soldado, que la levantó en vilo agarrándola del brazo y, obedeciendo unas órdenes que debieron formularse antes de que la arrojaran al suelo, la sacó de la sala tirando de ella mientras la joven freía al arrogante rey de Asgard a base de miradas asesinas. No pareció que a éste le afectaran, pues le sostuvo la mirada con suficiencia hasta que el soldado y la chica abandonaron el salón del trono.
El soldado la condujo, sin demasiada delicadeza, a través de numerosos corredores tan brillantes como el propio salón del trono, a cual más hermoso. Darcy lamentó no poder disfrutar de aquella belleza debido a un pequeño detalle: era prisionera de un rey de otro reino que estaba relacionado con Thor de algún modo, aunque desconocía los detalles. Mientras avanzaba al rápido ritmo del soldado, lamentó no haber prestado más atención a las explicaciones de Thor respecto a su origen cuando le tomaron por un vagabundo sonado e inexplicablemente sexy. A lo mejor aquél era su castigo por haber ignorado sus explicaciones.
Cuando el soldado se detuvo ante una enorme puerta dorada custodiada por una mujer de rostro enjuto, supo que si lo tomaba por un castigo era porque desconocía por completo lo que le esperaba. Demonios, ni siquiera sabía si aquella gente hablaba su idioma.
La mujer se hizo a un lado y abrió la puerta. Darcy se sorprendió tanto que ni siquiera se molestó cuando el soldado la hizo entrar de un empujón. Se trataba de un dormitorio digno de una princesa Disney: el suelo, de un blanco dorado, estaba tan pulido que brillaba como si hubiesen derramado plata líquida sobre él, y las altísimas paredes, de un color rosa muy pálido, convergían en una bóveda de nervios que trazaban intrincados dibujos blancos en el techo. El cuarto estaba dominado por una cama blanca de cuyo dosel se derramaban largas cortinas de tul rosado, y no muy lejos se hallaba un delicado tocador repleto de objetos de cristal tan finos que pensó que se romperían si respiraba encima de ellos. Una de las esquinas quedaba oculta por un biombo de madera decorado con paneles de seda bordada con exóticos pájaros, y en el extremo opuesto, una tina de oro puro hacía las veces de bañera. En la pared opuesta a la puerta se abría un gran ventanal junto al que habían colocado un mullido sillón que invitaba a sentarse en él. Darcy se aproximó con cuidado a la ventana y se asomó al exterior. El alma se le cayó a los pies cuando comprobó que el paisaje era una auténtica maravilla, pero la ventana se alzaba sobre una caída de unos veinte metros, y allí abajo no veía más que árboles. Con un suspiro nada resignado, comenzó a estudiar la ventana. El cierre de la misma no presentaba ninguna clase de sistema que impidiera ser abierto, y casi automáticamente alzó la mano en dirección a la manilla.
-Yo de vos no lo haría, milady.
Darcy se giró de golpe, aturdida. No había oído la puerta, pero allí estaba él, el rey de aquel lugar, aquel tipo insufrible que la había mirado con superioridad en el salón del trono. Le contempló, incómoda, y preguntó:
-¿Y por qué no?
-Porque he hechizado personalmente esta ventana para impedir vuestra huida –el rey unió las manos tras su espalda y dio un par de despreocupados pasos en dirección a la joven-. Pero, como ya habéis comprobado, incluso aunque lograseis abrir la ventana sin que mi magia os matase en el acto, dudo mucho que hallaseis una manera de llegar a tierra sana y salva. Que yo sepa, los midgardianos son incapaces de volar –concluyó, con el tono de un científico que enuncia un hecho demostrado.
Sólo que aquel tipo no era un científico, y aunque Darcy tampoco entraba en aquel grupo, estaba bastante segura de que en aquel sitio –se llamara como se llamase, ¿Osgard? ¿Asgard? Qué más daba- no conocían el término "ciencia".
-Da igual –soltó ella, con rebeldía-, encontraré una manera. No me gusta que me encierren.
¿Y a quién le gustaba? Era consciente de que decirlo en voz alta era una tontería, pero necesitaba que aquel rey supiera que le odiaba por haberla llevado a aquel sitio que supuestamente no existía como su prisionera (pues eso suponía que era, si no podía escapar).
El rey enarcó una ceja con cierta expresión que Darcy no alcanzó a descifrar: parecía interesado, divertido incluso, pero eso no restaba ni un ápice de arrogancia a su expresión. Allí plantado, ataviado con aquel traje verde y dorado, parecía un niño malcriado al que acaban de comprarle una mascota y espera a que ésta haga monerías para entretenerle.
Darcy apretó los puños, furiosa. Tras el miedo y el desconcierto inicial, quedaba una rabia de la que no lograba desprenderse, y tampoco quería. No iba a ceder a la indefensión, e iba a salir de aquel palacio y volver a casa. Estudió disimuladamente a aquel rey tan estirado: era alto, pero era un tirillas. No sería para tanto. Le tumbaría con facilidad –una lástima no tener su Taser a mano, pero ahora se alegraba de haber recibido aquel cursillo de autodefensa al que su madrastra insistió en inscribirla cuando tenía quince años- y saldría de allí.
Como si le hubiera leído el pensamiento, el rey se plantó frente a ella en apenas unas zancadas. Y Darcy, que segundos antes se había sentido tan segura de sí misma, estuvo a punto de retroceder, aturdida por la presencia de aquel tipo. De cerca, su altura resultaba un tanto intimidante, aunque era probable que su angulosa estructura facial y la frialdad de sus ojos como cuchillos tuviesen algo que ver. El rey de aquel mundo invadía su espacio personal y ella se sintió demasiado insignificante para expulsarlo. Se dio cuenta de lo ridícula que era aquella idea de evasión que había acariciado durante un fugaz instante.
Él alzó la mano, y Darcy se encogió como si fuera a abofetearla, pero en vez de eso, el rey deslizó sus largos dedos a través de los enmarañados rizos de la joven. Aquel contacto, inusitadamente delicado para alguien tan amenazador, logró que Darcy alzara la mirada y clavara sus ojos en los del rey. Y él, que había entornado los párpados para seguir la trayectoria de sus dedos a través del cabello de Darcy, le sostuvo la mirada al sentirse observado. Aquel gesto dio fuerzas a la joven para preguntar:
-¿Por qué estoy aquí?
La mano izquierda de Loki, que hasta aquel momento había acariciado los mechones más superficiales del cabello de Darcy, se sumergió hasta rozar con sus dedos el cuero cabelludo de la joven. Ella encogió los hombros en un escalofrío al notar el roce allí, en la parte posterior de la cabeza, una zona tan normal pero que la gente no suele tocar a los demás. Siguió mirando al rey a los ojos, pese a todo.
-Me gusta tener las cosas que Thor desea –se limitó a responder él.
Darcy despegó los labios para decirle que Thor no la deseaba, pero el rey los cubrió con los suyos. Ella ahogó un jadeo de sorpresa y respondió sin darse cuenta siquiera de lo que estaba haciendo; se puso de puntillas y rozó el brazo del rey con la mano derecha. Una parte de sí misma le gritó que si se había vuelto loca, pero la hizo callar cuando separó los labios y dejó que la lengua del rey penetrara en su boca.
No la habían besado así desde… Diablos, no la habían besado así nunca. Ni siquiera su ex novio Dylan, que se jactaba de ser el mejor besador del campus. Aquel rey extraterrestre le dejaba a la altura del betún, pobre Dylan.
Ya podía haberla besado así Thor, si es que tanto la deseaba. Aquel repentino pensamiento la devolvió a la realidad. Se separó a duras penas de los labios del rey para decir:
-Lamento decepcionarte, pero Thor no me desea.
El rey entornó los ojos, que volvían a ser fríos como el hielo. Si aquella midgardiana pensaba que la dejaría volver a casa con una palmadita en la espalda después de oír aquello, iba lista. Tenía sus propios planes para la amada de Thor. Se irguió cuan largo era y lanzó a la joven una de sus miradas de superioridad antes de empujarla para que cayera sobre el sillón que había junto a la ventana.
-¿Pero qué coño…? –empezó a protestar Darcy, pero calló cuando se topó de frente con los ojos del rey, que se había arrodillado frente a ella.
De repente, deseó que hablara. Que dijera algo, lo que fuera, pero que dejara de mirarla así. Le daba miedo.
El rey contempló a Darcy sentada en el sillón. Como los jotuns la habían traído en lo que, suponía, debía ser la noche en Midgard, la joven llevaba sus ropajes para dormir, en aquel caso un camisón blanco de manga corta elaborado con un tejido que nunca antes había visto. Estudió la prenda con detenimiento, deleitándose en el terror que aquella agónica espera provocaba a la midgardiana.
-Lo hace –repuso tranquilamente cuando sus ojos volvieron a encontrarse. Darcy despegó los labios y comenzó a respirar con pesadez-, seguro que lo hace, y no sin motivo.
La joven no tuvo tiempo de plantearse hasta qué punto era aquella indicación un cumplido, pues Loki deslizó su mano derecha por debajo del camisón de Darcy y, antes de que pudiera juntar las piernas, posó las yemas de sus dedos índice y corazón sobre el sexo de la chica.
Los latidos de su corazón se aceleraron instantáneamente cuando un torrente de sensaciones se abatió sobre ella. Llevaba más de medio año sin sexo, desde que dejó a Dylan, y antes de que sus pensamientos se nublaran acertó a decirse a sí misma que no quería sentir placer a manos de aquel tipo tan siniestro.
Pero su voluntad y sus sensaciones iban por caminos diferentes.
El rey entrecerró ligeramente los párpados mientras movía los dedos sobre la ropa interior de la joven midgardiana. Aun sin contacto directo con la zona más íntima de la chica, podía notar su humedad calando la prenda, y el rubor que ascendía por las mejillas de la joven anunciaba que iba por buen camino. Adivinó dónde se encontraba su clítoris y lo palpó a través de la tela. Darcy se arqueó con un gemido de placer, deslizándose hacia abajo en el sillón, acercando su pelvis, inconscientemente, al rey.
Él emitió un gruñido tan bajo que ella no alcanzó a oírlo. La expresión de la midgardiana sublimaba el retorcido placer que le provocaba arrebatarle a Thor sus cosas. Debía reconocer que era encantadora cuando se deshacía de placer. Y eso que no había hecho más que empezar.
No dejó de tocarla mientras introducía su mano libre bajo el camisón de la joven. Con inusitada presteza, se deshizo de la ropa interior y la dejó caer al suelo. Darcy ahogó un jadeo sorprendido al sentir la piel del rey sobre la suya. El contacto directo hizo que el placer se incrementara como un millón de veces, y Darcy encontró que el aire se había demasiado pesado para que el oxígeno alcanzara sus pulmones. Separó sus voluptuosos labios en una "o" perfecta y gimió abiertamente cuando los largos dedos de Loki dejaron de acariciar sus clítoris para adentrarse en ella.
-Oh, sí… Sí…
La voz de la joven tenía una cualidad casi hipnótica. O tal vez no fuera su voz, sino sus mejillas arreboladas, o sus manos asiendo con fuerza los bordes del sillón, o sus blancos muslos separándose para invitarle a que la tocara más y más, o quizá se tratara de una conjunción de todo eso. Sin darse cuenta, había empezado a respirar más rápido y más profundamente a medida que Darcy jadeaba. Estaba a punto de llegar al clímax, podía sentirlo en la punta de sus dedos.
Ella también lo sentía, claro. Con aquellas sencillas caricias, aquel rey desconocido había logrado despertar el fuego que llevaba meses dormido, y ahora estaba a punto de deshacerse en sus manos.
Estaba muy cerca. Estaba prácticamente ahí.
-¡Sí! –Gritó, anticipando la llegada del clímax. El nombre brotó de sus labios antes incluso de percatarse de cual era- ¡Oh, Thor, sí!
El rey retiró sus manos de la joven, crispado, y ella abrió repentinamente los ojos para mirarle con un deje de frustración, pero al ver la expresión del monarca su rostro demudó en una mueca colérica. ¿Pensaba dejarla así, al límite? ¿De qué iba? Él le sostuvo la mirada recuperando gradualmente la compostura. No había entrado entre sus planes dejarla insatisfecha, pero debía reconocer que era una sabia maniobra. Así aprendería que el hecho de que él deseara las cosas de Thor implicaba que esperaba que esas cosas, cualesquiera que fuesen, también le deseasen a él.
Le sostuvo la mirada hasta que abandonó el dormitorio, cerrando la puerta tras de sí con una llave dorada. Hizo entrega de una copia de la misma a la mujer que custodiaba la puerta y caminó a continuación hacia sus aposentos. No tenía prisa por continuar. Tenía tiempo de sobra para alcanzar sus objetivos.
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