Adrián Agreste estaba cansado. Había sido un día muy largo: clases en el instituto, práctica de esgrima y, para rematar la jornada, el ataque de un akuma especialmente complicado. Mirándolo por el lado bueno, había visto a Ladybug cuando menos lo esperaba, y además se había ahorrado la sesión de fotos que su padre le había programado para aquella tarde.

Ahora estaba de nuevo en su cuarto; hacía rato que había terminado sus ejercicios de piano pero, en lugar de hacer los deberes de matemáticas, se había sentado ante el ordenador para consultar el Ladyblog. Sabía que Alya no tardaría en publicar la crónica de la última batalla, y sabía también que había grabado un vídeo con una breve entrevista a Ladybug.

Adrián tenía una amplia colección de vídeos similares y siempre estaba dispuesto a añadir nuevo material. Aunque Ladybug solía decir lo mismo en todos ellos porque no podía responder preguntas demasiado personales, él nunca se cansaba de verlos.

Y allí estaba. Adrián sonrió ampliamente y se puso los auriculares para escuchar mejor la voz de la superheroína antes de pulsar Play.

La imagen de Ladybug llenó las cuatro pantallas de su ordenador.

–...Este akuma era físicamente más fuerte que nosotros dos juntos –estaba explicando la superheroína–, así que Cat Noir y yo hemos optado por vencerlo con nuestro ingenio y una combinación especial de nuestras habilidades –concluyó guiñando un ojo.

Adrián hizo retroceder la grabación unos cuantos segundos y volvió a pulsar Play.

–...Cat Noir y yo... –repitió Ladybug.

El chico sonrió embelesado y pulsó de nuevo el ratón, una y otra vez.

–Cat Noir y yo... Cat Noir y yo... Cat Noir y yo...

Qué bien sonaban aquellas palabras en labios de Ladybug, pensó. Ella había dejado claro tiempo atrás que consideraba a su compañero como un buen amigo y nada más, pero tal vez algún día...

–¡Adrián!

El chico dio un respingo y se quitó los auriculares, alarmado. Cuando se dio la vuelta descubrió que Gabriel Agreste había entrado en su habitación sin que él se diera cuenta y lo observaba con gesto severo.

–¡Padre! –exclamó, levantándose de un salto.

Él solo se presentaba en su cuarto cuando tenía que decirle algo importante. Para asuntos cotidianos enviaba siempre a Nathalie.

–¿Ha... ha pasado algo? –se atrevió a preguntar.

–Has faltado a la sesión de fotos de esta tarde, al parecer –respondió él.

Adrián tragó saliva.

–Ha habido una alerta de akuma... –empezó.

–Sí, estoy al tanto –cortó su padre–. Por eso me cuesta comprender que hayas dado esquinazo a tu guardaespaldas una vez más.

–Yo... no fue exactamente así... –balbuceó Adrián–. Había gente corriendo y gritando, todo era muy confuso y perdí de vista al Go... a mi guardaespaldas –se corrigió–, así que busqué un sitio para esconderme y...

–¿Otra vez? –cortó su padre–. ¿Cómo voy a mantenerte a salvo si no haces más que... «perder de vista al guardaespaldas»?

Adrián no supo qué decir. Se dio cuenta de pronto de que el vídeo del Ladyblog seguía en marcha y lo detuvo, azorado. Gabriel Agreste dirigió una breve mirada a la pantalla y frunció el ceño, pensativo.

–E-es Ladybug –farfulló Adrián, como si su padre no conociese a la superheroína–. La han entrevistado tras la batalla de esta tarde y...

–Ya veo. Y ella y Cat Noir han vencido, como de costumbre.

–S-sí, claro –respondió el muchacho, sorprendido–. ¿Cómo no van a vencer? –Su padre le dirigió una mirada inquisitiva, y él continuó–: Quiero decir, son los héroes de París, y Ladybug es... increíblemente lista y valiente.

Gabriel Agreste frunció el ceño.

–Ya veo –repitió–. No sabía que siguieras sus... hazañas con tanto interés.

Adrián trató de no dejarse llevar por el pánico y dirigió una breve mirada a su alrededor. Estaba seguro de que tenía bien escondido todo el merchandising de Ladybug que coleccionaba. Era cierto que Ladybug y Cat Noir tenían muchos admiradores, pero él siempre se había esforzado en moderar en público su entusiasmo para que nadie lo relacionase con ellos.

–Mu-mucha gente lo hace, padre –respondió–. Además... –se le ocurrió de pronto–, ella me ha salvado un par de veces, ¿recuerdas? Me protegió de Riposte y también del gorila gigante...

–El gorila gigante era tu guardaespaldas y estaba ahí precisamente para protegerte –replicó Agreste, ligeramente irritado.

Adrián parpadeó perplejo. Lo cierto era que Gorizilla, la inmensa bestia azul que lo había secuestrado, aterrorizando a todo París en el proceso, era precisamente el tipo de monstruo que alarmaría a cualquier padre obsesionado con la seguridad, como el suyo.

–Me dejó caer desde lo alto de un rascacielos –le recordó.

–Tengo entendido que fue Ladybug quien te dijo que saltaras...

–¡Pero me salvó antes de que cayera al suelo!

–...y tú obedeciste sin dudar –concluyó Agreste en voz baja.

Frunció el ceño, pensativo, como si acabara de caer en la cuenta de un detalle importante. Adrián siguió defendiendo a Ladybug sin darse cuenta del cambio de actitud de su padre:

–¡Confío en ella! Es Ladybug, la heroína de París. Nos ha salvado de todas las amenazas de Lepidóptero y nos protege a todos mejor que cualquier guardaespaldas, así que, en efecto, si me dice que salte... lo hago sin dudar –concluyó, desafiante.

Se dio cuenta de pronto de lo que acababa de decir y respiró hondo, alarmado, al ver que su padre lo observaba fijamente.

–Ya veo –murmuró por tercera vez.

Adrián trató de rectificar:

–E-es decir... Como haría cu-cualquiera, supongo, porque ella sabe mejor que nadie co-cómo enfrentarse a los akumas y...

Agreste alzó una mano y Adrián se calló de inmediato.

–Así que eres un gran... ¿cómo se dice ahora? «Fan» –concluyó.

–¿Cómo...?

–Uno de sus admiradores. Nunca lo hubiese sospechado –añadió Agreste, mirando fijamente las pantallas del ordenador de Adrián, desde donde cuatro Ladybugs guiñaban un ojo con picardía.

Adrián no supo qué decir, de modo que bajó la vista con las mejillas ardiendo. Quizá era mejor que su padre lo creyera así. Menos embarazoso, desde luego, que la posibilidad de que pensara que su hijo se había enamorado de una superheroína famosa. Y menos peligroso que llegara a sospechar que la conocía muy bien porque su relación con ella iba mucho más allá del hecho de que lo hubiese salvado en un par de ocasiones.

Aunque eso, pensó Adrián con cierta amargura, ni siquiera ella lo sabía.

Agreste permaneció un buen rato en silencio, sumido en sus propias reflexiones, hasta que Adrián llamó su atención, inseguro:

–¿Padre?

Él volvió a la realidad.

–Interesante –se limitó a comentar.

Después, sin mayor ceremonia, dio media vuelta y salió de la habitación, cerrando la puerta tras él.

Cuando se quedaron a solas, Plagg emergió de su escondite y se quedó mirando la puerta, desconcertado.

–¿A qué ha venido eso?

–La verdad, no lo sé –murmuró Adrián.

Los dos amigos cruzaron una mirada y se encogieron de hombros.


Durante las semanas siguientes, Gabriel Agreste se mostró inusualmente esquivo, incluso para tratarse de él. Adrián no lo vio ni siquiera cuando llevó a casa las notas del trimestre y resultó que había bajado ligeramente la puntuación en un par de asignaturas. Nathalie se limitó a recordarle que su padre esperaba de él que sacara unas notas perfectas y que debería mejorar para la siguiente evaluación, y eso fue todo.

–Nathalie, ¿le pasa algo a mi padre? –preguntó el chico–. Últimamente parece... más ocupado que de costumbre.

–Está trabajando en una nueva colección –respondió ella.

–¿Ahora? –se sorprendió él–. Pensaba que ya había cerrado los catálogos de la nueva temporada...

Nathalie se encogió de hombros.

–Así es la inspiración –se limitó a responder, y Adrián no pudo sacarle nada más.

Con su padre ocupado, el chico tenía más libertad para escaparse de su rígida rutina y salir con sus amigos. Y era algo que agradecía de veras, porque durante aquel tiempo cesaron los ataques de akumas sobre París y ya no podía ver a Ladybug tan a menudo como antes. Aunque quedaban de vez en cuando para patrullar por la ciudad, todo parecía tan tranquilo que ambos superhéroes sintieron la tentación de relajarse.

–Quizá Lepidóptero haya aceptado por fin que no tiene nada que hacer contra nosotros –comentó Cat Noir una noche mientras descansaban sobre un tejado tras su ronda habitual.

Ladybug frunció el ceño.

–No sé, yo no me confiaría. ¿Y si está tramando algo gordo?

Cat Noir se estiró perezosamente.

–¿Como qué? –preguntó con un bostezo–. Aparte de mandar a otros villanos a hacer el trabajo sucio, ¿qué más puede hacer que no haya intentado ya? Eh, tal vez haya decidido tomarse unas vacaciones –sugirió de pronto–, y si es así, quizá nosotros podamos hacer lo mismo. ¿Por qué no nos tomamos un descanso y quedamos algún día para hacer algo distinto? Como ir al cine, o a tomar un helado... –concluyó, mirándola esperanzado.

Ella sonrió y lo miró con cariño.

–Nunca dejas de intentarlo, ¿verdad?

–¿Eso quiere decir que no?

–Ya sabes que nuestra relación debe seguir siendo estrictamente profesional, gatito –replicó ella frunciendo el ceño con preocupación–. No debemos saber demasiado el uno del otro porque...

–Debemos mantener en secreto nuestra identidad –concluyó Cat Noir con un suspiro.

«Ojalá pudiera decirte quién soy», pensó. Sabía que Ladybug guardaba celosamente el secreto de su propia identidad, y él había dejado de preguntarle al respecto porque no quería incomodarla. Pero en los últimos tiempos había coincidido con ella en un par de ocasiones como Adrián Agreste y los resultados habían sido... interesantes. Por supuesto, Ladybug no tenía con Adrián la misma confianza que con su compañero enmascarado, ni de lejos. Pero tal vez por eso lo trataba con mayor amabilidad, aunque quizá con demasiada corrección. Cat Noir no estaba seguro de si le gustaba el cambio. Alguna vez le había parecido que Ladybug se mostraba incluso algo tímida con su alter ego, pero eso no era posible, ¿verdad? ¿Quizá se sentía algo intimidada porque él era un modelo famoso?

Lo cierto era que, ahora que Cat Noir sabía que ella apreciaba al superhéroe como a uno de sus mejores amigos, sentía curiosidad por saber qué pensaba de Adrián Agreste. Pero no podía preguntárselo directamente sin darle pistas sobre su verdadera identidad.

–Pero no debemos confiarnos –dijo entonces Ladybug, y Cat Noir volvió a la realidad.

–¿Cómo dices?

–Que quizá Lepidóptero no se haya rendido ni se haya ido de vacaciones –explicó ella–. Tal vez ha dejado de enviar akumas precisamente para que nos relajemos y poder pillarnos con la guardia baja.

–Tienes razón –admitió Cat Noir, pensativo.


No tardó en comprender que era una suerte que Lepidóptero hubiese detenido su actividad, por las razones que fuesen. Porque apenas un par de días más tarde su padre lo llamó por sorpresa a su despacho.

Inquieto, Adrián acudió a verlo. Quizá sí iba a reñirlo por sus notas después de todo.

Se quedó en la puerta, inseguro. Gabriel Agreste estaba inclinado sobre la pantalla de su ordenador, como de costumbre, y ni siquiera levantó la mirada cuando él entró. Adrián se aclaró la garganta y preguntó:

–¿Querías verme, padre?

–Ah, Adrián –murmuró él, aún centrado en la pantalla–. Acércate, por favor.

El chico obedeció, inseguro.

–Mira esto con atención. Quiero conocer tu opinión.

Adrián se sorprendió. Aunque trabajaba para la firma de su padre como modelo, él jamás le pedía opinión sobre sus creaciones. Se limitaba a decirle lo que tenía que llevar y punto.

Así que echó un vistazo a la pantalla, sin saber muy bien qué decir. No era un experto en moda de todas formas. Su amiga Marinette, que ni siquiera era diseñadora profesional, tenía de hecho mejor ojo que él.

No obstante, lo que vio lo dejó sin habla.

Eran los bocetos de una nueva línea de ropa y complementos, tal como Nathalie le había anticipado. Pero la temática le resultaba dolorosamente familiar.

Puntos negros sobre fondos rojos. Diademas que imitaban las antenas de los insectos. Vaporosas capas que flotaban como alas irisadas. Lazos de color carmesí. Máscaras diseñadas con la exquisita elegancia que era el sello de Gabriel Agreste.

Aunque Adrián no hubiese estado perdidamente enamorado de ella, habría reconocido de inmediato quién había sido la musa inspiradora de su padre en aquella extraordinaria colección.

–Ladybug –musitó.

No era la primera vez que él utilizaba la temática de los superhéroes en prendas y complementos. Poseía, de hecho, un antiguo libro de ilustraciones de héroes míticos que guardaba bajo llave porque, según había reconocido en alguna ocasión, era una de sus principales fuentes de inspiración.

Pero nunca antes había dedicado toda una colección a uno de ellos.

El corazón de Adrián latía salvajemente en su pecho. ¿Qué significaba todo aquello?

–Ladybug, sí –asintió Gabriel, satisfecho–. Estuve pensando mucho en lo que me dijiste, y me di cuenta de que tienes razón: es la heroína de París y todos estamos en deuda con ella, así que he decidido rendirle este humilde homenaje.

Adrián se había quedado sin habla.

–¿Crees que le gustará? –preguntó de pronto su padre, y él lo miró, confuso.

–¿Qué...? Yo... ¿cómo voy a saberlo? Quiero decir... la colección es magnífica y será todo un éxito, porque Ladybug tiene muchos fans, pero yo n-no la conozco tanto a ella como para saber...

–Entiendo.

Gabriel asintió, pensativo, y Adrián se dio cuenta de que le había dicho la verdad. Conocía bien a Ladybug y sabía que sin duda se sentiría halagada; pero no le gustaba llamar demasiado la atención, y si Gabriel hacía una gran campaña para promocionar aquella colección, sin duda la pondría en el punto de mira. Adrián sabía que Ladybug deseaba que la gente la considerase ante todo una heroína profesional y no una celebridad.

Ni siquiera sabía si le gustaba la moda, en realidad. Pero, si la colección de su padre veía la luz, sin duda sería una buena ocasión para preguntárselo.

–Por eso me gustaría mostrársela a ella antes de pasar las prendas a fabricación –prosiguió Gabriel–. ¿Qué opinas?

Adrián se sobresaltó.

–¿Mostrársela a ella?

–En un pase de modelos privado –confirmó él–. Y, como tú eres un gran admirador suyo, ejercerás de anfitrión.

Adrián se quedó sin respiración.

–¿Yo...? Pero... ¿no voy a estar entre los modelos?

Gabriel sacudió la cabeza.

–Esta vez no. Prefiero que acompañes a Ladybug durante el desfile como representante de nuestra firma. Ya vas teniendo edad de asumir más responsabilidades, Adrián.

Él estaba a punto de decir que sí, que aceptaría encantado, pero entonces se le ocurrió que, una vez más, no podría ser dos personas al mismo tiempo.

–¿Y qué hay de Cat Noir? –preguntó de pronto.

–¿Cat Noir?

–Quiero decir... ¿vas a invitarlo a él también?

Agreste lo pensó.

–Supongo que debería hacerlo, por cortesía –admitió al fin–, pero la colección está centrada solo en Ladybug, al menos por el momento. Si tiene éxito, diseñaré una línea exclusiva inspirada en Cat Noir. Y quién sabe... –añadió, encogiéndose de hombros–, quizá en el futuro pueda ampliarla a otros superhéroes, como esa chica del disfraz de zorro...

–Rena Rouge –apuntó Adrián.

Gabriel movió la mano con displicencia.

–Como sea. No es muy conocida aún, así que en todo caso la reservaría para más adelante. Por el momento, Ladybug y Cat Noir son los héroes más emblemáticos de París, ¿no te parece?

–Sí..., sí, por supuesto. Gracias, padre –dijo sin pensar, y Gabriel le dirigió una mirada inquisitiva.

–Deduzco, entonces, que te gusta mi nueva colección.

–Es magnífica, padre –respondió Adrián con sinceridad.

Él sonrió levemente.

–Celebro que la apruebes. Pero no te he hecho llamar solo para esto. –Adrián lo miró interrogante, y Gabriel continuó–: Como admirador de Ladybug, sin duda sabrás cómo ponerte en contacto con ella.

–¿En... contacto?

–Para hacerle llegar una invitación personal al desfile, por supuesto.

–Oh...

Adrián reflexionó. Él mismo podía decírselo como Cat Noir, pero sería demasiado peligroso. Lo cierto era que, fuera de su identidad como superhéroe, no tenía modo de contactar con ella.

Entonces se le ocurrió una idea.

–Puedes enviarla al Ladyblog.

–El Ladyblog –repitió Gabriel pensativo.

–Es una página dedicada a Ladybug y Cat Noir. La chica que lo lleva los sigue muy de cerca, y seguro que Ladybug la consulta también.

–Es una buena idea. Gracias, hijo. Puedes marcharte.

Adrián sonrió, emocionado ante la perspectiva del evento que su padre estaba preparando. «Ojalá Ladybug diga que sí», pensó.

Cruzaba mucho los dedos para que la buena suerte le sonriera por una vez y pudiese pasar por fin una velada junto al amor de su vida.


NOTA: ¡He vuelto! :P Traigo por fin una nueva historia y espero poder actualizarla con regularidad mientras esperamos los nuevos capítulos de la segunda temporada. ¡Espero que la disfrutéis y gracias por leer!