Disclaimer: No soy dueña de los 100 y esta historia no tiene fines comerciales, solo escribo por diversión.

Aviso: Este fic participa en la Misión de Apertura: "Tu personaje favorito" del foro The 100: Live or die?

Cantidad de palabras: 617


-Mi lucha ha terminado.- dijo Anya a nadie en particular en el medio de la noche y lista para enfrentase a la oscuridad eterna.

No sabía que Clarke la estaba escuchando, pero eso tampoco hubiera hecho una gran diferencia en su situación actual. No sabía si la chica del cielo la había visto caer, pero ahora eso no importaba. No sabía que estuvo muy cerca de morir junto a la otra rubia, pero eso tampoco consiguió sacarla del estado en el que había entrado, un estado de aceptación total.

De haber sabido que exhalaría su último aliento junto a Clarke lo más probable es que hubiera sonreído. La chica del cielo y ella no habían empezado con buen pie, y su relación se había visto teñida de rojo carmesí en demasiadas oportunidades, pero eso no había evitado que llegaran a confiar la una en la otra.

El tiempo que había pasado en Mount Weather le había dado tiempo para pensar. Al principio lo único en lo que podía pensar era en un plan para escapar, luego se volvió menos pretenciosa y su único plan consistía en sobrevivir.

Después de que la conectaran a las maquinas por primera vez sus cavilaciones dejaron de ser sobre su situación actual y sobre el futuro, y pasaron a ser sobre el pasado. Creía que ya había conseguido entender a la chica del cielo y por eso cuando Clarke apareció adelante de su jaula no supo si sentir odio o alivio.

Lo más irónico de toda esa situación era que solo horas antes, estando a merced de Clarke, había estado lista para morir, pero ahora no quería hacerlo. No podía hacer nada para evitar la muerte, pero deseaba poder hacerlo. No porque le tuviera miedo, sino porque quería cumplir su palabra antes de morir. Le debía eso a la chica del cielo, sobre todo porque si Anya conocía a la otra rubia, y la mujer así lo creía, Clarke cumpliría su parte del trato.

Creyó escuchar algo parecido a su nombre, seguido de los sonidos inconfundibles de una pelea, pero no podía distinguir si era real o no, tampoco le importaba demasiado.

Anya exhalo con una lentitud casi dolorosa y pensó en lo lejos que había llegado en la vida, pensándolo bien, morir ahora no era tan grave. Había dejado de ser una huérfana asustada de los hombres de la montaña para ser una gran guerrera, y eventualmente convertirse en una gran mentora. Había sido la mentora del Comandante y estaba orgullosa de la que una vez fuera su segunda. Había llegado a estar a cargo de la protección de una de las mejores zonas del bosque y había tenido bajo su mando a algunos de los mejores guerreros de su tribu. Había vivido para conocer a la gente del cielo y había conseguido confiar en uno de ellos. Seguro que sus padres estaban orgullosos de ella por haber llegado tan lejos.

Anya exhalo por última vez en toda su vida y le pareció ideal dejar atrás ese mundo a la luz de las estrellas, igual que habían hecho sus padres y hermanos hacia tantos veranos.

De repente se sintió ligera, muy ligera, como hacía tiempo que no se sentía. Se encontró a sí misma de pie, enfrente a su familia. Miró atrás y encontró su cuerpo tendido en el suelo del bosque, casi parecía estar sonriendo. Volvió a mirar al frente y se permitió sonreír, por fin la familia estaría completa una vez más. Con una carcajada que sonó más infantil de lo que ella recordaba echo a correr hacia los brazos abiertos de sus padres.

Por primera vez en muchos años Anya era realmente feliz. Por fin estaba en casa.