Notas de la autora: Situado al final de la tercera temporada. Si no has llegado ahí, no sigas leyendo porque puede haber spoilers. Las referencias a demonología, rituales o cosas por el estilo están sacadas o de la serie o de la wikipedia, tomándome algunas libertades creativas.

Advertencias: Sam esta OOC, pero es comprensible porque su hermano esta muerto (de todas formas no sabemos cómo va a cambiar su carácter en la cuarta temporada). Self-inserction, solo para reírme un rato.

Prologo

Era miércoles, media tarde de un día de mediados verano, y la llamada era fuerte, potente, demasiado poderosa como para ignorarla.

Todos los residentes del infierno tienen la obligación de contestar, si es que él que llama satisface los requisitos necesarios.

Estos son dispares. Ninguna llamada es igual, ya que todos los demonios son diferentes y mientras que algunos exigen sacrificios de sangre y carne otros prefieren elementos intangibles como el odio, la pureza o la vanidad.

Sea como sea todos tienen un elemento en común y este es saber pronunciar el nombre del individuo al que se quiere invocar.

Es uno de los estatutos más importantes en el código de la constitución del infierno, puesto que siempre que un demonio entra en contacto con un humano es con el cometido de hacer un trato con él y obtener un alma a cambio.

El infierno se nutre a base de almas, se rige por la energía de estas y los demonios siguen un proceso de alimentación retroactiva absorbiéndola en sus cuerpos y usándola para cebar sus núcleos de mayor cantidad de poder espiritual. Es por tanto esencial el conseguir almas, todas las posibles y cuantas más mejor, para hacer del imperio un lugar más poderoso e infranqueable contra las fuerzas del bien.

A pesar de esto, hay ciertas reglas en el juego. Los humanos deben de ser conscientes de lo que hacen y de las fuerzas a las que llaman, por eso tienen que cumplir estos requisitos, ya que el mero hecho de realizar una invocación es como una firma en un cheque en blanco, donde el beneficiario accede a pagar cualquier cantidad que se desee.



El nombre de este demonio era Astaroth, pero podía haber sido Astarté, Isthar, Innana o algún otro, como lo fueron en tiempos pasados.

Nunca hay que subestimar el poder de un nombre sobre un demonio, ya que en realidad una conexión entre el ser invocado y la tierra, un vinculo que otorga un inmenso poder a estos seres, que de por sí y si no fueran llamados solo lo dispondrían en el infierno y jamás en la tierra.

Otra de las leyes del infierno es esta. Hasta los demonios más poderosos son inofensivos en la tierra si no se les ha invocado. Un factor que es fácil de vencer, ya que la mayoría de humanos están dispuestos a caer presa de cualquier sugerencia demoniaca a cambio de la concesión de deseos materiales.

Así pues, hemos quedado que un nombre puede ser un poderoso aliado o un terrible enemigo, pero invocar a un demonio es algo que siempre e invariablemente se vuelve en tu contra.

Por todo esto, y por otras muchas razones, la mayoría de las cuales tienen que ver con la vanidad, la mayoría de los demonios han sido conocidos por diferentes nombres a lo largo de las épocas de la historia.

Hay unos pocos, sin embargo, que son poderosos, tan poderosos que su nombre se ha hecho famoso y no se podrían desprender de él aunque quisieran, que no es el caso. Estos demonios, unos pocos elegidos del círculo privado de Lucifer, llevan su nombre con orgullo, porque ningún mortal que osase invocarles podría conseguir de ellos nada que no implicase su destrucción.

Estos demonios, encolerizados, desgarrarían las entrañas del pobre incauto que hubiese sido tan ingenuo como para llamarles, sorberían sus sesos, beberían su sangre y se revolcarían en sus despojos, todo esto con una apacible sonrisa y un brillo aburrido en los ojos.

Astaroth era uno de estos.

Normalmente, ante una llamada hecha por un mortal, hubiese mandado a alguno de sus subordinados a contestar, pero normalmente la fuerza del circulo de invocación no era tan potente, normalmente el aire no cuchicheaba con secretos y rencores que pudiesen erizar los pelos de un demonio.

Normalmente nadie sostenía en sus manos un puñal capaz de acabar con un demonio, cuyo brillo metálico pudiese cegar a las hordas del infierno, y cuyo filo pudiese cortar el fino velo entre las dimensiones existentes.



Y que dulce retumbaba su voz, que llenas de aversión las antiguas palabras en latín, que inspirador su cólera, su osadía y su frenesí. El humano desprendía una pasión oscura que salía de los más profundo de su ser y que no podía ser de ese mundo. Y tal como odio llama a odio, demonio llama a demonio.