El único hombre al que era capaz de admirar, respetar y querer a mi manera, acababa de morir. No era algo fácil de aceptar. Sentado en mi alcoba tras despedirme de él en su funeral, recordaba algunos momentos de mi vida con él. Sí, había algunos realmente buenos, como cuando me llevó con él de caza por primera vez, aunque me hubiera gritado y no me hubiera dejado hacer nada, aquel era un buen recuerdo. O cuando fuimos a Invernalia y me prometió con Sansa Stark; la chica no parecía interesante, pero una dama no debía serlo, y además era muy guapa, mi padre había elegido bien.
Pero a medida que pensaba en los momentos buenos con mi padre, me di cuenta de que no había demasiados para recordar. Robert siempre había sido bastante distante con sus hijos, y empecé a pensar que mi padre jamás me había querido. Nunca. Si miraba de nuevo aquellos escasos y preciados buenos recuerdos, siempre estaban teñidos por furia de Robert, por sus gritos, por su indiferencia ante cualquier cosa que tuviera que ver conmigo o con mis hermanos, por el alcohol que parecía ser omnipresente en la vida de mi padre...
Eso me enfadó, y me hizo pensar que aquel hombre al que había llamado padre no se merecía el amor que mis hermanos y yo le profesábamos. ¿Qué tenía de bueno? Era un gordo y un borracho que no respetaba a mi madre ni a nadie. Y todo porque era el rey…
Y entonces me di cuenta. Desde el mismo momento en que Robert murió, yo me había convertido en rey. Yo era su primogénito y por tanto sus títulos pasaban a mí… Una leve sonrisa se expandió por mis labios cuando aquella idea penetró en mi mente adormilada por los momentos de dolor que la muerte de aquel hombre me había causado. Me lavé la cara en una palangana que alguien había colocado allí y me obligué a borrar la sonrisa de mi cara. Salí de mi cuarto y me dirigí, con paso seguro y firme, al salón del trono.
Una vez había intentado sentarme allí, para imaginarme siendo adulto, ocupándome de lo que algún día sería mío, cuando mi padre me descubrió y se encargó de darme a mí, y no a mi niño de los azotes, tal tunda que no me pude sentar a gusto en un par de días. Y ahora aquel trono era mío, sólo mío. Conteniendo la sonrisa al pensar en que tanto el asiento como el poder eran míos, subí despacio hasta el trono y me senté en él con cuidado de no cortarme con las puntas de las espadas.
-¡Eh, tú!-llamé a un criado que estaba allí. Él inmediatamente se inclinó en una reverencia-Trae aquí a Lord Renly, a Lord Stark, a Lord Baelish y a Lord Varys.
Sonreí al quedarme de nuevo solo y al ver cómo el criado se escabullía entre reverencias. Sí, podría acostumbrarme a esto… Para eso había nacido, de eso era de lo que estaba hecho, del material que hace que los demás tiemblen ante una sola palabra más alta que otra, del material que hace que todos obedezcan sin rechistar… De nuevo borré mi sonrisa cuando llegaron los miembros del consejo del rey, de mi consejo…
-Mis señores… Mi padre, Robert Baratheon, rey de los siete reinos de Poniente, ha muerto. Y ahora yo, Joffrey Baratheon, primogénito de Robert y Cersei Baratheon, soy Joffrey Baratheon, el primero de su nombre, rey de los ándalos, los rhoynar y de los primeros hombres, protector del reino y legítimo soberano de las tierras de poniente.-Nunca olvidaré las expresiones que había en sus rostros cuando terminé de hablar.
