HOTTER THAN A FEVER


Disclaimer: Los personajes no me pertenecen, son de la grandiosa Stephenie Meyer. Algunos –y se que notarás cuales, son de mi autoría. La historia me pertenece en su totalidad.


Todo por un champú


Bella POV:

—¿Estás segura, Rose? —pregunté a la persona al otro lado de la línea.

¡Claro! —Exclamó ella. Escuché como unas cosas caían y un "auch" proveniente de mi rubia amiga.

¿Rose? ¿Estás bien?

Sí, sí… ¡Mierda! —Un bufido por parte de ella y me solté a reír— No es divertido, Bella —se quejó—. Aún no sé porqué acepté a cuidar a tu estúpido perro.

—¡Oye! —Chillé— No es estúpido… y se llama King —señalé—, aparte, aceptaste porque me hace feliz y soy tu amiga —respondí resuelta.

Como sea —Rose dio el tema por zanjado pues sabía que ella pensaba que había temas más importantes que tratar. Como por ejemplo, la fiesta de hoy en la noche—, entonces Tanya y yo pasaremos por ti a las nueve ¿Te parece?

—¿Tengo opción? —bufé por lo bajo con resignación. Me senté en la cama a la cual ya se le sentían los resortes.

No, no la tienes… ¡Vístete lindo! —Aconsejó elevando la voz por el otro lado del móvil— ¡Oh! Y por cierto ¿Te podré llevar a tu bestia? No me lo tomes a mal, cariño pero…

—Seguro, te enviaré un mensaje cuando la señora West pase por la renta —aseguré. Además, yo extrañaba a King y no podía soportar un día más sin él—. Nos vemos en la noche.

¡Adiós! —Se despidió y colgó.

El día de hoy no había sido del todo bueno y rematar con asistir a una fiesta en la cual estaría rodeada por desconocidos, acentuaba la mala suerte de en el momento.

Extrañaba a King.

King era mi mascota, que más que una mascota era mi fiel compañero. Un Beagle de un año de edad. Realmente nunca lo dejaba con alguna otra persona pues estaba acostumbrada a tener a mi cachorro en casa. Más entre los veinte y veintidós de cada mes, la señora West, la dueña del edificio, venía a cobrar la renta y por lo tanto, daba una pequeña revisión a los apartamentos. Si es que así se le podía llamar a un piso con un millón de grietas y espacio apenas para una cama con resortes algo saltados. Más no podía quejarme pues aunque estuviese rompiendo una de las más importantes clausulas del reglamento, la señora West ignoraba de la existencia de King, así que funcionaba pues ni él ni yo pasábamos la noche en la calle. Teníamos comida, aseo y cama en dónde dormir y lo más importante, un lugar al cual llegar.

King podía ser algo ruidoso e inquieto dada su prematura edad y aunque los vecinos sabían de él, sabía que jamás abrirían la boca pues ellos tenían también cosas que perder. Como por ejemplo: La señora del doce tenía alrededor de cinco gatos, los cuales claramente estaban prohibidos en el edificio. John Bailey había sido el anfitrión de innumerables fiestas. El señor Miller fumaba sustancias ilegales en medio del pasillo y su apartamento era una total peste. El matrimonio del veinte además de ser las personas más ruidosas del universo, tenía dos cachorros recién adoptados. Y la lista seguía.

Prácticamente todos nos ayudábamos cuando de mentir a la señora West se trataba.

Usualmente una noche antes del veinte, dejaba a King encargado con Jasper, ya que sabía que la señora West no se tomaría la molestia de venir días antes de tal plazo pues muchos en este edificio trabajábamos al día y puede que otros tantos tuviésemos la renta hasta el día acordado. También, no era como si la anciana se arriesgara a pisar suelo de Mott Haven al menos que fuese necesario. Pero Jasper había tenido que salir de viaje por unos días gracias a su nuevo trabajo. Realmente no se podía dar el lujo de rechazar o aplazar las órdenes de sus jefes puesto que apenas llevaba unas semanas de empleado.

Y entonces sólo me quedaban Rosalie y Tanya.

Y realmente prefería encargar a mi pequeño con Rose a dejarlo con Tanya.

No es que le tuviese desconfianza a Tanya, pues aunque era un tanto especial, era buena chica. Sin embargo era demasiado descuidada y de esos posibles tres días como huésped, puede que King sólo comiese uno y todos los demás, husmease en el apartamento viendo que porquerías encontraba.

King estaba muy consentido y yo tenía la costumbre de prestarle toda la atención que podía. Primero era él, luego yo.

Así que Rosalie, aunque prácticamente odiaba a mi bebé por su hiperactividad y su excesiva necesidad de atención; aceptó cuidar a King por esos días.

Hoy estábamos a veintiuno y esperaba que la señora West viniese por su pago para llamar a Rosalie y decirle que era seguro traerlo.

Miré el reloj de pared que yacía en mi habitación y noté que aún faltaba mucho para que pudiese comenzar a arreglarme para la ansiada fiesta. Me levanté de la cama y me dispuse a arreglar un poco. Ordenar aquí, sacudir por allá. Sin embargo pronto me di cuenta de que no tenía caso tratar de entretenerme en ello puesto que acabaría demasiado rápido.

El piso constaba de un pequeño sala-comedor que prácticamente era, en resumidas palabras una mesa con tres sillas y un sofá mediano con una televisión pequeña sobre una mesita. También estaba la cocina y el baño… pequeños, claro. Había una especie de cuarto de lavado detrás de la cocina, que más que nada era un lugar para lavar y tender ciertas prendas, dado que sólo había un lavadero. Por obvias razones y falta de presupuesto, no había lavadoras o secadoras. Y por último estaba mi habitación. Bueno, nuestra habitación. El lugar en el que estaba mi cama y una pequeña y nueva cama para canes que había comprado con mi última paga, que claro; pertenecía a King. También había dos cajoneras en dónde guardaba mi ropa y un montón de libros acomodados sobre unas repisas.

No había nada más pues no necesitaba de nada más. Y King tampoco necesitaba de nada más.

Así que estábamos bien.

Unos golpes en la puerta me sobresaltaron. Rápidamente dejé los platos que lavaba y me apresuré a atender a las visitas. Rogaba porque fuese la señora West. Desde que había conseguido a King en aquel refugio de animales, odiaba estos días con toda mi alma pues nunca, nunca me separaba de él. Claro, a excepción de mis horas de trabajo.

Abrí la puerta y me fijé en quien estaba del otro lado de ésta.

La pulcra imagen de la señora West resaltaba de entre toda la porquería de la cual el edificio estaba hecho y decorado. Vestía un traje lila que consistía en falda y saco. Su blusa era floreada en varios tonos de morado y unos toques blancos por aquí y por allá. No me fijé en más pues estaba segura de que si seguía, vomitaría arcoíris o algo así.

—Buenas tardes, señora West —saludé con una fingida pero bien actuada sonrisa. Ella me regresó una más fingida aún y sólo asintió sin saludar.

Como al parecer, su rutina dictaba, se fijó disimuladamente en todo más allá de la puerta. Su mirada recorría el apartamento como si de un minucioso examen se tratara. Al ver todo en orden, sonrió satisfecha y me miró.

—Espero que todo esté en orden, señorita Swan —su voz era como de esas señoras de película. Todas estiradas y con acento cantarín. Algo que obviamente, no iba con éste lugar—. Y espero también que, tenga el dinero de la renta a tiempo.

—Claro —dije con satisfacción. Nunca había quedado mal en cuanto a los pagos de la renta se refería. Sabía que la dueña del edificio era un tanto especial y no quería tener problemas. Me acerqué a la mesita en la cual yacía la televisión y tomé un pequeño jarrón que estaba a un lado de ésta. Saqué lo del pago del mes y escondí el resto. Cuando me giré para entregar el dinero, me encontré con que la señora West había pasado al apartamento y ahora examinaba cada una de las cosas que tenía en él. Por su rostro podía adivinar que no había problema alguno. Sonreí internamente—. Aquí tiene —extendí el dinero hacía ella y ella lo tomó, lo contó rápidamente y lo guardó en su bolso a juego.

—Me alegra que todo esté en orden y que sigas siendo puntual, Bella —elogió, más antes de salir, giró sobre sus talones y me miró ceñuda. Sentí mi sangre irse del rostro. ¿Había notado algo? ¿Había decidido echarme? ¿Había hecho algo mal?— Dime Bella… ¿Sabes a que se debe la peste frente al pasillo del dieciocho? —preguntó con sencillez. Pronto sentí que volvía a respirar con facilidad y que el color volvía a mis mejillas. Esperaba que no hubiese sido tan evidente mi pequeño susto.

Fruncí los labios fingiendo pensar en alguna respuesta lógica, más no había mucho que pensar, sabía que se debía a la posible cocaína o veneno para ratas que se fumaba el inquilino de ahí. En realidad, pensaba en una excusa que pasara como buena, creíble y lógica respuesta.

—Tal vez será la humedad —me aventuré a decir—, en estas temporadas de intensas lluvias la humedad se trasmina, y dado el encierro de tal pasillo, puede que huela algo desagradable.

Ella se quedó pensativa mientras asentía de acuerdo. ¡Buena respuesta, Bella!

—Sí, sí, puede ser —aceptó. Salió de mi apartamento y se despidió con la mano—. Como sea, veré que hago al respecto. Hasta el próximo mes, Bella.

—Hasta luego, señora West —me despedí de la misma manera. Esperé a que la señora desapareciese por las escaleras antes de cerrar la puerta y recargarme contra esta.

Respiré tranquila y una sonrisa se formó inconscientemente sobre mi rostro. Corrí hasta la habitación y tomé el móvil el cual había dejado sobre la cama. Rápidamente escribí el mensaje.

"La señora West ya ha venido por su dinero, espero a mi bebé hoy por la noche. :D

Bella."

Rápido recibí una respuesta por parte de mi rubia amiga.

"¡Vaya! Me gusta King… pero más si está lejos de mis zapatos. Creo que lo extrañaré, pero por favor, no lo vuelvas a dejar aquí. ¡Besos!

Rose."

Reí y dejé mi móvil caer a la cama una vez más. Miré el reloj y suspiré con pesadez al ver que apenas eran las cinco. Fruncí el ceño y con decisión tomé la toalla para darme una ducha. Aún faltaban cuatro horas, pero a la tan evidente sobra de tiempo, decidí poner algo de empeño en mi imagen para la fiesta de hoy. Eso me llevaría al menos unas cuantas horas si es que realmente quería impresionar. No es como si lo desease, más estaba segura de que si no hacía nada a la de ya, terminaría dormida a causa del aburrimiento.

Lavé mi cuerpo con ímpetu. Aún sentía aquel olor a grasa de la cafetería en la que trabajaba incluso cuando me había duchado con el mismo ímpetu al llegar a casa, después de terminar mi turno matutino. Sin mucha delicadeza, tallé mi cabello y apliqué el acondicionador de arriba abajo para evitar que mi cabello se ondulara. Cuando me sentí completamente limpia y sin rastros de grasa o de piel pegajosa, salí de la ducha.

No sabía con exactitud cuánto tiempo había gastado ahí adentro. Seguramente las campañas ecologistas o algunos locos integrantes de Greenpeace estarían listos para atar mi cabeza en lo alto del Empire State Building por tan enorme desperdicio de agua.

No me preocupé.

Sequé mi cabello lo más que pude con la toalla y lo dejé suelto para que se terminara de secar. Caminé con pereza por la habitación, aún con la toalla envuelta a mí alrededor, me tiré a la cama. De pronto no tenía ganas de ir a esa tonta fiesta.

Tanya había conocido a unas chicas en una tienda departamental. Habían congeniado al instante cuando Tanya les había aconsejado… no, ¡Prohibido! Comprar el champú que tanto habían estado anunciando en la televisión. Había elogiado el cabello de una de ellas y le había dicho con voz profesional, que era demasiado lindo para arruinarlo con productos comerciales. Casi metió su favorito en el carrito de las chicas y se fue. Por azares del destino, días después las volvió a encontrar en una zapatería del centro comercial. Una de ellas, le agradeció con fervor el haberle aconsejado aquel producto que, según Tanya, jamás se imaginaría que dejaría el cabello así de sedoso dado su económico precio. Tanya agradeció de manera modesta alegando que sólo había salvado un cuero cabelludo más. Fueron a tomar un café, intercambiaron números y se quedaron de ver después.

Hoy por la mañana, Tanya había recibido un mensaje de una de ellas, diciendo que harían una fiesta por el cumpleaños de uno de sus mejores amigos. Ella era la organizadora y quería a Tanya ahí. Tanya preguntó si podría invitar a sus dos mejores amigas y las chicas con gusto aceptaron.

El problema era que yo era una de esas dos mejores amigas y nadie me preguntó a mí si aceptaría o no.

Aunque, conociendo lo insistentes y perseverantes que eran Tanya y Rosalie… lo mejor sería no considerar segundas opciones.

Me levanté de la cama y me propuse a husmear en las cajoneras para encontrar algo que me complaciera y que claro, complaciera a mis amigas. No es como si me agradara eso de ir por la vida con trapos que no tenían ni chiste ni sentido. Me gustaba verme bien porque eso me hacía sentir a gusto conmigo misma. Más para desgracia de mis amigas, mi estilo era sencillo, cómodo y discreto. Unos lindos jeans, una linda blusa y unos lindos zapatos de piso no bastaban para ellas. Aunque fuesen lindos, por supuesto.

Para Tanya y Rosalie la moda iba sobre tacones. Y era obvio que teníamos que ir sobre la moda… palabras exactas de ambas.

Así que para ahorrarme las miradas reprobatorias, los comentarios fuera de lugar y uno que otro bufido, opté por un vestido color rojo, ceñido al cuerpo. Con la espalda descubierta, tanto que te obligaba a no usar sostén, si no querías arruinar la vista. Llegaba a medio muslo, me hacía ver significativamente más alta y era de manga larga. Era perfecto.

La realidad era que no podía aceptarlo en voz alta, pero amaba, amaba este vestido. Sólo lo había usado una vez, pero tengo que decir que, desde que Rose me lo obsequió en mi cumpleaños pasado, fue amor a primera vista.

Lo acompañé con unos tacones negros de altura infernal y un cinturón a juego.

No quería ser ególatra ni mucho menos atribuirme flores que no eran mías, pero en realidad me gustaba la imagen que veía en el pequeño espejo de mi habitación. Y aún no me había peinado ni maquillado.

No quería arruinar el máximo tributo del vestido; el que te dejase la espalda al descubierto, por lo que opté por levantarme el cabello en un firme, sencillo pero bonito amarre.

Delineé mis ojos con extremo cuidado y agregué mascara a mis pestañas. Mis ojos se veían más grandes, cosa que, sin duda, me agradó. Sólo lo complementé con un poco de lip gloss ya que el maquillaje en los ojos era poco sutil, no quería parecer demasiado cargada con color en los labios o en las mejillas. El vestido, los ojos y los tacones, hacían suficiente.

El reloj daba las ocho con veinte. Acomodé un poco mi cabello y dejé caer unos mechones para que el peinado no se viese tan prolijo. Escogí un bolso de mano color negro con algunas vistas en lentejuela que me habían regalado Tanya y James la navidad pasada.

Tenía que aceptar que, me encantaban los regalos de mis amigos.

Con Rosalie y Tanya como amigas, jamás podrías usar la frase: No tengo nada que ponerme.

Metí las llaves, mi móvil, algo de maquillaje como gloss y… sólo gloss.

¡Y estaba lista!

No tenía que hacer nada más que esperar a mis amigas.

Afortunadamente no tuve que desvestirme y vestirme de vuelta sólo para saciar el aburrimiento, pues casi a los diez minutos, unos golpes en la puerta me anunciaron la llegada de las chicas. Y lo más importante.

De King.

Abrí la puerta casi al instante y un hiperactivo can, que jalaba la correa que Rosalie traía; me recibió.

—¡Bebé! —Salté a recibirlo con un pequeño abrazo.

—¡Bella! Arruinarás tu vestido —Tanya me apartó de King, con fuerza.

—No lo he visto en…

—Dos días, Bella —completó Rosalie. Fruncí el ceño y le quité la correa a Rose, para después, desatarla del collar de King.

—Déjame, es mi bebé —gruñí.

Tanya y Rose suspiraron al mismo tiempo.

—Lo sé, pero no arruines tu hermoso atuendo —insistió Tanya, quien me tomó de los hombros para encararla. Solté a King y él se fue de inmediato a la habitación—, qué déjame verlo… ¡Es hermoso! Estoy tan orgullosa —chilló, limpiando una lágrima imaginaria.

Rose veía todo con diversión, pero aprobación en la mirada.

—¡Estás perfecta, Bells! —elogió Rosalie.

—Gracias —musité en voz baja.

A pesar de que mis amigas eran, las más hermosas chicas que habría visto jamás, nunca me había sentido intimidada. O menospreciada, cosa que ellas admiraban dado que amaban hacer menos a otras chicas. En especial cuando se metían con lo suyo o simplemente, eran desagradables a sus ojos.

Muchas veces me habían dicho que, yo realmente estaba a su altura. Lo que me hacía pensar… ¿Tan elevado tenían el ego mis amigas? Honestamente, no las podía culpar si levantaban suspiros a cada paso que daban. Al final de cuentas, así eran ellas, así las quería.

—¡Bien! —Tanya se apresuró a salir del apartamento— ¡Es hora de la fiesta, chicas! —Chilló y se apresuró a bajar los escalones.

Yo rodé los ojos y Rose rió. No sabía si por la reacción de Tanya o por la mía. Rosalie se acercó y me arregló un poco el cinturón.

—Me alegro que te lo hayas puesto —me felicitó.

En ese momento noté que ella, traía puesto un vestido verde botella de manga larga, más los costados tenían unas aberturas, lo que hacía que se viese sexy, pero no vulgar. Sonreí.

—En realidad, me gusta mucho este vestido —acepté—. Y también el tuyo, es muy lindo.

—Gracias.

Serví algo de agua y comida en los trastos de King y los dejé en la sala. Él ya sabía en dónde comer y en dónde hacer sus necesidades. Dejé abierta la puerta trasera, la cual daba al "cuarto de lavado", por si a King le apetecía dejar una de sus gracias, dejé prendida una lámpara de pilas en la sala y me fui a despedir de King.

La habitación estaba a oscuras, pero la luz de la calle alumbraba lo suficiente para no caer en las penumbras. King estaba echado en su cama. Apenas me asomé y él me notó; paró sus orejas. Pero poco después, como si de una decepción se tratase, volvió a su perezosa postura. Bufé y agité la mano para despedirme antes de salir de la habitación.

—No quiero ni pensar, en cómo serás cuando tengas hijos —bufó Rose.

Me encogí de hombros. No quería pensar en aquello ahora, realmente, me causaba escalofríos. No podía pensar en un futuro más allá del día siguiente. No me veía en una casa digna de una familia verdadera o fuera de este peligroso lugar.

—Te lo he dicho, Rosalie —le señalé con el dedo índice, mientras tomaba mi bolso con la otra mano—, King es mi bebé, así que no digas más respecto al tema.

Rosalie rió, pero calló.

Salimos del apartamento y bajamos los escalones. Me lamenté en ese momento, vivir en el tercer piso, pues aunque no eran demasiadas escaleras, el bajarlas con tacones duplicaba la distancia. Al llegar abajo, rápido vislumbramos el descapotable de James, con Tanya al mando.

Subimos y Tanya puso el auto en marcha.

—¿Y James? —pregunté al ver que, aunque su novia traía su auto, él no venía en éste. Era extraño puesto que James era muy celoso con su novia… sin contar que, se anotaba a cualquier fiesta a la que Tanya fuese.

—Ya sabes… haciendo cosas de James —contestó Rosalie, rodando los ojos.

Reí. No había que preguntar más para saber. James era un chico misterioso con aire de peligro, más al tratarse de su novia y sus amigas sabíamos de qué se trataba el asunto cuando se decía En sus cosas.

En realidad, no sabía del todo a qué se dedicaba James. Lo único que, en serio sabía con certeza, era que estaban implicados las armas, las drogas, elementos robados y muchas, muchas otras cosas ilegales más.

El camino a Manhattan, en dónde tenía entendido era la fiesta, transcurrió en silencio.

—¿Al menos llevamos regalo? —indagué.

Rosalie, quien iba en el asiento del copiloto, se giró para asentir con la cabeza.

—James nos ha conseguido un bonito reloj —saltó en su lugar.

Me encogí de hombros y me dispuse a jugar con mi móvil para aguantar el resto del camino.

—¿Y sabes cómo se llama el festejado? —pregunté de nuevo.

—Jacob —respondió Tanya esta vez—. Bella ¿Podrías dejar de hacer preguntas tontas y simplemente prometerme que disfrutarás de la fiesta?

La miré ceñuda por el espejo retrovisor. Ella enarcó una de sus perfectas y muy delineadas cejas.

—Podría intentarlo —escuché bufidos por parte de las rubias.

El viaje siguió en silencio.

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.

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Llegamos a una especie de gran y lujoso vecindario. Y por si las grandes casas y los lujosos autos no fuesen demasiado, Tanya se detuvo frente a un portón a lado de una caseta. Más allá se veían más y más casas, por lo que supuse que más allá del portón estaría la gente estúpidamente millonaria… por dos. Lo que parecía ser un oficial, salió de la caseta.

—Buenas noches, señoritas —saludó muy amablemente el uniformado, examinándonos.

—Buenas noches, señor —saludó Tanya de vuelta. Rosalie murmuró un saludo similar y yo solo asentí con una sonrisa amable—. Venimos a la fiesta en la casa los Cullen —anunció Tanya con voz firme—, somos Tanya, Bella y Rosalie… estamos en la lista… ¡Oh! Y tenemos la clave sesenta y dos.

Me sorprendí por la seguridad del lugar. Probablemente las personas de ahí adentro tenían billetes de cien dólares como papel higiénico. El oficial miró en su lista y asintió para después meterse en la cabina y –supongo mandar a abrir el portón.

—Que pasen buena noche —recomendó muy amablemente.

—Gracias —dijimos al unísono. Tanya puso el auto en marcha una vez más.

Miré a Tan con incredulidad.

—¡Mierda! No sé cómo las conociste en una tienda departamental… las chicas esas tienen pinta de tener personas que tengan personas para hacer eso —bufé, ganándome las risas de Rose—. ¡Y aún ni las he conocido!

—Bella, Bella… no te vayas por los estereotipos —Tanya agitó su mano, despreocupadamente—. Puede que ellas sean lo suficientemente capaces para ir y comprar su champú.

—Da igual —resolví.

—¡Oh! Y recuerden —nos dijo a ambas cuando nos acercábamos a la fuente de la estridente música—, Alice es la chica bajita con cabello corto y Angela la más alta con cabello castaño.

—Bien —acordamos Rose y yo.

—Jacob es el festejado ¡Y tiene novia! —amenazó a Rose. Reí—. Leah… no se qué —Rosalie se encogió de hombros.

—No será problema.

Una gran casa se veía al fondo. La casa no tenía cerca o un portón como el de la entrada al estacionamiento. Solo una gran distancia que recorrer desde la calle hasta la… mansión. Si, ese era el término más apropiado. El camino constaba de dos carriles, suponía uno de ida y otro de venida, ambos separados por una extensión de pasto. Autos y autos estacionados al filo de la banqueta e incluso en los carriles para llegar a la mansión.

—Tanya, creo que será mejor dejar el auto por acá —sugirió Rosalie—, al parecer todo al frente está… atestado —yo hice una mueca. Odiaba los lugares así, era por eso que no me gustaban las fiestas.

O los clubes nocturnos. O los conciertos. O cualquier lugar en el que hubiese mucha, mucha gente. Me engentaba y comenzaba a hiperventilar.

—Sí, creo que será mejor.

Mi amiga se estacionó en uno de los carriles, entre un lujoso auto negro y un llamativo convertible amarillo. Cerró el auto una vez que las tres salimos de éste, aunque claro, yo no le encontraba el objetivo a eso dado que el auto era descapotable. Aunque provista la seguridad del lugar, sería una grosería que se robaran el auto o algo así. No para nosotros, sino para la reputación del lugar.

Comenzamos a caminar rumbo a la gran mansión. Eran solo unos cuantos metros. Apenas iba a preguntar algo, para romper el silencio, cuando un chillido de Tanya me sacó de mis cavilaciones.

—¡Alice, hola! —Exclamó mi rubia amiga, llamando la atención de varios.

Una pequeña y menuda chica que vestía ropa al parecer muy cara y a la moda, miró a Tanya. Sonrió al instante y corrió a su encuentro, saludándola con un efusivo abrazo.

—¡Tan, hola! —Saludó de vuelta.

—Oh, amo tu vestido… ¡Lo vi en la edición de Cosmo! —Chilló. Pareciera que Alice acababa de recibir el mejor elogio de su vida, pues sus ojos brillaron como pequeña en navidad.

Su vestido corto color marfil era elegante, sexy y ¡Diablos! Era uno de esos que hasta chicas como yo querría tenerlo en su guardarropa.

—Sí, sí… lo vi y dije ¡Tiene que ser mío! —exclamó la chica algo arrogante. Supuse que aquello era normal en su estilo de vida.

Alice miró por encima del hombro de Tanya y nos miró expectantes. Yo sonreí en forma de saludo y ella me devolvió la sonrisa. Pareciera que aquello actuó como látigo en el letargo de Tanya, ya que se giró sobre sus talones y casi arrastró a Alice hacía nosotras.

—¡Oh mira! Ellas son Bella —me señaló y murmuré un leve "hola"— y Rosalie —señaló a la susodicha y ésta saludó de la misma manera que yo.

Alice en cambio se acercó y nos dio un beso en la mejilla a cada quien.

—¡Es un placer conocerlas! —Exclamó— Tanya me ha hablado mucho de ustedes… por cierto —esta vez nos miró a las tres—, amo sus vestidos… lindo escote, Bella —loó.

—Gracias —correspondí con honestidad, levantándome un poco el ego dado el cumplido.

—Es una lástima que Ang no pueda estar con nosotros —su voz se afligió por unos segundos. Tanya le miró con los ojos muy abiertos.

—¿Ha pasado algo malo? —preguntó con verdadera preocupación en la voz.

—No, no, no —agregó Alice rápidamente—. Es solo que ha tenido asuntos familiares que atender afuera del país —explicó—. Pero ya nos las arreglaremos sin ella —finalizó, guiñándonos el ojo— ¡Vengan! Les presentaré a Jake.

Aquí venía lo incómodo. Asistíamos a una fiesta sin ser invitadas directamente. Ni conocidas. ¿Y ahora pretendía que conociéramos al chico? Lo que esperaba, realmente, era pasar desapercibida.

—¡Sí! Le hemos conseguido un regalo —dijo Tanya mientras comenzábamos a caminar. Ingresamos a la casa y tratamos de no perdernos mientras seguíamos a Alice.

Si afuera no cabía ni un cuerpo más, era porque efectivamente adentro iba a reventar.

—¡Oh mira, ahí están! —Miré en su dirección y visualicé a un chico de piel morena.

Sus grandes brazos estaban alrededor de los hombros de una chica de cabello corto y piel olivácea. Hacían linda pareja pues se parecían físicamente y en presencia. Ellos charlaban con un chico alto y de piel casi blanca, era grande y fornido y sonreía de manera infantil. A un lado de él, estaba un chico un poco más bajo y joven que el último, sin embargo no por eso dejaba de ser alto. Tenía su cabello desordenado y sonreía de lado. Era muy apuesto.

No supe en qué momento llegamos frente a ellos.

—Hola, Jake —saludó Alice llamando la atención del chico moreno—. Mira, te presento a Tanya, Bella y Rosalie —dijo señalándonos a cada una. El chico nos miró y nos saludó amablemente. Lo saludamos igual—. Son las chicas de las que les hablé —esta vez, generalizó.

—¡Cierto, cierto! —Bramó el grandulón— Ella simplemente no dejaba de hablar de ti —él señaló a Tanya y ella sonrió. Sabía que era porque, inconscientemente ya se había vuelto el centro de atención de la conversación. Al menos por unos momentos—, soy Emmett —estiró su mano y la estrechó con Tanya, luego conmigo y después con Rose.

A esta ultima la miró de manera sugerente, haciendo que Rose se regodeara.

—Y yo soy Edward… ya que nadie me presenta —murmuró esto último hacía su hermana. Reímos y el saludamos.

—Y yo Leah —la chica se hizo notar, dándonos una sonrisa amable—. Espero disfruten la fiesta.

Me sentí más incomoda aún, pues no sabía si lo decía sarcástica o amablemente.

—Gracias… ¡Oh por cierto! —Tanya le extendió a Jake una cajita con un moño azul— Feliz cumpleaños de nuestra parte.

Jake tomó el regalo y nos miró con agradecimiento.

—No tenían porqué.

—Oh, no es nada —se resolvió Rosalie.

Sí, literalmente no era nada.

Noté hasta ese momento, que casi no había hablado. Probablemente porque temía decir algo inapropiado o no poder captar alguna ofensa y quedar como idiota. No tenía el mismo carácter que las chicas, eso era obvio. Pues aunque no era alguien sumisa, tampoco podía compararme con la actitud de mis amigas.

—Entonces ahora que han pagado la cuota —habló Emmett, mirando al regalo— ¡Disfruten de todo el alcohol que puedan!

Negué con la cabeza y reí junto con el resto.

Tal vez eso haría. Hacía mucho que no salía a una fiesta. Una buena fiesta realmente. Me había preocupado demasiado por el trabajo y las cuentas en estas últimas semanas, que me había olvidado por completo de mi vida social.

Aunque tampoco es como si tuviese una vida social muy activa.

— ¿Señorita? ¿Me haría usted el honor? —Emmett invitó a Rosalie a bailar de una manera que hizo a mi amiga sonrojarse. Sonreí para mis adentros. Rosalie solo se hacía la chica dulce para así tener al chico en sus manos.

Y desde que habíamos visto a Emmett, ya sabía que lo tenía marcado como suyo.

—Iré a buscar algo de tomar —anuncié a Tanya después de que Rosalie aceptó bailar con Emmett y Jacob y Leah desaparecieron.

—Claro, cariño. Claro —respondió ella, más interesada en la conversación que tenía con Alice que en mí.

Bufé y me alejé de ahí.

Una especie de barra estaba dispuesta al fondo de la habitación, así que me dirigí ahí y me recargué en esta, esperando a ser atendida.

Un joven rubio y uniformado, me preguntó que quería tomar. Más antes de que respondiera, alguien habló por mí.

—Dos Blue Lagoon*, por favor —el barman se alejó y yo miré hacía mi derecha en busca de quien había interrumpido mi orden.

El chico guapo que nos habían presentado, estaba ahí. Edward.

Rodé los ojos por lo hijo-de-papi que era la bebida que había pedido. Sus intentos de coqueteo se estaban yendo al vacío justo antes de entrar en acción.

—Pude haber pedido por mi misma ¿Sabes? —elevé la voz un poco, para que me escuchara por sobre toda la música estridente.

El muy desgraciado solo rió de manera socarrona.

—Lo sé, pero supuse que esto sería lo más cercano a invitarte un trago —se excusó.

El mesero se acercó y le dio los dos vasos prolijos con el líquido azul a Edward. Esto era tan a la Chuck Bass.* Le di un trago a la bebida solo para no parecer tan interesada en su elección, sin embargo hice una mueca cuando el líquido recorrió mi garganta.

—Has fracasado, amigo —dejé el vaso ahí y me alejé.

Una voz en mi cabeza me decía: ¡¿Estás loca?! El chico probablemente quiere coquetear contigo… ¡El chico estaba coqueteando contigo y tú te vas porque odias la bebida!, pero la ignoré porque por muy guapo que fuera, sería una total pérdida de tiempo.

Ese tipo de chicos, me aburría… en serio me aburría.

La música me estaba desesperando un poco, así que decidida a salir a tomar aire, comencé a buscar alguna puerta lateral. Una mano me tomó por el brazo. Cuando miré quien era, me abstuve de bufar.

—¿Hice algo mal? —preguntó Edward con el ceño fruncido.

Seguí buscando la salida.

—No… creo —dudé—. Solo fuiste algo-muy mimado y todo eso.

—¿Es por la bebida? —preguntó con humor. Lo miré enarcando una ceja y el calló abruptamente— Quise decir, es lo que se supone que a ustedes las chicas les gusta.

—Alto ¿A nosotras las chicas? —pregunté mirándole divertida.

—No me digas que eres transexual porque me tiraré del balcón —siseó Edward con los ojos entrecerrados.

Reí fuertemente, incluso noté que algunos me miraron raro. Los ignoré.

—Estoy segura de que hay una vagina entre mis piernas —declaré.

—¡Bien, bien! —Alzó ambas manos haciendo que parara— Ya sé mucho… ¿Y qué jodidos haces? —supuse que se había dado cuenta que buscaba algo.

—¿Hay alguna manera de salir y tomar aire fresco sin pasar por todo el alboroto del recibidor? —cuestioné.

—Eh… sí, creo —tomó mi muñeca y me jaló por entre la multitud.

Al final llegamos a lo que era la cocina. No paramos ahí y me dirigió a una puerta que estaba al fondo de esta. La abrió y me dio el paso para que saliera. Un gran y hermoso jardín se extendía más y más ante mis ojos. Supuse que sería el jardín trasero. O contando la magnitud de la gran mansión, uno de los jardines traseros.

—Gracias —dije cuando salí de la cocina— lo necesitaba.

El ruido aunque aún era fuerte y taladrante, ya no era tan insistente. Estaba segura de que mis tímpanos amaban a Edward en estos momentos.

Era extraño parecer tener tanta confianza con aquel hombre que acababa de conocer y que había coqueteado conmigo… con resultados fallidos. Sin embargo, no tenía miedo en presencia de un desconocido. Estaba seguro de que si él intentaba algo, a él le iría mucho peor.

—Entonces… ¿Puedes explicarme porque dejaste mi Blue Lagoon ahí? —su curiosidad e instancia se me comenzaban a hacer tiernos.

Comenzamos a caminar y supuse que tal vez, rodearíamos la mansión. Eso nos tomaría tiempo.

—¿Intentabas coquetear allá adentro? —pregunté, mirándolo con burla.

Él en cambio, frunció el ceño.

—Creo que no funcionó.

Reí ruidosamente.

—No, las bebidas que dicen por si solas "tengo-un-yate-en-Ibiza" no son mi tipo —expliqué.

—Mi yate está en la costa —miré a Edward y me topé con una sonrisa relajada y divertida.

Me gustó.

—Sí, bueno… eso tampoco lo es.

—Oh, supongo que eso es bueno pues no tendré que fingir que prefiero whiskey en un vaso del tamaño de mi pulgar a tomarlo directamente de la botella —una vez más, reí por su explicación.

Si el chico era así, estaba dando resultados. Me agradaba más esta faceta que la de chico salido de Gossip Girl.

—No me importa si bebes de la botella —me encogí de hombros—. Puede que piense que es sexy e incluso lo haga algunas veces —expliqué, fingiendo desinterés.

Llegamos a lo que era una especie de estanque. Edward se adelantó y se sentó en el borde. Lo seguí. Para ese punto, la música se escuchaba muy, muy lejos y ya no era necesario elevar la voz para que nos escucháramos el uno al otro. De pronto, un silencio incómodo se coló entre nosotros dos. No hablábamos, solo nos mirábamos furtivamente.

Y no era agradable.

—Creo que regresaré allá adentro para despedirme —anuncié, poniéndome de pie.

Él hizo lo mismo rápidamente.

—¿Qué? ¿Te vas ya? ¿Por qué? —habló tan rápido y casi desesperado que me hizo fruncir el ceño.

—Porque para empezar, ni siquiera quería venir.

—Oh, sí… bien, te acompaño —propuso.

—Bien.

Nos pusimos de pie y caminamos de regreso a la puerta trasera. Atravesamos la cocina e ingresamos al lugar en dónde el gentío bailaba, bebía… y tenían sexo en las paredes. Aún con los tacones, traté de ponerme de puntitas para buscar alguna cabellera rubia.

Error.

Me topé con al menos once chicas rubias y ninguna de ellas era Tanya o Rosalie. Edward seguía detrás de mí y en cierta manera se lo agradecía, pues servía de escudo contra los empujones.

—¡Edward! —Escuché a mis espaldas e instintivamente volteé para encontrarme al cuello de Edward siendo acorralado entre los brazos de… sí, una rubia.

—Hey, Lauren —dijo él sin mucho ánimo, cuando se pudo zafar del agarre.

—¡Te he estado buscando! —Chilló de vuelta. Me acerqué un poco más… disimuladamente. La música no me dejaba escuchar del todo bien y no sabía porque jodidos me veía en la necesidad de escuchar su conversación— ¿En dónde estabas, eh? —ella trató de ser sexy, picándole un brazo.

Reí internamente. Pobre chica.

—Eh… sí, estaba con una… amiga por ahí —me miró y rápidamente me jaló de la mano para quedar a un lado de él—. Lauren, ella es Bella. Bella, Lauren —nos presentó.

—Hola —saludé no sabiendo muy bien que decir o hacer. Conocía al tipo desde hace una hora más o menos.

—Oh, hola… —Lauren me miró de arriba abajo sin prestar mucho interés. Después regresó su vista a Edward— Y… ¿Quieres bailar? —propuso alzando ambas cejas, sugerentemente.

Él fingió decepción. ¡Fingió! Y la estúpida chica no se dio cuenta. Ahora comprendía porque Rose y Tanya odiaban a las rubias siendo ellas unas. Las dejaban en rídiculo.

—No puedo ahora, le prometí a Bella que bailaría con ella —me tomó de la cintura y me acercó más. Sus manos rozaron mi espalda descubierta y se sintió genial—. Tal vez nos veamos después… ¡Adiós! —Edward se alejó conmigo antes de que Lauren pudiera responder algo.

Nos acercamos a la pista de baile y él se posicionó frente a mí, tomándome de la cintura.

—Oye, oye, oye —lo interrumpí— ¿Qué no solo fingías para deshacerte de Lauren? —pregunté tratando de soltarme de su agarre. Él no cedió.

—Sí… pero por si las dudas —se encogió de hombros y rodé los ojos.

—¿No recuerdas eso de "quiero irme ya porque no quería venir"? —pregunté retóricamente.

—¿Y tú no recuerdas que no has encontrado a tus amigas? ¿Cómo te piensas ir? —preguntó de vuelta.

No había notado que habíamos empezado a bailar.

—Pues… tomaré un taxi y ya —expresé resuelta.

—Uh… no lo creo —frunció el ceño—. Baila conmigo y te llevaré después.

—Estoy bailando contigo —recalqué lo obvio.

El rió.

—Bueno, entonces no te vayas —repitió como por cuarta vez en la conversación—. Pásatela bien ahora y te llevaré después.

—Me la paso bien ahora, dejas de hablar y después me ayudas a buscar a mis amigas —ese era mi trato y no lo iba a cambiar.

Supuse que vio algo en mi rostro porque, no dijo nada más.

—Hecho.

Continuamos bailando muy pegados. Él era buen bailarín de ese tipo de música. Era sensual, atrevido y guiaba a su pareja, o sea yo, para que su baile tuviese las mismas características. Aunque tampoco es como si yo fuera una pésima bailarina. Si, no me gustaban mucho las fiestas. Pero las podía soportar. Así que iba a algunas y no ignoraba la música que se bailaba en ellas.

En una de tantas, entre paso y paso, me acerqué y pasé mis manos por su cuello. Me pegué más a él y él me tomó más fuerte de la cintura. Olía mejor de lo que se veía.

No sé, realmente que me impulsó a hacerlo. Tenía esa estúpida regla de: Si no quieres que te traten como puta, no seas una puta. Y con eso venía incluido el prohibido besar cuando apenas lo conoces.

Pero probablemente no nos veríamos jamás y él era quien había comenzado con el coqueteo. Aparte, sus labios estaban tan cerca de mí. Sentía su respiración en mi cuello y solo tenía que girar la cabeza unos centímetros para alcanzar sus labios. Se lo atribuía a que no follaba desde hacía semanas. Tampoco era una ninfómana, pero una vez que pruebas el sexo te sostienes de ciertas necesidades.

Me alejé un poco solo para verlo directo a los ojos. Noté que eran claros. Profundos. Y muy bonitos. Sonrió de lado.

Maldito idiota, me estaba resistiendo y él no ayudaba.

Me acerqué un poco más. Mi mirada iba de sus ojos a sus labios y viceversa. Él tendría que haber sido muy imbécil para no darse cuenta de mis intenciones.

No supe cómo, pero casi sin esperarlo, sus labios estaban ya sobre los míos.

Y mierda, se sentían mejor que… que cualquier otra persona a la que habría besado.

Eso me hizo preguntarme acerca de que tan experto era en la materia. Pero me abofeteé mentalmente y me decidí a disfrutar del beso. Sus labios se movían con maestría y los míos solo le seguían el juego.

De la nada sentí una pared a mis espaldas y él me empujó contra ella para recargarme. Su lengua pasó por mi labio inferior y yo, como toda persona culta y difícil… le cedí el permiso. Entreabrí mis labios y previamente de que pudiera hacer algo más, su lengua invadió mi boca.

Y casi me vengo.

El chico era un Dios en lo que hacía. Podría levantarme todas las mañanas con sus besos y dormirme todas las noches con ellos. Gemí, lo que solo hizo que él apretara más sus brazos en torno a mi cintura.

Yo solo quería envolver mis piernas entorno a su cintura y apretarlo contra mí. Embestí mis caderas contra él y gimoteé al darme cuenta que algo crecía entre sus piernas. Me separé para tomar aire. Lo miré una vez más. Esta vez sus ojos estaban algo dilatados y brillantes. Sus labios hinchados y sus mejillas algo sonrojadas. Supuse que él sentía él mismo calor que yo, ya que si su creciente bulto no me lo confirmaba, sus mejillas lo hacían.

Era el momento perfecto para salir de ahí con una excusa tan tonta como un: "¡Lo siento! Fue un error." Pero, mierda que no lo era. Un beso así jamás podría serlo. ¿Y que si pesaba lo que fuera de mí? ¿Cuándo me había importado? Sabía lo que probablemente yo era para él, su chica de turno. Pero ¿Quién decía que él no era eso para mí también? No quería escapar y no quería que él escapara. Me había dejado demasiado caliente como para hacerlo o como para pensar claramente.

Tampoco culparía al alcohol pues apenas le había dado un trago a una bebida cliché… y él aliento de Edward sabía a todo lo maravillosamente existente en la tierra, menos a alcohol.

Así que él estaba consciente de lo que hacíamos.

Lo tomé del cuello de su camisa y lo acerqué para otra sesión de besos. Él no se resistió, pero al cabo de unos segundos, se separó.

—Vayamos arriba —sugirió.

Asentí aún con mis brazos en sus hombros.

Él soltó mi agarré y tomó mi mano entrelazando nuestros dedos. Todo estaba muy oscuro y apenas podía ver por dónde iban mis pasos. Edward, una vez más, me guiaba. Tropecé con un pequeño desnivel de la casa a lo que él volteó y me miró con burla. Fruncí el ceño y seguí con mi camino. Usualmente no era torpe, pero con desniveles desconocidos, tacones y piernas temblorosas por lo que se avecinaba, a cualquiera le podría pasar.

Subimos las escaleras que, al parecer nunca terminaban. Edward fue frente a mí todo el camino y cuando la luminosidad fue suficiente, me dejó una gran vista de su trasero. Mordí mi labio inferior.

El piso de abajo estaba casi en penumbras, así que cuando llegamos al piso de arriba, fue un cambio drástico. Todo el pasillo estaba iluminado. Aún había gente acá arriba. Parejas besándose en las paredes y otros haciendo cosas que se deberían de hacer en una habitación. Probablemente seríamos los siguientes en añadirnos a la lista de sexo en la fiesta pues parecía una fiesta de adolescentes hormonales. No pensé más de eso ya que, prácticamente yo era una de esas adolescentes hormonales. Llegamos al fondo del gran pasillo y Edward me guió hacía la derecha. Otro pasillo se extendía y otras escaleras aparecieron al fondo de este pasillo alterno.

Me sorprendí por lo grande que en realidad era la mansión-casa-castillo.

Subimos las escaleras y un mini pasillo estaba al final de estas. Solo dos tres puertas. Edward abrió la primera a la derecha.

—Pensé que me secuestrarías —bromeé.

—Eso es lo que planeo hacer —dijo él antes de que estampara sus labios contra los míos.

Aún ni había ingresado a la habitación y ya me estaba comiendo a besos. No me quejé, juro que no lo hice.

Me empujó al cuarto y cerró la puerta con un azote. Me puso contra la pared y volvió a besarme con ímpetu después de tomar aire.

Hice lo que quería hacer desde que me besó allá abajo. Lo tomé por sus hombros y me impulsé para que mis piernas rodearan su cintura. Sentí su problema chocar con el mío y gemimos al unísono. El tener vestido no ayudaba mucho pues al envolver mis piernas a su cintura, éste se subió hasta la parte más alta de mis muslos y mi sexo quedó solo cubierto por la fina capa del encaje de mis bragas.

Él en cambio, aún estaba todo vestido.

Yo tenía que hacer algo al respecto.

Comenzó a caminar a tientas en la oscuridad. La ventana estaba abierta y la luz de la luna y algunas lámparas externas, se filtraba por la delgada cortina. La luz era suficientemente buena.

Edward nos dejó caer sobre la cama; él encima de mí. Y se sentía tan bien. Me impulsé para llegar hasta la parte superior de ésta y él gateó conmigo. Sonreí de manera traviesa. De una manera que no sabía que era capaz de sonreír y comencé a desabotonar su camisa gris grafito. A decir verdad amaba como se le veía pero estaba segura de que más amaría como se vería él sin ella. Él no se movió. Cuando desabroché el último botón, acaricié su pecho con mis manos, de su cintura hacía arriba hasta llegar a sus hombros y sacarle la camisa.

Un gruñido salió de su interior.

Probablemente mis bragas no podían estar más mojadas. Sin embargo, con esa pequeña y casi inocente acción que él realizó, éstas quedaron más mojadas. Mierda.

Me concentré en pasar mis manos por su… joder, fornido, marcado, fuerte y duro torso. Éste hombre sería mi perdición.

En sus caderas se marcaba esa "V" que tanto me volvía loca en un hombre, las recorrí con la yema de mis dedos. Él se propuso a enterrar su rostro en mi cuello y dar mordiscos y lamidas que me hacían gemir. Envolví mis piernas en su cintura e hice fricción meciéndome de atrás hacia adelante.

Al parecer eso le gustó.

—Joder… —murmuró en mi cuello.

A tientas buscó algo en mis laterales, el cierre del vestido, supuse.

—Atrás —susurré entrecortadamente.

Edward tocó mi espalda descubierta, guiando su mano hacía el sur. Ésta se topó con el borde del cierre invisible y comenzó a bajarlo. Cuando resolvió el asunto del cierre, me dio un apretón a mi trasero haciéndome gemir.

Estábamos perdiendo tiempo el juegos previos y yo lo que quería era sentirlo dentro de mí. Ya. En ese instante. Quería arrancarle el pantalón y alzarme el vestido, hacer a un lado mis bragas y hacerlo enterrarse en mí. Jadeé cuando una mano algo desesperada comenzó a bajar mi vestido, comenzando por mis hombros y bajando mis mangas. Me acomodé, recargándome contra el cabecero para poder sacarme el vestido. Jalé mis mangas y la parte de arriba salió sin problemas, en fin, toda la espalda era descubierta y la única parte superior del vestido era por delante. Solo en ese momento me di cuenta de que estaba totalmente desnuda de la cintura para arriba, a los ojos de Edward. Lo miré y me encontré con su rostro mirándome con lujuria y deseo.

Me mojé más. Otra vez.

Comenzó una vez más a dejar besos por mi cuello, mis hombros y fue descendiendo hasta toparse con mis pechos. Gemí fuerte cuando tomó uno de ellos y lo empezó a succionar con desesperación. Eché mi cabeza hacia atrás.

—¡Oh, mierda! —Casi se me iba el conocimiento… y si besaba ahí, en aquella parte de mi anatomía, no querría pensar lo que sentiría cuando besara otras…— Joder, Edward —bramé, cuando mordisqueó mi pezón.

Le dio la misma atención a mi otro seno y masajeó al que había dejado de desatender recién. Yo me sentía inútil, quería darle el mismo placer que él me daba en estos momentos, pero mi mente estaba nublada y no sabía hacer otra cosa más que gemir.

Su boca fue bajando y bajando hasta toparse con mis caderas, las cuales aún estaban cubiertas por mi vestido. Estaban, porque me quitó con fuerza lo que faltaba para desvestirme.

Empujé el vestido con mis pies para sacarlo por completo y mis zapatillas se fueron en el acto. Con los pies, saqué los zapatos de Edward también. Sentí como sonrió contra mi piel. Dejó besos en mis piernas, en mis muslos y en el interior de éstos.

¡Oh, cielos!

Tomó el elástico de mis diminutas y ahora, empapadas bragas y las bajó. Las bajó de un tirón casi rasgándolas. Estaba seguro de que las había rasgado.

Y ahí estaba yo, desnuda bajo la mirada lujuriosa de un tipo que pintaba darme placer hasta perder la consciencia. Entonces noté que él, estaba muy vestido aún. Con un tirón en su cabello, me volteó a ver y lo atraje a mi altura para besarlo con pasión.

Nuestras lenguas emprendieron una batalla en la que simplemente nos dejamos llevar. Se acariciaban, bailaban y se rendían ante otra. Todo a la vez. Tanteé a su cadera para darme cuenta de que, gracias a Dios, Edward no traía puesto un cinturón o algo que aplazara más el tenerlo dentro de mí. Desabotoné su pantalón con maestría y me preocupé muy poco por si me consideraba una cualquiera o no dada mi facilidad para desabotonar tal prenda masculina.

Bajé sus pantalones y sus bóxers de una sola.

Y quedó ahí, en toda su gloria. Prácticamente se me hizo agua la boca al ver a su gran miembro saltando fuera de su prisión. Una diminuta gota salía de su punta y no aguanté más, estiré mi mano y lo apreté, haciéndolo gemir. Sentí su miembro algo húmedo con venas adornando su extensión.

—Traviesa —murmuró y sonreí.

Antes de que comenzara a masturbarlo, él se alejó y se posicionó en mi entrada. La punta de su sexo rozó el mío y casi pierdo la cordura. Casi.

Porque un rayo de luz alumbró mi nube de placer.

—Espera —jadeé.

—¿Qué? —me dijo, hincándose, dejándome ver toda su desnudez sin inhibiciones o dificultades para la apreciación.

Quería tirarlo de espaldas a la cama y lamer su duro sexo hasta que gritara mí nombre de puro placer… Sacudí mi cabeza alejando esos pensamientos.

—No meterás tu pene en mi sin un condón de por medio —sisee.

El rostro de Edward se desfiguró. Tal vez debería de haberle preguntado si traía condones antes de conocerlo o algo así.

—¿Quieres decir que no habrá sexo sin condones? —habló con incredulidad.

Negué con la cabeza.

—No —siseé de vuelta.

—Pensé que tomabas la puta píldora —dijo y pronto me sentí como si hablara una pareja que tiene años juntos, no solo unos extraños que están a punto de follar.

—¡Y lo hago! —Exclamé— Pero no voy a arriesgarme a…

—¡Estoy limpio, Bella! —Rió con burla—. No tengo nada, joder ¡No me digas que eres de esas chicas que prefieren que él folle al condón en vez de follar a la chica!

Entrecerré los ojos. Realmente no sabía por qué jodidos tomaba aún la píldora si habían pasado meses desde la última vez que tuve sexo con alguien.

Probablemente porque regulaba mi periodo y sabía con certeza cuándo estaría de un humor un tanto delicado. Y porque aunque no fuera una puta, nunca se dejaba pasar una buena oportunidad.

Como esta.

Bufé.

—Bien —respondí enfurruñada—. Has tu jodida magia, pero te ad… ¡Putísima madre, Edward! —Grité cuando sentí que entraba en mí de una sola estocada

Duro, fuerte, rápido, resuelto.

Él aún estaba hincado, haciendo que la penetración fuera más placentera que en otras posiciones. Tomó una de mis piernas y la pasó por su hombro.

—Bella… —siseó, echando la cabeza hacia atrás.

Pude haberme corrido con tan solo ver aquella erótica imagen… y claro por las fuertes estocadas que me daba él, pero me mordí la parte interior de mis mejillas para obligarme a aguantar y no lucir como una condenada precoz.

Con una pierna en sus hombros, enredé la otra en su cintura y…

—¡Oh, sí, sí, sí! —Grité. Él tomó mis caderas para hacer sus penetraciones más fuertes, rápidas y firmes— ¡Justo así! ¡Edward!

Escuché un gruñido, escuché que me llamaba y que él gemía. Pero yo tenía mi cabeza en otro lado. Lo único que ésta procesaba eran dos palabras: Adentro y afuera.

Adentro, afuera, adentro, afuera, adentro, afuera…

Lo sentí crecer dentro de mí y sentí que mi sexo palpitaba con fuerza. Eché mi cabeza hacia atrás por enésima vez en la noche y después de unos minutos así, una mano se posó sobre mi clítoris y comenzó a pellizcarlo.

—¡Mierda, mierda, mierda! —Gemía, tomando las sábanas con fuerza.

—¡Joder, Bella! Córrete ya, nena —gimió Edward—. Córrete para mí —y me penetró con más fuerza y con más rapidez si eso aún era posible.

Como un condenado poseso.

El ansiado orgasmo se comenzó a formar en mi vientre y de la nada, me azotó, haciéndome temblar de placer.

—¡Edward! —Grité, cuando mis paredes se cerraron alrededor de él debido al intenso orgasmo.

—Bella… mierda, ¡Bella! —Gruñó Edward. Sentí como se descargaba y como un líquido caliente me recorría, haciendo más duradero mi orgasmo.

Nuestro putamente buen orgasmo.

Él bajó mi pierna de su hombro y yo dejé caer mi pierna de su cintura. Edward se desplomó encima de mí, aún temblando, recibiendo latigazos de placer, así como yo. Incluso, podía sentir las leves palpitaciones de su pene aún dentro de mí.

Y se sentía tan, tan placentero, que no quería dejarlo ir.

Sin embargo nada dura para siempre y unos pequeños golpecitos en la puerta, nos lo hicieron saber.

—¿Edward, estás ahí? —llamó la voz de una mujer al otro lado de la puerta.

—¡Mierda! —gruñó él, saliendo de mi cuerpo rápidamente. Yo me incorporé sobre mis codos y lo miré ceñuda.

—¿Qué?

—Es mi hermana —siseó.

Me encogí de hombros. Aunque muy bizarro, ella podría saber que su hermano tenía todo el derecho de follar con quien quisiera. No es como si tuviera que gritarle con quien tiene sexo, aunque tampoco era necesario esconderlo.

—¿Y? —murmuré, cuando llamaron a Edward otra vez.

—¡Ya voy Alice! —Gritó— Vístete —me ordenó señalándome con el dedo índice.

Me sentí una prostituta. Como cuando él no quiere que nadie sepa que se ha acostado contigo porque le dará vergüenza o algo por el estilo. Una puta. Alguien que va, folla y tira después.

Y aunque no esperaba que nos declaráramos nuestro amor, al menos pedía un poco de respeto porque ¡Mierda! Me estaba tratando peor que a una chica de alguna zona roja.

—¡Bien! Estaré abajo, quiero que vengas rápido para que me ayudes a subir las cajas de licor que están en el sótano —dijo Alice del otro lado de la puerta.

Edward ya tenía sus pantalones puestos y se abotonaba la camisa a todo vapor.

—¿Y Jacob o Emmett no te pueden ayudar? —respondió él.

—¡No! Emmett está metiéndole mano a no sé quién y Jacob es el festejado ¡Así que apúrate! —No se escuchó nada más al otro lado de la puerta, supuse que Alice se habría ido.

Edward me miró cuando se fajaba su camisa y me hizo una seña.

—Cuando salgas, asegúrate de cerrar la puerta.

Y con eso se fue.

¡¿Qué mierdas?!

Con la dignidad que me quedaba, me puse mi vestido y traté de ponerme mis bragas, pero estas simplemente estaban inservibles. Más no las quería dejar ahí, así que las metí por un costado del vestido, haciendo que se atoraran por debajo de la tela. Fue algo vulgar y corriente dado que mis bragas estaban prácticamente empapadas.

Aquello me hizo enojarme más.

Él me había dado uno de los mejores orgasmos que había experimentado en la vida y estaba segura de que yo a él le había causado la misma impresión. Sin embargo, de un momento a otro me trató como una vil prostituta y me dejó botada. No culpaba a su hermana o el que tuviera que bajar a ayudarle, sin embargo podría haber tenido un poco más de consideración conmigo.

Nadie le obligó a follarme.

Y al menos yo no me arrepentía… mierda, mi cabeza estaba hecha un lío.

Calcé mis tacones y salí de la habitación no sin antes dejar la puerta abierta en todo su esplendor.

Toma esa, Cullen.

Bajé las escaleras rápidamente, peinando mi cabello con mis dedos. Mi lindo amarre se había deshecho ya y no sabía en dónde había quedado la liga, así que pasé por mi cabello por mi hombro derecho, dando el tema del peinado por zanjado.

Una vez más, al llegar al piso de abajo, comencé a buscar a mis amigas. Estaba enojada, indignada y cansada. Después de haber tenido un estupendo orgasmo y una horrible experiencia post orgásmica, me quería largar de aquí en cuanto antes.

Pude distinguir la cabellera rubia en contraste con el vestido verde botella de Rosalie. Me acerqué a toda marcha y cuando llegué, toqué su hombro para llamar la atención.

—¿Qué? —casi me escupió, volteándose con la mirada ceñuda. Noté que hablaba con… el chico grande, Emmett.

—Me voy —anuncié.

—¿Por qué? —preguntó enfurruñada.

—Nos vemos después —me despedí, no queriendo dar explicaciones.

Rose sabía por dónde iba la cosa: No iba a hablar hasta que se me bajara el coraje. Porque sí, estaba muy enojada. Suspiró, pero su fuerza de voluntad no fue mucha y yo sabía que mi amiga no tenía porque irse de ahí si se la estaba pasando bien. Llamaría a alguien, tomaría un taxi o quien sabe que otra cosa.

Me tendió las llaves del coche de James.

—Ten, yo le diré a Tanya que te lo has llevado y supongo que ella llamará a James para que mande a alguien y venga por nosotras —dijo, encogiéndose de hombros.

—Yo las puedo llevar —se ofreció el grandulón, a lo que Rosalie le dedicó una sonrisa agradecida.

—Veremos —le respondió. Me miró e hizo una seña con sus manos—. Me mandas un mensaje cuando llegues a casa.

La abracé y asentí sin decir nada.

Me despedí de Emmett con la mano y me apresuré a salir de la estúpidamente gran casa. En el camino hacía el auto, noté que la multitud estaba tanto dentro como fuera de la casa. Es más, parecía que con las horas llegaba más gente.

Me subí al auto y arranqué, pisando el acelerador a fondo.

Más en el transcurso de Manhattan a Bronx, mi mente no estaba en los semáforos en rojo o los conductores ebrios. Mi mente estaba tan indignada como mi persona entera.

No me arrepentía, no me arrepentía… ¡Pero mierda de humillación! Si Tanya no hubiera conocido a Alice, ésta no le hubiera aconsejado del champú. Entonces cuando se hubiesen encontrado otra vez, no se hubiesen reconocido. Y así no la hubiesen invitado a la fiesta a la cual me obligaron a ir.

No hubiese conocido a Edward, no hubiese follado con Edward y no me hubiesen humillado así.

Sí, todo por un estúpido champú.

Ese jodido Edward Cullen. ¿Quién putas se cree?


N/A:

*Blue Lagoon: Una famosa bebida coctelera creada en 1960 en el Harry's New York de París —franquicia de coctelerías—. Dado su llamativo color, es un clásico bastante conocido a nivel mundial.

*Chuck Bass: Personaje ficticio de la serie de novelas escritas por Cecily von Ziegesar; Gossip Girl. (Creo que muchas/todas le conoce. En lo personal es mi amor platónico… seguido de Edward Cullen, claro)


¡Hola!

Aquí Ivy de nuevo, haciendo de las suyas.

Les traigo una nueva idea que ha estado bailando y bailando en mi dañada cabecita. :3

HTAF, es más fuerte aún —hablando de escenas de sexo, claro— que FAF. Trataré de hacer capítulos largos y precisos. Casi no me gusta añadir capítulos de relleno, pero tal vez, habrá uno que otro.

Aún no sé de cuantos capítulos consta esta historia, pues a diferencia de FAF, esta es un poco más nueva, así que no me he tomado el tiempo necesario para desarrollarla. No les podría decir si es corta o larga; lo que si les puedo decir es que, habrá drama y mucho lemmon. x)

He tratado de cambiar el rumbo de los personajes, así que no se guíen por los estereotipos.

Los personajes en HTAF no poseen el mismo look que en la saga, así que si quieren ver fotos y darse una idea de cómo son en mi mente, agréguenme a facebook y ahí se encontrarán con el álbum.

Encuéntrenme como "Ivy Fawkes" o busca el link en mi perfil. n_n

¡Nos leemos en unos días!

Ivy. xo