Desde pequeña Gwen siempre había visto a los caballeros de Camelot pasear por las calles del castillo, su padre le contaba diferentes historias sobre las hazañas que conseguían y los torneos a los que asistían, resultando siempre vencedores, sobre el amor cortes y la forma en la que los caballeros defendían y batallaban por su dama, algo con lo que ella soñaba ocasionalmente, aunque sabía que difícilmente podría obtener el favor de un caballero y verse objeto de amor cortés.
La situación no siempre había sido así en Camelot. Años atrás, cuando Uther era Rey y antes del nacimiento de Arturo cualquier habitante del Reino podía formar parte de la Guardia del Rey y ser nombrado caballero, año tras año se celebraban torneos en los que se decidía quien formaría parte de la Guardia y quien debería esperar otro año para volver a intentarlo. Cuando Igraine, la Reina, finalmente quedó encinta Uther decidió que quien mejor podría proteger a su Reino (y especialmente a Igraine) serían los nobles que formaban parte de Camelot e incluso nobles pertenecientes a otros Reinos, ya que mantenía buena relación con sus Señores. Poco a poco el código de caballería fue cambiando hasta ser el que se seguía en ese momento, sólo los hombres pertenecientes a la nobleza podrían ser Caballeros de Camelot y estar bajo el mando de Uther, aunque eran entrenados por Arturo quien pasaría a ser su Señor cuando el Rey falleciese.
Esa mañana se encontraba feliz y animada, no sabía porqué ya todavía seguía recordando a su padre y la forma en la que murió pero tras haber hablado con Gaius sobre ellos pensaba que la mejor forma de recordarlo sería sonriendo y no lamentándose. Salió de su casa con tiempo suficiente para llegar a atender a la Dama Morgana pero le gustaba pasear por Camelot cuando parte de la ciudad estaba aún dormida y no había tanto bullicio en las calles, a pesar de ello sabía que siempre se cruzaría con un caballero o dos haciendo su ronda correspondiente, lo que hacía se sintiese mucho más segura hasta llegar al castillo. Al no pertenecer a la nobleza no podía sentarse cuando desease con el resto de las damas que solían observar los entrenamientos y justas de los Caballeros y a la vez intentaban obtener la atención de alguno de ellos, especialmente de Arturo o Gawain (joven venido de las Orcadas y que siempre tenía una palabra amable para Gwen cuando la veía). En lugar de eso se conformaba con observar las peleas entre ellos desde la habitación de Morgana mientras atendía sus necesidades y desde donde podía ver cada uno de los movimientos que realizaban, la forma en la que movían la espada como si fuese tan ligera como una pluma y luchaban como si fuese su última pelea (ya que eso formaba parte del código) y como cada día, al final del entrenamiento Arturo los reunía a todos, vencedores y abatidos, para hablarles sobre su idea de Caballería en Camelot, cómo cada uno de ellos era igual a él y cómo arriesgaría su vida por todos y cada uno de ellos y la forma en la que conseguiría tener a los mejores caballeros sentados en una mesa en la que nadie sobresaliese sobre el resto, ni siquiera Arturo como Rey y cabeza de los Caballeros, y todos serían tratados como iguales.
Todos esos comentarios hacían que Gwen soñase con el tiempo en el que Arturo pasaría a ocupar el lugar de su padre y lo hacía con la esperanza de que realmente fuese el hombre que ella veía. Su ensoñación se vio interrumpida por Gawain, quien llevaba un tiempo mirando hacia la ventana que ocupaba el aposento de Morgana y de quien no se había percatado, "Ah Gawain", pensó Gwen, "si fueseis tan buen caballero como hombre de damas seríais el mejor de los Caballeros en el Camelot soñado por Arturo"
Gwen no sabía cuan equivocada estaba y cómo ella misma llegaría a formar parte de ese Camelot soñado y en un papel mucho más importante del que llegaría a imaginar jamás.
