Este es un fic Uryuu x Bambietta basado en la saga "Prisoner/Paper Plane" de Vocaloid, cantada por los gemelos Kagamine. No es exactamente igual, por supuesto, así que no lo considero un cross-over. Sólo he usado la trama principal de las canciones para escribir esta historia que, seguramente, constará de dos o tres capítulos.

Actualmente (capítulo 545 del manga) aún no se sabe cuales son las intenciones de Uryuu ni de Jwach/Yywach/Juha Bach. Por eso mismo no especificaré los propósitos de cada uno ni entraré demasiado en ese tema.

De la misma manera, tampoco se ha visto demasiado de la personalidad de Bambietta. Intento ceñirme al máximo a cómo parece ser, pero me disculpo por adelantado si en el futuro esto resulta ser OOC. Si ese fuera el caso, consideraría editar un poco la historia para que sea más IC en ese aspecto.

La mayor parte del diálogo es escrito, y no hablado. Está señalizado entre comillas y en letra cursiva.

Las frases que estén entre comillas pero en letra normal son de las canciones de la saga. Hay muy pocas, sólo para dar un toque en ciertas escenas y a los pensamientos de los personajes.

Bleach y sus personajes le pertenecen a Tite Kubo.

Las canciones "Prisoner" y "Paper plane" son cantadas por Len y Rin Kagamine, respectivamente. Pertenecen a Vocaloid y su autoría es de Shuujin-P.

¡Espero que disfruten del fanfic!


Papierflieger

Tenía frío.

"Yo también podré ser libre."

Aun si el transparente cristal fuera piedra opaca, no habría podido ocultar ese brillo apagado que las olas de su océano reflejaban. Ese triste sentimiento grabado con fuego azul en sus ojos.

¿Cuándo sería libre? Una pequeña sonrisa le cruzó los labios. ¿Cuánto hacía que no sonreía? Había perdido la noción del tiempo ya. Y con esa fina y falsa curvatura de labios no conseguiría reparar el reloj de su mente.

"Algún día."

Las agujas de esa esfera que encerraba las horas y los minutos estaban rotas como si fueran aquellas que él había usado hace tiempo para coser. Ahora ya no había hilo, ni habría. Los únicos hilos que no había sido capaz de cortar a tiempo eran aquellos que empezaron dándole la bienvenida y en ese mismo momento le ataban a su enjaulado destino como si de cadenas del cielo se trataran. Cadenas que no pueden ser fundidas por ninguna llama y que terminarían por ahogarlo en su condena.

Había pensado que podría descoser esa manipulación a tiempo, que podría deshilar la trama que lo había llevado a ese lugar; tan lejos, pero tan cerca a la vez. Por encima de todos, pero en las profundidades de la maldad.

Había sido temerario pensar que podría evitar ser el títere de aquél que le había dado sangre y que lo hacía bailar en sus manos. Sin embargo, sin tijeras y sin agujas, había quedado cautivo para tal vez siempre.

Pero él sabía que algún día lograría escapar de allí. Que algún día sería libre.

Suspiró.

"Es mentira. Lo sé."

¿Quién le habría dicho tiempo atrás que todo terminaría en esa lamentable situación?

Encerrado en una recóndita celda dentro el palacio del Vandenreich, engañado por aquél al que pretendía engañar, allí estaba él. Esa perfecta red de miradas y susurros que Su Majestad había tejido en el ejército lo había atrapado como si de un insecto se tratara. Jwach se había adelantado a sus acciones para que nada en su contra pudiera tener éxito. Su heredero, alguien poseedor de algo que podía sobrepasar al mismo creador de los Quincy… Aquél que seguramente ya debía ser visto como un traidor por aquellos que una vez fueron sus aliados, sus compañeros de batalla, sus amigos…

Aquel hombre lo había perdido todo excepto una vida que restaría oprimida entre cuatro paredes blancas y heladas.

Allí estaba él: Uryuu Ishida.

Era una habitación pequeña, la que le servía de confinamiento. Al tocar las paredes o el suelo con sus manos, podía notar el frío que emanaba de ellas, como si el hielo exterior pudiera penetrar hasta esa prisión. El aire helado lo asfixiaba y le erizaba el vello. A veces, por las noches, tiritaba. La ropa que tenía no le servía de mucho abrigo, de hecho estaba parcialmente desgarrada y no era el mejor método para ocultar heridas sin sanar de peleas perdidas. Y allí no podía coser la tela de nuevo ni arroparse con nada. Ni siquiera tenía una cama o un banco. No había nada. Sólo él. Sin nadie.

Sentado en una esquina de esa fría y oscura habitación, Uryuu observaba el pequeño camino de luz que se dibujaba con timidez en un suelo de tinieblas. Dicha luz provenía del pasillo donde se encontraba la celda, la iluminación se filtraba a través de los pequeños barrotes de una diminuta ventana, si es que podía llamarse así, que había en una de las paredes. Sin embargo, ni siquiera una mano habría cabido en esa minúscula y barrada apertura, más allá del alcance de sus dedos y saludando al techo.

Hacía mucho que no veía la luz del sol. Bueno, quizá no tanto. Ya no lo sabía. Y no le importaba, o eso quería hacerse creer. Fallando sin remedio.

Extrañaba los días en su ciudad, las mañanas estudiando, las tardes cosiendo, algún que otro molesto Hollow que erradicar durante el transcurso de la jornada. Hablar con sus compañeros, aun si normalmente se limitaba más bien a escuchar y restar en silencio, en quietud y en calma.

¿Cómo estarían? Seguramente todos se encontraban entrenando de una forma u otra para prepararse ante la guerra que se avecinaba. Aunque en el fondo, se imaginaba que todo el peso de la batalla recaería en los hombros de la misma persona de siempre. Sabía mejor que nadie que cualquier otra persona no podría salir victoriosa de un enfrentamiento con el Emperador de los Quincy.

Pero… ¿Realmente saldría victorioso?

Decidió no pensar en esa posibilidad. Aún confiaba en su compañero y rival. Su amigo.

¿Qué debería estar pensando ahora mismo de él? De alguna forma, intuía que el muy idiota no iba a culparlo por haberlos traicionado, por haberse unido al enemigo. Ese testarudo de Kurosaki ni siquiera consideraría la posibilidad de vengarse o de odiarle. Es más, sabiendo cómo era, seguramente estaría decidido a traerlo de vuelta a Karakura, más por las malas que por las buenas.

Pero eso no sería posible.

Era demasiado improbable que pudiera traer de vuelta algo más que el cadáver de un antiguo amigo que los abandonó a todos. De hecho, Uryuu ya había aceptado eso. A quien más le costaría de acatar sería al Shinigami Sustituto. El Quincy prefería no pensar en cuál sería su reacción.

Un escalofrío le recorrió la espalda. No podría decir a ciencia cierta si fue a causa de sus propios pensamientos teñidos de muerte o sólo por el frío. Se mordió un poco el labio sin importarle las heridas, concentrándose en el pequeño foco de dolor que se provocaba él mismo para olvidarse del temblor que sentía. Pero en una situación así, incluso su cálida sangre parecía nieve deslizándose traicioneramente por su cuello.

Alguien pareció querer ayudarle en su tarea de olvidarse del frío, haciendo impactar un objeto pequeño y ligero en su hombro derecho. ¿Un bolígrafo? ¿Lo habían lanzado desde fuera de la celda a través de los barrotes? ¿Quién?

No hizo el esfuerzo de levantarse. Sabía que aun si lo hiciera no podría verlo, pues el exterior estaba fuera de lo que sus ojos azules alcanzaban. Tal vez era una manera de divertirse y quien fuera que fuese empezaría a tirarle cosas para distraerse. Qué considerado de su parte. Aun así, se guardaría el bolígrafo. No es que lo quisiera para nada, pero tirarlo de vuelta al pasillo podría resultar en una paliza por haber alcanzado supuestamente a algún guardia, algo considerado una agresión a la autoridad. O algo así. Y aunque si se lo quedaba también habría alguien que encontrara una excusa cualquiera para golpearlo, supuso que no sería tan arriesgado. Porque privado de la cruz de cinco puntas con la que antes podía pelear, hacía tiempo que había perdido las fuerzas como para siquiera intentar defenderse o intentar huir.

Antes de que pudiera cerrar los ojos con cansancio y pesadumbre, otro objeto aterrizó en el suelo, esta vez cerca de su rodilla izquierda. Era sólo un trozo de papel plegado de manera que tuviese el aspecto de un simple avión. ¿Qué sentido tenía eso? La persona al otro lado de la pared ni siquiera podría acertar en una herida para lastimarlo con un papel.

No le dio más importancia al asunto y apartó el avión con la mano. Sin embargo cuando el papel rodó por el suelo dejó entrever algo escrito entre los pliegues. El joven, con algo de curiosidad, decidió leerlo, aun sabiendo que era probable que fueran insultos o malas noticias.

"Guten Morgen, gefallene Prinz des Lichts! Ein heißer tag, nicht wahr?"

Como esperaba, una manera bastante burlona de dar los buenos días. Uryuu no tenía un conocimiento demasiado amplio de alemán, pero sí que había estudiado lo básico y podía entender lo que decía allí.

"¡Buenos días, caído Príncipe de la Luz! Un día caluroso, ¿no es así?"

Muy gracioso, o graciosa. El joven Quincy no se iba a molestar en contestar algo así. Hizo del avión una bola de papel y la arrojó lejos de él, a la otra punta de la habitación. No valía la pena gastar tiempo en este tipo de burlas ni perderlo en contestar. Incluso el frío era más merecedor de su atención.

Cerró los ojos, decidiendo ignorar cualquier otro objeto que pudiera entrar en la sala a través de esos malditos barrotes. El silencio danzaba al compás del hielo a su alrededor, como si quisiera aislarlo de cualquier ruido que pudiera llevar noticias, buenas o malas. Aunque las buenas noticias hacía mucho tiempo que no podían llegar, por lo que era más bien como una protección autoimpuesta que siempre lo había acompañado en su interior, mientras todos hablaban y él callaba.

Sí, siempre habían residido el silencio y la calma en su interior. Entonces, ¿por qué? ¿Por qué las voces no se callaban? Le decían tantas cosas, le contaban sobre lo arrepentido que estaba, sobre cómo su corazón ya de por si envuelto en frío camuflaje se congelaba poco a poco… ¿Por qué no podía dejar de hablarse a él mismo? ¡Ya sabía todo eso! ¿¡Acaso no era posible dejar de repetírselo una y otra vez sin remedio!?

El silencio, el mismo silencio que no podía aislarlo de sí mismo, se vio roto por el sonido de pasos procedentes del pasillo. Al parecer, alguien se alejaba. Quizá ya habían dejado de molestarlo, o se habían aburrido al no obtener respuesta alguna. O tal vez el sujeto en cuestión había tenido que irse por orden de los guardias, aunque no había llegado a escuchar ninguna voz. Fuera lo que fuese, Uryuu supuso que volvía a estar en soledad, y no sabía exactamente si eso lo aliviaba o aumentaba su sensación de vacío.

Al volver a abrir los ojos tras unos segundos se topó con otro avioncito de papel. Seguramente esa persona lo había lanzado dentro de la sala antes de abandonar el corredor. Y seguramente, también contenía algún mensaje, alguna burla.

Aun sabiendo que, como dicen, la curiosidad mató al gato, debía admitir que en parte le causaba eso mismo, curiosidad, pensar en lo que podría haber escrito. Aunque más bien era sólo otra excusa para dejar pasar los minutos de forma algo menos monótona que sólo estar sentado esperando a ser consumido por el frío. Porque al fin y al cabo, sabía de antemano que sólo habría insultos allí.

De todos modos, y sin ni siquiera levantarse, cogió el papel y lo desplegó. Otra vez, estaba escrito en alemán: "Ich werde dich nicht töten, wenn du morgen antwortest."

El joven Quincy entrecerró los ojos. "No te mataré si respondes mañana."

¿Había pasado de las burlas a las amenazas por no haberle respondido a tal estúpido juego? ¿Qué significaba eso? ¿Que mañana volvería y si no respondía resultaría en su muerte? ¿Era eso lo que estaba diciendo?

Oh, vamos, por favor. Demasiado infantil, y seguramente Su Majestad no dejaría que se llevara a cabo tal asesinato por tal razón. Aunque, ya que él no estaba presente, seguramente nadie evitaría una nueva paliza.

Al parecer, no tenía otra alternativa que responder al día siguiente. Maldita sea, ¿acaso no se divierten suficiente matándose los unos a los otros evadiendo la mirada de su líder? Uryuu no entendía qué provecho sacaban exactamente de hablar a través de aviones de papel con el prisionero que días antes había acaparado todas las miradas; todas las mal intencionadas miradas.

Mientras hacía una segunda bola con lo que antes había sido un avión, se fijó que en una de las alas había escrita una letra, también en alfabeto occidental. Era la letra E.

Uryuu imaginó que, más que una inicial, la persona que había escrito eso estaba usando como firma su letra de Stern Ritter. Tirando el papel contra la pared como si fuera una pelota de tenis, rebuscó en su memoria. Stern Ritter E… Si no se equivocaba, era una chica joven de pelo negro y bastante enérgica, aunque nunca le había prestado demasiada atención. Ni siquiera sabía su nombre. ¿Se había encaprichado con la idea de hablar con él vía aviones, como si fuera algo original? Y encima, ¿él estaba obligado a responder si no quería ser torturado?

Por dios, era una pérdida de tiempo. Aunque, en el fondo, tenía todo el tiempo del mundo para perder. Y de hecho era una lástima que Jwach fuera a impedir su muerte, aun si no sabía exactamente sus motivos; ya nada importaba, su vida carecía de todo sentido. Era una vida congelada en el tiempo que no tenía por qué continuar.

Observó el bolígrafo a su lado. Supuso que no tenía más remedio que responder al próximo avión, con o sin amenaza.

Pero, aunque el Quincy automáticamente lo interpretó como una amenaza… ¿De verdad lo era? No pudo evitar preguntárselo.

"No te mataré si respondes mañana." ¿Realmente estaba escrito en sentido literal? Aunque era un poco vulgar o un humor algo irónico, podría ser sólo una manera de hablar, una forma de decir que esos aviones no eran cazas militares en son de guerra, sino papel blanco ondeado como bandera en son de paz.

Uryuu observó ese papel arrugado a unos pocos metros de él. ¿Podría ser?

– Qué tontería –susurró para sí mismo.

"La única forma de poder hablar con él era…"

La jovial Stern Ritter se alejaba con pasos ágiles de ese pasillo. Ciertamente, ese debía ser uno de los lugares más fríos en un castillo congelado por el tiempo. Aunque la ropa conseguía apaciguar ese hielo afilado, no podía evitar esa sensación de temblor en su aliento, aun si su cuerpo no lo acompañaba.

Ese día no había valido la pena en absoluto, pero tal vez el siguiente sería mejor; al fin y al cabo, tampoco esperaba una bienvenida con los brazos abiertos detrás de esa pared helada.

"Con aviones de papel."

¿Por qué hablar con ese prisionero? La mayoría lo despreciaban. Quizá ella también lo había hecho al principio, cuando había confundido a todos siendo presentado como el nuevo sucesor de Su Majestad. Aunque, mejor dicho, se había sentido más bien concernida por el futuro del Vandenreich y no necesariamente había proyectado una luz de odio hacia ese 'príncipe'.

Así que, de nuevo preguntándose el porqué de esos aviones, sólo podía encontrar una respuesta que no la convencía del todo: ¿curiosidad? Sí, por qué no. Podía ser eso. ¿Qué más sino? Molestarle podría ser divertido, pero más que burlas y amenazas lo que quería era tener alguna conversación con él. ¿De qué exactamente? No lo sabía ni le importaba, cualquier tema que saliera estaría bien.

Pero para entablar una conversación, era obvio que no podía ir y presentarse educadamente, anunciando intenciones no-bélicas desde un principio. Eso sería estúpido y resultaría incluso más sospechoso que una burla para empezar con el pie izquierdo cuando el derecho se hundiría en el suelo y quedaría atrapado entre el cemento y el hielo.

Por esa razón era que no le molestaba que no hubiera contestado, pero con la segunda nota ya se había asegurado de conseguir una respuesta el día siguiente. Al fin y al cabo, seguramente el hombre lo había interpretado como una amenaza; y aunque en realidad no lo era, la Quincy lo había hecho a propósito para camuflar la paz en la guerra. Así, cuando en realidad era una manera de invitarle a seguir su juego, en la mente de Uryuu debía ser un "responde o sufrirás". Y así tenía que ser.

Al llegar a su habitación, Bambietta se sentó en la cama y bostezó. Cada día estaba más cansada y el frío no ayudaba. ¿Quizás estaba enferma? No le gustaba demasiado esa idea. Seguramente no era nada, pero si su estado empeoraba podría perder facultades o encontrarse algo más débil. Y en la guerra que se avecinaba, ¡quería luchar pasara lo que pasara! Y a pleno rendimiento. No por nada se había adueñado del Bankai de un capitán que, dicho sea de paso, le había parecido algo bizarro. Sabía que en la Sociedad de Almas habían estado faltos de personal, pero tanto como para poner a un perro o lo que fuera que fuese como líder de un escuadrón…

Apoyando la cabeza en la pared, buscó en su mente algo que hacer para distraerse. El aburrimiento era últimamente lo único que apaciguaba la emoción que algunos sentían por ver cómo las cosas empezaban a moverse y la guerra comenzaba a estallar entre todos los mundos que existían. Y eso mismo, aburrimiento, era lo que llevaba a algunos a matarse entre ellos. Solo porque sí.

La Quincy pensó en optar por esa opción y llamar a cualquier subordinado sin importancia, pero descartó la idea. No tenía ganas de que nadie le recriminara que debería cambiar charcos de sangre por caramelos o algo así. Y cuando decía nadie era nadie, por lo que lo dejaría para más tarde.

Suspiró mientras se tumbaba en la cama para mejor comodidad. Era mejor no vagar por los lugares más fríos de ese palacio y quedarse en su habitación para evitar riesgos innecesarios. Al menos, entre esas cuatro paredes la temperatura se suavizaba un poco y si hacía falta tenía más ropa para abrigarse.

Además, de todas formas esperaría a la mañana siguiente para visitar de nuevo al prisionero. Sino, el juego de conocerlo perdería su diversión y se volvería monótono.

Porque era sólo un juego, ¿o no?

"Escribí una carta y la plegué formando un avión de papel."

Por la mañana siguiente, tras coger su bolígrafo, papeles y una nota ya escrita y doblada, Bambietta lo guardó todo entre su ropa y salió de su habitación. Aún no habían pasado exactamente veinticuatro horas, pero aún era temprano y los pasillos estaban despejados. Sin moros en la costa era más fácil desplazarse por ese castillo de normas frías y estrictas.

No sabía cuánto rato tardarían los guardias en pasearse por las prisiones, así que tenía que aprovechar. A medida que iba descendiendo las escaleras que llevaban a las mazmorras, podía notar cómo el aire se volvía más afilado, como si estuviera hecho de finas agujas invisibles que le cortaban la piel al mínimo movimiento. No le dio importancia alguna a eso y siguió caminando, hasta detenerse en frente de una de las puertas. Observó la pequeña ventana por que la que no se podía distinguir nada más que oscuridad y sacó el pequeño avión.

"Así, ambos podemos cruzar la pared."

Dentro de la celda, el prisionero restaba inmerso en sus sueños sin libertad. En sus ojos cerrados sólo el negro se reflejaba, un negro que se alejaba lentamente de él, dejándolo encerrado en una inmensa eternidad blanca. Y viendo cómo el color de la vida se aleja para que el de la muerte te congele lentamente como una telaraña cosida en tu corazón, la eternidad puede hacerse muy, muy larga.

Por un lado, quería despertar, despertar y poder descansar de esa sensación de estar ahogándose en las voces de su cabeza. Sin embargo, ni siquiera al abandonar el reposo podía ser libre de sus remordimientos y su cautiverio. Así que, ¿qué era mejor?

Sin poder moverse en medio de esa pureza blanca que escondía la sangre manchándolas interiormente, notó que algo golpeaba débilmente su cabeza, como si se tratara de alguien tratando de llamar su atención. Al volver su vista hacia la dirección de donde el golpe provenía, vio un pequeño pájaro del mismo color que las paredes. Lo miraba con ojos amatistas que, dependiendo de la luz, brillaban con un tono rojizo, y en su pico sostenía una nota plegada.

Uryuu se sintió confundido. Cada noche soñaba lo mismo, y esa era la primera vez que no estaba completamente solo. ¿Por qué había llegado esa ave allí? No había más animales, no había más vida que la suya propia escapándosele de las manos. ¿Por qué era diferente esa noche? Pensaba que ya casi llegaba al final del sueño y que en poco se despertaría, cuando el negro se hubiera alejado de él hasta que no pudiera ver ninguna sombra en la luz…

Viendo que el joven no respondía a su toque, el pájaro aleteó con más rapidez sin moverse del sitio, y el Quincy pudo ver que sus plumas eran en realidad copos de nieve atrapados en cortas estacas de hielo. ¿No tenía vida, entonces? ¿Era sólo un trozo de hielo que por razones de los sueños de movía? ¿O significaba algo?

Decidió estirar la mano para coger la carta que llegaba y pudo jurar que el pájaro sonreía. Una sonrisa vacía, sin alma que reflejar; pero una sonrisa al fin y al cabo.

Cuando sus dedos rozaron el papel, el blanco se desvaneció junto al pájaro de hielo. La nota cayó al suelo, a su lado.

Uryuu abrió los ojos, encontrándose de nuevo con la oscuridad de la habitación que podía ser confundida con el negro que, cada noche, en cada sueño, huía de sus manos. Una oscuridad, sin embargo, que era de color blanco.

Parpadeó un par de veces, aún somnoliento y cansado sin remedio. Supuso que tardaría unos segundos en estar completamente consciente y tal vez dormiría un poco más. Pero se equivocaba, pues al observar el suelo a su derecha todos sus sentidos se levantaron de la cama con un ímpetu que podía marearlo.

Y allí estaba, de nuevo, un avión de papel. Esa era la nota que el pájaro llevaba en su pico, y también el pájaro mismo que, dejando de batir las alas, descansaba a su lado. Su sueño le había advertido de la llegada de ese avión. ¿Habría despertado a tiempo? Si no respondía…

Sin querer pensar en las posibles consecuencias, desplegó el papel con prisa y leyó lo que estaba escrito: "Haben Sie gut geschlafen, Prinz?"

Esta vez le preguntaba si había dormido bien a modo de saludo, añadiendo un "Príncipe" que daba la sensación de ir cargado de sarcasmo. Uryuu no estaba seguro de si le molestaba más la nota en sí o su tono irónico, pero si algo sabía del cierto es que debía responder antes de que la Stern Ritter se fuera de allí. Si no lo conseguía, ya podía prepararse para ser golpeado de nuevo. Sin demorarse más, alcanzó el bolígrafo que había dejado en el suelo y se aseguró de que funcionara trazando una pequeña línea en la otra cara del papel. Podría haber contestado también en alemán, pero para poder ir más rápido no pensó en ello y escribió en su idioma natal:

"¿Qué es lo que quieres?"

El Quincy volvió a doblar el papel en forma de avión y se levantó del suelo para lanzarlo con puntería hacia la ventana. No llegó a oír la nota caer al suelo, pero tampoco a nadie cogiéndola. La pared se lo impedía. ¿Estaba la Stern Ritter E allí aún? ¿Y si ya se había ido y algún guardia había visto esa carta salir de la celda? Eso tan sólo empeoraría la situación, pensando que estaba pidiendo ayuda a alguien.

Uryuu se acercó a la pared para tratar de escuchar algo. El sonido de un bolígrafo escribiendo era seguramente demasiado débil como para traspasar el cemento helado de la pared, no podía oírlo.

Durante un segundo tuvo ganas de reírse de sí mismo; ¿qué estaba haciendo? ¿Esperando a que alguien se burlara de él a través de un avión de papel y deseando que la persona estuviera allí para hacerlo o recibiría una somanta de golpes? Era para echarse unas risas o directamente llorar, aun cuando su rostro no reflejaba nada.

Antes, él se había podido defender ante enemigos poderosos. Antes, había pensado que podía engañar al Emperador del Vandenreich. Antes, aún conservaba su orgullo.

¿Qué había pasado con su orgullo de Quincy?

No pudo responder esa pregunta que ya se había formulado otras veces. Con alivio, Uryuu vio una respuesta en una nueva nota atravesando los barrotes. Suspiró silenciosamente, como si tuviera miedo de que alguien pudiera oírlo recuperar la calma con algo tan irónico, tan burlón. El destino parecía querer reírse de él.

Para no tener que agacharse, cogió el avión al vuelo antes de que cayera al suelo. Se sentía algo mareado, pues hacía apenas minutos que acababa de despertarse y su corazón ya se había retorcido y relajado a marchas forzadas para ahora temblar tras la tormenta como si fueran las olas del mar.

Al leer el contenido de esa pequeña carta se dio cuenta de que por primera vez estaba escrita en su idioma, y no en alemán:

"Hablar un rato. ¿No puedo, Su Majestad?"

El joven hizo caso omiso del 'Su Majestad' y contestó debajo de su respuesta para ocupar menos espacio, ya sin la presión de no saber si llegaba a tiempo o no.

"Eres la Stern Ritter E, ¿me equivoco? ¿Por qué querrías hablar conmigo?"

Esperando una nueva burla, el avión planeó hasta el pasillo. Parecía un juego de niños donde el chico se encerraba en una habitación y fingía ser un prisionero y la chica era la hija de un general del ejército que nunca aprobaría un amor entre ellos dos. Obviamente, la mayor diferencia era que nunca habría tal amor, pero eso Uryuu ni se lo planteó. Si algo no se parecía a ese simple juego era que él no era un niño, y que no estaban jugando.

Alzó la mano para atrapar la respuesta que ya volaba en un aire congelado y desplegó de nuevo el papel. Debajo de su última pregunta, la muchacha había contestado:

"¿Por qué no? Quiero comprobar si eres tan aburrido como la mayoría de personas aquí. No me dirás que lo eres, ¿verdad? Eso sería una decepción. No hay nada malo en seguirme el juego, ya lo ves. Ya dije que no te mataré si respondes, así que si se te gasta la tinta del boli te lanzaré otro."

Así que, ¿era sólo la misma curiosidad con la que él había desplegado el primer avión? Entonces sólo quería entretenerse usándolo a él, ¿no? Era sólo una decisión al azar, ¿verdad? Pero si era así, ¿para qué lo amenazaba? ¿Por tradición?

"Supongo entonces que esto es sólo parte de tu entretenimiento, ¿no? Si es así, ¿por qué tendrías que matarme si no contesto? Y además, ¿por qué insistes en hablar con aviones de papel? No hace falta gritar demasiado para que la voz se oiga al otro lado."

Pensativo, observó la nota dejando la sala. De hecho, aún no entendía exactamente por qué no había contestado hablando directamente. Quizá para evitar ser visto como el prisionero que habla solo o cualquier cosa similar con la que pudieran molestarlo. No le importaba demasiado ya, pero prefería evitar confrontaciones o comentarios absurdos. Así que tal vez era mejor seguir con las cartitas como la nueva que le respondía la pregunta, ya en la parte de detrás de la hoja.

"¿Por qué matarte? Ah, no sé. ¿Cuándo dije eso?"

Uryuu se detuvo antes de seguir leyendo. Al lado de esa frase, la Stern Ritter había dibujado unas líneas que parecían una cara sonriente guiñando el ojo. Eso lo había desconcertado. ¿Cómo se suponía que debía interpretarlo? Ella sabía perfectamente que lo que había dicho. ¿Estaba diciendo ahora que no iba en serio? ¿O reafirmaba la amenaza con sarcasmo? Parecía hecho expresamente para que no tuviera cómo responder. Si contestaba algo como "lo dijiste antes" quedaría como un estúpido, pero si no contestaba entonces quizá su integridad física estaba realmente en peligro. No parecía realmente que la chica tuviera intención de hacerle daño, pero no se fiaba ni un pelo de cualquier Quincy. Decidió seguir leyendo y ya pensaría una respuesta al terminar la nota.

"Y creo que tú mismo puedes responderte a lo segundo, ¿o las gafas te hacen parecer más listo y en realidad tienes cerebro de Hollow? ¿Quieres que los guardias oigan voces y que te encuentren hablando solo? Yo no debería estar aquí, así que esta es la forma más segura de hablar. ¡Tan sólo asegúrate de esconder los papeles si alguien entra en la celda! Ups, no hay donde esconderlos, ¿verdad? Entonces tíralos por la ventana antes de que me vaya y me desharé de ellos."

El prisionero debía reconocer que esa pregunta había estado fuera de lugar, pues sí, él mismo se había respondido al momento de hacer volar el avión. Y era cierto, normalmente sólo los guardias tenían permiso para ir a las mazmorras, aunque siempre había quienes se colaban por diversión o como reto. ¿La chica se estaba arriesgando sólo para hablar con él? Realmente no sabían divertirse, pensó Uryuu. Aunque quizá él tampoco, pues obligado o no, le estaba siguiendo el juego. Acercó el bolígrafo al papel para responder, pero no tuvo tiempo. Un nuevo avión aterrizó en el suelo antes de que pudiera cogerlo. ¿Otra nota antes de que respondiera?

"Prinz, no respondas, ¡debo irme! Los guardias se pasarán pronto por aquí. No diré que ha sido muy divertido hablar contigo, ¡pero es mejor que nada! Serás más animado con el tiempo, ¿a que sí?

Dame todas las notas y así nadie te pegará por tener algo que no deberías."

El dibujo de una nota musical acompañaba el final de la última frase. Como si alguien hubiera pulsado un botón en un ordenador que era su mente, Uryuu arreplegó las bolas de papel y la otra nota con la máxima rapidez que pudo y lo lanzó todo a través de los barrotes. No escuchó nada cayendo al suelo, ni tampoco pasos que se alejaran. Sólo los de un guardia que se acercaba. Supuso que la Quincy había usado el Hirenkyaku para evitar hacer más ruido. El joven se quedó de pie al lado de la ventana, todavía mirando la poca luz que se filtraba por el mismo camino por el que entraban las palabras. No había sido tan desagradable, esa conversación. Quizá un poco confusa y demasiado rápida.

¿Demasiado rápida? Sí, era eso. En cierta manera, no le habría importado seguir hablando. La desconfianza no se había desvanecido en absoluto, era como una mancha imborrable en una tela que, sin poder lavarse, tampoco se puede descoser para siempre, porque las agujas se clavan en la piel del sastre. Pero aun con esa desconfianza presente en todos los rincones de su alma, había algo en esos aviones de papel que le había hecho olvidar durante unos segundos que...

Tenía frío.