EDITADO: Me veo obligado a poner líneas separatorias, ya que Fanfiction no me permite usar el espaciado que uso yo. Si quieren el formato original, me lo pueden pedir internamente. Si lo encuentran tedioso, pueden ajustar el formato de Fanfiction para leerlo casi tal como lo escribí: texto Times New Roman, margen "1/2", interlineado a gusto de ustedes, y para darles una referencia del tamaño: la segunda línea de lo que viene a continuación ("tienen mi biografía [...]" hasta el punto) queda calada perfectamente en el margen.
Un poco sobre el autor…
Tienen mi biografía en mi perfil, por si quieren leerla (aunque no difiere en mucho de este prólogo). De lo que les hablaré ahora es de mis gustos en cuanto a historias. Fanfics. Depende de ustedes si lo leen o no; sobre la historia no tiene ninguna influencia.
Desde alrededor de los doce años escribo historias, viendo a mi hermana hacer lo mismo para esta misma página. Era un niño y, claro, escribía como tal. No me refiero a la ortografía ni gramática; me atrevo a alardear que desde pequeño tenía muy buena calidad de escritura. A lo que me refería era a que escribía cosas infantiles, 'divertidas' para mí como niño, que me gustaban, pero eran ideas que iba descartando a medida que iba creciendo.
Siempre mi fuente de inspiración fue Zelda, el –creo- primer videojuego que probé cuando era muy pequeño. Jugaba A Link to the Past y Ocarina of Time, y realmente me marcaron. Por supuesto que jugué muchos más siendo pequeño; el primer juego que recibí como regalo fue Majora's Mask, y aún lo conservo. Cómo no, es un cartucho dorado, y lo conservo con mucho cariño (o bien, le tengo cariño, porque los cartuchos son resistentes y lo tengo sin cuidado, guardado; pero ahí está).
Siguiendo el tema, empecé a escribir historias sobre Zelda desde alrededor de los doce, recuerdo aún mi primer título, "La decisión de los Gigantes" (clara referencia a Majora's Mask). Era una historia con su fondo diseñado desde el principio, muy fantástica y cómica. Dejó de gustarme ese estilo a los pocos años. Empezó a gustarme más lo serio, sin embargo aún había un dejo de comicidad en mis historias. En esa época reescribí "La decisión de los Gigantes" (la cual, no lo mencioné antes, nunca terminé), pero sufrió el mismo destino que su versión precedente, ya que una vez más mis gustos cambiaron hasta lo que son ahora.
Hablaré, mientras tanto, de mi forma de escribir. Ya tienen una idea con lo que han leído de este prólogo. Antes no era así; antes era informal, poco claro, desordenado, y usaba expresiones y otras cosas que ahora ya no uso. Actualmente me gusta lo contrario: la formalidad, claridad, el orden, y por la formalidad ya mencionada ya no me gusta el uso de expresiones extrañas, notas del autor o dibujos. Dejó de gustarme, también, el uso de separaciones que indiquen lo que está ocurriendo, como lo es cuando algunos autores indican que lo que uno está por leer es un flashback; este tipo de acotaciones no son de mi gusto por mi criterio de la formalidad. Sobre ésta última, tengo una buena razón para tener tanto gusto por ella, y es que siento que en caso de perderla, la historia pierde su seriedad.
¿Para qué necesito seriedad? (Y con esto trataré de terminar, para no aburrirlos) Simple: mi gusto actual es por, valga la redundancia, lo serio, lo oscuro, lo triste, pues –opinión propia- suelen ser las historias que más atrapan. Eso es lo que quiero que logre la historia que están por leer: que consiga atrapar al lector, que quieran seguir leyendo, y ser cómplices de la historia, querer poner su grano de arena y ver si coincide con lo que realmente escribí.
Por último, unos últimos detalles. Sobre mí: no me considero bueno describiendo. Puede ser que, durante el desarrollo de la historia, vaya mejorando esta descripción, pero actualmente es aún básica. Sobre la historia: está ubicada, principalmente, tras los hechos ocurridos en Ocarina of Time. Espero que la disfruten, tanto como yo elaborándola.
La leyenda de Zelda
El libro del destino
Hyrule
La brisa lo despertó de su meditación. Hace mucho no se ponía melancólico, pero no lo pudo evitar en esta ocasión. Se acercaba el fin de la temporada, y llegarían los reclutas a demostrar sus habilidades para ser evaluados y poder entrar a la guardia de Hyrule. Debía estar bien presentado para la ocasión, para imponer respeto sobre los reclutas. Debían saber con quién estaban tratando.
El sonido del herrero haciendo ajustes sobre la nueva armadura que hacía en base a la antigua, martillando, limando, hizo que se pusiera melancólico. Recordaba la primera vez que llegó a ese mismo lugar a hacer su primera armadura, tal como dentro de unos meses harían los novatos.
Había pasado junto a él otro soldado. Lo conocía de hace mucho. 'De ahí la brisa' pensó.
-Pues, ¿qué tal? – dijo el soldado, observando lo que el herrero estaba logrando – tal como la anterior, solo que, claro, es nueva. ¿Qué te parece?
-La verdad no le estaba prestando atención, Hyer… – respondió. Y quedó pasmado al ver que la nueva armadura era idéntica a la antigua cuando la hizo por primera vez.
Hyer lo miró y esperó un momento.
-¿Gloich? ¿Estás ahí? – le preguntó.
-¡Oh, lo siento! Es que… me impresionó el parecido a la primera vez que lo hice. Es… hermoso.
Hyer sonrió. Rara vez veía impresionado a su amigo, por lo que sabía que su armadura debía significar mucho para él. Suponía que había algún valor sentimental.
-¿Qué la hace especial, Gloich?
Él lo miró. Hyer entendió de inmediato. Gloich vió cómo aquella armadura se hacía por primera vez, pensando que era para otra persona, y resultó ser un regalo de parte de alguien muy especial para él, a quien perdió repentinamente.
-Refresca mi memoria; ¿cuándo es la llegada de los reclutas?
-En dos días más – respondió Gloich, algo desanimado al pensar en esa persona especial.
-Pues estamos justo a tiempo – pensó en voz alta Hyer, y miró su armadura –. En mi caso creo que no necesitaré arreglarla; poco uso ha tenido.
-La mía, en cambio, fue rayada injustamente por una criatura que hoy ya no respira. Cuando lo hizo me enfurecí; sentí la necesidad de quitarle la vida. Esta armadura significa mucho para mí y lo sabes.
-No te juzgo, en tu caso habría hecho lo mismo.
-Señores – interrumpió el herrero – la armadura tendrá que esperar hasta mañana para ser entregada, pues me faltan materiales para poder decorarla tal como la anterior.
-En ese caso volveré mañana – dijo Gloich –. No la decore hasta entonces, quiero ver si le podemos dar unos retoques.
Gloich dejó unas cuantas rupias en el mostrador, y se retiró, subiendo a su caballo. Hyer hizo lo mismo, y echaron a andar.
Descendían por un camino de tierra al costado de una pequeña montaña, mientras veían frente a ellos la majestuosidad de la gran Montaña de la Muerte. En poco tiempo llegarían a Kakariko, a tiempo para merendar y luego llegar al castillo antes de que elevaran el puente.
-No recuerdo la última vez que nos tuvimos que enfrentar a algún enemigo de peso – comentó Hyer, pensativo.
-Mientras siga así yo seguiré feliz. Se pierde mucha gente en batallas. Gente valiosa.
-Tienes razón. Pero personas como yo, que – tú me conoces – no se fijan tanto en esos detalles, se aburren sin batallas de vez en cuando.
-Necesitas el miedo en tu sangre.
-Miedo de morir, sí. Otra persona me había dicho que entrene con alguien de mi talla, pero no basta con eso. Sé que no nos podemos hacer daño.
-Ya llegará el momento. De eso podemos estar seguros. Ahora que somos jóvenes, o una vez que seamos viejos. Espero que en el segundo caso, después de todo habremos disfrutado de nuestras vidas, y unos años más o unos menos no harán gran diferencia.
Empezaron a ver los tejados de Kakariko. El sol ya estaba bajando y empezaba a hacer frío, por lo que ya estaban encendidas las chimeneas. Reinaba la tranquilidad en el pueblo. Hyer rió.
-Pareceremos forasteros; no hay ni un alma en el pueblo – dijo riendo.
-Pues yo me siento en casa – le contestó Gloich.
-No lo decía tanto por eso, Gloich. En ese caso, yo también me siento cómodo en Kakariko; hubo un tiempo en el que tuve que venir mucho a este lugar. Te mencioné que parecemos forasteros porque, como tú sabes, ha habido rebeliones. Espero que no nos vean con ojos extrañados.
-Bueno, nos vieron subir la montaña, y ahora nos verán bajar. Relájate, bastarán unas cuantas palabras y se podrán dar cuenta de que somos leales al reino. Y si no, bueno, les mostramos nuestras armaduras.
Suspiró.
-Te preocupas por detalles menores, Hyer. Los detalles mayores, como los que hablábamos antes, pareces ignorarlos. Sólo relájate. Estamos en casa.
El camino se unió al que subía por la Montaña de la Muerte. Giraron y siguieron descendiendo hacia Kakariko. Pronto un soldado los detuvo, a la entrada de Kakariko. El portón estaba cerrado.
-¿Cuáles son sus asuntos en Kakariko? – inició poco cálidamente la conversación el soldado.
Tenía buenos motivos; después de todo, ambos estaban encapuchados, no se distinguían sus armaduras ni tampoco llevaban armaduras sus caballos.
-Pues, fuimos hace poco al herrero en el Monte Sereno. Ahora planeamos merendar aquí en Kakariko antes de que termine de bajar el sol, para partir antes de la puesta hacia el castillo – le explicó Gloich – ¿Desea merendar con nosotros, acaso?
-Guarde sus chistes para otra ocasión – dijo enfadado el soldado – ¿Cuáles son sus nombres?
Gloich rió, seguido por Hyer.
-¿Quieres que me quite la capucha, muchacho? – le preguntó Gloich.
-De inmediato.
-Haces muy bien tu trabajo. ¿Bajo cargo de quién te encuentras, soldado?
El soldado dudó un poco en responder.
-Me encuentro bajo el mandato del Cabo Mayor Cahlen. Ahora, por favor, quítese la capucha lentamente – ordenó el soldado, sosteniendo fuertemente su lanza.
-Pues, le diré al Cabo Mayor Cahlen… – dijo mientras bajaba su capucha –…que tiene un soldado haciendo muy bien su trabajo, y que debe considerar un ascenso. O quizás dos, quién sabe.
El soldado pudo ver cómo de la capucha salían unos ojos castaños, feroces y determinados; una melena negra y mechoneada, que le llegaba hasta el cuello; una nariz recta y delgada, poco levantada en su extremo inferior; y una cicatriz no tan grande en su frente, sobre su ceja izquierda pero desplazada hacia su oreja. Quedó atónito.
-¡Te... Teniente General Gloich! – dijo sorprendido y asustado el soldado – ¡Disculpe mi imprudencia; no sabía que era usted!
-Exacto. No lo sabías. Y no confiaste en mis meras palabras, lo cual está muy bien. Ya verás que hablaré con él.
-Es un honor verlo en persona.
-Es un orgullo ver que los soldados cumplen con su labor.
Gloich echó a andar y se detuvo inmediatamente.
-¡Pero claro! Olvidaba preguntarte quién eres.
-¡Señor! – exclamó el soldado e hizo su presentación a Gloich – ¡Soldado Kiltly a sus órdenes, señor!
-Soldado… – murmuraba Gloich, mientras echaba a andar –…tal vez Soldado de Primera… o Cabo…
Hyer lo siguió de cerca y se puso a su lado.
-Debo admitir que nunca me han reconocido tan rápidamente. Eres famoso, Gloich. Me causa cierta envidia, siendo que tenemos el mismo rango. Pero, ¿sabes? Lo prefiero así. Prefiero pasar desapercibido. Ser tan famoso te hace un blanco fácil.
-No es que quiera ser famoso. De alguna manera se expandió mi historia por todos lados. Desde ahí se empezó a hablar de mí, y se pueden ver retratos de mí en las oficinas del ejército en cada pueblo, bajo la del General del Ejército, y entre la tuya y la de Marcus. No me agrada, pero supongo que es lo que debo asumir por tener este rango después de tantas cosas.
Bajaron las escaleras de Kakariko con sus caballos, y luego subieron otras para detenerse frente al pozo.
-¿Te interesa aún ser General del Ejército? – preguntó Hyer.
-Desearía que no me hiciera tan reconocible. Fuera de eso, sí, aún me interesa – le respondió Gloich, con voz algo angustiada.
-En ese caso – le dijo Hyer, mirándolo – yo te ayudaré a ascender, amigo mío. Es más fácil que ascienda alguien reconocido. Y luego tú me ayudarás a ascender.
-Colegas en el rango – rió Gloich.
-Y luego te ayudaré a llegar a la cima.
Gloich lo miró.
-Gracias, amigo.
Sus caballos quedaron paralelos, y se abrazaron sobre ellos, como viejos amigos que eran.
-¿Te parece si entramos? – le preguntó Hyer – No creo que quieras merendar en el castillo.
-Claro que no – respondió Gloich riendo.
Se inclinó y empezó a encender la chimenea. Sus cabellos rubios comenzaron a brillar a la luz del fuego, haciendo que parecieran aún más unas hebras de oro que adornaban su rostro. Un destello rojo parpadeaba por delante de sus guantes; un fuego mágico que en este momento usaba para encender los leños que había colocado. Se dirigió a cerrar la ventana, que permitía la entrada del frío del otoño. Alcanzó a ver los árboles por fuera, los que provocaban una sensación triste pero agradable con sus colores rojizos y la caída de sus hojas. Caminar bajo ellos le recordaba al bosque…
Quitó rápidamente ese pensamiento de su cabeza. El fuego aún no se encendía, por lo que, con algo de agresividad, lanzó desde donde estaba una pequeña bola de fuego que chocó contra los leños, formando una danza de llamas que maravilló momentáneamente sus ojos. Se dirigió al espejo y buscó en él su propia mirada: pudo ver unos ojos tristes, que miraban desesperanzadamente hacia el futuro. Y lo entendía; después de todo, la situación en la que estaba no era la que quería. O, en realidad, no era como la quería.
Sentía que Hyrule seguía tranquilo; en sus casi dieciséis años no había habido ningún problema, nada que pudiera atemorizar a persona alguna. Eso era lo que la gente creía. Pero ella sabía que había más, que había ocurrido algo. Lo sentía. Pero, ¿quién le iba a creer? Ni siquiera tendría la oportunidad de mencionarlo; su rol de princesa no se lo permitía. ¿Qué pensaría todo el mundo de ella? Debía parecer cuerda, madura, o creerían que seguía siendo una niña que vivía en un mundo imaginario e infantil, donde todo era perfecto. Estos pensamientos la torturaban: el sentir que había vivido algo que, en el fondo, todos vivieron, sin embargo logró evitar que ocurriera. Sabía, por otro lado, de otras personas que lo habrían vivido con ella muy cercanamente, y que podrían recordarlo, pero no se atrevía a preguntarles. La mera posibilidad de que dudaran de su cordura la aterraba. Tocaron a su puerta.
-Adelante – dijo Zelda.
Entró una mujer. No podía ser más oportuna: recién estaba pensando en ella.
-¿Impa? ¿Qué haces aquí? – le preguntó.
-Princesa – dijo Impa, haciendo una reverencia – vine porque tenía un tiempo libre y quería dedicárselo a usted.
¿Qué era esa excusa? Ella jamás decía eso.
-Anda, Impa. Dime, ¿qué es lo que ocurre?
Impa se mantenía seria. Miró hacia el atardecer. Zelda logró notar un dejo de preocupación en su mirada.
Algo andaba mal.
Oyó el chillido del pequeño animal. Se acercó a él y vio su lanza atravesando en diagonal gran parte de su cuerpo.
-Perdóname – le pidió.
Sacó su cuchillo y le cortó el cuello. Quería, como siempre, que fuera una muerte corta y poco dolorosa, en lo posible. No siempre resultaba.
Lo tomó y lo colgó de su costal. Ya contaba cuatro pares de patas colgando de él, contando el que acababa de cazar. Era suficiente, y estaba poniéndose oscuro. Debía encender pronto una fogata, para poder preparar su sopa.
Evaluaba la posibilidad de volver a su pequeño campamento. Considerando la luz que entraba a través de los huecos que dejaban los árboles, y la distancia a la que se encontraba de su campamento, decidió echar a correr, pues creía poder alcanzar antes de que se ocultara el sol. Tomó su lanza, sujetó bien los conejos que colgaban de su costal, y empezó a correr. Creía recordar el camino que tomó, e intentó guiarse por sus recuerdos. Derecho, a la derecha, derecho, bajar hacia el río; no tomar el puente. Derecho, derecho… ¿A la izquierda o derecho nuevamente? Tomó el camino de la izquierda. Estaba en lo correcto, sin embargo siguió derecho en el siguiente cruce. Se empezó a sentir perdido. Creyó oír una risa. Entonces recordó el camino, y se devolvió. Vio un destello, y giró a su izquierda. Continuó hasta su campamento.
Tras una larga caminata, llegó al lugar donde se había instalado. Sin embargo, notó algo extraño. Sus cosas estaban fuera de su lugar. Sospechó inmediatamente, y se intentó esconder tras unos arbustos. Con mucha dificultad, fue rodeando el lugar. Había elegido un llano dentro del bosque, donde pudo erguir con facilidad su tienda, y preparar una fogata sin el peligro de quemar algo; en el fondo, gracias a eso, podría rodear el campamento a través de los árboles y arbustos, y ver si había algo que podría poner su vida en peligro. No tardó en darse cuenta de que eso también podría servir en su contra; su corta edad y poca experiencia le jugaron en contra. Se halló atónito, y no sabía qué hacer a continuación.
Se ocultó e intentó escuchar, por si había algo dentro de su tienda ocultándose de él a su vez. Luego pensó que, por este último motivo, quien estuviera adentro evitaría hacer ruido, por lo que empezó a acercarse agachado. Preparó su lanza y observó el sol. Los últimos rayos de sol iluminaban el llano, tiñéndolo de un color naranja, y trasparentando un poco su tienda, resaltando su forma circular y su techo en punta. Sabiendo que si se iba por donde iluminaba el sol su sombra podría delatarlo, recorrió la tienda por el otro lado, acercándose lentamente hacia la entrada. Entró rápidamente.
Sorprendido, se encontró con que no había nadie adentro, mas sus pertenencias estaban esparcidas por todos lados. Quien sea que haya causado eso ya se había ido.
Más grande que el fastidio de tener que ordenar todo el caos que se había formado, era su preocupación por saber qué era lo que buscaba quien lo hubiera hecho. Había dejado de robar hace mucho, por lo que dudaba que le quedara algo por devolver a alguien. Aún si lo hiciese, ¿de qué manera habrían encontrado su tienda? Echó un vistazo al lugar, reconociendo sus cosas, tratando de ver qué sería lo que le habían robado. Mantenía la calma sobre todo, pues pensaba que no sería justo que se enfadara por algo que él mismo hacía antiguamente.
Salió de la tienda, mirando el suelo. Notó que el pasto estaba más pisado que lo normal en la entrada de su tienda: supuso que se trataba de las huellas de quien había esparcido sus cosas en la tienda y no que fueran sus propias pisadas. Necesitaba encender la fogata o no tendría nada que lo iluminara durante la noche. Sacó un poco de ramas de la pila que había formado y las echó sobre el hueco que formaban las piedras de la fogata. Se había distraído con las pisadas que salían de su tienda, y olvidó quitar las cenizas, por lo que quitó las ramas de encima y se dispuso a sacar las primeras. Mientras ponía las ramas y les echaba un poco de aceite encima, sintió un ruido. Miró a todos lados, pero no lograba ver nada, por lo que se apresuró. Hizo chocar una piedra normal con una piedra volcánica; un tipo de piedra que chispeaba con facilidad. Las chispas ardían con fuerza y reaccionaron con el aceite, encendiendo la fogata rápidamente. Sintió otro ruido, muy cerca de él. No tuvo la oportunidad de esquivar el golpe.
-Link – lo despertaron.
Abrió los ojos para encontrarse con los de aquella niña Kokiri de cabellos color esmeralda. Ella, desde arriba, le daba una mirada risueña, como riéndose de algo.
-¿Qué ocurrió? – le preguntó Link.
-¿Cómo que qué ocurrió? Aparentemente te quedaste dormido nuevamente.
-¿Dormido? ¿Por qué me duele la cabeza?
Saria se puso algo nerviosa. Pensó que el golpe había sido suave. Repentinamente mostró una cara de enfado.
-¡Fue culpa tuya por ponerte ahí! ¿Cómo iba a saber yo que estaría tu cabeza justo ahí? – le dijo Saria, sin asumir su culpa.
-¿De qué rayos hablas, Saria?
Entonces se dio cuenta de que Link no entendía lo que ocurría, por lo que usó esto a favor suyo.
-Bueno, yo… – dijo con voz pensativa, poniendo su cara perpleja – quería decir que quizás te cayó algo en la cabeza mientras dormías.
-Saria, no sabes mentir. ¿Me golpeaste tú?
-¡Ay, vamos Link! ¿Por qué haría yo eso?
La mirada de Link la intimidó. Desde que era tan pequeño como ella, esa mirada solía significar algo malo.
-Ya, ya, bueno – dijo Saria -. Estaba caminando por el bosque, como sabes que hago todos los días, y de repente golpeé algo con mi pie. Cuando me detuve a ver qué era, resultó ser tu cabeza. ¿Cómo iba a saber que eras tú? Además te tuve que despertar; no te movías y me preocupé.
-Serás torpe, ¿no? – le dijo Link, jugando.
Mientras Saria expresaba su enfado, Link se levantó. Superaba el tamaño de Saria por lo menos por una cabeza. Las cosas que antes le daban risa ahora ya no eran tan graciosas, mientras que ella no había cambiado. El sentía que había dejado de ser un niño. Había entrado en la adolescencia, mientras que Saria parecía mantenerse en la infancia. Ya había vivido eso antes, solo que era mayor en ese entonces. Sus sentimientos, además, eran mucho más fuertes ahora; estaba en "aquella época".
-Saria – la interrumpió.
Ella lo quedó mirando, algo pasmada por la interrupción.
-¿Qué ocurre? – le preguntó ella.
Link tardó en responder:
-¿Te has dado cuenta de que he cambiado?
-Claro, – le respondió Saria – es inevitable darse cuenta.
-Saria, no solo he cambiado físicamente. Mi actitud, mi personalidad, mis gustos e intereses, todo ha cambiado.
-¿Te afectó mucho el golpe? – le preguntó ella, riendo.
-Es en serio. Yo… tengo miedo de una cosa, Saria.
Ella se asustó. ¿Acaso Link tenía sentimientos por ella? Ella creía que para la gente como Link, los Hylian, era normal eso; sin embargo igual le preocupaba. Jamás había sentido algo por nadie. Parecía no estar en su naturaleza. Claro que sentía mucho cariño por las personas, pero no a la manera de los Hylian; lo que hacían ellos hasta le daba asco. Esperó a que Link continuara.
-No quiero que dejemos de ser amigos, Saria. Siento que esto de crecer podría distanciarnos, y, además, puede que esté lejos en ocasiones.
Ella se alivió.
-Link, somos amigos desde pequeños. Creo que nada ni nadie nos separará.
Link la miró a los ojos. Tenía ganas de preguntarle algo. Algo que no se había atrevido a preguntarle hasta ahora, y que temía ella tampoco se atrevía a preguntarle.
Ella lo notó tenso.
-Bueno, Link. Iré al Prado. Quiero ver si está tranquilo el bosque.
Saria se fue sin dejar a Link decir una sola palabra. Ella no tenía idea de lo que Link estaba pensando, pero ya la había preocupado con su anterior pregunta, y no quería otra más. Por lo menos, no en ese día.
Link se quitó el polvo de su túnica. Se preguntaba qué había estado haciendo durmiendo ahí. No fue difícil recordarlo: había ido en la mañana al bosque a hacer precisamente lo que fue a hacer Saria en ese momento. Volvió a mirar al cielo, y notó el sol ocultándose. Se preocupó por Saria: ¿qué estaría planeando? Si intentaba volver después de investigar el bosque sería muy tarde y peligroso, y dudaba que quisiera dormir fuera del Bosque Kokiri, por lo que se dirigió al Prado del Bosque Sagrado.
Salieron de la casa agradeciendo por la merienda, apresurados por el sol que ya se ocultaba. Gloich insistía en dejarle unas cuantas rupias al dueño del hogar, sin embargo éste no se las aceptaba, diciéndole que los recibiría todos los días si fuese necesario.
Montaron sus caballos, y debido al helado viento que comenzó a correr, se encapucharon, y siguieron con su camino inicial. Hyer seguía pensando en la conversación que tuvieron antes de entrar a la casa.
-Gloich – inició Hyer.
Él sabía de lo que Hyer quería hablar.
-No pensé que te quedarías pensando tanto rato sobre lo que hablamos. ¿Qué te acompleja?
-Deja de ser tan astuto, de primera – le respondió Hyer, riendo -. Estaba pensando si será posible que haya dos Generales del Ejército. Ya sabes lo estrictos que son.
-En estos momentos, claro que no. Pero creo que con el suficiente mérito será posible. Después de todo, con el actual General del Ejército se darán cuenta de que una sola persona en ese rango puede ser peligrosa.
-Pero en ese caso responderán que si una es peligrosa, el posible peligro sería mayor con dos personas.
-Sin embargo, al menos con dos personas las posibilidades se reducen a la mitad de lo que ya son, ¿no? Es decir, ahora las posibilidades son la mitad para ambos lados: el General puede tanto ser peligroso como no serlo. En el caso de que hubieran dos Generales, si bien el peligro sería el doble, las posibilidades son menores: podría uno de ellos ser bueno mientras el otro sería malo, o podrían ser ambos buenos.
-O ambos malos.
-Es complejo, sí. Pero, ¿qué hacemos pensando en dos Generales siendo que ni siquiera uno de nosotros ha tomado el puesto de Reiht?
Cruzaban el puente que unía Kakariko y el Campo de Hyrule.
-Debemos preocuparnos primero de mostrar a todos la corrupción que se esconde detrás de Reiht, para que así tengamos la posibilidad de tomar su cargo – continuó Gloich -. Y como tomarán a uno de los Tenientes Generales para el cargo, nuestras posibilidades son de dos contra uno.
-Marcus – pensó Hyer en voz alta -. Siempre está haciéndole favores a los cargos más altos, por lo que será un problema. Quizás en este momento ya tenga más posibilidades que nosotros.
-Pues en ese caso, nosotros debemos hacer el mérito necesario. Hacer que vean nuestro valor; mostrar que valemos más que los trabajos y favores que hace Marcus.
El sol ya casi se había ocultado, y ellos se encontraban detenidos frente al puente elevadizo. Los guardias habían llegado para elevar el puente, y miraban con curiosidad y sospecha al par de jinetes encapuchados que esperaban al otro lado del mismo. Gloich se quitó la capucha, seguido por Hyer, y empezaron a avanzar por el puente.
-Buenas noches – los saludó Gloich.
-¡Señor! – se presentaron los soldados - ¡A sus órdenes, señor!
-Soldados – continuó – ¿hay alguna noticia?
Un soldado dio un paso adelante y le respondió:
-Señor, hay una noticia preocupante circulando como rumor.
-Zelda…
-¿Qué es lo que ocurre, Impa?
Impa titubeó, aun mirando por la ventana.
Miró hacia el suelo, y luego buscó los ojos de su querida Zelda.
-Es tu padre. Está grave.
