Hay muchas cosas de ti que extraño
Quiero beberte
Empezó a escribir Choromatsu en su agenda, para luego borrarlo, muy avergonzado.
Cuando camino por la calle, soy un sordo
Pero también un enfermo
De mi boca brota sangre
Color caramelo
Choromatsu ha estado viviendo (o intentando) vivir por su cuenta desde hace un tiempo. No le gusta, pero siente que debe hacerlo, por lo que tal vez puede que le guste, al fin y al cabo. Se sentía solo, pero asumía que era parte del proceso a la madurez. Muy adentro de si, se preguntaba todas las noches cuando su cabeza tocaba la almohada que hubiera pasado si no se hubiera ido de su hogar y la respuesta le dolía más.
Sus hermanos siempre habían sido muy importantes para él, pero, especialmente, su hermano mayor. Cuando vivía bajo el mismo techo que él, no veía la situación emocional dentro suyo y la mandaba a rodar lejos. Ahora, lo que más caminaba por su cabeza durante el día era tal hermano.
Pero como el proceso de madurez es hasta salvaje y cruel, las soluciones a los problemas también vienen a garrotazos. Su segundo hogar era ahora un burdel bastante cerca de su local de trabajo.
Visitaba asiduamente el lugar cerrado, mal oxigenado, lleno de muchos seres extraños desconocidos, a quienes les sonreía con un poco de coquetería y un poco de desdén, pero ellos no tenían que saberlo. Igual, a ellos les importaba más lo que había en su billetera que en su corazón, y Choromatsu tenía eso muy en claro.
Fue de mal a peor cuando encontró a su hermano en una esquina mal tapizada, bebiendo y riendo al lado de un señor que parecía ser otro oficinista. Más podía ver la nuca de este sujeto, vestido de gris, muy relajado; pero, después de 2 años fuera de casa, Choromatsu podía jurar sentir en esa noche el aura de su hermano Osomatsu llamándolo desde tan atrás.
No sé cómo empezó, pensó Choromatsu mientras se metía entre la gente, para llegar al punto rojo sonriente, pero no voy dejar, apartó de un tirón a un joven demasiado pegado a él, otra vida continuar así. El joven, enojado, le tiró su trago encima.
Eso sonó ridículo, deliberó Choromatsu mucho después, antes de poder apoyar su brazo sobre la barra y saludar con despreocupación a su hermano mayor.
