Capítulo 1. Los fantasmas que conocimos.
Presente
La mañana fría le da la bienvenida al correr las cortinas que oscurecen la habitación. La ducha no había hecho nada para calmar su creciente ansiedad, y tenía que repetirse de nuevo "todo estará bien". El suave aroma de vainilla mezclado con canela inundaba sus sentidos, y un par de fuertes brazos le rodean la cintura, al tiempo que unos tímidos labios besaban su cuello.
—Deja de pensar, que te haces viejo —su dulce voz hacía que, por un instante, sus problemas se desvanecieran—. Todo saldrá conforme al plan, y entonces, podremos vivir juntos por lo que nos quede de vida.
Asintió, sabiendo de antemano, que ese tipo de promesas nunca son eternas.
Hace 1 año.
—Hey Kenji, prepárate que el jefe quiere que amenices la cena en su casa—Michelle, quien se encontraba trabajando detrás de la barra, dijo desde su puesto. El músico sólo asintió, cogiendo las partituras que tenía regadas sobre el piano al centro del escenario.
Su trabajo era simple. En las tardes trabajaba como mesero, atendiendo mesas y a los comensales que asistían a Bittersweet Symphony, un conocido restaurante del centro de Manhattan, que atendía principalmente a alfas y betas de clases sociales altas. Sin embargo, por las noches, dicho restaurante se convertía en un local destinado a los negocios turbios de los grandes capos alfas, donde las drogas, el alcohol, y lastimeramente, los omegas, pasaban de mano en mano. Y él presenciaba aquellos intercambios, sentado desde el banquillo del piano, donde se dedicaba a deleitar a los presentes con diferentes canciones. Ese era su trabajo nocturno, ser el pianista que amenizaba las noches dentro de aquel maldito establecimiento.
Bueno, siendo honestos, su trabajo no era tan simple. En realidad, su nombre no era Kenji. El poanista se llamaba Yuuri Katsuki y era un agente encubierto de FBI, cuya base de operaciones se encuentra en Nueva York. Al ser el agente más joven de la división Anti Drogas -24 años-, y el único alfa que aún no estaba enlazado, Yuuri fue la opción más viable para aquel trabajo. El pelinegro aceptó, sin pensarlo dos veces. Quería probarse ante sus superiores, quería enseñarles que este don nadie, podía lograr grandes cosas. Pero sobre todo, quería probarse a sí mismo.
No fue difícil encajar en aquel mundo. Era un alfa, sí, pero los supresores que utilizaba eran excelentes para enmascarar su aroma. La gente no se detenía a mirar al supuesto beta que les atendía, y muchas veces, el sonido de las teclas de aquel viejo piano tampoco era suficiente para ganar su atención. Era una gran ventaja para pasar desapercibido. Aunque, al poco tiempo de empezar aquél trabajo, sentía una mirada que lo seguía pesadamente. Atribuía aquella sensación a su paranoia de ser descubierto.
El tiempo seguía su curso, y los días se convirtieron en semanas, y Yuuri aún no lograba cumplir con su misión. Debía reunir las pruebas suficientes que llevaran a la clausura definitiva de aquel lugar, y a la captura de su dueño, Benjamin Thompson. Ante los ojos del público, Thompson era un beta adinerado, un restaurantero como cualquier otro, pero más allá de su fachada de hombre trabajador, se encontraba uno de los capos más poderosos de la región. Él pertenecía al linaje de los Caruso, una familia de inmigrantes italianos que, durante años, habían operado desde lo bajo de la sociedad, abriéndose paso entre las clases poderosas del norte de los Estados Unidos. Pero el apellido Caruso dejó de existir cuando Amelia, la bisabuela de Benjamin, se casó con Timothy Thompson, un restaurantero que permitía que las reuniones de los capos se realizaran en sus locales. Así fue como el clan Thompson se hizo famoso, dentro de los estratos sociales privilegiados, como dentro de los clanes criminales en las calles.
Lo que es de sorprender, es que Benjamin, siendo un beta, de complexión rolliza, ojos negros y piel bronceada, haya logrado que los demás alfas lo respetaran. Al ser hijo único, su padre no tuvo mayor elección que heredarle sus negocios, ya de él quedaba si sabía administrarlos o no. Y vaya que lo ha hecho bien. Los Caruso comenzaron traficando alcohol. Los Thompson expandieron su línea a drogas europeas que aún no tenían auge en América. Y el bastardo líder en turno, probó suerte con omegas.
¿Qué cómo sabía todo esto? Fácil, Yuuri tuvo que memorizar las cajas de expedientes que rodeaban a esta familia para poderse mezclar con facilidad.
No tenía un límite de tiempo -aún-. Sus superiores conocían lo difícil que era hurgar entre la basura de aquellas personas, así que, con una mueca de desaprobación, entendían cuando les ofrecía un informe semanal de no más de dos hojas.
Era frustrante, a decir verdad, y más de una vez quiso renunciar, pero algo le decía que debía quedarse, que tenía que encontrar lo que estaba buscando. Al tercer mes de trabajar como mesero y pianista, comprendió que no era algo, sino alguien. Para ser más preciso, era un aroma que lo cautivaba, la mezcla dulce de la vainilla y el picor de la canela que detectaba cerca de él, pero no lograba darle una cara a aquel delicioso olor.
Hasta que una noche, dicho olor se presentó frente a Yuuri.
Terminaba su turno cerca de las 12 a.m., cuando lo vio sentado en un extremo de la barra. Sabía quién era. Había memorizado su fotografía, su nombre y sus datos generales, pero la descripción en papel no se comparaba con su presencia. Se acercó cuidadosamente, y estando a una distancia apropiada, olfateó el aire a su alrededor, y aún entre el humo de los cigarrillos, el alcohol que corría de mano en mano, y el perfume barato de algunos presentes, pudo distinguir su aroma, suave y sutil vainilla con canela. Era sin duda un omega intoxicante.
Sacudió su cabeza para tratar de darle claridad a sus pensamientos, y teniendo un momento de lucidez, se apoyó contra la barra del bar, decidiendo que era mejor si evitaba el contacto con aquella persona. Michelle se me acercó, y me ofreció una bebida, la cuál aceptó gustoso. No debía beber en horas de trabajo, pero un trago del whisky importado que vendían en aquel lugar, era la mejor distracción para su momento de debilidad.
Inmerso como estaba, no notó cuando un extraño se colocó a su lado, hasta que alzó la mirada y encontró dos orbes azules mirándolo detalladamente, con una sonrisa medio burlona en esos labios rosas. Se puse derecho, y trató de alejarse, pero al hacer tal movimiento, la mano de aquel extraño lo tomó por el brazo.
—Tranquilo —susurró aquel hombre —, sólo quería preguntarte si tenías un cigarrillo.
Del bolsillo de su chaqueta, sacó una cajetilla con un par de cigarrillos sobrantes. Aunque no se consideraba como un fumador activo, un par de cigarros durante el trabajo ayudaban a calmar sus nervios. Le extendió el cigarrillo, y, delicadamente, lo tomó, y lo colocó entre sus labios. Yuuri se acercó unos centímetros para encenderlo, y una oleada de aquél aroma tan penetrante ll golpeó, causando que casi perdiera el equilibrio. Debía calmarse. Sabía que no podía reaccionar, de lo contrario, expondría su fachada de beta, y la misión completa correría peligro.
No podía quedarse ahí como idiota observándole, así que le dirigió algo similar a una sonrisa, y caminó apresuradamente a la salida de empleados, que se encontraba a un costado del escenario. Una vez afuera en aquel callejón, sintió que podía respirar de nuevo.
—Vaya, menuda reacción para un beta cualquiera —escuchó su voz y al alzar la mirada, ahí estaba de nuevo, frente a él, bloqueándole el paso para continuar su camino. Por segunda vez en una noche, el omega lo había sorprendido. Bastante mediocre para de su parte, yo que Yuuri se consideraba uno de los agentes más alertas en campo.
—Lo siento, señor. Creo que es mejor que regrese al bar.
—Ah ya veo. Sólo porque soy la pareja del jefe, crees que te meterás en problemas si platicamos un rato —el omega le respondió, y Yuuri sólo se limitó a asentir ligeramente —. No te preocupes, lo entiendo. No eres la primer persona que rechaza mi compañía.
Tal declaración captó su atención.
—No soy muy buena compañía —, respondió, sintiendo una ola de dulzura que inundaba el callejón —. Estoy seguro que puede encontrar a alguien mejor que yo.
—Déjame ser yo quien juzgue eso, Ken —. Algo en Yuuri se perturbó al escucharlo llamarle por ese nombre. Pero debía seguir su fachada, debía seguir ganando su lugar en aquel lugar.
El frío de la noche no se hizo esperar. Una fuerte corriente los golpeó en ese momento, y pudo notar como la piel del omega se erizaba. Al verlo con detenimiento, vio que sus ropas no eran apropiadas para salir de noche. Una camisa de satín azul sin mangas, y unos pantalones demasiado delgados como para cubrirlo del frío, junto con unos botines negros que alargaban sus piernas. Un atuendo bastante sexy, aunque nada práctico.
Tal vez su mirada lo incómodo, porque el omega se cubrió el cuello con una mano, y con la otra, se cubría el pecho. Yuuri se disculpó en voz baja, y rápido, se quitó su abrigo, y se lo colocó en los hombros. El omega se tensó, y dio un paso hacia atrás, pero Yuuri no se movía, lo cuál, tranquilizó un poco al omega.
—Lo siento, no estoy acostumbrado a que la gente se acerque a mi sin mi permiso —, Victor dijo suavemente, a la vez que un ligero rubor se esparcía por sus mejillas.
Ambos hombres permanecieron en silencio.
La puerta del callejón se abrió de pronto, apareciendo un hombre ya mayor, aunque de aspecto intimidante.
—¡Victor! Te he dicho que no puedes salir solo sin avisarme.
—Ya, Yakov. No es para tanto. Además, no estaba solo, Ken me estaba haciendo compañía.
Yakov se frotaba las sienes, y miraba a Yuuri con aire de desconfianza. Recordando lo que había leído, Yuuri sabía que Yakov, un beta, era el cuidador y hombre de confianza, que había llegado con él cuando Benjamin trajo a Victor de Rusia, y que por ningún motivo se le separaba. Aparentemente, él no estaba involucrado en los negocios de los Thompson.
—Vitya, tu alfa regresa mañana, y debes estar preparado.
—Benjamin no es mi alfa —, el tono del omega se volvió frío y distante, como si fuera otra persona. Por inercia, Yuuri miró el cuello del omega, y en efecto, su piel se veía intacta. Desconocía la razón, pero por lo visto, aún no se habían enlazado.
Una idea se le presentó a Yuuri. El omega era la clave para descubrir los sucios secretos de aquella organización. Un omega, frío, y por lo visto, a disgusto con su alfa, siempre era más perceptible a las atenciones de otras personas.
—Puedo llevarlos a casa, si les parece —, Yuuri se ofreció, y Yakov se interpuso entre él y Victor, como protegiendo al omega.
—No es necesario, muchacho. Victor, nos vamos —. El omega rodó los ojos, y suspiró. Le dedicó una última sonrisa coqueta antes de ser jalado por su cuidador en dirección contraria.
Muy a su pesar, Yuuri decidió seguirle el juego al omega. Y no porque Victor no fuera una persona exquisita, no, sino porque le pesaba tener que usarlo e involucrarlo en medio de esa guerra sucia, entre mafiosos y el F.B.I.
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