CONEXIÓN DE MIRADAS

Había conseguido librarme de aquellos monstruos y escapar de las mazmorras donde había estado encerrado. Lo único que recordaba antes de acabar allí era haber traspasado aquella pared negra con grabados poco comunes y rojizos que bloqueaba la entrada al bosque de Farone. Recordaba haber caído al suelo y sentir un intenso dolor por todo el cuerpo. Terminé por perder la consciencia y, cuando desperté, me encontraba en un oscuro y frío calabozo, encadenado y lo más impactante: era un lobo. Debió de ser por traspasar la puerta negra y adentrarme en el bosque. Me sobresalté a ver mi reflejo en un charco de agua formado por el agua que caía de una gotera del techo. Intenté romper las cadenas que me retenían a base de emplear mis zarpas y colmillos. De repente, una especie de duendecilla cuyo nombre era Midna, de piel verde y negra, un casco poco usual y una voz peculiar apareció de la nada y, entre vaciles y comentarios burlones, me ofreció su ayuda a cambio de la mía. No me dijo exactamente en qué tenía que ayudarla; solamente obedecí a sus órdenes y fui por donde me iba indicando.

Me fui abriendo paso entre criaturas similares a ratas y saltando entre las ruinas de las mazmorras y salí al exterior. Cuando contemplé el paisaje, no pude evitar asombrarme e inquietarme al mismo tiempo. Reconocí el lugar donde me hallaba.

- ¡¿El castillo de Hyrule?!

Las imponentes torres se alzaban y se ocultaban en la niebla y los estandartes con el símbolo de la Familia Real de Hyrule bailaban con el viento. No obstante, las magníficas vistas de los tejados del castillo eran degradadas por las consecuencias de la llegada de aquellos monstruos. El viento era tan gélido que cortaba como un cuchillo, la niebla cubría el cielo volviéndolo de un color gris oscuro y unas aves monstruosas y de color azabache sobrevolaban el castillo.

- Es mejor que te dejes de admirar tan bello paisaje y me obedezcas, si no quieres que esas preciosas aves nos devoren- intervino Midna sacándome de mi trance- Sígueme, lobito.

Sonrió burlonamente y se montó sobre mi lomo. Me trataba como si realmente fuera un perro, y se aprovechaba de mi situación para manejarme a su antojo, sin embargo, si me ayudaba a escapar podía soportarlo. Al fin y al cabo, yo también la estaba usando para salir de allí. Obedecí sin inmutarme y continuamos con nuestro camino. Fui atravesando los adarves y saltando a los tejados mientras Midna me guiaba. Dudé un poco de su confianza y de que verdaderamente me estuviera ayudando, pero no me quedaba otra opción. Varias veces me atacaron aquellas extravagantes criaturas voladoras, pero acabé con ellas gracias a mis colmillos. Eran una buena arma para defenderme.

- Eres un lobito muy bueno y obediente, ¿sabes?- me comentó Midna, que después dejó escapar una risa con un toque malvado y me rascó detrás de las orejas.

Lo único que hice fue soltar un gruñido y seguí caminando. Finalmente, llegamos a una torre que superaba con creces en altura a las demás. Había un hueco en la cara superior del muro, por el que entré por órdenes de Midna. Fui arrastrándome a través de aquel estrecho agujero hasta llegar al final de este. El túnel desembocaba en la mitad de unas largas escaleras de caracol, que subí ágilmente hasta acabar frente a un gran portón de madera que se encontraba entornado. Me quedé examinándolo con cierta inseguridad. Midna me dio un par de palmadas en el lomo y me dijo:

- ¡Vamos! ¡¿A qué esperas?! Tenemos que entrar ahí. Sé un lobito obediente y entra a la habitación. ¿O te da miedo?

Esa última frase la dijo con un tono desafiante y con una amplia sonrisa en su extraño rostro, y yo me ofendí y bastante molesto entré con paso firme en la estancia. Ya dentro analicé el entorno en el que me hallaba. La sala era muy amplia y espaciosa, con varios estandartes raídos colgados de las paredes de piedra y un camastro en una esquina de la habitación. Había un gran ventanal al fondo de la estancia que dejaba ver el paisaje exterior, que también tenía unas rejas oxidadas. Asomada al ventanal se encontraba una esbelta figura que se ocultaba bajo una capa negra. La figura debió de percibir nuestra presencia, pues se giró y nos observó atentamente.

- Midna- dijo con una voz suave y serena. Era una voz de mujer.

- Vaya vaya- respondió Midna- veo que os seguís acordando de mí.

Estaba confuso, pues no conocía a la dama que tenía frente a mí y no entendía de qué hablaba Midna. Súbitamente, la dama fijó su mirada en mí y me sentí cohibido por ello.

- ¿Es él a quién buscabais?

- No tiene el aspecto que esperaba, pero no importa.

- Te encadenaron y te encerraron, por lo que veo- argumentó examinando mis cadenas rotas.

Me senté sobre mis patas traseras sin apartar la vista de ella. Me inspiraba confianza. Tomó mi cara peluda entre sus manos; a pesar de que llevaba guantes, su tacto era agradable y sus manos eran cálidas.

- Siento que hayas pasado por todo esto.

Me quedé impactado con su mirada. Sus ojos eran de un azul tan intenso y hermoso que hechizaba. Sin embargo, mi alma se rompió en mil pedazos a ver el profundo dolor que se reflejaba en ellos. Nunca había visto una mirada tan triste y dolida. Me intrigaba por la causa de su tristeza. ¿Qué le habría pasado para estar así? Me destrozaba sobremanera verla tan deprimida. Mi alma sentía desesperada por ver una chispa de alegría brillar en sus ojos, pero debía haberse hundido en el mar de sus iris.

- No tienes por qué temer. Sé que debajo de este cuerpo de lobo se esconde el corazón de un hombre valeroso.

Me avergoncé por sus palabras y ella retiró sus manos y decidí hablar.

- Agradezco vuestras amables palabras.

Ella agachó suavemente la cabeza y Midna interrumpió.

- Bueno, creo que deberíamos ayudar al lobito a comprender lo que está ocurriendo, porque está confundido con todo esto. O mejor, deberíais hacerlo vos. ¿Por qué no le contáis lo que hicisteis?

Hubo una pequeña pausa en la que la dama se dio la vuelta y miró fijamente uno de los estandartes que ondeaban en el exterior.

- Este lugar fue anteriormente bendecido por la luz de las diosas, donde se respiraba la paz y la alegría de sus habitantes estaba siempre presente en sus corazones. Este lugar fue antes la ciudadela de Hyrule. Desgraciadamente, todo eso cambió. Zant, el Tirano de las Sombras y su ejército de monstruos atacaron la ciudadela, y el terror invadió todo lugar por donde pasaba. Los monstruos combatieron contra los soldados del reino. Muchos de ellos cayeron defendiendo el castillo, aunque sus muertes no valieron la pena, pues el enemigo consiguió adentrarse en él. Los monstruos alcanzaron la sala del trono, donde estaba yo rodeada de varios soldados. Fueron apresados por aquellas extrañas criaturas. Entonces fue cuando llegó Zant. Su aspecto era tan aterrador que me heló la sangre y me quedé paralizada por el miedo. Se fue acercando a mí lentamente, parándose a un par de metros de mí. Yo iba armada con mi espada, la cual no dudaría en usar si hiciera falta. "Debéis elegir: rendiros o morir", me dijo. El pánico invadió todo mi ser. No quería abandonar a Hyrule. Me dejé arrastrar por la cobardía y escogí la rendición. Solté mi espada, dejando que cayera al suelo generando un ruido estrepitoso con el impacto. En ese instante, las sombras se apoderaron de la ciudadela. Los habitantes se convirtieron en espíritus, aunque todavía no son conscientes de su transformación…

La dama apartó la vista del ventanal y prosiguió hablando.

- Este es mi reino, y yo su princesa.

Se llevó las manos a la capucha y las retiró. Yo me incorporé rápidamente, haciendo que Midna se tambaleara. La dama alzó la cabeza mostrando su rostro.

- ¡¿Vos sois..?!

- Me llamo Zelda. Soy la princesa de Hyrule.

Su rostro me robó todos mis suspiros al contemplarlo. Su belleza era deslumbrante. Sus facciones parecían esculpidas en mármol. Llegué a pensar que podía ser un espejismo. Su piel pálida, sus labios carnosos, sus cabellos castaños… Todo en ella me había cautivado. Percibí que Midna sonreía mientras me miraba. Entre todas las maravillas de su rostro estaban sus ojos. Aquellos grandes zafiros que brillaban en su rostro, que reflejaban el dolor que atormentaba a su alma, seguían inquietándome y maravillándome a la vez. La princesa Zelda tenía una expresión muy seria.

- Vamos, princesa, no hay por qué poner una cara tan triste- dijo Midna.

- Los monstruos del Crepúsculo os están buscando- dijo Zelda evadiendo su comentario- ¿Sabes tú la razón de ello, Midna?

- No no, no tengo ni idea- respondió riendo pícaramente.

Se oyeron pasos en las escaleras de la torre, y cada vez se escuchaban más fuerte.

- Los guardias deben de estar haciendo la ronda por aquí. Idos ya, antes de que os descubran.

Salimos rápidamente de la estancia y volvimos a salir al exterior por el agujero. Ya fuera, me quedé observando el ventanal de la torre. Allí estaba asomada la princesa Zelda, contemplando su reino con su triste mirada. Fue entonces cuando un nuevo sentimiento floreció en lo más profundo de mi corazón. Más bien, fue una promesa. Me prometí a mí mismo que eliminaría la tristeza de sus ojos. Me destrozaba el alma que su hermosa mirada azulada fuera tan fría y apagada. No entendí el porqué de mi promesa, pues acababa de conocerla, pero sentí el deseo de ver el brillo de sus ojos y la alegría reflejada en ellos. Lucharía por defenderla a ella y a su reino, y porque surgiera la felicidad de nuevo en su corazón. Seguro que su sonrisa también sería hermosa.