Disclairmer: La mayoría de los personajes son de mi invención, pero lo trama le pertenece a Suzanne Collins.

Summary: Verena Cástil, un joven de dieciséis años del Distrito 4, queda seleccionada en la cosecha de los primeros Juegos del Hambre. Un desconocido mundo se abre ante ella revelando un nuevo orden después de la guerra. ¿Podrá sobrevivir en la arena y luchar contra los demás tributos?


La primera cosecha de los Juegos del Hambre

-¡Buenos días y bienvenidos a los primeros Juegos del Hambre!- vociferaba la potente voz de Garut Brisky.

Una masa de gente se apiñaba en la plaza principal del Distrito 4, expectante. Nadie sabía en que consistían estos juegos, sin embargo todos podían sospechar, por su nombre, que no se trataba de algo bueno.

La guerra había terminado tres años atrás, llevándose con ella muchas vidas, un distrito entero y la compasión del Capitolio.

Garut Brisky, el acompañante del Distrito 4 llamaba tanto la atención con su atuendo estrafalario color vino y su cabello blanco perlado, como las gigantes pantallas de televisión que se habían colocado pocas semanas antes de la inauguración de los juegos. Era el único que sonreía radiante y saltaba de excitación.

El himno comenzó a sonar mientras las personas se acomodaban en los lugares que los agentes de la paz les indicaban ¿Por qué los niños debían separarse de sus familias?

-¿Ya se encuentran todos en sus lugares?- preguntó Garut a pesar de ver todo desde la alta plataforma.

Algunas personas gruñeron ante la voz del acompañante.

Cuando el himno terminó y todos los pueblerinos se encontraban en sus respectivos lugares: los niños de entre doce a dieciocho años alejados de los demás y separados entre sí por edad; los más pequeños en brazos de sus madres e ocultos detrás de sus piernas; los hombres intentando controlar la conmoción de ver a sus hijos lejos de su protección y los agentes de la paz cerraban la formación para que nadie pudiera irse antes de que terminase la función.

-Gracias por venir- comentó Brisky sonriendo abiertamente como si aquellas personas no hubiesen sido obligadas a asistir al evento- ¡Es increíble verlos a todos aquí reunidos para el comienzo de este gran evento que dio origen la era de paz!- empezó a leer su discurso- seguramente todos se preguntaran en que consiste- apuntó levantando los dos dedos índices para apuntar a sus interlocutores que no presentaban los mismos rasgos de emoción que él.

-Por surte los asesores del Estado nos han brindado un anuncio televisivo que les explicará en que consisten los juegos…miren las pantallas por favor- apenas terminó de decir aquello los televisores cobraron vida.

Muchas imágenes de la guerra pasada se mostraron, lo cual asustó a los más pequeños y enfureció a muchos adultos, luego una voz grave y pastosa comenzó a relatar:

-La guerra solo produce dolor y perdida, la ausencia de un distrito culminó con tan sangriento enfrentamiento y nadie creía que algo bueno surgiría de aquello- decía el locutor mientras las imágenes cambiaban- pero las autoridades del Panem crearon Los Jugo del Hambre para conmemorar aquellas vidas perdidas de personas inocentes- en es momento solo se vieron los rostros de los agentes de de paz del Capitolio- cada año los doce distritos deberán enviar a dos tributos, un joven varón y una joven muchacha de entre doce a dieciocho años, para participar. Los tributos elegidos competirán en una batalla situada en la arena de Los Juegos del Hambre en donde el ganador concederá la gloría a su distrito- mientras la voz hablaba unas imágenes de desiertos, bosques pantanosos, mares y selvas se veían en los televisores- Los tributos serán escogidos por sorteo, en esta ocasión los nombres de los participantes aparecerán una vez. El Capitolio otorgara una tesela a aquellos que la necesitan y por cada una el participante tendrá más posibilidades de ser elegido ya que su nombre aparecerá en el sorteo el número de veces que halla pedido la tesela- una cesta de semillas y aceites se mostraba en las pantallas- los juegos serán televisados en todo Panem. Gracias por su atención y bienvenidos a los primeros Juegos del Hambre- el video concluyó con el escudo del Capitolio seguido por el himno de Panem.

Apenas terminó las pantallas volvieron a quedarse en negro y los susurros recorrieron la plaza, aquel video no había sido de gran ayuda, muy pocos habían captado el doble sentido de las palabras:

Fredis Larenteck, un marinero que nunca se había casado y tenía fama de que su único amor era el mar no prestó atención al video, siquiera se molesto en mirarlo, solo tenía ojos para los niños que esperaban asustados y juntitos al sorteo de nombres. El hombre se sentía apenado no solo por él si no, también, por las familias de aquellas criaturas que podían terminar siendo tributos. Entonces se juro nunca tener hijos; Muy cerca de Larenteck, una mujer conocida como La Tejedora lloraba silenciosamente, su marido y uno de sus hijos habían muerto en aquella guerra y no podía resistir la idea de que sus otras tres hijas se jugaran la vida en aquel capricho del Capitolio; Por otro lado los jóvenes que esperaban ansiosos por saber que no eran elegidos no habían comprendido del todo el por que de aquellos juegos, lo únicos que querían era no tener que marcharse del Distrito 4; Y el alcalde, Astor Meet, el cual poseía una de las mentes más privilegiadas del lugar, se debatía entre hacer un comentario prohibido por el micrófono o no pero su inteligencia le decía que fuese prudente y que dejara correr el asunto aunque le costara la vida a dos personas.

-¡¿Increíble no creen?- gritó Garut Brisky aplaudiendo al televisor- Muy bien, ahora que todos sabemos de que se trata hagamos el sorteo- anunció dirigiéndose a una de las dos urnas de vidrio llena de papeles con nombres.

El silenció inundó por primera vez la plaza, nadie quería perderse aquel momento, nadie quería perderse el momento en el que el Capitolio empezaría a quitarle a sus hijos.

Garut metió su mano dentro de la urna, revolvió un poco las tiras de papel y saco una.

-¡Barius Deetru!- leyó felizmente.

Un chico de quince años asomó su rostro tostado por entremedio de todos los demás, él era el primer elegido.

-Felicitaciones Barius, ven…sube al estrado- lo animó Garut- ya tenemos a nuestro primer tributo, veamos quien será la afortunada- prosiguió y se acercó a la otra urna, ésta era igual a la anterior.

Mientras el representante del distrito escogía al siguiente tributo, Baruis, un joven de brazos fuertes y hombros grandes por el ejercicio de la pesca, buscaba a sus padres en la multitud pero no tuvo tiempo de divisarlos.

-¡Verena Cástil!- anunció Garut antes de que nadie pudiera pensar en enviar otro tributo.

Un grito cortó el aire, una mujer se había desmayado al escuchar el nombre de una de sus hijas.

-Oh, se emocionó- se carcajeó Garut intentando suavizar la situación que desde un principio se había visto muy tensa.

Verena, una chica muy delgada y alta, de pelo crespo se acercó a la plataforma sin que Garut se lo pidiera, ella no se mostraba tan temerosa como Barius.

Los chicos se miraron por un segundo, se conocían, él trabajaba con su padre en la pesca, mientras que ella ayudaba a su madre, La Tejedora, y a sus hermanas mayores a reparar las redes destrozadas que traían los marineros luego de los viajes al mar. En varias ocasiones, Barius, se había acercado con grandes redes llenas de algas marinas hechas jirones pero nunca había hablado con Verena, solamente intercambiaban miradas a modo de saludo.

-Espero que uno de ustedes sea el ganador de estos increíbles juegos- dijo Garut ajeno a todas las miradas del pueblo. Nada podía ser tan triste, tan desesperante, tan sádico como aquello.

El Distrito 4 se despidió de los tributos en un absoluto silencio sintiendo el dolor de sus muertes antes de que realmente ocurrieran.

Verena y Barius, guiados por unos cuantos agentes de la paz y Garut Brisky ingresaron en el Edificio de Justicia mientras que el alcalde tomaba nuevamente el mando del micrófono y leía un discurso enviado desde el Capitolio llamado Tratado de Traición. Los chicos tuvieron suerte de no escucharlo.

El Edificio de Justicia del Distrito 4 era uno de los edificios más lujoso y hermosos que poseían en el pueblo, de las paredes colgaban elaboradas guirnaldas de cemento que representaban los barcos pesqueros y el mar, cardúmenes gigantes de mármol color zafiro formaban columnas y el piso de piedra blanca con pequeños destellos negros le daban al edificio el mejor aspecto del Distrito 4: el mar, la arena y la pesca.

Verena quedó muy impresionada al entrar, procedía de una familia muy pobre y el concepto "darse un lujo" era poder bañarse con agua cocinada. Desde que su padre y su hermano murieron en la guerra el dinero escaso de la familia se había visto muy maltratado.

Barius ya había estado en aquel lugar una vez con su padre, así que intentó no mostrarse deslumbrado ante tanta belleza.

-Señorita Cástil, señor Deetru, aquí podrás hablar con tus parientes antes de que abordemos el tren eléctrico- comentó Garut señalando unas puertas blancas- tiene unos diez minutos con cada visita- dijo sonriendo y se marcho por una de las muchas puertas que poseía el recinto.

Cada chico ingresó en una habitación, Verena no sabía que pensar, sabía que su madre se había desmayado en mitad de la plaza central, no estaba segura de que estuviera en condiciones de volver a verla derrumbarse. Y sus hermanas Vicky y Pouline, las cuales ya habían pasado el límite de edad para ser tributos, Verena estaba segura de que se habrían ofrecido de poder haberlo hecho.

La habitación donde se encontraba era muy pequeña, sin embargo conservaba el mismo estilo que el pasillo principal. Había unos sillones tapizados con felpa color negra y un escritorio pequeño que solo tenía una lámpara.

Juilian Zaar de Cástil, La Tejedor, entró corriendo y se abrazó fuertemente a Verena.

-Mi hija, mi hijita- sollozaba mientras acariciaba repetidamente la cabeza rubia de su hija.

Verena no sabía que hacer para consolar la, nunca había sido la cariñosa de la familia, por otra parte sus hermanas siempre habían estado allí para sofocar el llanto de su madre. Las miro pidiéndoles ayuda. A Vicky le resbalaban lágrimas por las mejillas, Pouline tenía los ojos muy rojos.

La mayor de las tres, Pouline, tomó a su madre que ya casi no podía mantenerse en pie y la arrastro hacía uno de los sillones, mientras tanto Vicky tomaba el rostro de su hermanita de dieciséis años entre sus manos como si aquel gesto pudiera mantenerla con vida.

-No tengas miedo- le dijo hipando- nostras te estaremos apoyando desde aquí- continuó aunque la voz se le había quebrado varias veces- recuerda lo que decía papa.

Verena la abrazó ya que no podía soportar ver a su hermana tan mal.

-No sedas, la suerte esta del otro lado del horizonte pero no por ello te dejes arrastrar por el mar- susurró como por inercia Juilian mientras contemplaba a sus hijas desesperada.

La familia lloró hasta que pasaron los pocos minutos que les quedaban, Pouline no pudo decir ni una palabra a su hermana. Un agente de la paz llamado Coire, conocido por la familia, entró para que las mujeres salieran, por lo visto había otras personas esperando para despedir al primer tributo de los juegos.

Unas cuantas amigas del colegio pasaron al salir su familia, todas le decían lo mismo "todo estará bien". Verena estaba segura de que si ellas ocuparan su lugar no estarían diciendole lo mismo.

Ganci Oplistick, su mejor amiga le regaló unos pendientes de bronce que siempre usaba en ocasiones especiales, eran sus joyas más preciadas.

-Estoy segura de que te los confiscaran en el Capitolio, consérvalos hasta llegar allí- dijo mientras le pasaba los pendientes en forma de estrella de mar y la ayudaba a ponérselos.

Ganci no lloró, sabía que su amiga no quería verla así en aquel momento.

Para sorpresa de Verena el propio alcalde Astor Meet la visitó, él solo quería desearle suerte, algo que nadie había hecho hasta el momento, todo estaban seguros de que moriría en la arena. Eso animó a la muchacha ¿Habría hecho lo mismo con el otro tributo?

Por suerte para Verena, al contrario que Barius, ella no tenía ningún novio o persona especial así que al irse el alcalde se quedó sola intentando contener el llanto que había retenido todo ese tiempo y que solo quería soltar cuando estuviese plenamente segura de que nadie entraría por la puerta a molestarla.

Diez minutos después Garut Brisky asomó su nariz puntiaguda.

-Ya es hora de irnos- comentó con voz cantarina arrastrando la "s".

La joven lo siguió hasta el vestíbulo en donde sólo había agentes de la paz, entre ellos Coire, quien le guiño el ojo, que intentaban alejar a un puñado de personas que querían hablar con Barius.

Por lo visto el chico es popular, pensó Verena.

Su compañero tenía el cuerpo muy desarrollado para tener quince años, demasiado musculoso para el gusto de la chica. Su piel estaba tostada por el sol que siempre hacia acto de presencia en el cielo del distrito, sus ojos eran de color miel y tenía unos rizos rojos perfectos. Verena notó que sus cuerpos se parecían tanto como una sardina a un tiburón. Estaba claro para ella que si la supervivencia dependiera de los músculos el ganador sería Barius.

-Muy bien chicos- dijo Garut que había desaparecido por un momento- ¡Tenemos que tomar un tren! Síganme- el acompañante parecía muy alegre de dejar el Distrto 4.

Un coche demasiado largo y negro los esperaba fuera del Edificio de Justicia, ninguno de los dos tributos había visto semejante cosa en su vida, en el distrito solo se conocían barcos y los carros cargados de pescados tirados a fuerza por hombres. Por dentro estaba tapizado con cuero blanco y las ventanas teñidas de negro, había un mini bar a un costado lleno de botellas de colores y tamaños diversos acompañados de tres copas transparentes que según Baruis eran de cristal.

En el coche sólo estaban los dos jóvenes y su acompañante.

-¿Te encuentras bien, querida?- preguntó Garut de repente.

-Sí…- respondió con la voz ronca, había estado tanto tiempo callada que la garganta se le había empastado.

-Estas demasiado paliducha- se justificó Garut- y eres puro hueso- dijo un poco aterrorizado y señalando el frágil cuerpecito de Verena- no te preocupes, en el Capitolio podrás comer tanto que no te cabrá más en la panza- intentó consolar a la chica aunque esta no lo necesitaba, siempre había sido delgada y estaba tan acostumbrada a pasar hambre que el comentario de Garut le resulto extraño.

-Hay mucha gente más flaca que yo en nuestra cuidad- fue lo único que pudo responder para justificar su tamaño sin horrorizar más a su acompañante.

Barius suspiro, a él nunca le había faltado la comida, su padre tenía uno de los mejores barcos pesqueros y siempre recibía una buena paga por los pejerreyes gigantes que pescaba.

Tardaron media hora en llegar a la estación de trenes, ésta se encontraba del otro lado del distrito, muy alejada del Edificio de Justicia.

Cuando bajaron del coche una horda de cámaras y reporteros se encontraba esperándolos, como habían dicho en el mensaje de televisión: todo sería grabado y publicado para que nadie se perdiera ni un detalle de los tributos y los juegos. A Verena le resulto completamente innecesario que la filmaran tan de cerca, su aspecto era deplorable y todas las personas del Capitolio pensarían lo mismo que Garut, que era débil.

Esquivaron a varios reporteros y camarógrafos, Garut les decía que pronto tendrían detalles de las vidas de los tributos para sofocar las preguntas curiosas de los extraños personajes del Capitolio que habían ido a sacar toda la información que podían del Distrito 4.

Las puertas automáticas se cerraron y Verena se pregunto si esa sería la última vez que vería su hogar.