A/N: Tenía la idea de este one-shot desde hace algún tiempo en mi mente, tras leer varias historias en inglés con temática similar. Espero que les guste y desde ya agradezco cualquier comentario que quieran dejar.
El rating es M principalmente por precaución (no sabía bien si poner T o M, dado el uso de ciertas palabras y una escena algo subida de tono).
Disclaimer: Ni Glee ni sus personajes me pertenecen
Gira la botella
Supuestamente era una fiesta del Glee Club. Lamentablemente, el ambiente distaba mucho de ser considerado "fiestero". Sí, la mayoría de ellos estaban borrachos. No, no estaban entretenidos.
Finn, Sam y Blaine parecían enfrascados en una conversación muy importante, pero en realidad ninguno decía nada coherente. Cada uno hablaba de un tema distinto, mientras los otros dos asentían como si del descubrimiento de la cura del cáncer se tratase.
Santana y Mercedes discutían sobre quién era mejor: Amy o Aretha, mientras Brittany se dedicaba a besar el cuello de la que supuestamente era su mejor amiga (y secreto -a voces-, su novia).
Mike y Tina estaban hablando sobre la presión que sus padres depositaban en ellos, haciendo intermedios para besarse.
Rachel y Kurt analizaban las posibles obras que protagonizarían una vez que triunfaran en Broadway -hecho del que estaban seguros-, prometiéndose intentar no coincidir en las fechas de estreno y que fuese el público el que decidiese quién era el mejor.
Artie y Puck jugaban con unas figuras que habían encontrado en algún lugar de la casa, probablemente, en la habitación de Finn, pues era poco probable que Kurt coleccionase esas figuras de acción. No está demás aclarar que la "fiesta" se desarrollaba en la casa de los chicos, ya que sus padres se habían ausentado por el fin de semana.
Quinn se encontraba sentada en un sillón, mirando al resto de sus compañeros y sintiéndose molesta con ellos. No lo sabía, pero cada vez que se embriagaba, la rabia la invadía y detestaba a todos a su alrededor. Era quizás por eso que buscaba siempre calmarse a través del afecto; así, había terminado durmiendo con Puck la primera vez que se emborrachó, y en la última fiesta había terminado besando a Santana, a punto de aceptar un trío con Britt y la latina. La rubia de ojos celestes aún insistía sobre el tema cada vez que podía; pues según ella, sería una experiencia única, ya que las tres eran "calientes".
–Deberíamos jugar algo –propuso Finn de la nada–, esta fiesta resulta algo aburrida –agregó con una sonrisa que evidenciaba el nivel de alcohol presente en su sangre.
–No –sentenció Quinn molesta.
–Sólo si es algún juego interesante –dijo Puck guiñando un ojo.
–Verdad o reto –sugirió Santana de pronto interesada en lo que hablaban.
–¡Sí, me encanta ese juego! –concordó Brittany alejándose sólo un momento del cuello de la latina.
–Si bien entiendo el propósito de un juego cuando la situación no resulta del todo interesante, me parece que aquél -el de verdad o reto-, puede no ser la elección acertada. Cierto es que muchas veces ese juego es utilizado para perjudicar… –explicó Rachel demostrando que su estado etílico en caso alguno influía en su capacidad para expresarse latamente.
–Cállate gnomo –interrumpió Quinn con rabia.
–¡Hey! –Finn intentó defender a Rachel, pero el resto de los presentes pareció ignorarlo.
–¿Soy yo o la forma en la que el hobbit habla resulta sexy? –preguntó Santana en voz alta, pero a nadie en particular.
–Siempre he dicho que Rachel es sexy, San. Es cosa de mirarle las piernas –comentó Britt y Quinn no pudo evitar dirigir su mirada a las extremidades de la morena.
–Mi sexy judía siempre ha tenido unas piernas de infarto –agregó Puck.
–Aunque no entiendo muchas veces lo que dice, escucharla hablar así de rápido y ver sus piernas en esas faldas produce algo en mí –expuso Sam.
–¿Podrían dejar de babear sobre las piernas de Rachel y concentrarse en lo aburrida que resulta esta fiesta, para que hagamos algo al respecto? –cuestionó Kurt, recibiendo el apoyo de Rachel.
–Si no quieren jugar a verdad o reto, ¿qué podemos hacer entonces? Yo creo que karaoke es una buena opción –propuso Blaine. Los gritos de aprobación de Kurt y Rachel no tardaron en escucharse.
–¡No! –exclamó Santana–. Cantamos en el Glee Club y ustedes siempre cantan cada vez que pueden. Es más, mi vida a veces parece un musical de todas las veces que los escucho cantar. Así que no, no habrá karaoke.
–¿Entonces? –preguntó Artie.
–Juguemos a la botella. A girar la botella –dijo Puck con una sonrisa traviesa.
No tardaron ni un segundo en aceptar aquella propuesta. Mientras algunos iban en busca de más alcohol, otros comenzaron a sentarse en la alfombra que cubría el suelo del lugar, formando un círculo.
Quinn no supo por qué acabó sentada al lado de Puck esperando para poder jugar. Podría culpar al exceso de alcohol o a esas ganas de sacar esa rabia que contenía en su cuerpo. Frente a ella, estaba Rachel sentada. La falda se le había subido, así que la piel de sus muslos estaba expuesta. Aquel hecho no había pasado desapercibido para Santana, que parecía mirarla como si de una comida se tratase, ni para Finn que le coqueteaba (o al menos lo intentaba) a la morena. Para Quinn tampoco pasó desapercibido aquel suceso, pero las miradas lujuriosas de Finn y Santana le provocaron un molestar y un enojo inexplicable. Ni siquiera quiso observar a Puck, porque el judío probablemente tendría una mirada similar.
El juego comenzó minutos después, y tras las primeras quejas, Puck señaló que nadie podía excusarse de besar a otro debido a su orientación sexual. Aquello derivó en que en la primera vuelta, a falta de sólo Rachel para girar la botella, Mercedes se hubiese besado con Tina, Artie con Sam, Santana con Finn, Kurt con Tina, Mike con Puck, Britt con Meredes, Tina con Mike, Sam con Finn, Puck con Britt, Blaine con Santana, Quinn con Britt y Finn con Tina. La chica asiática ya se había quejado de ser la elegida tantas veces por aquella botella, aunque claramente disfrutó besando a Mike y a Finn, pues la duración esos dos besos lo evidenciaron.
Quinn había mirado la botella con odio cada vez que se había detenido cerca de Rachel y había respirado con tranquilidad cada vez que había notado que señalaba a otra persona. No supo por qué, pero cuando fue su turno, deseó que la boca de la botella aterrizara justo en el lugar que correspondía a la morena. Bufó molesta cuando notó que la botella apuntaba a Britt; aunque, por otra parte, estaba feliz con que fuese su amiga y no otra persona, como Finn o Puck.
Rachel giró la botella con fuerzas, por lo que ésta se demoró en detenerse. Cuando lo hizo, apuntó claramente a Sam.
–No –sentenció Quinn irritada.
Santana la miró extrañada, pero el alcohol en presente en sus venas hizo que no se fijase en lo que su mejor amiga decía, sino que centró su atención en la forma en la que Britt tocaba su mano en ese momento. Rachel, casi de manera autómata tomó la botella y la hizo girar nuevamente. Esta vez la botella se detuvo en Mercedes.
–¡No! –exclamó la rubia cada vez más molesta.
Rachel la miraba confundida, pero se encogió de hombros y volvió a tomar la botella.
–Me parece que Rachel tiene que besar a la persona que la botella señale… –comentó Mike, algo cansado con la actitud de la rubia, siendo el más sobrio del lugar. El resto de los chicos asintió como recién notando lo que verdaderamente sucedía.
–Cállate Asia –expetó Quinn con rudeza–. Berry va a girar la botella nuevamente.
–Pero Q, le juego consiste en que nos besemos… cuando haces que Rachel gire tantas veces la botella, esto se vuelve aburrido –se quejó Britt, recibiendo el apoyo de Mercedes y Puck.
–Gira la botella –dijo Quinn mirando a Rachel, ignorando por completo a su amiga.
Rachel asintió, acatando la orden de la porrista y volvió a girar la botella. El objeto de la discordia dio varias vueltas antes de detenerse en Santana. La latina al notarlo esgrimió una sonrisa de suficiencia.
–Ven aquí, hobbit… te voy a demostrar cómo se besa de verdad –anunció Santana cuando se acercaba al medio del círculo que habían formado, esperando por Rachel, mientras Britt aplaudía divertida y Puck junto con Sam lanzaban aullidos, simulando ser lobos.
–Ni se te ocurra, S –interrumpió Quinn–. Vuelve a tu lugar, Berry va a girar la botella de nuevo.
–¿Qué? ¡No, Q! –exclamó la latina como una niña pequeña a la que le quitan un dulce–. La botella me apuntó a mí, así que yo la voy a besar.
–Dije que no, S. ¿O quieres correr vueltas extras el lunes? –amenazó la rubia, logrando que Santana volviese a su lugar.
–Esto es extraño… –comentó Blaine confundido.
–Sí, todo me da vueltas –dijo Kurt.
–No eso, sino que Quinn no deje a nadie besar a Rachel –respondió el chico del cabello engominado, recibiendo un asentimiento de parte de Tina.
–Quinn quiere que la botella pare en mí –expresó Finn–. En el fondo, quiere ayudarme a enmendar las cosas con Rachel.
La capitana de las porristas rodó los ojos al escuchar lo que el quarterback decía.
–Gira la botella, Berry y esta vez hazlo bien –sentenció Quinn.
Rachel se encogió de hombros y por cuarta vez consecutiva, volvió a hacer girar la botella. En esa ocasión la espera fue menor, porque la morena no aplicó tanta fuerza. Parecía que se detendría en Quinn, que soltaba un suspiro, relajada, pero luego se movió hacia Puck.
–Ven aquí sexy judía –pidió Puck emocionado, tras soltar un grito de felicidad.
–Sobre mi cadáver –murmuró Quinn–. ¡Vuelve a girar la maldita botella, Berry!
Hubo un quejido colectivo tras las palabras de la rubia. Lo más ridículo de la situación es que, debido al estado de embriaguez que tenía cada uno de los presentes, ninguno había notado lo ilógico de la situación, más allá de la queja inicial de Mike. Todos parecían atacar con molestia las órdenes de la rubia porrista.
–Deja que el hobbit bese a alguien, así podemos continuar el juego –se quejó Santana.
–Lo va a hacer cuando la botella señale a la persona correcta –indicó Quinn tomando un largo trago del vaso rojo que contenía una mezcla de alcohol que ya no recordaba.
–Cuando me señala a mí, chicos –explicó Finn.
–Dudo que Quinn espere eso –comentó Tina mientras tomaba el vaso de Mike para rellenar el suyo.
–Entonces, ¿debo girar la botella nuevamente? –preguntó Rachel evidentemente confundida.
Quinn asintió y pese a las protestas del resto de los presentes, la morena volvió a girar la botella. Para la mala fortuna de la rubia, apuntó a Finn.
–Es el destino… estamos destinados –balbuceo el jugador de fútbol americano.
–Esto es una mierda –gruñó Quinn, para luego levantarse y tomar la botella–. No haces nada bien –señaló mirando al objeto inanimado–. ¿Por qué sigas apuntando a otras personas? –preguntó a la botella, entre la mirada atenta de algunos y el desinterés de otros que besaban a sus parejas o recargaban sus vasos con más alcohol.
La rubia se acercó a Rachel, sin soltar la botella que tanta molestia le causaba aquella noche. La morena la miró expectante, pero no opuso resistencia cuando Quinn la acercó hacia su cuerpo. Tampoco hizo nada cuando la mano izquierda de la rubia guio su cabeza hacia ella, ni se detuvo a cuestionar algo cuando sus labios se tocaron.
Quinn sintió que una explosión se produjo en su cuerpo. Toda esa rabia que aparecía cuando el alcohol estaba presente en sus venas, desapareció. Y no de la manera que lo hacía cada vez que besaba a alguien en una fiesta en busca de afecto, transitoriamente… esta vez, se sentía permanente, como si un mundo nuevo se presentara ante ella. Por lo mismo, se pegó más a la morena, anhelando el contacto de sus cuerpos, de sus almas.
Ambas dejaron escapar un gemido sin notarlo, pero que el resto de los presentes escuchó claramente, aumentando la temperatura del ambiente.
–¡Wanky! –exclamó la latina, acercando a Britt hacia ella para besarla, animada por la imagen que producían la diva y la capitana de las porristas.
–Creo que Hanukkah se adelantó este año –susurró Puck tan alto que casi todos escucharon, pero sin dejar de mirar a las mujeres frente a él.
–¿No se suponía que Rachel debía besarme a mí? –preguntó Finn confundido, mientras Sam lo abrazaba consolándolo y Artie negaba tomando un sorbo de su bebida.
Rachel sentía que todo a su alrededor daba vueltas y que su único salvavidas eran los labios de la rubia que la besaba con ansias. Tras lo que se sintieron que fueron horas, se separaron buscando aire.
–Sabes a fuegos artificiales mezclados con fresa –murmuró Rachel mirando fijamente los ojos avellana de la rubia.
Quinn le sonrió y volvió a besar sus labios; esta vez, de manera más casta.
–¿Ves? –dijo mirando a la botella en su mano derecha–. Mía… sólo mía. Eso es todo lo que tenías que hacer.
Sin previo anunció, volvió a reclamar los labios de la morena. Perdiéndose en su sabor, en su textura y en los miles de sentimientos que aquel beso le producía.
Los demás al no contar con la botella, y sabiendo que tanto la rubia como la morena estaban ocupadas y entretenidas explorando sus bocas, rompieron el círculo y se dedicaron a seguir bebiendo, a conversar, a bromear, a cantar o a besarse.
–Me encanta tu boca –murmuró Quinn cuando rompieron su quinto o sexto beso consecutivo.
–¿Eso quiere decir que la reina del McKinley, Quinn Fabray, gusta de mí? –preguntó Rachel sin un rastro de coquetería o arrogancia, sino más bien con emoción e ilusión. Quinn volvió a besarla ignorando su pregunta.
–¿Qué pasaría si eso fuese así? –cuestionó la rubia tras besarla otras dos veces más.
–Me sentiría halagada. Tus besos saben a fuegos artificiales y a fresa, aquello es como creo que saben los arcoíris y tu cara es perfecta y eres inteligente y…
–¿Ni con alcohol dejas de hablar mucho? –Rachel negó sonrojándose un poco–. Cuando hablas tanto me dan ganas de besarte y besarte sin parar –admitió Quinn–. Tu boca sabe mejor que el tocino y creía que nada podía ser mejor que eso. Tampoco pensé que algo podía ser mejor que tu voz, pero definitivamente prefiero que me beses a escucharte cantar…
–¡Quinn Fabray, nunca dejaré de cantar! Voy a ir a Nueva York y triunfaré en Broadway cantando y no podrás besarme para impedirlo –sentenció Rachel apuntando con su dedo índice el pecho de Quinn, para enfatizar sus palabras.
–Está bien, te dejaré cantar… pero apenas dejes de hacerlo, debes besarme –cedió Quinn, en aquella conversación que había perdido el sentido antes de empezar.
–Pero también tengo que decir mis líneas –recordó Rachel de pronto–. No puedes besarme apenas deje de cantar, porque si no, no podré decirlas. Ni tampoco podré decirlas antes. ¿Y qué pasará cuando me entrevisten? ¿O cuando esté dando mi discurso como ganadora de un premio Tony? Tampoco puedes besarme en esas ocasiones –agregó Rachel contrariada.
–Está bien, te dejaré cantar, decir tus líneas y hablar todo lo que necesites, ¿está bien? –concedió Quinn–. Pero el resto del tiempo, debes besarme. Sólo a mí y a nadie más, aunque la estúpida botella diga otra cosa.
–Me parece razonable –acordó Rachel extendiendo su mano a Quinn para cerrar el ridículo trato entre ellas. La rubia apretó la mano de la morena, para luego tirar de ella, volviendo a besarla.
Rachel se entregó al beso, cumpliendo gustosamente el trato acordado segundos atrás. Quinn sintió que aquél era el acuerdo de su vida y se lo demostró a la cantante con la pasión que le brindó a través de sus labios.
Más tarde esa misma noche, Quinn se durmió abrazada a la morena, al más puro estilo cucharita, siendo ella la cuchara más grande y Rachel, la pequeña. Ambas con sonrisas en sus rostros.
Cuando los rayos del sol se hicieron presentes en la sala, pese al cansancio y a la ingesta de alcohol, Quinn no pudo seguir durmiendo y tras apretar dos o tres veces sus párpados, abrió sus ojos algo confundida. Frente a ella, unos cabellos castaños y un intenso olor a vainilla la embargaron. Poco a poco comenzó a recordar los eventos de la noche, sin evitar poder sonreír.
Unas largas pestañas le hicieron cosquillas en sus labios, anunciándole que la morena comenzaba a despertarse. Quinn bajó un poco la vista y se perdió en aquellos ojos color chocolate que la miraban confundida. La rubia supo el momento exacto en que Rachel recordó lo sucedido horas atrás, porque abrió en demasía las dos orbes que encandilaba a Quinn.
Tomando verdadera conciencia de lo que había pasado la noche anterior, Quinn se separó de la morena, incómoda.
La magia se había roto y ambas buscaban algo o a alguien para distraerse del embarazoso ambiente que se había formado entre ellas.
–Eh… voy a ir a cepillarme los dientes –anunció Rachel mirando al resto de los cuerpos que dormían cerca de ellas en la sala, esperando que alguno se despertase y las ayudase a relajar la situación.
–Sí… yo haré lo mismo. Iré al baño del segundo piso –comentó Quinn levantándose en busca de su bolso.
Quinn se demoró unos quince minutos aseándose en el baño. Una vez lista y tras recordarse que ella era la capitana de las porristas, la que reinaba el McKinley varias veces frente al espejo, volvió al primer piso, encontrando la sala en el mismo estado que la había dejado, salvo por la ausencia de la morena.
Se dirigió a la cocina en busca de un vaso de agua y tras beberlo, se sentó en uno de los banquillos dispuestos cerca de una de las encimeras. A su derecha, la botella causante de todas sus dudas esa mañana, parecía burlarse de ella.
–Nunca debí aceptar jugar contigo –dijo mirando fijamente al objeto, como si esperase que de forma mágica la botella le respondiese.
–¿Sabes que las botellas no hablan, cierto? –preguntó la voz de Rachel a sus espaldas, asustándola y haciendo que se girara rápidamente para enfrentarla–. ¿O aún el alcohol hace estragos en ti?
–La resaca que tengo indica que sí, que aún hace estragos en mí. Y es muy probable que aún corra mucho alcohol por mis venas, pero estoy claramente consciente… –explicó Quinn con media sonrisa, algo penosa.
–No como ayer… –agregó la morena, como si aquella fuese la frase que la rubia hubiese dejado en el aire.
–Algo así –acotó Quinn, removiéndose incómoda en el banquillo.
–¿Recuerdas lo que…? –intentó indagar Rachel.
–Sí –interrumpió la porrista–. Pese a todo lo que bebí anoche, creo que recuerdo todo.
–Yo también –comentó la morena, sentándose junto a Quinn en el banquillo a su izquierda. Sin saber por qué, algo en el ambiente había cambiado y ambas se habían percatado de ello. Como si un peso se hubiese esfumado–. Creo que jamás había ingerido tanto alcohol. La última vez había sido en la fiesta que celebramos en mi casa…
–Luego de esa fiesta, pensabas que podías tener algo con Blaine –recordó Quinn.
–Sí… una locura –aseguró Rachel–. No recordaba mucho al día siguiente, sólo que nos habíamos besado, que no había sido desagradable y que habíamos cantando. Creo que eso fue lo que me motivó en realidad, el hecho de haber creído encontrar a mi compañero perfecto de canto.
–Nosotras no cantamos… –se aventuró Quinn, nerviosa–. ¿Eso quiere decir que debo estar tranquila?
–Tras aquella única vez que cantamos juntas, siempre he creído que podríamos hacer un buen dueto, pero sé que el canto no es tu interés principal –se sinceró Rachel–. Así que sí, en ese sentido, puedes estar tranquila –siguió la especie de broma formulada por la rubia.
Quinn no supo cómo tomarse las palabras de la morena, principalmente porque no sabía qué le sucedía a ella.
–¿Estás arrepentida? De besarme… –preguntó Rachel sin mirar a Quinn.
–No… –era lo único que la rubia tenía claro desde que se había despertado momentos atrás.
–Oh… –murmuró sorprendida la cantante.
–Sí, en efecto… oh –expresó Quinn suspirado.
–Yo tampoco –comentó Rachel–. Me arrepiento, quiero decir… ya sabes, de besarte… –agregó nerviosa.
Un silencio se formó entre ellas, que durante segundos se lanzaron miradas furtivas, buscando que la otra se animara a decir o hacer algo. Quinn fue la primera en actuar.
–Gira la botella –le pidió la rubia a Rachel, tras tomar el objeto y dejarlo sobre la encimera frente a la morena.
Rachel tal y como la noche anterior, acató la petición de Quinn e hizo girar el objeto, que para no romper la tradición, se detuvo apuntando a otro lugar de la cocina.
–Al parecer, la botella me odia –espetó Quinn–. O definitivamente tú no sabes hacerla girar.
–No necesitas una botella apuntándome si quieres besarme, Fabray –se arriesgó Rachel, sintiéndose más segura de momento.
–¿Piensas que yo, Quinn Fabray, capitana de las porristas, necesito a una botella para besarte? –preguntó la rubia acercándose peligrosamente a Rachel de manera coqueta–. Por si no recuerdas, la botella ayer nunca me apuntó a mí, además, si yo no recuerdo mal, nosotras tenemos un trato y no suelo romperlos…
Sin esperar por la respuesta de la morena, acortó la distancia existente entre sus bocas y la besó. Todos aquellos sentimientos tan extraños y maravillosos que habían brotado ayer en el cuerpo de Quinn tras el primer contacto con los labios y la lengua de Rachel, regresaron. La pasión con la que se besaban no las hizo conscientes del instante en que Quinn abrazó a Rachel, la levantó y la sentó en la encimera, de frente a ella.
La mayor altura de Quinn, provocaba que la diferencia que producía el banquillo con la encimera, se volviese nula… quedando perfectas una frente a la otra. Fue la morena la primera que comenzó a descubrir el cuerpo de Quinn, recorriendo con sus manos la espalda de la rubia, de norte a sur, deslizando sus manos bajo la blusa de la porrista.
La abeja reina del McKinley no quiso quedarse atrás, y sin vergüenza comenzó a acariciar el vientre de Rachel, descubriendo los abdominales que no sabía que la morena tenía. Poco a poco comenzó a subir sus manos, hasta tocar el busto de Rachel, sobre el corpiño. Arrancándole un gemido que animó Quinn a seguir con las caricias.
–¡Dios mío, mis ojos! Nunca más podré volver a comer en ese lugar –exclamó Kurt interrumpiendo la acalorada sesión de besos y caricias que se desarrollaba en el lugar. Rachel escondió rápidamente su rostro en el cuello de Quinn, avergonzada–. No te hagas la tímida a hora, Rachel… Y yo que pensaba que todo lo que había sucedido ayer había sido un sueño salido de otra dimensión.
–Cállate, Porcelana. No intentes dártelas de listo –amenazó Quinn, demostrando que estaba lejos de dejar de ser la abeja reina del McKinley. Rachel se alejó un poco–. ¡Hey! –dijo suavizando su voz la rubia, volviendo a acercar a la morena para así recuperar la postura anterior. Rachel se sonrojó y sonrió contra el cuello de la porrista–. Lo mío con Rachel no cambia la forma en la que son las cosas, así que no creas que puedes hablarme de esa forma –sentenció Quinn, volviéndose a dirigir a Kurt.
–Bipolar –murmuró el chico antes de salir del lugar.
–Es mi amigo, sabes… podrías tratarlo un poco mejor… –comentó Rachel tras la marcha de Kurt.
–Puedo… –concordó la rubia–, pero no lo haré de inmediato. No le daré ese poder –añadió sonriendo.
–Eres un caso perdido. Ayer te peleabas con una botella, hoy te comportas mal con Kurt sólo para demostrar que sigues siendo la misma Quinn de siempre… –Rachel negó tras terminar de hablar.
–Soy Quinn Fabray, ni una botella, ni Kurt van a poder meterse conmigo o con quien quiero –señaló la rubia, mirando fijamente a Rachel.
–¿Debo asumir que soy yo a quién quieres? –cuestionó la morena y Quinn asintió como una niña pequeña–. ¿Y qué pasa con lo que yo quiero?
Quinn arqueó su ceja derecha, levantándola, en ese gesto que ya era su marca personal, y besó a Rachel con pasión.
–Creo que sé muy bien qué quieres, Berry.
–No te la des de listilla conmigo, Fabray –dijo Rachel acercándose a Quinn de manera presumida–. O volveré a girarla botella.
–¡No! ¡Eso no! –exclamó Quinn–. Creo que ya tuve suficiente de ese juego… mejor aprovechemos que todos, salvo Kurt, siguen durmiendo y bésame… Es mucho más entretenido. Además tienes un trato que cumplir.
–En eso estoy completamente de acuerdo contigo –afirmó Rachel, volviendo a besar los labios de Quinn.
Faltaban miles de conversaciones entre ellas, pero mientras sus labios se tocaban y sus leguas se encontraban, aquello daba lo mismo. Quinn Fabray era la reina del McKinley, eso convertía a Rachel en intocable, si ella así lo decía. Intocable para el resto del mundo, claro está, porque las manos de Quinn en ese momento se dedicaban a explorar el cuerpo de la morena y nadie, ni siquiera una maldita botella podrían impedir que lo hiciera. Rachel, no tenía ningún problema con eso y si dependía de ella, giraría la botella hasta que apuntara a Quinn y sólo a Quinn para el resto de su vida.
