Capítulo 1
Afán
Aunque el día gris y el cielo nublado no lo acompañaban aquella mañana, en realidad, tenía la sensación de que el gran océano encapotado que se extendía sobre él podía reflejar a la perfección todas sus emociones. Sentía la presión en su pecho con cada paso que daba alejándose de su hogar hacia un lugar desconocido para él, sin embargo, estaba realmente convencido de que aquello era lo correcto. Debía hacerlo. Tenía muchas razones para dejar atrás su casa y dirigirse a aquel campo de entrenamiento en el que se presentaría como uno de los niños voluntarios para convertirse en algo mucho más grande. En un héroe.
Reiner Braun ansiaba más que nada ser reconocido como uno de los guerreros talentosos que servirían a Marley.
Al pequeño chico rubio de unos siete años de edad le habría gustado que toda aquella ilusión y entusiasmo opacaran por completo el miedo que se extendía en su interior, pero por mucho que lo intentara resultaba imposible. Al igual que era inevitable que aquellos nubarrones oscuros surcaran el cielo, incesantes.
Las pruebas de selección eran realmente duras y severas, y, aunque creía tener altas posibilidades de superar al resto de candidatos, no podría lograrlo sin enfrentar dificultades. No obstante, contaba con la fuerza necesaria para ello. Sus deseos de conseguirlo eran tan fuertes e intensos que estaba preparado para darlo todo de sí mismo. Se esforzaría hasta su último aliento para demostrar su valía.
Se detuvo unos instantes sobre el largo puente de piedra extendido ante él. Cada vez que tenía la oportunidad de acercarse al río le gustaba observar todos los arcos que conformaban su base. Aquella gran estructura atravesaba el ancho río que separaba su hogar; Liberio, de otros distritos en los que se alojaban más personas como él.
Aún disponía de tiempo hasta la hora indicada por lo que no le importó apoyar sus codos sobre una de las paredes del puente para contemplar el agua. A pesar de la altura a la que se encontraba, y aunque la masa líquida bajo él no era precisamente nítida, pudo distinguir su propia silueta. En ocasiones como aquella entendía por qué le decían a menudo que se parecía a su madre. Ambos tenían el mismo pelo rubio y liso, un tono de ojos color ámbar y facciones duras y fuertes, aunque las suyas se suavizaban bastante a causa de la edad.
Pensó en lo mucho que le gustaría cambiar sus propias expresiones por unas serenas y convincentes, un rostro que hiciera ver al resto de personas que lo rodeaban, lo seguro que estaba de sí mismo. Pero tenía tanto temor al fracaso que no podía eliminar ese miedo de su ser. Y por desgracia, éste también podía detectarse en su mirada, en sus movimientos.
Se llevó las manos a la cabeza hundiendo los dedos en su cabello corto para zarandearlo y tratar de calmarse. Tenía que borrar aquel gesto que tanto le disgustaba. Tras aquella decisión de convertirse en guerrero había algo mucho más importante para él que el prestigio o el reconocimiento del resto. La fama o el respeto eran secundarios para Reiner. Le interesaban mucho más otros beneficios que obtendría una vez lo lograra. El lugar que, tanto su madre como él, al fin tendrían allí.
Y entonces, la conversación que ambos mantuvieron años atrás le vino a la cabeza. Recordaba cada palabra y gesto como si lo estuviera presenciando en aquel preciso instante. Ese recuerdo era la mayor fuente de energía a la que decidía aferrarse para sacar fuerzas y seguir adelante. Anhelaba mejorar todo lo posible la vida de su madre, ofrecerle un lugar al que, personas como ellos, no tenían derecho. A ojos de los habitantes de Marley no eran más que unos miserables demonios causantes de estragos, asesinos de gente inocente. Eso era lo que su madre le había explicado detalladamente. Motivo de que su padre los hubiera dejado atrás, abandonándolos a su suerte. El regalo que sus antepasados les habían dejado; una maldición incurable que los condenaba a arrastrar sus pecados desde el día de su nacimiento hasta alcanzar la muerte. Por ello, las relaciones sentimentales entre los Marleyanos y los demonios encerrados en aquellos guetos eran algo inimaginable y terminantemente prohibido.
Se castigaban con la pena de muerte.
Ante aquella cruda realidad que lo condicionaba tanto solo podía encontrar esa solución. Si era elegido como uno de los guerreros que servirían a la nación de Marley, entonces contaría con muchos privilegios por sus acciones. Se convertiría en una especie de salvador para aquellas personas y todas esas miradas de desprecio que le dedicaban los soldados encargados de vigilar el gueto se esfumarían. Daría el primer paso hacia la expiación de aquellos errores que cometieron en el pasado.
Pero además, una vez que fuera reconocido podría volver con él. Sería lo suficientemente bueno como para que su padre pudiera aceptarlo al fin. Su familia podría volver a estar unida y feliz como tendría que haber sido desde el primer momento. Las diferencias entre ellos se reducirían tanto que no podrían ser castigadas o detestadas. Soñaba con ver una sonrisa dibujada en el rostro de su madre, quería que ambos se sintieran orgullosos de él.
Un enorme pájaro pasó volando sobre su cabeza trayendo consigo las pequeñas gotas de agua que comenzaron a caer. Alzó la cabeza cogiendo una gran bocanada de aire para contenerlo durante unos segundos y soltarlo de golpe después. Aquello lo calmó lo suficiente como para volver a centrarse en su objetivo, para recordar la rabia que les tenía a aquellos diablos que tanto habían condicionado su vida. Porque, a pesar de que todos compartieran los mismos antepasados, quienes huyeron a la isla jamás se arrepintieron de todo el dolor causado. Nunca pensaron en la posibilidad de lamentarse, arrepentirse o enmendar sus acciones. No. Eran pobres criaturas malditos que continuarían causando estragos siempre que pudieran, manchando así el nombre que ellos tanto intentaban limpiar.
Tal y como su madre le había enseñado, el rey descendiente de los demonios había escapado refugiándose en una isla lejos de Mare llevándose solo a unos pocos consigo. El resto habían sido abandonados como sucias ratas y sentenciados a una vida de la que en realidad no podían quejarse. Pues aquellos a quienes les habían causado tanto daño habían sido bastante benévolos y piadosos con ellos como para perdonarles la vida y permitirles vivir cerca de sus ciudades. Compartían la comida y el agua con ellos, con quienes los habían llevado a la ruina. Por eso, al convertirse en guerrero también podría demostrarles en nombre de todos que estaban agradecidos con ellos, que no tenían nada que ver con aquellos que traicionaron su confianza y huyeron tras destruirlos durante años.
Los Eldianos que residían en Marley se arrepentían de las acciones de sus antepasados y comprendían el dolor y sufrimiento que habían provocado. Reiner quería encargarse de redimir esos errores y de demostrar que habían cambiado. Que ahora eran sus aliados y no sus enemigos.
Bajó la mirada hasta la banda de tela que portaba en su brazo izquierdo. Era imprescindible que la llevara si no querían ser castigados. Aquel símbolo los identificaba entre el resto de personas, era la marca con la que debían cargar, pero esperaba que algún día todo el odio detrás de ella desapareciera. Se la ajustó y finalmente, tras colocarse bien el bolso que surcaba su pecho en diagonal, continuó su camino.
Fue uno de los primeros en llegar al campamento, los soldados en la entrada le indicaron con desgana hacia dónde debía dirigirse y solo tuvo que seguir sus indicaciones con precisión. Por un momento, estuvo a punto de perderse en el interior del edificio pero logró encontrar a otro niño de su edad introduciéndose por una puerta hacia uno de los patios, así que solo tuvo que dejarse guiar.
Los hicieron esperar alrededor de una hora hasta que todos los que se habían apuntado aparecieran en el lugar. Cada uno de los voluntarios, niños y niñas, llevaban la misma banda que él en el brazo, la cual se distinguía con facilidad al ser de un intenso color amarillo. La escasa e incesante lluvia comenzaba a empaparlos hasta los huesos.
En el momento en el que los ojos de Reiner captaron a uno de los generales surcar el umbral de la puerta, también dio con alguien que conocía. Hacía bastantes días que no veía a Bertolt y acababa de comprender la razón: Él también se había ofrecido como uno de los candidatos. No pudo evitar extrañarse bastante, pues nunca había parecido interesado en convertirse en guerrero como él. Por lo general Bertolt demostraba ser un chico bastante apacible y tranquilo, sin aparentes intenciones de entrometerse en disputas.
Conoció al chico un par de meses atrás, cuando ambos coincidieron como espectadores en uno de los recorridos para traidores de la nación.
Los demonios capturados se dirigían a su muerte por haber conspirando contra Mare. Los dos niños contemplaron lo que les ocurría a quienes infringían las normas y, en realidad, no comprendían por qué lo hacían. ¿Por qué llevar a cabo acciones que indudablemente terminarían con sus vidas? ¿Qué ganaban desechando la oportunidad que les brindaban? Con aquello solo daban a entender que no se arrepentían de todo el mal causado y además su comportamiento también afectaba al odio que se extendía contra todos ellos. ¿Qué sentido tenía?
Los dos niños se vieron arrastrados por una marea de gente que abucheaba a los conspiradores. Les lanzaban piedras y todo objeto punzante que tuvieran a mano. Todos ellos pagarían por su deslealtad en la isla Paradis donde el resto de demonios se refugiaban. La mayoría de habitantes Marleyanos y Eldianos desconocían el verdadero destino de aquellos criminales. Que vagarían convertidos en titanes por toda la eternidad. El castigo que ellos mismos se habían buscado al desobedecer las normas.
-Malditos demonios…- susurró Reiner con rabia. Apretó con fuerza sus puños notando cómo cada una de sus uñas se clavaban en la palma de sus manos. Los detestaba porque por culpa de ingratos como ellos le había tocado vivir de aquella forma. Odiaba ser igual que ellos y compartir la misma sangre. No fue hasta que el chico junto a él colocó la mano en su hombro que despertó de su ensimismamiento.
-Oye, ¿estás bien?- preguntó con rostro serio pero calmado. Reiner lo miró curioso, aquel niño que rondaba su edad parecía no inmutarse ante lo que estaba presenciando. ¿Es que acaso no compartía aquella rabia con él? Pero cuando alzó un poco más la vista para centrarse en los ojos verdosos de él, supo que se equivocaba. Que aunque no diera esa impresión, podía estar seguro de que anhelaba tanto como él limpiar la imagen que los Marleyanos tenían de todos ellos.
-Algún día… todos los traidores desaparecerán junto a los demonios. Sólo habrá lugar para quienes juramos lealtad a Marley y decidimos reparar nuestros errores del pasado.- susurró a modo de respuesta consiguiendo que el chico llamado Bertolt lo mirara sorprendido por el ímpetu escondido tras aquellas palabras.
Fue a partir de aquel día cuando ambos comenzaron a verse más a menudo. Reiner se había enterado de que el chico vivía en Liberio, justo en el extremo contrario de donde estaba situada su casa. Tampoco podían verse a diario porque en muchas ocasiones los Eldianos estaban obligados a realizar labores y trabajos en colaboración con Marley. Y aunque la mayoría eran realizados diariamente por los adultos, los niños debían ayudar también. Pero aquello no impidió que los dos niños forjaran una sólida amistad fundamentada en una base ideológica similar y en unos objetivos más bien parecidos.
Reiner dejó todo aquello a un lado volviendo a la realidad de forma brusca a causa del tono de voz del general ante ellos. Su entonación alta y severa produjo escalofríos a varios de los niños junto a Reiner, aunque él se obligó a sí mismo a permanecer estático y controlar todas sus emociones lo mejor posible. Era el momento que tanto había esperado y no debía cometer ni el más mínimo fallo si quería que lo escogieran. Por ello, se esforzó en disimular cuanto pudo el ligero temblor de sus piernas y la necesidad de bajar la mirada al suelo en busca de protección.
-¡Hoy es el día en el que todos vosotros, voluntarios de entre cinco y siete años, os entrenaréis para convertiros en guerreros dignos de heredar uno de los poderes titanes y de proteger Marley con vuestras propias vidas!- comenzó a hablarles. –Durante estos primeros días, todos os someteréis a un duro entrenamiento como candidatos válidos para heredar ese poder. Transcurrido un tiempo, se os realizarán varias pruebas que determinarán quienes sois aptos para convertiros en potenciales candidatos. Aquellos seleccionados recibirán un entrenamiento especial y exclusivo para convertirse en verdaderos guerreros y gozarán de todos los privilegios derivados de ese título. Serán ciudadanos honorarios de Marley.
Todos ellos asintieron con seriedad. Algunos nerviosos y otros totalmente convencidos de lo que querían conseguir. Tal y como les habían indicado, llevarían a cabo varias pruebas a lo largo de un periodo. Para ser seleccionados como posibles candidatos tendrían que sobresalir en alguna de esas pruebas, solo los mejores tendrían el honor de heredar uno de los grandes poderes.
Tras unas cuantas indicaciones más, el primero de los ejercicios comenzó. Los llevaron en algunos carros hasta una zona boscosa alejada. Todos ellos se pusieron en fila esperando nuevas órdenes, y entonces, el general a cargo, les tendió una escopeta a cada uno. Pocos de ellos la superaban lo suficiente en altura pues eran armas grandes y pesadas, sus brazos se entumecerían los primeros días de entrenamiento y tendrían dificultades para utilizarlas. Sin embargo, era algo a lo que tendrían que acostumbrarse con el paso de los días si querían ser seleccionados. Además de eso, otro de los ayudantes oficiales les tendió enormes mochilas cuadriculares con un saco de dormir enrollado en la parte superior. Éstas también pesaban lo suyo y al principio Reiner temió no poder levantar los pies de la tierra sin dificultad. Por suerte, todos vestían botas altas idóneas para aquel terreno pantanoso e inestable, pues la lluvia torrencial que caía sobre ellos no ayudaba en absoluto.
Cuando dieron la señal, el ejercicio comenzó. El agua dificultaba bastante la visión de Reiner, quien no podía apartar la mirada del suelo, de las diversas rocas y agujeros que iba surcando. Pues lo peor que podía pasarle era caerse y retrasarse, perder el ritmo del resto. Si pretendía destacar entre los demás debía ser por acciones reconocidas, no por fallar estrepitosamente. Así que continuó entre los demás jóvenes, inmerso en el grupo, sin quedarse atrás pero sin tomar el primer lugar. Ante ellos el mismo hombre de aspecto severo los guiaba mientras los analizaba de uno en uno con aquella mirada punzante.
Reiner trató de detectar a Bertolt pero no fue capaz de verlo en aquel revoltijo de niños y niñas, agua y barro. Finalmente, lo dejó estar para evitar perder el equilibrio y la concentración. Aquello era lo que le esperaba a partir de entonces. Interminables días de entrenamiento intenso para convertirse en aquello que tanto ansiaba.
La hora de la comida fue el momento de descansar un poco. Regresaron a los cuarteles en el perímetro de la ciudad. En vestuarios separados, tanto chicos como chicas se cambiaron a sus ropas usuales para no ensuciar de barro el comedor. Cuando creyeron que les darían un pequeño respiro sus esperanzas se esfumaron al llegar a la sala principal en la que les asignaron nuevas tareas. Incluso en los momentos en los que no fueran a realizar ejercicios físicos tendrían que seguir preparándose. Los dividieron en tres grupos que únicamente se juntarían durante la comida y que en las siguientes semanas irían rotando sus actividades. Uno de ellos se ocuparía de preparar la comida para el resto, de recoger y fregar todo lo utilizado y limpiar las salas. El segundo se encargaría de limpiar, lustrar y revisar las armas empleadas en los entrenamientos, montarlas y desmontarlas adecuadamente. Y el último, tendría que tener a punto los uniformes y ayudar a organizar los ejercicios próximos a ser efectuados.
Por la tarde, tuvieron que ponerse de nuevo los uniformes manchados y húmedos. Fue bastante desagradable sentir cómo se adherían a la piel, por no hablar de la sensación fría que recorría sus cuerpos, pero nadie les había dicho que aquello sería fácil. Mientras antes se acostumbraran a lo que les esperaba, mejor les iría en una situación real, pues al fin y al cabo, todos los niños seleccionados para ser guerreros participarían en guerras y batallas en las que podía suceder cualquier cosa. Hacerse fuertes, estar preparados para enfrentar cualquier situación y saber reaccionar ante los imprevistos eran vitales para convertirse en un buen guerrero.
En esta ocasión, realizaron varios ejercicios separados en pequeños grupos de dos y tres integrantes. Comenzaron trabajando la resistencia, la velocidad y la puntería. Llegó un punto en el que las fuerzas estuvieron a punto de fallarle a Reiner, demasiado ejercicio para ser el primer día. Estaba convencido de que la mañana siguiente sería incapaz de levantarse de la cama a causa de dolor. Y aún así tendría que emplear toda su fuerza de voluntad para hacerlo. Pero cuando observó los rostros de Bertolt, a su lado realizando algunas flexiones, y la chica rubia con el pelo recogido a su derecha, supo que no era el único que lo estaba pasando mal. Todos y cada uno de los niños y niñas allí estarían deseando regresar a sus hogares y terminar con aquella pesadilla. Y sin embargo, seguían adelante porque ansiaban algo que ellos mismos se habían establecido como lo primordial, por encima de cualquier comodidad que pudieran desear. Algo que les cambiaría las vidas. Un objetivo por el que merecía la pena dar más de lo que podían.
Con ese pensamiento en mente, Reiner no cedió y aguantó hasta el último minuto del entrenamiento.
Cuando comenzó a anochecer les dieron la señal de retirada. Se cambiaron nuevamente para volver a casa, por suerte, mientras durara el periodo de selección tendrían que seguir en sus hogares. Marley no se haría cargo de mantenerlos a todos ellos. Una vez fueran elegidos se trasladarían a otro cuartel en el interior de la ciudad para recibir un entrenamiento más personal y ajustado. Y entonces, por mucho que le doliera, tendría que dejar a su madre atrás mientras todo aquello durase.
Reiner salió del vestuario encontrándose con Bertolt que había estado esperándolo todo aquel tiempo en el que se había demorado más de lo previsto por verse atrapado en sus propios pensamientos.
-¿Qué tal ha ido el primer día?- preguntó él con tono bajo. A pesar de que el chico alto y moreno con la timidez reflejada en su rostro no acostumbraba a comenzar conversaciones, con Reiner aquello se había vuelto algo normal. Las primeras veces, el pequeño rubio creyó no caerle bien al chico porque la mayor parte del tiempo permanecía callado, pero más adelante supo que se debía a su naturaleza calmada y a su dificultad en relacionarse con desconocidos. Aunque a aquellas alturas, Reiner ya no era un extraño para él, por eso era capaz de comunicarse con naturalidad.
-Peor de lo que esperaba.- admitió. Apenas acababan de relajarse unos instantes para ducharse y asearse y ya comenzaban a dolerle los brazos y los muslos. En cuanto se enfriara le costaría bastante más efectuar cualquier mínima acción. Bertolt asintió ante su respuesta afirmando que él se encontraba en el mismo estado. –Aún así, lo conseguiré, Bertolt. Me convertiré en uno de los guerreros.
Varios niños que deambulaban por los pasillos le dirigieron miradas curiosas, entre ellas algunas de desagrado, pero Reiner estaba tan inmerso en lo que decía que no se detuvo a prestarles atención.
-Debemos seguir esforzándonos.- contestó él.
De regreso a Liberio no pararon de comentar todos y cada uno de los ejercicios y cómo los habían vivido. Los errores que creían haber cometido y las diferentes formas de solucionarlos para mejorar, porque querían permanecer juntos en aquello. Sus destinos parecían estar entrelazados y así debían seguir. Al menos, se encargarían de permanecer juntos y apoyarse mutuamente todo lo posible.
A Reiner le tranquilizaba bastante saber que podía contar con un buen amigo como Bertolt que lo comprendía y lo ayudaba. No solo con escasas palabras de ánimo, sino con acciones. Desde que era pequeño, Reiner no había tenido muchos amigos porque no terminaba de entenderse con ninguno de ellos pero con Bertolt parecía diferente. A pesar de que aquellos años de su niñez pudieran resultar un tanto complicados, no se arrepentía de haberlos pasado en completa soledad si todo aquello lo había empujado a conocer a Bertolt. Para él merecía la pena.
-B-bueno, yo creo que me iré por aquí.- interrumpió el chico alto deteniéndose de golpe en su lugar. Para llegar a Liberio podían cruzarse diversos puentes situados en paralelo. Sus estructuras eran similares, como si fueran copias exactas. Reiner creyó que ambos caminarían juntos hasta el interior del gueto pero no había caído en la cuenta de que Bertolt vivía exactamente en la otra punta, de ahí que se decantara por cruzar aquel puente.
Reiner se quedó mirándolo unos instantes, por suerte la lluvia ya no los acompañaba pero el cielo nocturno seguía nublado. Podría haber cruzado con él y después continuar por el interior de Liberio hasta su propia casa pero prefería seguir caminando al otro lado del río hasta su hogar, aunque tuviera que ser solo. Le gustaba más la parte exterior del gueto pues no acababa de dejar de sentirse como una alimaña indeseable atrapada en una jaula. Odiado y rechazado por la sociedad.
-Está bien, yo seguiré por aquí. Un par de puentes más y llegaré.- le informó obteniendo un asentimiento de cabeza. Se despidieron y ambos continuaron con sus caminos sin mirar atrás.
Reiner aminoró el paso tanto como pudo, no quedaba mucho para el toque de queda, y, una vez pasada la hora, todo Eldiano fuera del gueto sería castigado, pero aún así, prefería arriesgarse para poder permanecer un rato más en el exterior. El viento frío que lo golpeó justo de frente acarició su cabello pero también lo obligó a avanzar con mayor dificultad a contracorriente. Agarró con fuerza la bolsa que cruzaba su pecho en diagonal y se dio la vuelta quedando de espaldas al río.
Un enorme campo se extendía a sus pies, pues el camino que él estaba recorriendo no estaba bien asfaltado y se situaba en lo alto de una pequeña colina. De modo que incluso para bajar al río tenía que deslizarse por una cuesta repleta de hierba y vegetación. Le habría gustado jugar en aquellas aguas con Bertolt cuando llegara el verano, intentar pescar o lanzar piedras que rebotaran en la superficie del agua. Pero aquellos sueños quedaban demasiado lejos para ellos, se habían visto obligados a ser adultos a una edad temprana y tenían responsabilidades que atender, no había lugar para juegos de niños. Ya no.
Al fondo y al final de aquella enorme campa situada un nivel por debajo de sus pies, se encontraba la ciudad principal de Marley. El lugar del que Bertolt y él habían regresado y al cual debían volver al día siguiente. Solo pudo visualizar las luces pertenecientes a casas y farolas que aún permanecían encendidas en las calles. Estaba seguro de que algún día aquel lugar crecería más y acabaría extendiéndose hasta donde él se encontraba en ese instante. Quizás eso reduciría la hostilidad de los ciudadanos de Marley hacia los Eldianos. Al fin y al cabo, si eso llegara a pasar, la cercanía sería tal que ambas partes estarían separadas únicamente por una estrecha masa de agua.
Un rato después, finalmente, decidió continuar con el camino de regreso. En la soledad, aquel recorrido simulaba ser bastante más largo de lo que realmente era. Tuvo que tener cuidado de no alejarse de su ruta porque ni siquiera podía ver sus propios pies. Solo eran visibles los puentes de piedra, ya que tenían un par de farolas en medio. El cielo encapotado tampoco ayudaba. Al menos, el agua del rio brillaba con intensidad ante la escasa luminosidad. En esos momentos él debía ser tan solo una sombra que se camuflaba con el paisaje.
Avanzó unos pocos pasos más antes de detenerse a contemplar otra maravilla nocturna que pocas veces podría presenciar. En aquel instante los nubarrones se disiparon queriendo mostrarle un bello espectáculo de luces reflejadas en el agua cristalina. Y no, en este caso no se trataba del agua procedente del río bajo todos aquellos puentes de piedra, sino del propio mar. Su puente, así era como lo llamaba él, siempre le había resultado muy especial precisamente por aquello. Al tratarse del último de todos permanecía ligeramente cerca de la desembocadura del río en el propio océano.
No era la primera vez que se perdía mirando el horizonte, imaginándose la isla Paradis a lo lejos. Se encontraba ante él, perdida en el océano. Por eso, muchas veces dirigía su mirada cargada de odio en esa dirección esperando que todos aquellos demonios pudieran detectar algún atisbo de su ira hacia ellos.
El oleaje parecía tranquilo. A pesar de no haber un puerto oficial en la desembocadura, Reiner estaba seguro de que no le faltaba vigilancia, la zona en la que el agua salada se mezclaba con el agua dulce debía tener varios soldados que la custodiaban para evitar que alguien entrara o saliera de allí.
Mentiría si dijera que no le gustaría acercarse al lugar para poder ver con todo lujo de detalles algo tan fascinante. El sonido del oleaje rompiendo sobre la costa debía ser relajante. Quizás, una vez que pudiera convertirse en guerrero tendría la oportunidad de experimentarlo por sí mismo y comprobar si era cierto o no.
Su imperturbable tranquilidad se vio quebrada por un fuerte estruendo que lo dejó desorientado durante unos eternos segundos en los que no supo qué ocurría. Acto seguido, un montón de alarmas de diferentes lugares comenzaron a sonar sin cesar. Los sonidos eran chirriantes y tenían la capacidad de poner los pelos de punta a quien las escuchara. Tanto en el lugar que había estado observando como en algunos puntos más lejanos de la costa del país surgieron unos rayos de luz más potentes que las linternas. Se hacía una idea de lo que podían ser, o al menos, de la utilidad que tendrían. Algo grave había ocurrido y no le cabía duda de que parecían estar buscando al culpable en la oscuridad.
Entonces, se percató de algo más importante: él no debía estar ahí fuera.
El toque de queda estaba a punto de llegar, aunque teniendo en cuenta la situación repentina, dudaba salir impune si algún oficial o soldado lo encontraba por el camino. Aprovechando el caos, podría colarse con facilidad en el interior de Liberio y regresar rápidamente a su hogar. A lo lejos, justo en la entrada que él debía cruzar, confirmó sus sospechas. Los dos vigías que solían permanecer estáticos y aburridos en sus puestos ya no estaban. En vez de eso, las puertas permanecían abiertas de par en par y algunos vehículos a motor salían del interior, todos ellos repletos de más soldados. Teniendo en cuenta el descontrol para el acceso al gueto, pasaría desapercibido entre ellos. Sobre todo si tenían claro lo que buscaban. Por mucho que lo pillasen incumpliendo las normas sobre la hora de llegada, ninguno de ellos perdería tiempo con alguien como él cuando parecía estar cociéndose algo mucho más grande.
Reiner dejó sus planteamientos de lado para decidirse al fin a correr hacia la gran estructura de piedra. Aún le quedaba un trecho hasta alcanzarla, y estaba terriblemente agotado por el entrenamiento. Sus piernas parecían más pesadas de lo usual, como si llevara grandes pedazos de metal atado a los pies. Sin embargo, tampoco quería demorarse más de lo estrictamente necesario, por lo que comenzó a correr hasta ella.
Se encontraba nervioso por llegar al fin hasta su hogar y dejar de lado toda probabilidad de que algo saliera mal, no obstante, el azar tenía algo preparado para él aquella noche. Y aunque no quisiera formar parte del caprichoso destino, lo que Reiner no sabía era que aquellos infortunios no habían hecho más que empezar. Aunque, debía decirse, que la forma de llamarlos podía variar dependiendo del modo en el que se apreciaran. Para él, en ese momento, no era más que un gran problema en el que no querría verse envuelto por nada del mundo. No solo porque podría resultar peligroso, sino porque todo aquello por lo que se había esforzado en luchar podría verse afectado de forma negativa.
Sin embargo, su curiosidad le exigía saciarse. Quizás aquella decisión lo obligaría a arrepentirse durante toda su vida. Probablemente fuera así ya que desencadenaría diversos acontecimientos que podrían resultar vitales en un futuro no muy lejano. A pesar de eso, Reiner se vio atraído por la extraña figura que yacía tirada en el suelo bajo uno de los arcos del puente. Si no fuera porque sabía que bajo aquel arco el nivel del agua era bastante bajo y se encontraba un trozo de orilla, habría jurado que la figura flotaba sobre el agua.
No fue capaz de distinguir si realmente se trataba de un cuerpo o de un objeto un tanto grande, pues la oscuridad y la lejanía le dificultaban analizarlo adecuadamente. Por eso, cuando quiso darse cuenta ya estaba bajando la pequeña pero inclinada rampa de hierba que llevaba hasta la orilla del río.
Se la estaba jugando al aproximarse a algo que podía resultar tremendamente peligroso. No contaba con las habilidades ni el poder suficiente para enfrentarse a ningún enemigo. Y teniendo en cuenta el revuelo por los alrededores, no debía ser buena señal encontrarse repentinamente eso allí.
Una vez estuvo a unos pocos metros de lo que parecía una figura envuelta en diversas mantas, se quedó perplejo en su sitio observándola con el rostro desencajado. Jamás en sus pocos años de vida habría imaginado encontrarse en una situación similar.
La sombra del puente de piedra que abarcaba una gran zona del terreno, camuflaba con mayor efectividad el cuerpo, por ello, sería difícil de detectar a simple vista, menos aún por la noche. Para Reiner había resultado algo más fácil porque conocía el lugar a la perfección a causa de todos los minutos perdidos que había permanecido allí. Así como el final de aquel río que tanto le fascinaba.
Lo que no se imaginaba era que aquel cuerpo realmente resultaría el de una persona de carne y hueso. De primeras, su tamaño era bastante pequeño y sin embargo, pertenecía al de un adulto. Era de una mujer, concretamente. No obstante, lo más destacable de la escena era el diminuto cuerpo que abrazaba tratando de protegerlo con las pocas fuerzas que le quedaban. Una pequeña niña aparentemente delgada y malnutrida que dormía, o descansaba eternamente.
Por un momento, la posibilidad de que ambas estuvieran muertas se le pasó por la cabeza, pero la mujer abrió sus ojos fijándolos directamente en él. Paralizándolo en su lugar. La sangre se le heló, incapaz de saber qué hacer o cómo actuar. Sobre todo, porque acababa de comprender quienes, o mejor dicho, qué eran. No cabía ninguna duda de su identidad, del estado en el que se encontraban. Todo parecía comenzar a encajar como piezas de puzle en su cabeza.
Estaba convencido de que eran demonios de la isla Paradis.
Tenían un aspecto tan horrible y desaliñado que podrían aterrorizar a los niños más pequeños. El estado en el que se encontraba la madre era lamentable y desastroso. Su ropa completamente sucia y rota en algunas zonas. Extremidades gravemente heridas y magulladas, repletas de golpes que se tornaban de colores oscuros y feos. Pero lo peor de todo parecía ser la profunda herida en su vientre, causada por el tablón de madera que aún la atravesaba. Reiner no entendía cómo todavía parecía guardar fuerzas para acoger a aquella chiquilla entre sus brazos.
-A…- la escuchó pronunciar entonces. La mujer no movía más que la boca, con mucho esfuerzo trataba de mantener los ojos abiertos. Reiner retrocedió un paso haciendo uso de toda su fuerza de voluntad para no caer presa del terror que le producían aquellos seres endemoniados.
El revoltijo de emociones que sentía en ese momento se entremezclaban tratando de dominarse entre sí; Miedo ante criaturas que a pesar de parecerse increíblemente a ellos, resultaban ser demonios causantes del caos, seres peligrosos que debían estar bajo vigilancia continua. Y por otro lado, las condiciones en las que se encontraban parecían indicarle totalmente lo contrario. Aquella mujer de cabello oscuro y fino le recordaba demasiado a su madre. La mirada protectora y suplicante que le estaba dedicando no podía pasar desapercibida para él, pues en ese preciso instante no importaban las circunstancias que las hubieran llevado a acabar allí, a un territorio tan hostil. Tampoco lo que pudiera sucederle. Parecía dispuesta a todo, preparada para proteger a la pequeña con su propia vida como seguramente lo había estado haciendo hasta aquel momento.
Y entonces Reiner sintió un terrible dolor en el pecho ante la incertidumbre de lo que estaba presenciando porque no era capaz de comprender nada.
Aquellas dos personas distaban mucho de parecerse a los temibles seres de los que tantas historias les habían contado: Aspecto humano pero con un interior repleto de tinieblas y maldad. Y sin embargo, lo único peligroso que podía detectar era la penetrante mirada de la mujer que amenazaría a cualquiera que intentara dañar a la pequeña. Al igual que cualquier otra madre haría por su criatura.
-A-a…- volvió a intentarlo con esperanzas de, en esta ocasión, poder formular algo entendible para el muchacho parado ante ella. –…yu…- paró de nuevo cogiendo una bocanada de aire. Estaba tan débil que su voz se perdía entre los intentos. –Ayú… dala…- pronunció al fin.
Reiner pasó de inmediato a contemplar a la niña encogida en los brazos de la que parecía su madre. Ciertamente, ambas compartían los mismos rasgos, unos curiosos que nunca antes había visto. No pudo contemplar bien su cara cubierta por su melena oscura pero al menos no estaba tan malherida como la mujer.
-Por… f-favor…- insistió ella frunciendo el ceño a causa del dolor que le producían sus diversas heridas. No hacía falta ser un experto para deducir que a menos que la tratara un médico ahí mismo, perecería inevitablemente. Y dadas las circunstancias, era lo que sucedería. Porque Reiner no estaba dispuesto a arriesgar su vida ni tampoco su futuro, menos aún por demonios pertenecientes a Paradis. Ni en sus sueños más descabellados sería capaz de tomar una decisión de tal calibre.
Había invertido tiempo que no disponía en saciar su curiosidad, pero era hora de regresar al calor de su hogar y olvidarse por completo de lo que había presenciado, pues aquello no tenía nada que ver con él. En todo caso, ambas debían estar agradecidas de que no acudiera directamente a uno de los soldados para descubrirles el lugar en el que se refugiaban. Pero simplemente haría la vista gorda con tal de evitarse algunos problemas.
Por eso, Reiner retrocedió. Dio media vuelta y continuó con su camino.
Tal y como esperaba cruzó la entrada sin mayores problemas. Surcó varias calles tratando de evitar las zonas más transitadas, y en su defecto utilizando los callejones más estrechos y oscuros. Entró en su casa, la puerta no estaba fechada. Una vez la hubo cerrado se apoyó contra la misma y soltó un profundo suspiro. No se percató de todo el tiempo que había estado aguantando la respiración. Su corazón latía a toda velocidad y tenía los nervios a flor de piel.
Cuando alzó un poco la vista pudo fijarse finalmente en la gran sala ante él. Únicamente iluminada por una vela que amenazaba con apagarse. Su madre, Karina, dormía plácidamente echada sobre la mesa de madera, seguramente se habría quedado esperándolo hasta que finalmente el cansancio pudo con ella. Le habría gustado ser lo suficientemente fuerte como para cargarla hasta su habitación, pero a su corta edad no disponía de tanta fuerza, así que optó por despertarla cuidadosamente.
Se acercó a ella tratando de calmar su respiración agitada. Zarandeó con delicadeza el hombro de la mujer hasta que comenzó a moverse y finalmente abrió los ojos.
-¿Reiner?- lo llamó despertándose. Aquel pequeño gesto le había devuelto por completo a la escena contemplada tan solo unos minutos antes. Era la misma mirada de su madre la que pudo ver en aquella mujer delgada y moribunda. -¿Estás bien, hijo?- volvió a hablar ella al no obtener ninguna respuesta.
-S-si, mamá.- respondió al fin apartándose un poco. Necesitaba irse a dormir y descansar de una vez. No dispondría de demasiado tiempo para recuperar energías si seguía despierto. –Deberíamos irnos los dos a dormir.- propuso.
-Sí, estarás cansado del entrenamiento.- afirmó ella con una dulce sonrisa comenzando a subir las escaleras. –Me alegra que no hayas tenido ningún problema de regreso a casa. La vecina me habló sobre un incidente fuera de Liberio, pero solo nos han dado indicaciones de no salir de nuestras casas durante la noche.- le contó sin aparentar estar demasiado preocupada por el asunto.
-N-no hay nada de qué preocuparse.- susurró él con la mirada perdida en el suelo, hablar de aquello solo provocaba que su sangre se congelara. No podía evitar pensar en la posibilidad de que apareciera algún testigo que lo hubiera visto en la escena del crimen. A sabiendas de lo terriblemente estrictos que podían llegar a ser los oficiales de Marley, no descartaba la posibilidad de que pudieran culparlo de ser el cómplice de madre e hija.
Subió las escaleras arrastrando los pies hasta que finalmente se paró ante su cama y se dejó caer sobre ella como un saco. Se removió un poco hasta encontrar una postura lo suficientemente cómoda que le permitiera conciliar el sueño, no obstante, otro tipo de pensamientos tenían la intención de atormentarlo e impedirle dormir.
Lo que en un principio no fue más que el recordatorio de las palabras que aquella mujer pronunció y el estado en el que estaban, poco a poco, se fue transformando en miedo real. En un tormento que aceleraba su pulso al pensar que podría perderlo todo por el simple hecho de haberse parado a ver qué ocurría. ¿Y si al capturar a aquella mujer ella contaba algo sobre él? Estaba dispuesta a salvar a la pequeña a cualquier precio, una mentira como aquella no le supondría ningún problema. Además, había sido terriblemente descuidado al mostrarle su rostro. Había cometido el peor de los errores al acercarse a aquellos demonios.
Reiner no paró de dar vueltas, parecía no haber nada que lo pudiera tranquilizar lo suficiente como para relajarse y permitir a su propio cuerpo descansar.
-Maldita sea… qué he hecho…- susurró llevándose las manos a la cabeza y hundiendo las uñas en su cabello corto rubio que aún contenía algo de sudor limpio por haber ido corriendo hasta casa. Sus ojos cansados se humedecieron ante tal presión –Tengo que arreglarlo como sea.- se dijo a sí mismo tratando de buscar alguna solución convincente que no diera lugar a sospechas.
-Ya se, mañana me levantaré temprano y yo mismo las entregaré a los soldados.- sonrió en medio de la oscuridad convenciéndose de que aquello era lo mejor que podía hacer. Una jugada limpia y asegurada. Fingiría detectarlas en la lejanía y de inmediato acudiría al soldado más cercano para demostrar, una vez más, cuán en serio se tomaba su lealtad hacia Marley.
¡Hola!
Al fin he vuelto con una gran novedad. Estoy segura de que a muchos y muchas os resultará extraña esta pareja, lo sé. Estaréis pensando: "¡Pero si Reiner y Mikasa no pegan ni con cola!". No os equivocáis, teniendo en cuenta el universo de SnK parece imposible que pueda haber siquiera una buena relación entre ambos. Sin embargo, vengo a demostraros que todo es posible si se construye de la manera adecuada.
Por eso, si aún tenéis curiosidad por lo que pueda ocurrir de aquí en adelante, os invito a acompañarme en esta historia. Creo que si le dais una oportunidad (y si no os desagrada el ship, claro) podría llegar a gustaros tanto como a mí.
Aprovecho para decir también que aparte de publicar pronto otros proyectos que tengo en mente (Un JeanKasa, RivaMikas y EreMikas), también actualizaré cuanto antes las historias que siguen pendientes. Intento sacar tiempo de donde puedo y a veces la inspiración no me acompaña, así que lo que escribo no me convence y acabo desechándolo. Esperemos que no siga pasando eso. De todas formas tened por seguro que no dejaré nada a medias, aún así lamento mucho la tardanza.
(Por cierto, no se qué ocurre que no soy capaz de poner lineas para separar párrafos y sucesos de la historia. ¡Si alguien puede echarme una mano estaré super agradecida! Creo recordar que antes FF daba la opción de hacer líneas separadoras pero ya no aparecen.)
Y bueno, gracias por leer, espero que hayáis disfrutado. ¡Ya me diréis qué os ha parecido!
¡Un saludo y hasta pronto! ^^
