Ya amanecía cuando llegó a la puerta del pequeño templo de madera que resguardaba el viejo pozo

Hello everybody!

He aquí un nuevo fic inspirado por los momentos algo amargos, todo hay que decirlo, que precedieron a la ruptura con mi novio. Rompí con él y me sentí fatal por cómo se sintió, así que decidí canalizar todas esas malas vibraciones en algo provechoso y que de paso me ayudaba a olvidar que estaba enfadada conmigo misma. Sabiendo de dónde saqué la inspiración, creo que entenderéis que no se trata de una historia en la que todo es de color de rosa, aunque nunca faltarán los momentos sarcásticos y hasta cómicos. Es algo que no puedo evitar, me salen solos. Sin entretenerme más, os dejo leer y espero que disfrutéis con la lectura.

ADVERTENCIA: Es un fic para mayores de 18 años por próximos capítulos, y en principio no será muy extenso (diez capítulos; quince, a lo sumo).

RESUMEN: Un alma atormentada que solo quiere saber qué es la felicidad, dos personas que lucharán por salvar a los que aman, dos destinos entrelazados... Esta vez, Kagome e Inuyasha tendrán que afrontar sus peores temores si quieren que todo vuelva a ser como antes.

Espíritu del desierto.

Capítulo uno: Silencio.

Ya amanecía cuando llegó a la puerta del pequeño templo de madera que resguardaba el viejo pozo. En la penumbra del interior se podía vislumbrar una figura de pelo plateado, vestida completamente de rojo y con una mochila amarilla a la espalda, que tamborileaba sus largos dedos con impaciencia sobre el borde del pozo.

La muchacha reprimió un bostezo y le echó una última mirada a su casa. Su madre le hizo un gesto de despedida con la mano desde la ventana de la cocina, y ella le sonrió en respuesta.

- ¿Nos vamos a ir ya o voy a tener que esperar hasta el año que viene?- preguntó una voz malhumorada a sus espaldas, desde el interior del pequeño templo.

- Ya voy, ya voy- suspiró.

La puerta de madera crujió cuando la cerró, una vez en el interior de la casita. El chico, que la esperaba junto al pozo, pasó una mano por su cintura y la atrajo hacia sí. Con un salto ágil se introdujeron ambos en el interior del pozo y fueron inmediatamente bañados por una luz azulada. La muchacha sintió durante unos segundos un cosquilleo en el estómago, producto de la gravedad, y luego sus pies se posaron sobre algo duro. Acababan de viajar en el tiempo.

La luz azulada había desaparecido, y en su lugar había oscuridad. Solamente veían gracias a los rayos que se colaban por la boca del pozo, el mismo al que habían saltado, pero unos quinientos años en el pasado.

El chico se acomodó mejor la mochila a la espalda y se impulsó hacia arriba, con la muchacha firmemente sujeta entre sus brazos. Aterrizaron suavemente en el exterior, casi con elegancia. Fueron recibidos por un aire cálido, sofocante, muy distinto al que estaban acostumbrados.

Inuyasha soltó a Kagome y a la mochila, y avanzó unos pasos al frente, con la mano en la empuñadura de su espada.

- ¿Qué ocurre?- inquirió la muchacha, retrocediendo en dirección al pozo, mirando alerta en todas direcciones.

El medio demonio dejó escapar un gruñido. Apretaba la empuñadura de su espada con tanta fuerza que los nudillos se le habían puesto blancos, aunque a él no parecía importarle lo más mínimo en ese momento.

- ¿No notas nada raro?- preguntó él a su vez.

La muchacha lo miró sin entender. A parte del calor, nada parecía fuera de lo normal... Intentó concentrarse en buscar alguna anomalía. No sentía ninguna presencia maligna cerca, tampoco ningún fragmento de la perla de los cuatro espíritus, no se oía ningún sonido...

- Esto está muy tranquilo- concluyó al fin. Normalmente se escucharían pájaros piar, el movimiento de los ramas de los árboles que se mecían al compás del viento, o incluso algún animal que corría a ocultarse entre la maleza en cuanto sentía su presencia. Pero aquélla mañana todo estaba extrañamente tranquilo. Demasiado tranquilo.

El chico asintió, pero no desenvainó la espada. Al parecer no estaban en peligro inminente. Por el momento.

Inuyasha alejó la mano de la espada y avanzó hasta donde se encontraba la muchacha, sin poder evitar mirar a su alrededor en todo momento, desconfiado.

- Vayamos a la aldea- propuso- Preguntaremos a Miroku y a Sango si ha sucedido algo o si han sentido alguna presencia.

Volvió a cargarse la mochila al hombro, levantándola como si fuese una pluma. Después le tendió la mano a Kagome y la estrechó con fuerza.

Caminaron a paso ligero, con la incómoda sensación de que alguien les espiaba oculto en algún rincón del bosque. Sin embargo, nadie salió a su paso en todo el trayecto. Todo estaba demasiado tranquilo, tanto que hasta causaba que escalofríos les recorriesen la espalda.

Vista la velocidad a la que iban no tardaron mucho en llegar hasta la aldea. Allí, lejos de la protección de los árboles, el calor se volvía mucho más insoportable. Las calles estaban completamente desiertas, las puertas y ventanas de las casas estaban cerradas a cal y canto, y tampoco había ningún animal a la vista.

Cuando llegaron a la cabaña de la anciana sacerdotisa Kaede, Inuyasha y Kagome estaban empapados en sudor. Apartaron la esterilla que hacía las veces de puerta y entraron en el sombrío interior, agradeciendo el frescor que se respiraba allí.

- ¿Abuela Kaede?- llamó Kagome, mientras se paseaba por la estancia, en busca de alguno de sus amigos. Nadie respondió.- ¿Habrán salido?- preguntó, girándose hacia Inuyasha.

El medio demonio se había quedado estático junto a la puerta, y tenía un semblante pensativo.

- No, siguen aquí. Puedo olerlos.

Kagome se quedó un rato mirándolo, sin decir nada. A veces olvidaba que él no era del todo humano, como ella.

Inuyasha fue hasta la habitación contigua, husmeando el rastro de sus amigos. Kagome lo siguió con la mirada, demasiado cansada como para dar un paso más. Se dejó caer al suelo y se apoyó contra la pared más cercana. Le costaba respirar, el calor era demasiado sofocante, y el aire que aspiraba con cada bocanada parecía ser insuficiente para sus pulmones. Prefirió no pensar en la temperatura que haría al mediodía, cuando el sol estuviese en su cenit.

- ¿Pero qué...?

El corazón de Kagome se aceleró cuando escuchó las maldiciones que salían a borbotones de la boca de Inuyasha. Sacando fuerzas de flaqueza, se puso en pie y le siguió hasta la otra habitación. Lo que vio allí la dejó helada.

Allí estaban todos sus amigos: Miroku, Sango, Kirara, Shippo, y hasta la anciana Kaede- y todos parecían estar hechos de piedra. No se movían, no respiraban. Y hasta su piel tenía la apariencia y la textura de una roca. Estaban todos sentados en círculo, y por la expresión de sus rostros se diría que estaban en medio de una acalorada discusión. Salvo por el pequeño detalle de que no daban señales de vida. De no ser porque sabía que era imposible, Kagome los habría confundido con estatuas.

Inuyasha estaba arrodillado junto a la inerte Sango, dando golpecitos tímidos en su hombro. La exterminadora no respondió.

El medio demonio sacudió la cabeza, incrédulo. Fue entonces cuando reparó en Kagome, que seguía junto a la puerta, con los ojos abiertos de horror. Se acercó a ella con precaución, como si temiese que la muchacha fuese a salir corriendo si hacía algún movimiento brusco.

- Kagome...-la llamó, vacilante, pero ella no dio muestras de haberle escuchado.- Kagome, escúchame.

La asió del brazo, y entonces ella pareció despertar de un trance. Parpadeó un par de veces y lo miró a los ojos, confundida.

- Esto no me gusta nada- declaró el chico, y la sacó de la habitación casi a rastras, porque ella no hizo el menor esfuerzo en seguirle.

Una vez en la otra habitación, Kagome se serenó un poco. Se sentaron con la espalda apoyada contra la pared, e Inuyasha la rodeó con un brazo de forma protectora.

- ¿Qué... qué les ha ocurrido?- preguntó la muchacha con voz temblorosa, abrazándose más a él.

Inuyasha entornó los ojos.

- No lo sé- por una vez él también parecía perdido.

Kagome cerró los ojos para evitar que se inundaran de lágrimas.

- ¿No sientes ninguna presencia?

El muchacho negó con la cabeza.

- Todo esto es muy extraño... el clima, la aparente tranquilidad, que de pronto se hayan convertido en estatuas...-evitó mencionar a sus amigos, porque solo pensar en ellos hacía que se le encogiese el corazón- ... y, a pesar de todo, no puedo sentir ninguna presencia cerca, al menos no demoníaca.

- ¿Crees que todo puede ser obra de un humano?

Inuyasha lo meditó durante unos segundos, pero luego volvió a negar con la cabeza.

- No lo creo... Sea lo que sea, está actuando desde la distancia. Un humano no es lo suficientemente poderoso como para hacer eso. En cambio si, como creo, se trata de un demonio el que está haciendo todo esto, y sin necesidad de acercarse...- hablaba más para sí mismo que para Kagome- Sí, eso explicaría por qué no puedo sentir su presencia.

- Entonces... ¿alguien está actuando desde lejos, no?- Kagome se puso de pié de un salto, con decisión.- ¿A qué estamos esperando para ir en su busca?

Para sorpresa de la joven, Inuyasha no se movió de su sitio. Y eso era algo extraño, ya que normalmente era él quien se empeñaba en pasar a la acción enseguida.

- ¿Qué pasa?- preguntó- ¿Algo va mal?

Inuyasha la miró muy seriamente mientras señalaba con el pulgar hacia el exterior de la cabaña.

- Si ahora que sólo está amaneciendo hace este calor... ¿qué crees que pasará a medida que vaya transcurriendo el día?

Kagome no supo qué responder.

- ¿Y qué sugieres que hagamos entonces? ¿Quedarnos aquí de brazos cruzados?- meneó la cabeza, con incredulidad- ¿Qué te pasa? No eres el Inuyasha que yo conozco... ¿es que acaso no te importa lo que les ha pasado a nuestros amigos?

Inuyasha resopló y apretó los puños con fuerza.

- Claro que me importa-dijo entre dientes- Pero no les vamos a ser de mucha ayuda si estamos muertos, ¿no crees?

Kagome abrió la boca para protestar, pero volvió a cerrarla enseguida. Tenía razón. Si salían afuera con aquella temperatura no resistirían mucho tiempo, y menos si no tenían nada con que protegerse ni un sitio donde refrescarse.

- ¿Qué podemos hacer, entonces?-suspiró al fin, derrotada.

- Iré a ver qué ha pasado con los aldeanos, quizá haya alguno que no se ha visto afectado por lo que sea que está sucediendo- se puso en pié y Kagome se acercó a él inmediatamente.

- Voy contigo.

Inuyasha puso los ojos en blanco.

- No, no vienes.

Ahora Kagome estaba visiblemente ofendida.

- ¿Por qué no?

- ¿Quién va a cuidar de los demás sino? Además, iré mucho más rápido si voy solo. Y- añadió cuando vio que ella volvía a la carga- puede ser peligroso.

La muchacha hizo un mohín.

- Si puede ser peligroso entonces no vayas tú tampoco.

- Kagome, eso sería muy egoísta por nuestra parte.

- Lo sé.

Inuyasha alzó una ceja.

- Tampoco tú pareces la Kagome que yo conozco.

La muchacha se cruzó de brazos, acalorada.

- No tientes a la suerte... el calor me pone de mal humor- lo amenazó.

Inuyasha la apartó de su lado y se dirigió a grandes zancadas a la puerta. En cuanto apartó la esterilla ambos sintieron una ola asfixiante de aire caliente. El muchacho dudó.

- No vayas... ¿Y si te conviertes tú también en piedra?- intentó detenerlo la joven sacerdotisa, preocupada.

Él esbozó una media sonrisa.

- Espero que eso no pase.- y, sin decir nada más, salió al exterior. La esterilla se balanceó un poco antes de volver a su sitio.

Kagome cayó al suelo de rodillas. Volvía a faltarle el aire.

- Idiota...- murmuró.

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Fuera hacía un calor sofocante, pero eso no detuvo a Inuyasha. Corrió hasta la cabaña más cercana, y dentro solo encontró las estatuas de un hombre y una mujer de apenas treinta años. Sin una mirada más, salió de esa cabaña para dirigirse a la siguiente. En aquella sólo había la de una mujer anciana.

Corrió de una casa a otra, cada vez más desesperado. La idea de que todo el mundo se encontrase en ese estado resultaba angustiante.

El sol cada vez se hallaba más alto en el cielo, y a su vez el calor se intensificaba por momentos. El medio demonio tuvo que disminuir su ritmo. Sus pulmones ardían por el esfuerzo y su corazón bombeaba sangre a una velocidad vertiginosa. Al cabo de unos minutos, su respiración se volvió más pesada y la ropa se le pegaba al cuerpo por culpa del sudor.

Entró en otra cabaña. Nada.

Tropezó con una raíz y estuvo a punto de perder el equilibrio, pero se sostuvo justo a tiempo en algo duro como una roca. Al alzar la vista, descubrió que se había sujetado a un caballo de piedra. Maldijo en voz baja. No solo afectaba a los humanos, sino también a los animales. ¿Querría eso decir que los demonios se habían convertido también en estatuas de piedra? ¿Quedaba alguien vivo en todo Japón?

Siguió su recorrido, esta vez con más esfuerzo. Ya le quedaban pocas casas por visitar, y hasta el momento no había encontrado a nadie vivo. A nadie.

Vio una cabaña destartalada a su izquierda, y a pesar de su mal aspecto decidió entrar por si acaso. En el interior hacia casi tanto bochorno como fuera. Ya a penas había una diferencia de temperatura entre un lugar y otro, y para colmo de males la temperatura estaba alcanzando unos límites insospechados en una estación que no era el verano. Inuyasha habría podido jurar que hacía incluso más calor que en verano.

En el interior de la cabaña encontró a cuatro niños convertidos en piedra. Calculó que no podrían tener más de siete u ocho años, y presentaban un aspecto deplorable. Estaban en los huesos, seguramente debido a la inanición, y sus ropas podrían haber pasado por simples harapos. En la casa no había mobiliario, solo algunos objetos esparcidos por el suelo de madera que comenzaba a cubrirse de musgo. El medio demonio sintió lástima por ellos, pero tampoco esta vez se detuvo mucho tiempo.

Cuando salió de la cabaña el calor se le hizo insoportable. Se quitó la parte de arriba de su haori y la camisa blanca que llevaba debajo. Eso solo le alivió un momento. Poco tiempo después notó como el sol le quemaba la piel, al igual que ya prácticamente le resultaba imposible andar descalzo sobre la arena.

Visitó las últimas casas en el menor tiempo que le fue posible, y tampoco tuvo ningún éxito esta vez. Derrotado, decidió volver a la casa de la anciana Kaede, donde Kagome debería estar esperándolo preocupada.

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Kagome se había pasado la última media hora dando vueltas por la habitación, incapaz de entrar en la que se encontraban sus amigos convertidos en piedra. Inuyasha estaba tardando, y el calor la estaba sofocando.

Había mirado por la ventana un par de veces con la esperanza de ver a alguien pasar, o incluso de ver al medio demonio, pero lo único que había visto era un paisaje desierto, borroso por el calor. Y eso solo había conseguido minar aún más su ánimo.

Por aburrimiento, incluso había empezado a morderse las uñas, algo que nunca había hecho en su vida. Estaba confinada en una cabaña, con la única compañía de cinco estatuas inanimadas, y esperando a su compañero en la incertidumbre de lo que iba a pasar en adelante.

No había sido capaz de estarse quieta porque los nervios se lo impedían, y al mismo tiempo se sentía agotada y sedienta. Sentía la garganta reseca, estaba bañada en su propio sudor, y la cabeza le daba vueltas. Le parecía que había pasado una eternidad desde que ella e Inuyasha habían saltado al pozo para llegar a la época de las guerras civiles, aquella misma mañana. El calor se estaba volviendo insoportable y aún no era mediodía.

Cuando estaba ponderando la idea de salir en busca de su amigo éste apareció en la puerta, completamente sudoroso e inhalando grandes bocanadas de aire. Tenía sus camisas en la mano izquierda, y con la derecha se apoyaba en el marco de la puerta.

Se acercó corriendo hasta él, feliz por volver a tener compañía y por saber que no le había ocurrido nada malo.

- ¿Y bien?

Él tardó un poco en responder.

- No... queda... nadie. Están todos... convertidos en... piedras- dijo entrecortadamente.

A Kagome se le cayó el alma a los pies. Estaban completamente solos.

La muchacha pasó un brazo del chico por sus hombros y lo ayudó a caminar hasta una esquina, donde él se dejó caer sin miramientos, exhausto. Tenía las mejillas rojas y respiraba con dificultad.

- Será mejor... no moverse de aquí... hasta que caiga la noche. Es... horrible.- balbuceó.

Kagome lo miró con preocupación.

- ¿Estás bien?

El asintió con la cabeza, y aquel simple gesto pareció costarle la misma vida.

- Sí... Solo necesito... descansar.- tragó saliva, y después apoyó la cabeza en la pared- La cabeza me da vueltas, pero es... por el calor y por haber estado corriendo bajo el sol.

La muchacha le sonrió dulcemente y fue a buscar la última botella de agua que les quedaba. El agua estaba caliente, pero era mejor que nada. Le tendió la botella a Inuyasha y este no le hizo ascos: se bebió toda el agua de un trago.

- Ya estoy mucho... mejor.

- Tendremos que buscar más agua, o de lo contrario vamos a morir deshidratados- comentó la muchacha con seriedad. Fue hasta su mochila y vació todo su contenido. Buscó entre todos los objetos que había desparramado y soltó un suspiro al no encontrar lo que buscaba.- Qué fallo... No tenemos ni protector solar ni crema hidratante.

Inuyasha no hizo ningún comentario, demasiado ocupado en recuperar las fuerzas.

- ¿Y qué vamos a hacer?- preguntó la muchacha al cabo de unos interminables minutos.

- Sólo podremos movernos durante la noche, cuando la temperatura sea más baja- respondió él, girando la cabeza para poder mirarla a la cara.- Te aseguro que no podrías aguantar bajo ese sol. Ni yo tampoco- añadió cuando advirtió la mirada furibunda que la chica le dirigía- No seríamos capaces de llegar a la aldea más cercana, incluso aunque atravesásemos el bosque.

- Entiendo- suspiró Kagome.- En tal caso, sería mejor que aprovechásemos para descansar y hacer planes durante el día. Lo que me preocupa es dejarlos a "ellos" sin protección mientras nosotros estamos fuera- con "ellos" se refería a el resto del grupo- ¿Y si el demonio ataca la aldea?

El medio demonio se levantó y dio un par de vueltas por la habitación, sujetándose la barbilla con una mano.

- No creo que lo haga- parecía muy seguro de lo que decía, pero aún así añadió- Pero si te hace sentirte más segura quedarte con ellos mientras yo voy a buscar al demonio, podrías...

- Ni hablar- lo cortó ella- No empieces otra vez. Esta vez no me dejarás atrás.

Él sonrió y se sentó a su lado. Cogió un mechón de cabello azabache de la muchacha y empezó a jugar con él, enroscándolo alrededor de su dedo índice. Ella contuvo la respiración. Tampoco se atrevió a moverse.

- Sabía que dirías eso- le susurró Inuyasha al oído, y ella se sonrojó.

- ¿Tan previsible soy?- intentó que su voz sonara indiferente, pero solo consiguió murmurar las palabras.

Por supuesto, gracias a su desarrollado oído, Inuyasha la escuchó. Soltó una carcajada.

- No, en realidad no. Solo estoy seguro de lo que vas a hacer cuando vas a decir la palabra mágica.

Kagome alzó una delgada ceja.

- ¿Ah, sí?- el asintió, divertido.- Pues entonces ya estarás prevenido- él la miró sin entender, y ella le sonrió pícaramente.- ¡Siéntate!

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No pudieron dormir en todo el día; el calor no les dejó. A mediodía Kagome creía que no sobreviviría, pero Inuyasha estuvo allí para animarla y para abanicarla cuando hizo falta. En los momentos en los que el calor no la agobiaba demasiado, Kagome disfrutaba de la atención que recibía por parte de Inuyasha, y se sentía casi como un maharajá. Claro que esos momentos no solían durar más de unos segundos, no porque el chico dejase de prestarle atención, sino porque ella volvía a agobiarse por el insoportable bochorno.

En medio de aquella situación, Kagome intentaba ver el lado positivo de las cosas (que, por cierto, no era mucho). Podía ver a Inuyasha desnudo de cintura para arriba, y esta vez no era porque tuviese que curarle alguna herida, mientras él se preocupaba porque ella no pasase demasiada calor. La muchacha se había puesto la camisa de mangas cortas del uniforme, cosa que no la alivió mucho.

Cuando el sol comenzó a declinar, los dos se hallaban tumbados en el suelo, incapaces de mover un solo músculo. Inuyasha se había arremangado los pantalones hasta la altura de las rodillas, y Kagome hacía tiempo que había dejado olvidados los zapatos y los calcetines en un rincón. Apenas hablaban entre ellos, tenían la mirada perdida en el techo y morían por una botella de agua fresca. En las contadas ocasiones que Kagome había conseguido conciliar el sueño había sido para despertar después bruscamente, tras haber soñado que estaba a punto de alcanzar con sus manos una botella de agua. Tras esa frustrante experiencia, decidió que prefería permanecer despierta.

No pudieron respirar tranquilos hasta que la noche cubrió el cielo con su manto de estrellas. El calor dejó de oprimirlos y fue reemplazado por una fresca brisa nocturna. Tuvieron que volver a colocarse todas sus prendas y preparar lo que iban a necesitar en el viaje. Solo tardaron unos minutos en hacer todo esto, y luego se despidieron de sus amigos. Dejarlos atrás en ese estado y sin ningún tipo de protección les costó más de lo que habían pensado en un principio, pero tampoco podían hacer nada al respecto.

- No tenemos más remedio que dejarlos así- explicó Inuyasha cuando Kagome le comentó que no le parecía bien dejarlos desprotegidos- O bien nos quedamos a protegerlos, o bien vamos en busca del demonio y cortamos el problema de raíz.

Así pues, una hora después de que cayese la noche, el medio demonio y la sacerdotisa se encontraban en las afueras de la aldea, cargados con lo más estrictamente necesario. Le dirigieron una última mirada a la silenciosa aldea y se pusieron en marcha, sin saber lo que el futuro les tenía preparado.

CONTINUARÁ...

¿Créeis que merece la pena seguirlo? Hacedme saber vuestra más sincera opinión, os lo agradecería mucho.
¡Saludos a todos!
Atte: Erazal.