Encendí un cigarrillo por pura costumbre, no por que necesitara hacerlo, no, realmente no lo necesitaba. Caminé despacio por el pavimento y bajo los árboles más hospitalarios al final del camino, me recosté un rato.
Ya no tenia que ir a ningún lado. Contemple a la luna con piedad y ella desde lo alto me devolvió la mirada. Alguna vez, una noche parecida a esta, me susurró al oído.
"Volverá, él volverá. Algún día se dará cuenta"
Madre de los que huimos sin tener a dónde ir, musa inspiradora de los corazones más nobles. Luna llena, plateada, puro reflejo de mi solitaria figura en la Tierra como la de Ella en el cielo.
"¿Cómo estas? ¿Sigues deprimida?" murmuré despacio mirando hacia Ella.
No me contestó, sólo se limitó a mostrarse pálida y triste, muy triste. Como yo.
Las almas perdidas gustan salir a estas horas y a pesar de ser muchas, son indiferentes entre ellas. Ninguna me hace caso, yo tampoco a ellas. Buscamos el lugar mas propicio para elevar nuestra oración, pidiéndole a la dama más hermosa que habita el cielo su dulce consuelo, su empatía.
Mi cigarrillo se ha apagado, habrá que encender otro. Ella no me lo ha dicho, pero lo sé.
Esta noche la luna no quiere estar sola. Yo tampoco. Pero no puedo evitar pensar si él se sentirá tan solo, al igual que yo. Quiero pensar que sí y regodearme, pero es algo estúpido y pueril, nada digno de un caballero como yo. Pero también quiero pensar que no, que tiene amigos y ha triunfado dónde yo no. Eso me hace sentir un regusto amargo, un orgullo frío y distante.
Si tan sólo pudiéramos a ser como antes, América, todo, todo sería distinto. Los dos sabemos eso y quizá esa es la razón por la cual… ni tú ni yo nos acercamos el uno al otro.
Yo no quiero salir herido otra vez. Tú no quieres herirme.
"No lo soporto"
