Esta historia la tengo publicada en otro lado. Lo digo como aviso en caso de que, por azares del destino, alguien la vea por allá, o viceversa. Tuve que cambiarle el título original, pues me parece muy largo para FF, jaja. Ideas mías.
No está ligada a ningún punto de la timeline del juego en especial, ni sigue ninguna trama del juego, ni nada por el estilo. Es una historia independiente ( y un tanto bizarra).
Aprovecho que voy a publicar mi historia aquí para hacerle algunas "mejoras" en varios aspectos. Y bueno, ya está algo avanzada en el otro lugar en donde se encuentra publicada, tiene muchos capítulos ya hechos, pero la dejé inconclusa; sin embargo, la voy a continuar aquí.
PD: Este fic está muy, muy loco. Como dije en otro espacio, es una historia bastante surrealista, producto de mi locura XD
Disclaimer: Mortal Kombat y sus personajes pertenecen a Netherreal Studios, WarnerBros y a sus respectivos creadores.
Más allá de la deshonra.
El cielo negro, que presagiaba una tormenta incesante, y la oscuridad que bañaba de color negro todo lo que tocaba, era tan solo un escenario lúgubre y a la vez común del lugar en donde se encontraba el palacio de Shinnok. Elegantes pero siniestros decorados vestían de gala ese enorme castillo que, aun sin emitir palabras, podía decir con su aspecto qué clase de persona se encontraba en su interior.
Caían relámpagos, que por muy breves instantes alumbraban el palacio, haciéndolo lucir majestuoso, pero perverso.
Adentro había un largo pasillo, cobijado con una alfombra de terciopelo rojo, como si con sangre hubiera sido teñido. Al llegar al final del pasillo, en el fondo del palacio, se encontraba un trono de un fino y distinguido diseño, el cual se hallaba vacío, pues Shinnok, su dueño, estaba de pie mirando aquellas espectrales nubes negras, a través de un enorme ventanal. Parecía esperar algo. De pronto, violentamente se abrieron las puertas de su palacio, a la vez que tres de sus guardias entraban por ellas, caminando con premura. Dos de ellos sometían con rudeza a una mujer de vestiduras del color de las violetas, con signos de haber sido golpeada, mientras que el otro se limitó a arrodillarse ante el dios caído.
—Señor, su encargo ha sido cumplido —dijo el guardia.
Shinnok seguía contemplando las afueras desde el ventanal. Con calma, volteó a ver a sus súbditos y caminó hacia ellos.
Ya cerca de la mujer, cuyos brazos eran firmemente sujetados por los guardias, mientras intentaba inútilmente soltarse, a modo de burla, Shinnok emitió una breve risa.
—No quería llegar a esto, Li Mei. Recibí tu opinión sobre mi propuesta, y creo que no hubiera sido necesario que me enviaras a mi emisario con un puñal clavado en el pecho como respuesta —dijo de forma sarcástica.
Ella, por su parte, respiraba con dificultad, a causa de la inmensa ira que recorría su cuerpo.
—Jamás volvería a confiar en seres que solo existen para causar daño y destrucción. Después de que los hechiceros jugaron conmigo de la manera más sucia que puede haber, ¿imaginaste que podría hacer algún trato contigo? Eres tan despreciable como ellos —recriminó Li Mei. De no haber estado sometida, se hubiera abalanzado sobre Shinnok.
El perverso hombre sonrió malévolamente, nada intimidado por las señales de ira de la guerrera.
—De seguro no comprendes la magnitud del beneficio que te traería ayudarme en esta importante misión —aseguró—. Dime, ¿acaso no te gustaría ser la ama y señora del Outworld?: las tierras que más amas, por las que has luchado, por las que has ganado, e incluso, por las que has perdido —agregó, tratando de convencerla.
—No sé cuales son tus intenciones, maldito. Apenas tu emisario me dijo que venía de parte tuya para solicitar mi cooperación en un plan tuyo, decliné de inmediato. Y para dejar muy clara mi postura, es que le clavé su propia daga en el pecho.
Shinnok albergaba esperanzas de que Li Mei aceptara su oferta, pues ni siquiera le permitió a su emisario que le explicara el plan y su atractiva recompensa.
—Ahora entiendo tu testarudez. Permíteme plantearte el negocio y te aseguro que no te irás de aquí sin aceptarlo —dijo el dios caído y sonrió con tal malevolencia que sus ojos no podían ocultar la maldad con la que hablaba—. Yo quiero adueñarme del Earthrealm, mi más grande ambición. Han sido muchos mis fracasos, pero no pienso rendirme tan fácil. Ese reino será mi posesión, y tú vas a ayudarme. Buscaré nuevamente la conquista del Earthrealm, y si colaboras, te ofrezco una enorme parte del Outworld como pago por tus servicios.
—No entiendo. ¿Yo en qué puedo servirte? ¿Qué hay de especial en mí? Busca en tu nido de víboras a algún infame guerrero que pueda colaborar —después de una breve risa, dijo enfada, aunque también extrañada, pues desconocía los motivos que tenía Shinnok para ser tan insistente con su cooperación.
—Ningún otro guerrero me sería tan útil como tú, Li Mei. ¿Sabes?, la conquista del Earthrealm sería tan fácil de obtener si en mis manos tuviera mi amuleto. Más que un amuleto, es como la llave maestra de todos los reinos. Con esa pieza en mi poder, el triunfo lo tendría más que asegurado. Pero, para mi desgracia, Raiden y sus siempre leales fuerzas del bien lo arrebataron de mis manos —decía con un aire de sarcasmo, y a su vez con ira en su voz, mientras cerraba fuertemente sus puños.
Como si ellas lo supieran, las antorchas que alumbraban el lugar tiñendo de rojo la oscuridad, se encendían con más vivacidad.
—Ahora mi amuleto se encuentra en algún lugar aledaño al templo Shaolin, al menos eso me dijo el agonizante emisario que logró obtener esa información. El amuleto ya no está custodiado por los cuatro guardias elementales. Ahora está custodiado por los malditos monjes, y sólo ellos conocen su ubicación y, claro, cuentan con la patética asesoría de Raiden para protegerlo a cualquier costo. De nada me serviría mandar a mi ejército a destruir ese lugar con tal de conseguirlo, pues no permitirían que avance un ejército que se dirige al sitio en donde se encuentra esa pieza tan importante, y aún que mis soldados lograran salir victoriosos, corro el riesgo de que los protectores del Earthrealm busquen la forma de aniquilarlos y así recuperar el amuleto para ocultarlo en otro sitio, lo que complicaría mucho más las cosas.
—No me interesan tus estúpidos cuentos —interrumpió, al hartarse de su explicación.
Con una sonrisa irónica, Shinnok le contestó.
—Será mejor que cierres la boca, pues la protagonista de mis "estúpidos cuentos" serás tú.
—¿A qué te refieres?
Shinnok se dirigió a su trono, con un andar siniestramente elegante, y se sentó en él.
—Por esta ocasión, mi táctica para obtener el amuleto está alejada de cualquier tipo de guerra. Prefiero… jugar limpio, que sean los mismos protectores del Earthrealm los que me entreguen el amuleto. Que me lo entreguen a través de ti —dijo, entrelazando sus manos.
—¡¿Qué quieres decir?! ¡Habla claro! —exclamó con furia.
El dios caído, al ver la gran oportunidad, y aprovechándose de las ansias de la guerrera, prosiguió.
—Tú eres fiel aliada y amiga de los dos monjes más significativos y poderosos del templo Shaolin, ¿no es así?
Li Mei hizo una expresión de extrañeza, recordando a sus grandes compañeros.
—¿Liu Kang y Kung Lao? —cuestionó con intriga, al ignorar qué era lo que tramaba Shinnok con sus amigos.
El malvado hombre asintió cuando Li Mei mencionó los nombres de los monjes.
—Es obvio que ellos tienen poder y autoridad en ese templo, y a su vez pueden tener acceso al lugar en donde se encuentra mi amuleto.
Li Mei iba a decir algo pero Shinnok de inmediato la calló, sin siquiera permitirle articular una palabra.
—Silencio, silencio, déjame terminar. Los dos queremos dejar las cosas claras de una vez, ¿no?
Li Mei se quedó callada, mirando con odio a Shinnok; sin embargo, permitió que el maquiavélico hombre continuara.
—Pues bien, tú te encargarás de hacer que uno de ellos te entregue el amuleto, ¿de qué forma? Trataré explicártelo fácilmente: uno de esos monjes, Liu Kang, es el campeón de Mortal Kombat, es muy poderoso y además, es un enorme dolor de cabeza para mí, pues Raiden sabe que con ese maldito, la seguridad del Earthrealm está casi garantizada. Ese monje no me va a servir para nada, al contrario, es un estorbo. En cambio el otro monje, Kung Lao, tiene algo de lo que podemos sacar ventaja.
Li Mei tan sólo hizo un gesto de extrañeza. Al ver su confusión, Shinnok prosiguió.
—Frustración —dijo—. Ese monje vive con un sentimiento de frustración, pues sus sueños de ser el campeón y digno del más grande honor y respeto por parte del templo y de su reino, han sido opacados por su compañero —explicó y rió maliciosamente—. Sus más grandes anhelos destrozados. A personas como él, que buscan la grandeza y el reconocimiento por encima de todo, se les puede… ¿cómo dicen los habitantes de Earthrealm?... lavar el cerebro muy fácilmente.
—¡Maldito! ¡Ya sé lo que estas pensando!, pero no voy a… —decía, escuchando con repulsión sus palabras, pero fue interrumpida.
—No he terminado. Sé educada y escucha —dijo el hombre y prosiguió con el planteamiento de su plan—. Estoy seguro de que el monje aún tiene esa hambre de magnificencia. Y en caso de que ya no la tenga, ¿qué tal si se la revivimos? Vas a meterle ideas en su cabeza a Kung Lao, que lo hagan reflexionar sobre lo mucho que merece y lo poco que posee. Lo vas a orillar sutilmente a derribar todos los obstáculos que se interpongan en su camino para cumplir con sus objetivos, sin importar si son sus aliados —finalizó, esperando la reacción y respuesta de la guerrera.
Li Mei no hizo más que negar con su cabeza, ante la sarta de monstruosidades que Shinnok le sugería.
—Creí haber conocido a los seres más despreciables, pero me doy cuenta de lo equivocada que estaba, pues me faltaba conocerte a ti —dijo con la voz entrecortada—. Me da asco el cinismo con el que me pides traicionar a mis propios amigos. ¿Crees que tengo el corazón tan retorcido como el tuyo, como para atreverme a traicionar a mis aliados?
Shinnok lanzó una carcajada, se levantó de su trono para ir hacia Li Mei, y con voz compasiva e irónica le contestó.
—¡Qué tonta! Por si no lo sabes, en casi todas las guerras hay traiciones. Se me hace ridículo que prefieras la lealtad y la amistad que a ser dueña de grandes extensiones del Outworld. ¿Qué ganas con su amistad? Ni siquiera tus lazos con esos sujetos son tan fuertes como para que pudieras perder una amistad entrañable.
Ella enfurecía cada vez más, a causa de la crueldad y sangre fría con las que el dios caído le hablaba.
—¡A ti no te importa qué tanto frecuento a mis aliados! Puede que mi relación con ellos no sea tan estrecha como con otras personas de mi entorno, pero yo los considero unos grandes amigos; ellos me consideran su amiga, su aliada, y confían en mí —le respondió firmemente—. Además, no me has dicho por qué precisamente yo debo ser quien lleve a cabo tus sucios planes.
Shinnok asintió con la cabeza y sin más preámbulos le respondió.
—Pienso en ti porque los hechiceros para los que trabajaste me dijeron que fuiste muy eficaz y útil en lo que te encomendaron. Es una lástima que te hayan engañado y utilizado. En fin, el caso es que has tenido el trato suficiente con los dos monjes como para conocer sus debilidades y sus fortalezas. ¿Acaso quieres que le haga esta oferta a alguna de sus aliadas edenianas?, o peor aún, ¿a alguno de sus aliados del Earthream? Ellos los conocen mejor que tú, pero, lo más seguro es que en lugar de que acepten unirse conmigo, griten a los cuatro vientos que Shinnok está planeando sustraer su amuleto. Al menos tú los conoces, ellos te conocen, pero no sospecharían de ti.
—¿Sospechar de mí? —se dijo Li Mei a sí misma. No entendía en lo absoluto el significado de esas palabras, y ni siquiera le interesaba.
—Creí que si te ofrecía las tierras que veneras, a cambio de perder un poco el insignificante e infructífero sentido de la lealtad, podrías aceptar unirte conmigo. Te preguntaré por última vez: ¿aceptas unirte a mi causa o declinas tu participación? —preguntó con unas ansias tan malévolas y macabras, que se estrujaba sus propias manos, esperando su respuesta. A juzgar por la inconformidad que había estado manifestando, sabía que la mujer no cambiaría su postura; sin embargo, tenía algo preparado.
Li Mei lo miraba con el ceño fruncido. Parecía estar muy ofendida por incitarla a actuar tan vilmente.
—Te refieres a la lealtad como un acto despreciable, ¿y te atreves a sugerirme que me una a ti? ¿Pretendes que confíe en ti? Y peor aún, ¡me invitas a traicionar a dos seres que me han ayudado en dificultades! Sólo la más grande escoria podría aceptar tu oferta.
De manera increíble, sacó fuerzas para liberar uno de sus brazos del sometimiento de los guardias, y como si de hierro se tratara, su puño impactó en el rostro de Shinnok, quien de inmediato se lo cubrió como reflejo al intenso dolor.
—Tenía esperanzas de que recapacitaras y supieras apreciar el gran poder que estabas por adquirir si trabajabas para mí. Pero como no veo otra alternativa, me temo que tendré que forzarte a servirme —dijo el dios, aunque extrañamente no parecía estar molesto por el golpe de Li Mei.
Hizo una seña con su mano. De un pasillo tan oscuro, que nadie podría darse cuenta de su existencia, emergió el hechicero Quan Chi. Con una sonrisa diabólica, se paró al lado de Shinnok.
Li Mei miró con mucha rabia al traidor hechicero, y sin pensarlo, intentó abalanzarse sobre él con la intensión de incluso asesinarlo. Los guardias de Shinnok que la tenían sujeta se aferraron a sus brazos, y uno de ellos le dio un severo golpe en el estómago, que la dejó sin aliento por unos instantes.
—Cuánto tiempo sin vernos —le dijo Quan Chi—. Por fortuna yo sí sé apreciar las altas pagas que Shinnok ofrece por sus servicios. ¿Deseas que lo haga ya? —preguntó el hechicero.
Li Mei, mientras se recuperaba del brutal golpe, sintió una enorme duda ante tal pregunta de Quan Chi.
—¡¿Qué están tramando, malditos?! —apenas pudo cuestionar, pues todavía trataba de recuperar el aliento.
—Es una pena que no hayas accedido voluntariamente a cooperar. Ahora este gran colaborador —dijo señalando a Quan Chi— logrará que hagas el trabajo que te negaste a realizar. Introducirá dentro de tu cuerpo una fuerza oscura que hará que sigas mis órdenes. No te preocupes, seguirás siendo la misma de siempre. La diferencia está en que esa fuerza te hará insensible, perversa, va a inhibir tus sentimientos, incluido tu ridículo sentimiento de lealtad y fraternidad. No serás un ser irracional, aunque por mi estaría bien; sin embargo, necesito que tengas cordura suficiente para que sepas actuar como una inocente y dulce damisela que será la causante de la destrucción del honor del monje al que vas a corromper. Si de algo te sirve, para que no te sientas tan mal —le dijo con irritante sarcasmo—, quiero recalcarte que tus recuerdos, pensamientos y habilidades quedarán intactos. Serás la hermosa y poderosa Li Mei de siempre, sólo que unida a las fuerzas del mal.
A Li Mei le brotaron lágrimas de coraje ante tales abominaciones que Shinnok y el hechicero Quan Chi pretendían hacerle.
—¡Juro que me vengaré, desgraciados! ¡La misma maldad que ha de profanar mi espíritu a causa de ustedes, ha de ser la misma que me hará arrancarles su maldita vida! —gritó con profundo odio.
Shinnok y Quan Chi se miraron uno al otro con una cínica sonrisa. El dios caído hizo un movimiento con su cabeza, inicándole a Quan Chi que procediera con su labor.
El hechicero asintió con la cabeza y se acercó a Li Mei; sin embargo, la desesperación de la guerrera logró que reuniera energías suficientes para liberarse de sus captores. De un rápido movimiento, golpeó el rostro de uno de ellos, destrozándole la nariz, y haciéndolo gritar mientras caía al suelo arrodillado, cubriendo su rostro a causa del dolor. Al otro le dio una fuerte patada en el estomago, que lo dejó sin aire.
Li Mei hubiera querido enfrentar al nigromante y al dios caído, pero pensó que la batalla estaría perdida, pues además de que ellos eran un gran peligro, seguramente el grupo de guardias de Shinnok no se quedaría con los brazos cruzados. No podría acabar con tantos oponentes ella sola, así que decidió intentar huir.
Como instinto de supervivencia, corrió con todas sus fuerzas por el largo pasillo del palacio, que la conduciría a la anhelada salida, pero se detuvo súbitamente al sentir una energía penetrando en su espalda.
Quan Chi, la miraba desde lejos. Tenía extendida una de sus manos, en dirección a su cuerpo, mientras emergía una extraña neblina negra, que a la vez emitía un intenso brillo. Debió producir mucho dolor, pues la mujer gritaba como si la estuvieran torturando mientras la neblina atravesaba su espalda.
Después de algunos segundos, Li Mei gritaba cada vez menos, como si sus fuerzas se estuvieran extinguiendo. De pronto cayó al suelo arrodillada. Al ocurrir esto, Quan Chi cerró su puño y la neblina dejó de salir de su mano. El hechicero sonrió y la miró esperando a que reaccionara de alguna forma, pues estaba completamente inmóvil. Sus cabellos negros hacían una cortina que cubría su rostro. Poco a poco levantó su cabeza y en su mirada había una expresión dura.
—¿Cómo te sientes? —le preguntó Shinnok a la mujer, mientras se frotaba las manos. El eco de su voz resonó en todo el palacio.
Li Mei tardó unos instantes en responder.
—Confundida —contestó después, tocándose la cabeza, pues se sentía mareada. Posteriormente se puso de pie con algo de dificultad y se giró hacia Shinnok, para después caminar, un tanto aturdida, hasta él.
Shinnok hizo un gesto que expresaba compresión.
—De ahora en adelante vas a servirme, ¿no es así? —le cuestionó para probar qué tan buenos fueron los resultados del trabajo del hechicero.
—Mi existencia tiene como único fin servirle, señor —contestó y le ofreció una reverencia.
Shinnok no hizo nada más que sonreír y voltear a ver a Quan Chi. Con una mirada le logró transmitir una gran felicitación por su trabajo. Quan Chi asintió con su cabeza e hizo una pequeña reverencia como agradecimiento.
—Con esa actitud vas a llegar muy lejos. Como sabes, hay una misión muy importante que debes hacer. Te vas a dedicar, con absoluta cautela, a envolver al monje Kung Lao con palabras y manipulaciones que lo hagan caer en nuestra red de mentiras, y que lograrán que me dé mi amuleto.
Li Mei escuchaba las palabras de su nuevo amo. Entonces Shinnok se preparaba para darle instrucciones a su bella súbdita.
—Primero tratarás de que confíe en ti; tarea que no será nada fácil. Con el tiempo vas a llenar su mente con ideas acerca de lo grande que es y lo lejos que puede llegar por eso, e incluso, puedes hacerle creer que es capaz de superar al mismo Liu Kang, su gran amigo, pero a la vez, su mayor rival. Cuando todo eso pase, podremos incitarlo a luchar contra sus propios aliados, con tal de que logre sus objetivos. Con eso quiero decir que, pasado el tiempo y que él ya se haya dejado llevar por tus consejos, puedes decirle que para lograr sus metas necesitará el amuleto, y así podrá adueñarse de su reino, ser prodigioso, ser adorado por todos los habitantes de su reino. ¿Crees que alguien con un ego como el suyo podría negarse? Es muy dudoso.
—Pero, señor —le cuestionó a su amo—, aunque Kung Lao accediera a llevarme al lugar en donde está el amuleto, sus aliados no permitirían que lo haga.
—Así es, es un gran riesgo. Eso es a lo que me refería cuando te dije que debíamos incitarlo a eliminar todos los obstáculos que se interpongan en su camino, incluidos sus aliados, principalmente Liu Kang. Una de las cosas más importantes de tu misión es que te encargues de que Kung Lao lo asesine, pues él es el principal obstáculo. Si ese desgraciado llega a darse cuenta de las intenciones de Kung Lao sobre el amuleto, de ninguna manera va a permitir que siquiera se acerque a él —explicó Shinnok.
—Sin duda, hacer las cosas con cautela, y sin que nadie sospeche lo que está por suceder, será más útil que un ejército entero que pondría a todos alerta. Nadie dudaría de Kung Lao... —decía Li Mei, pero fue interrumpida.
—Nadie dudaría de una inocente mujer, quien será conocida únicamente por Kung Lao —dijo Shinnok, haciendo referencia al rol que juagará en su misión—. Desde ahora deberás actuar como una completa desconocida. Tu nombre no será Li Mei, te presentarás con un nombre falso ante Kung Lao y ante cualquiera de las personas cercanas a él, que inevitablemente pudieras toparte. Ese será tu nombre mientras dura la misión. No podrás llevar tus ropas habituales, así que busca otra vestidura.
—Desde luego. No permitiré que corra ningún riesgo.
—Además, cualquier vestimenta que uses tiene que ir acompañada de esto —respondió Shinnok, a la vez que le entregaba un elegante cubrebocas negro satinado—. Es muy importante que nadie te vea el rostro, y mucho menos los monjes. Debes evitar que te reconozcan y que sospechen de ti. Nadie podría sospechar de una inocente mujer, que tan sólo curiosea. Así que no olvides llevar este cubrebocas cuando trates con personas que consideres peligrosas para la misión.
Li Mei tomó el cubrebocas con sus delicadas, pero mortíferas manos.
—Por supuesto, señor. Yo me encargaré de que mi identidad esté bien protegida —respondió, asegurando que siempre usaría aquel trozo de tela para cubrir su rostro.
—Para finalizar, te daré las últimas instrucciones: recuerda que primero te vas a ganar la amistad de Kung Lao, pues para él serás una absoluta extraña. Quiero que cada que le hagas una visita, vengas y me digas todo lo que ocurrió, lo que le digas, lo que él te diga. Es importante, para saber que rumbo estarán tomando las cosas —indicó, y posteriormente le mostró unos talismanes, que depositó en sus manos—. Estos artefactos te abrirán dos portales: uno te llevará al Earthrealm y el otro te traerá a este lugar.
Li Mei observaba los objetos, mientras escuchaba las indicaciones de su amo.
—Basta con pasar la mano por encima de los talismanes, para que los portales se abran instantáneamente, ya sea para entrar a un reino o para regresar al punto inicial. Y también te daré este que te llevará al Outworld. Ahora regresarás a tu reino, pero no a tu hogar, sino que vivirás en un refugio secreto, que estará custodiado por dos de mis hombres.
—Lo que usted ordene. ¿Cuándo debo comenzar con la misión? —preguntó Li Mei, dispuesta a acatar sus órdenes.
Shinnok sonrió maliciosamente, pues le agradaba esa actitud de servicio de la guerrera, causada por el hechizo del nigromante.
—Lo más pronto posible. Pero antes quiero recordarte que es muy importante que Kung Lao esté solo, que no haya nadie a sus alrededores, así evitaremos que puedas levantar sospechas. Evita a toda costa que alguien más te vea —finalizó el perverso hombre.
—Así será —aseguró Li Mei.
—Puedes retirarte —él indicó y caminó hacia su trono.
Li Mei se reverenció ante el dios caído y caminó hacia la salida del palacio, junto con dos guardias que la acompañarían hasta el Outworld, y la llevarían al refugio que Shinnok tenía para ella.
Él la observaba con una maligna sonrisa, hasta que desapareció entre las tinieblas del lugar. Su distracción fue interrumpida cuando Quan Chi se acercó a él.
—¿Crees que este plan funcione? Me parece muy descabellado —cuestionó el hechicero.
—Estimado Quan Chi, trataré de explicártelo sencillamente: si intentaras dispararle a un animal, estando frente a él, huiría con tan solo verte, justo antes de que pudieras sacar un arma; en cambio, si te acercas al animal con absoluto sigilo, y sin que note tu presencia, puedes darte el lujo de dispararle con puntería perfecta —respondió al hechicero—. Mandar a mi ejercito a la Tierra, sería indicarles a sus guerreros que voy por mi amuleto. En cambio, una mujer que visita a un monje no puede despertar desconfianza, ¿no lo crees?
Quan Chi comprendió las intenciones de Shinnok, esperando que fuera fructífera esa táctica.
Li Mei entró al palacio de Shinnok siendo una leal y audaz guerrera, y salió de él convertida en una servil esclava del mal.
