Llevaban un buen rato mirándose desde que la camarera les dejó sus cafés sobre la mesa. El hombre gordo y de pelo gris peinado hacia atrás estaba empezando a perder la paciencia, esperaba a que aquel pendejo de Carlo dijera de una vez la razón de aquel encuentro. «Nadie debe saber que estaremos ahí, Niki», le había murmurado por teléfono la noche anterior —¿quién fue el imbécil que le había pasado su número a Carlo? No lo sabía, pero se las iba a pagar—, y Niki accedió porque en aquel momento la voz preocupada del tipo le causó un mal presentimiento. Pero ahora empezaba a arrepentirse y estuvo a punto de dejar el dinero sobre la mesa y marcharse hasta que Carlo se aclaró la garganta y preguntó:
—¿Has visto las noticias ayer, Niki?
—No. Ayer estuve desconectado de todo, pero si fuera importante, mis hombres me hubieran dicho.
—Es importante —Carlo miró a ambos lados y se encorvó hacia el viejo y gordo Niki—. Chico está muerto, lo encontraron en un callejón. Le rompieron la cabeza la golpes y le quitaron todas sus pertenencia.
Chico… ¿Quién demonios era Chico? Niki trataba de hacer memoria, pero lo cierto era que trabajaba con demasiada gente y no siempre recordaba todos los nombres salvo que valiera la pena. Miró con una intriga forzada a Carlo para que siguiera hablando.
—Pensé que le habían robado, pero luego recordé que hacía tres semanas antes, a Charlie también lo mtaron. De él sí te acuerdas, ¿verdad?
Niki asintió. Claro que recordaba al viejo Charlie, nadie hacía tan buen trabajo como él y Niki realmente lamentaba su pérdida. Al parecer había quedado metido en alguna pelea de pandillas luego salir bastante ebrio de un bar. Las calles ya no eran lo mismo que antes, se dijo el viejo.
—Charlie no estaba solo —siguió Carlo—. Hablé con uno de sus amigos que estuvo ahí, en el bar, me dijo cosas que en ese momento me parecieron estupideces, ya sabes, inventos de un drogadicto. Pero cuando la gente de seguridad de Chico me contó aquello…
—Ve directo al grano porque estoy perdiendo la paciencia —cortó Niki.
—A Charlie lo mataron un cerdo, un conejo, una paloma y un caballo.
—¿Me estás tomando el pelo?
—¡No! Escucha… también pensé que era una broma, pero cuando hablé con la gente de seguridad de Chico, me dijeron que rompieron las cámaras a garrotazos o les pintaron la lente, salvo alguna que otra. La que estaba en la sala de trofeos de caza grabó a los tipos que entraron a matarlo, se ven de lejos, pero las formas se distingue bien… un caballo, un conejo, un cerdo y un pájaro o algo así.
—Imagino que hablas de máscaras, Carlo. —Niki clavó la mirada sobre los ojos del tipo. Hablaba rápido y algo asustado.
—Sí. A Chico y a Charlie los mataron las misma persona,
«Será algún problema de deudas o hicieron los negocios con la gente equivocada», pensó Niki, pero en el fondo sabía que no se trataba de eso. Un escalofrío recorrió su gordo cuerpo arrugado, Carlo lo miró sin decir nada aunque sabía que el viejo había sumado dos más dos y estaba comprendiendo la magnitud del problema. En más de una ocasión habían escuchado amenazas de muchas bocas: de la policía, de los rivales, de la mercancía, de sus mismos socios, pero raras eran las veces en que cumplían si es que tenían las pelotas para hacerlo.
Y ahora no sólo parecía haber alguien con esas pelotas necesarias, sino que además eran cuatro —por lo que sabían— y no parecían estar actuando de forma improvisada. El policía que trabajaba para Niki no le había advertido nada de todo aquello hasta el momento, así que seguramente esos estúpidos no debían siquiera tener una pista que asociara los dos brutales asesinatos.
—Alguien nos está buscando, Niki —murmuró el muchacho con un hilo de voz—. Alguien que sabe nuestros nombres, que nos conoce desde adentro y que no tiene que ver con la policía. No sé cómo carajo entraron a la casa de Chico, pero lo tenían bien planeado, igual que lo de Charlie...
—No me digas que estás asustado —dijo Niki tratando de mostrarse despreocupado—. No me importa quienes están jugando a los vengadores, a mí no van a ponerme un sucio dedo encima. Mis hombres les llenarían el culo de plomo,
Carlo ladeó la cabeza. Él no contaba con tantos recursos porque mantenía un perfil bajo y lejos del negocio desde la intervención de la policía hace cuatro años.
—Yo creo… que a esta gente no le importa nada. Si vieras como dejaron a Charlie lo entenderías.
Niki no quería saberlo. No quería saber nada.
Ambos continuar murmurando, tomando de a ratos las tazas de café pero bebiéndolas apenas. Ninguno se dio cuenta que a dos mesas de distancia, el chico de la chaqueta naranja escuchaba cada una de sus palabras.
Paloma
Though I lived a lonely life
I was confused
A butcher
I feel nothing*
Aunque sentía que sus piernas estaban por deshacerse y dejar un rastro de carne y sangre sobre la calle, aunque su corazón estaba haciendo un esfuerzo sobrehumano por bombear y mantener el ritmo, Kenny no se detuvo en ningún momento. El aire estaba tan helado que dolía pero, al mismo tiempo, su cuerpo sudaba bajo la mugrosa chaqueta naranja y las piernas le ardían. Apenas podía pensar mientras doblaba por un callejón y se trepaba como un mono por las escaleras de incendio. Nada de eso estaba planeado y Kenny apenas podía creer que su mente haya reaccionara tan rápido —«Y eso que te hiciste mierda con toda esa orina», había comentado Eric entre risas—.
Subió hasta la terraza sin hacer mucho ruido y se fijó en la puerta de acceso al edificio que estaba sin seguro. «¡Jesús, gracias!», pensó, o más bien gritó dentro de su cabeza. Entró, bajó un par de escalones y se acurrucó en el primer descanso, apretujándose contra la pared y cerrándose la capucha como solía hacer cuando era niño.
Mientras controlaba su respiración agitada y sentía que sus latidos retumbaban por todo su cuerpo, el cerebro de Kenny sólo podía pensar en una idea al igual que las dos veces anteriores que hicieron eso :
«Lo hicimos. Lo hicimos y está bien. Nadie te vio y nadie te siguió. Todo está bien.»
Esperó a que su cuerpo descansara y dejara de temblar un poco. El frío apenas se había ido pero estar ahí era mil veces mejor que congelarse el culo en la calle. No podría reunirse con los demás hasta el mediodía del día siguiente, así lo habían acordado los cuatro: en el momento de escapar, cada uno por su cuenta. Eric lo había visto en una de esas películas de pandillas y aunque por el momento la policía no dio con ellos, ninguno podía afirmar que era por las tácticas del gordo.
«Y desháganse de cualquier cosa que los haga ver sospechosos. Judío, no la vayas a cagar, ¿oíste?», repetía como si tuviera una maldita licenciatura en vandalismo. Aunque Kenny empezaba a sospechar que emperrarse con Kyle tenía un significado especial para Eric.
Se miró los guantes atento. Manchas de sangre. Juraba que había escapado limpio, pero quizá fue el shock lo que lo engañó. El primero directamente lo había noqueado más que cualquier orina de gato concentrada. Ahora conocía mejor las precauciones y deshacerse de los guantes sería lo primero que haría en la mañana.
Pensó en Stan, en su cara tan pálida como aquellos días en ese club de mierda. Sabía que estaba asustado aunque su estado era diferente del de él, Kyle y Eric, sin embargo Kyle tuvo razón: lo que estaban haciendo daba mejores resultados que cualquier terapia. Si pudieran huir en equipos, elegiría estar con Stan, para abrazarlo y así no pasar tanto frío, para felicitarse mutuamente y revisar si en sus ropas había quedado sangre o alguna otra evidencia.
Los vellos de la nuca de Kenny se erizaron cuando escuchó una sirena pasando cerca. «No… No. Espera. Es una sirena de bomberos. Falsa alarma». Suspiró y se miró los guantes de nuevo: había manchas de sangre, pelo delgados —de algún animal seguramente— y astillas. Le había tocado a él esta vez y aunque pensó que no podría, cuando finalmente tuvo al viejo gordo cara a cara, una fuerza que desconocía se apoderó de sus miembros. Sostuvo el bate con firmeza, sus venas se marcaron por la tensión del agarre y cuando Kenny creyó que sólo se quedaría petrificado y con los brazos levantados en posición para golpear, bastó con ver la mirada de Stan para sentir el impulso definitivo.
Dio dos golpes sobre ambas rodillas. El sonido de los huesos fracturándose le causó placer y le permitió continuar sin pensar demasiado. Eric aprendió de los errores de las dos veces anteriores y ya había puesto una media enrollada en la boca del hijo de puta, sus gritos no llegarían a oídos de nadie salvo ellos.
«¿Qué carajo estás esperando, Kinny?», le había preguntado Eric poniéndose histérico. No llevaban prisa pero tampoco tenían todo el tiempo del mundo, eso también lo habían aprendido.
«No me digas cómo hacer esto, culón», respondió Kenny sintiendo un impulso eléctrico recorriendo cada vértebra de su columna.
Luego volvió a golpear las rodillas del hombre, subiendo, hundiendo la punta del bate contra su estómago como si tuviera que amasarlo. El hombre se retorcía y gimoteaba, suplicaba piedad con la mirada pero no iba a servirle de nada. Por una milésima de segundo Kenny pensó en romperle la cabeza, pero sus ojos quedaron anclados a la entrepierna, húmeda de orina por el terror, y sus brazos reaccionaron antes que cualquier otra idea. Incluso a Kyle se le escapó un «Ugh» cuando Kenny comenzó a machacarle los testículos, el pene, los muslos y todo lo que alcanzara la zona.
«Se va a ahogar en su propio vómito», comentó Eric como si fuera un niño viendo un acto sorprendente de circo. «¡Sigue, sigue!»
Y Kenny siguió, ignorando al viejo retorciéndose, ignorando que se había cagado encima y que, como había dicho Cartman, se estaba ahogando con su propio vómito. Podría terminar ya con todo eso partiéndole el cráneo, pero dejarlo inconsciente o muerto al instante sería piadoso de su parte.
Ninguno de los cuatro estaba para eso.
Conejo
Do you think it's alright?
He's had a few too many tonight
Do you think it's alright?
I think it's alright. Yes I think it's alright*
Entreabrió los ojos porque la voz de Cartman al teléfono no lo dejó volver a dormir. Movió el brazo con pesadez hasta acercarse la muñeca a la cara y ver su reloj. Eran las cuatro y media de la madrugada, se había dormido apenas hacía una hora si no mal recordaba. «¿De dónde saca tanta energía el culón?», se preguntó mientras cerraba los ojos. Sabía la respuesta: la sacaba del mismo lugar que Stan, Kenny y él; la sacaba de ese lugar oscuro y caótico que no respondía a las leyes de la fisiología y mucho menos de la moral.
Fijó la vista en el viejo reloj de pulsera. Stan se lo regaló cuando fue su bar mitzvah; en aquel momento le pareció una de las cosas más geniales del mundo: sumergible, alarma y cronómetro incluidos, y sus números se iluminaban cuando tocaba un pequeño botón. No entendía por qué no se lo habían robado cuando pasó todo aquello . Mejor. Lo conservaba aún hoy, con veintitrés años cumplidos hacía unos meses, ese reloj era casi un amuleto y una de las pocas cosas que no le traía malos recuerdos, aunque a veces lo veía y no podía evitar llorar por lo bajo al recordar aquel día, la fiesta con su familia, con un Stan diferente.
«Ojalá me entierren con este reloj», se dijo.
Veinte minutos para las cinco. Cartman no cerraba la boca. Kenny no había dado señales desde que se separaron unas calles antes del parque, tampoco se sabía nada de Stan y si no los encontraban en la mañana, comenzaría a preocuparse. Quizá la próxima vez sería mejor escoger un punto de encuentro y a la mierda con las precauciones del gordo. Comenzaron con eso juntos y así lo terminarían; salvo que alguno muriera o fuera atrapado, el trabajo no se iba a parar por ningún motivo. Kyle opinaba que no tenía sentido perderse por perderse, si bien las precauciones nunca sobran, había que tener alguna manera de comunicarse o garantizar que habría un punto de encuentro.
—¡Carajo, Monty! Si no me dices lo que necesito, te juro por dios que le diré todo a la policía —Cartman estaba perdiendo la paciencia y Kyle ya se había espabilado lo suficiente para entender lo que decía—. Sí, sé que estamos con las manos sucias, ¿pero qué crees que le interese más a la policía? Yo te diré: saldar cuentas con un negro pederasta hijo de puta como tú. ¡No me digas que no sabes dónde está! Te hablas con todos, ¡así que más vale que lo averigues o te van a meter el pene tan duro en las duchas de prisión que te saldrá por la boca!
Escuchó a Cartman colgar con fuerza y soltar un bufido lleno de rabia. En otro contexto, Kyle le hubiera dicho que no tenía necesidad de ser un maldito racista, pero Cartman, en lo que Kyle llevaba oyendo, no había dicho ninguna mentira: Monty era negro, pederasta y un hijo de puta que se hablaba prácticamente con todo el mundo. Ni a ellos dos ni a Stan ni a Kenny les importaba lo que a Monty le pasara en prisión, pero por el momento lo necesitaban libre e informando.
En el preciso momento en el que cerebro de Kyle le ordenó que se estirara para luego salir de la cama y prepararse un té, Cartman apagó las luces y se echó en el catre de enfrente, suspirando con pesadez. Hubiera olvidado todo para dejarse llevar por el sueño que todavía le quedaba, pero en lugar de eso, los labios de Kyle se movieron casi de forma involuntaria y preguntó:
—¿Qué te respondió, Cartman?
—¿Estabas espiando, judío?
—Estabas gritando tan fuerte que me despertaste, así que escuché todo, gordo idiota. ¿Ya sabes a dónde tenemos que ir?
—No, pero ya lo sabré. De todos modos es mejor esperar, no quiero que la policía empiece a asociar todo y entremos en la lista de sospechosos —respondió Cartman dando un bostezo.
—Está lleno de sospechosos, todos con las mismas ganas de hacer lo que hicimos. Dudo que específicamente nos busquen a nosotros cuatro y si no dejamos pistas, no hay de qué preocuparse —dijo Kyle como si todo aquello fuera demasiado obvio, pero lo cierto era que a veces él también tenía miedo de que alguien con un poco de neuronas en el departamento de policía empezara a atar los cabos visibles y también los invisibles. Lo que principalmente les preocupaba a los cuatro era ser detenidos antes de terminar con el trabajo.
—Entonces más te vale que no nos jodas, Kyle.
—¿Qué carajo estás insinuado? —Ya estaba empezando a perder la paciencia, siempre sucedía lo mismo con Cartman, desde que lo conoció.
—Si empiezas con alguna mierda judía sobre dios, la responsabilidad o algo de eso y nos delatas, te juro que te mato. ¿Crees que me olvidé de cómo te portabas esos años? Demasiado religioso pese a que te estaban desgarrando el culo —le recordó Cartman y soltó una risita.
—Cállate, gordo de mierda. Tu estabas igual que todos nosotros.
—Yo fui más inteligente, Kyle —dijo Cartman y se giró de lado, Kyle hizo lo mismo y quedaron mirándose pese a la oscuridad del cuartucho de hotel—. Una vez que entiendes qué quieren los otros, puedes hacerles creer que se los darás y así puedes manipularlos.
Su expresión poco a poco fue tornándose sombría. Kyle tragó despacio y con dificultad, algo que siempre hacía inconscientemente cuando hablaba con alguien sobre eso, como si el recuerdo fuera una piedra amarga atorada en su garganta. Y sí, tenía que admitir que Cartman fue más inteligente de lo que Kyle hubiera creído en ese momento.
—Ahora que podemos cobrarnos lo que nos corresponde, nadie me va a joder el plan, ni ellos, ni ustedes, ni dios, ¿entiendes, judío?—murmuró y sus ojos comenzaron a cerrarse de a poco. El canto de los pájaros de la madrugada comenzaba a sonar y el sol no debía tardar demasiado en salir.
—Sí, gordo, ya cállate y duérmete.
—Me costó —siguió Cartman con sus últimas fuerzas despiertas—, fue un mierda, pero los tuve chupándome las bolas. Nos hubiera sacado de ahí, pero Kenny se adelantó, todavía no sé cómo —dio un último bostezo antes de quedarse dormido.
Y un suave ronquido llenó la habitación. La luz rosada del cartel de neón del hotel ya se había apagado, pronto los autos comenzarían a transitar y la ciudad se pondría en movimiento como todos los días. Resultaba increíble que pese a todo lo que había pasado, el mundo continuaba, la gente seguía con sus vidas. Hubo un momento en el que él, Kenny, Stan y Cartman también despertaban para comenzar su rutina ignorando que otras partes del mundo había personas que despertaban con un nudo en la garganta, listas para seguir con el infierno que llamaban vida. Ahora ellos lo sabían, estaban del otro lado, lejos de la tranquilidad pueblerina de la que alguna vez, hace años, habían gozado.
Pensó que Cartman parecía un niño cuando dormía de aquella manera: boca abajo, como si hubiese caído rendido después de toda una tarde de juego; imposible creer que hacía más o menos un mes el mismo muchacho había matado a golpes a un hombre mayor que él.
—Tú sabes, Kyle… —balbuceó Cartman comenzando a revolverse entre las sábanas como de costumbre—. Tú sabes que yo los tenía como quería…
Sí, Kyle lo sabía. Lo recordaba, recordaba a Cartman muy diferente, con los párpados pintados de sombra verde, sus labios finos de un tono bordó, la ropa de mujer que creaba un efecto engañoso de tetas debido a su sobrepeso.
Muy a su pesar, Kyle recordaba todo.
Notas finales: *Aunque he vivido solitario,/estaba confundido/un carnicero/no siento nada. Radiohead, "The Butcher"
*¿Crees que esté bien?,/ha pasado por mucho esta noche./¿Crees que esté bien?/Creo que está bien. Sí creo que está bien. The Who, "Do you think it's alright".
¿Adivinan de dónde saqué la idea de las máscaras? Seguro que sí.
Nos vemos y gracias por leer hasta el final.
