Mariposa: Frágil, hermosa, esplendorosa, suya.
Edward lo sabe, siempre ha sabido que Bella es como una mariposa extravagante, de aquellas que uno se encuentra una sola vez en la vida, en los lugares más recónditos e imposibles, cuya belleza es quimérica y única, belleza que solo se puede apreciar unos segundos, efímera felicidad que llega a sus ojos dilatando sus pupilas en el más denso silencio añorado de deseo y que termina yéndose en un parpadeo, dejándolo aturdido como golpeado por una luz incandescente en una noche sin luna.
Las colecciona, es su secreto, le gusta buscar los más raros ejemplares y atraparlas y disecarlas para hacer de su belleza, algo perpetuo, como él, que se ha quedado en el limbo de una vida que no es vida pero que tampoco es muerte. Comenzó a hacerlo cuando la dejo hace ya un año diciéndole que no la quería, que todo había sido un engaño y la observó llorar por la añagaza, era su manera de recordarla, de sentirla a su lado cuando pensaba que jamás volvería a verla y después cuando todo terminó y ella decidió que a pesar de todo lo seguía queriendo y él sucumbió al egoísmo y decidió quedarse a su lado para amarla y protegerla siguió coleccionándolas por el gusto de hacerlo, por el gusto de los recuerdos amargos y dulces, por las emociones que terminaban inundándolo de lagrimas que jamás salían de sus ojos.
Las mariposas que exhibían sus colores orgullosas, rojo, azul, amarillo, verde… las mariposas que a pesar de ser tan frágiles y pequeñas escondían esa majestuosa belleza olvidada adornaban un pequeño estante, llenas de pequeños alfileres, desfilaban acicaladas por el dulce terciopelo fino y el acebo cuadrado donde se encontraban, las mariposas que se parecían tanto a ella que podía observarlas por horas y –si se esforzaba lo suficiente- oler el sutil aroma de la sangre que tanto le embriagaba y carcomía.
«Te quiero Edward» le dijo una noche cuando ambos se encontraban abrazados y él muerto corazón latió en sus entrañas, no por las palabras en sí, que ya muchas veces habían salido de los labios de Bella, si no más bien por la forma tan diferente en la que lo dijo, con aquella voz ronca que parecía salir de lo más profundo de su ser, con el amago de sonrisa que iluminaba sus mejillas encendidas y hacía brillar sus ojos de esa manera que solo parecía estar hecha para él, con eso y más, Edward se dio cuenta que venia en serio, que la castaña lo amaba no como él árbol que pensaba, si no como el bosque que era.
Y dolió y sintió que moría al darse cuenta de la verdad, al final… al final la mariposa se había enamorado del obsesionado coleccionista y así fue como clavo el primer alfiler a sus alas, que de colores manchaban su mundo dándole vida y así fue también como ella se dejo, engañada, enamorada.
El segundo y tercer alfiler los clavo, una tarde lluviosa, ella con el cabello mojado pegándose a la cara, él con los ojos oscurecidos por el deseo y el brazo derecho abrazándola por la cintura, los dos observándose, conociéndose. Hermosa, a Edward no se le antojo más débil y lo dijo, la confesión salió de sus labios sin que pudiese hacer nada: «Eres como una mariposa, hermosa y soberana pero ajena a las ataduras del mundo. El cielo, ese es tu mundo y libertad, vuelas posándote y embelleciendo las flores y jardines, pero eres frágil, muy frágil. Una tormenta, una gota de roció puede terminar con tu vida… un coleccionista puede clavarte alfileres y perpetuar tu belleza por toda la eternidad, amarte y custodiarte por siempre… hábil primero te observara de lejos y poco a poco se acercara haciéndote creer que no te hará daño y cuando tú confíes seguridad y vida a él, terminara encajándote el primer alfiler».
Ella se había quedado callada, las palabras haciendo eco en la brisa con olor a tierra mojada, hasta que lentamente acaricio su mejilla sonriendo, «Pues ya me has clavado el primer alfiler» murmuró, entendiéndolo todo y Edward no hizo otra cosa más que abrazarla, no, el primer alfiler ya lo había clavado, clavaba el segundo y el tercero en ese momento.
El cuarto y ultimo alfiler lo clavo en el momento menos indicado, en el segundo más estúpido, mientras ella escribía sobre la lección de biología y él se especializaba en observarla, su mano se movía con pereza y parecía no escuchar lo que el maestro decía, el cabello rozándole la mejilla izquierda le molestaba y cada minuto se lo apartaba bruscamente, la nariz dilatándose y la pulsera tintineando en su mano, había levantado la cara y sus ojos se habían encontrado y había sonreído con aquella sonrisa que era tan suya y que a la vez parecía tan ajena.
—Hola—había dicho en susurro pasajero antes de bajar de nuevo la vista y concentrarse en sus apuntes, y Edward se había quedado paralizado, las palabras que parecían tan poca cosa, el saludo que no significaba nada, una sílaba más en un día de clases, cosa estúpida fue darse cuenta en ese momento que ella haría cualquier cosa por él, que no importaba cuanto la hiriera, que no importaba que tan lastimada la dejara, Bella se había rendido a él.
Y al final con cuatro alfileres clavados en lugares estratégicos la castaña termino siendo su mejor trofeo… ¿Qué más podía hacer más que observarla, más que adorarla? Fue difícil, muy difícil aceptar que ya la tenía para él solo, que la quería solo para él, que la bestia que dormitaba en su interior jamás la dejaría libre.
— ¿Edward? —cuestionó Bella, con los ojos fijos en un punto inexistente, él la observó.
— ¿Sí?—contestó, ella negó.
—Tú no podrías irte al infierno—murmuró perturbada—Nunca… el infierno es para personas realmente malas, tú no lo eres.
—la maldad es un termino ambiguo Bella, no solo las personas que matan lo son—contestó, ella ladeo la cabeza.
—¿a qué te refieres?
—Los coleccionistas de mariposas son un buen ejemplo—ella quiso reírse y una sonrisa jugo en sus labios antes de darse cuenta que él hablaba en serio y quiso pregustarle muchas cosas, pero al final se decidió por la más fácil.
—¿Por qué?—cuestionó interesada, Edward suspiró.
—Se obsesionan, ese es el problema, la obsesión normalmente lleva al más mortal fracaso, se obsesionan por la belleza que jamás será más suya que un soplo de viento o una tarde de primavera, y es entonces cuando comienzan a hacer lo que mejor les gusta, coleccionar mariposas, comienzan por las más sencillas… aquellas que se encuentran en los patios traseros, hasta que terminan buscando las más raras y quiméricas. Llega el momento en que simplemente se apasionan y ya no ven más allá de la belleza estética… se olvidan por ejemplo de lo frágiles que son, de lo hermoso que vuelven el lugar por donde pasan, de la felicidad con la que envuelven a los niños y a los adultos que al observarlas pueden volver a amar la vida. Esas, las personas que se llevan la belleza solo para ellos son mucho peores que otras personas—concluyó perturbado, ella le sonrió.
—¿Y qué tienen que ver los coleccionistas de mariposas contigo Edward?—cuestionó sin saber de su afición, él bajó la vista.
—Todo, porque tú eres mi mariposa Bella… porque te encontré en el lugar menos indicado, porque con tu belleza tan frágil me envolviste y porque como buen coleccionista, no dudé ningún momento en atraparte y tenerte solo para mí—se confesó y ella no se apartó, su cuerpo se apretó contra el suyo.
—¿y si la mariposa quiere ser atrapada?—cuestiono en su oreja.
—Entonces eso hace aun peor al coleccionista—.
—No eso me hace aun peor a la mariposa, por seducirle, por acercarse al cazador y esperar llamar su atención, por hacer que se obsesione y apasione por ella y cuando por fin es suya, por hipnotizarle y hacer que la siga observando con la misma euforia de aquellos días de cazador escondido tras las penumbras—aclaró ella sonriendo, como si todo fuese un gran juego y hubiese salido ganando, Edward le besó el cuello dando por terminada la plática.
No, él no sentía que la mariposa fuese peor ni pensaba que el cazador fuese mejor.
Un circulo vicioso, esa era una mejor descripción, ambos se retaban, ambos se buscaban y al final el coleccionista terminaba ganando y perdiendo a partes iguales.
Los cuatro alfileres estaban puestos en los lugares correctos, uno en cada lado de la ala impidiéndole volver a volar.
Mariposa: fría, muerta, quimérica, suya.
Los papeles cambiaban y el coleccionista se volvería la mariposa y ella el coleccionista.
«¡te atrape! Eres mio, ahora trata de vivir tu vida sin observarme y sonreír ante tu logro robado»
No, imposible, ese era el problema, era imposible no observarla y no amarla, no necesitarla y no luchar por ella. Aunque eso implicara matarla.
Su sonrisa, su cabello, su cuerpo, sus manos, todo era imposible de ignorar.
Suyo, suya.
Así de sencillo, así de imposible. Tierra mojada y libros olvidados, Cumbres borrascosas con su admirable historia escondida tras una vieja repisa, música de Chopin y teclas de piano acariciadas en una entrañable canción de cuna.
Sonrisa persistente en el momento indicado, «Holas» que sellan una historia completa.
Ironías escondidas tras palabras de aliento y descubrimientos que cambiaban toda una vida.
Una mariposa, tentativa, frágil, hermosa.
Suya y ajena.
Un coleccionista, amante, obsesionado, rebuscado y quisquilloso.
Suyo y ajeno.
«Eres como una mariposa…»
El inicio y el fin.
Metáfora, una bella metáfora de la triste historia de amor que encierra.
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