Disclaimer.Todo es propiedad de Craig Bartlett.
Dedicado de Nuleu Strack por su cumpleaños. Perdona el retraso cariño, ya sé que te lo pasaste increíble, ahora espero que te esté yendo bien con todo lo demás ;)
Porque puede resultar confuso, estoy experimentando con la narración, así que me paso de la perspectiva de Helga a la de Arnold y de nuevo al narrador. Más o menos lo que siempre hago, pero más vertiginoso porque es un one-shot ;)
En mi cumpleaños, con los Beatles
Ain't she sweet
Oh ain't she nice,
when you look her over once or twice.
Yes I ask you very confidentially:
Ain't she nice?
(Miércoles)
Arnold no sabe nada. Es buena persona, es popular y cumple diecisiete, pero no sabe nada. Sus amigos han decidido por él y creen que es tiempo, ¡diecisiete!, de que tenga una fiesta sorpresa increíble. Es fácil convencer al resto y casi todos se han apuntado para ayudar a decorar el techo de la casa de huéspedes, preparar las invitaciones, comprar la comida y traer la música. Desde la altanera de Rhonda hasta el fenómeno Brainy. La secundaria todavía tiene sus propios términos para los grupos sociales y todos son muy inmaduros para salirse de las casillas. Sin embargo, y porque es fiesta de Arnold, han decidido llegar a un acuerdo tácito de tolerancia. Sólo, y sólo porque Arnold es uno de los metiches más buena gente que han conocido, por ese día se van a llevar bien. Van a cooperar, como en la primaria.
Es Gerald quien logra transmitir el mensaje sin que Arnold se entere de nada. Pasa un papel al comienzo de la clase y pronto todos saben que tienen que inventarse una excusa para después de clase y reunirse en casa de Phoebe. A las tres. Tienen la delicadeza de no parecer sorprendidos ni mínimamente afectados cuando se enteran de la conspiración y sólo Arnold, bendito sea, no nota nada extraño en que la mitad de sus amigos se tenga que ir con mucha prisa después de clase. No pasa nada porque todavía quedan un par de días para su cumpleaños y eso es en lo último en lo que está pensando. Tienen que entregar un ensayo para la clase de historia, así que su mente está ocupada en otras cosas. Incluso cuando se despide de Gerald y se choca con Helga y no se dicen nada. Incluso ahí, no se sorprende por su falta de reacción, ni la mira, ni nada. Está pensando en historia, de verdad.
Phoebe les sonríe a todos en la puerta, uno a uno, los invita a pasar y a ponerse cómodos en los sillones de su sala. Les invita limonada y galletas, trae más cuando Harold (él sólo) se acaba la mitad y finalmente se sienta en el sillón más grande. Se van calmando todos y es Gerald quien tiene que ponerse de pie y llamar al orden para que no sigan perdiendo tiempo en conversaciones que, a dos días del evento, no sirven de nada. Había sido una decisión arriesgada poner en marcha un plan tan ambicioso (hacer que la mayoría se llevara lo suficientemente bien para aceptar ayudar), pero la amistad siempre estaba exigiendo constantes actos de desprendimiento. Se aclaró la garganta y puso la excusa de que el sillón donde Phoebe estaba sentada era céntrico para poder tomar el apoyabrazos. Se hizo el silencio y casi estuvo tentado a contar una de las leyendas urbanas que lo habían hecho popular la mayor parte de la etapa escolar.
—Bien, gente, atención aquí. —Alzó los brazos—. Luego puedes hablar de tu cabello, Rhonda.
La aludida rodó los ojos.
—Tenemos que fijar un cronograma para este sábado. —Continuó—. Ya hablé con sus abuelos y Arnold será despistado, pero estoy seguro que notará si todos nos aparecemos allí en la mañana.
—¿No quedamos en que necesitábamos un señuelo? —Intervino Rhonda mirándose las uñas—. Iba a ser su abuelo, ¿no?
—Los abuelos tienen que ayudarnos a controlar el entusiasmo de los huéspedes. No van a poder, tiene que ser uno de nosotros.
—¿Y por qué no tú? —Preguntó Sid como si fuese evidente.
—¿Y dejar que se maten?, no lo creo, la idea es que salga bien. —Lo miraron ofendidos, pero Gerald no se dio por enterado.
La idea era encontrar a la persona que ayudaría menos y podría servir para distraer a Arnold. La idea era secuestrarlo y alejarlo de su casa todo un día. No era ciencia termonuclear, pero requería tacto y delicadeza, una mente sagaz que lo llevara todo con tacto y buen humor.
—¿Y Helga que está haciendo aquí? —Harold y su increíble facilidad para salirse del tema y dejarlos a todos con los calcetines colgados. Se voltean de inmediato y la observan. Es Helga, con la uniceja, con una gorra azul que le cubre casi todo el cabello, con sus zapatillas sucias y los jeans desgastados. Es Helga y una chaqueta rosada que no debería combinar con ella, pero la han visto usar rosado toda su vida y ya es muy tarde para ponerse a discutir asuntos sin importancia. Está desparramada, muy cómodamente, en una silla acolchada que ha traído desde el comedor.
—Es mi casa, zopenco. —Le sonríe en una mueca y Harold intenta contestar pero Phoebe se adelanta y explica y es suficiente. Yo la he invitado, Harold.
—Pensé que odiabas a Arnold. —Comenta Sid sin comprender, con la voz gangosa.
—Odio a las ratas. ¿Te parece que Arnold es una rata? —Quizá sí, quizá no. Es una ambigüedad, claro, pero Helga tiene esa mirada mezquina que advierte que no aguantará tonterías de nadie y nadie tiene ganas de contestar tonterías. Lo dejan pasar con la suposición de que Arnold no es, de ninguna manera, una rata.
—Sí, bueno… —Gerald le lanza una mirada extraña—. Concentrémonos, por favor. ¿Qué hay de ti, Nadine?
—Tengo reunión del club de entomología hasta las cuatro. —Dice pensativa—. Le pensaba dejar las decoraciones a Rhonda y luego pasarme a ayudar a eso de las cinco.
—Sí, bueno, ¿y por qué no Stinky? —Comentó Rhonda.
—Gerald me pidió que le ayudara a poner las luces.
—Sí… ¿y qué tal tú, Lila? —Sugirió el moreno con intención. Quería preguntarle desde el comienzo, sabiendo que Arnold estaba todavía un poco colgado de la pelirroja. Un poco y quizá era un eufemismo, pero Arnold ya había salido con otras chicas en el paso entre la primaria y la secundaria. Además, esos dos siempre habían tenido un montón de cosas en común de las que hablar.
—Me encantaría, pero ya le había prometido a Sheena que la ayudaría con los dulces. Lo siento mucho, Gerald. —Se disculpó con una sonrisa incierta que no dejaba lugar a réplicas. A su lado, Sheena asintió para corroborar su historia. Gerald rodó los ojos, pero se contuvo de mencionar nada. Al final no quedaba nadie más que Harold, pero conociéndolo las cosas no terminarían nada bien.
—¿Y por qué no lo hace Helga? —Dijo Stinky de pronto, incómodo en el silencio de la habitación.
Helga puso esa expresión malhumorada y cortante que tenía cada vez que escuchaba algo estúpido. ¿Qué has dicho? parecía preguntar con la mirada, todavía inclinada en su asiento y sin moverse. El resto se debatía entre la posibilidad (Helga que siempre logra todo y, siempre, a la fuerza) y la diversión (¡Arnold y Helga por un día!). Se lo planteaban y si no habían dicho no todavía, era porque estaban pensando sí. Era Helga quien tenía que decidir, sin embargo, pero no decía nada y parecía que la idea no le complacía en lo absoluto. Pobre Stinky que tenía que soportar la mirada violenta.
—Porque no se me da la gana, Stinko. —Dice por fin y la voz le sale grave, más seria de lo que todos hubiesen imaginado—. Yo no soy el payaso de nadie, ¿entendido?
No da miedo su seriedad. Falta la parafernalia, que se ponga de pie, que sujete a alguien del cuello de la camisa, que grite, que arrugue el ceño y que amenace a medio mundo y sus descendientes. Es la apatía, la calma aparente que domina su cuerpo y que advierte en la distancia. No soy el payaso de nadie. Hace años que Helga ya no fastidia constantemente a sus compañeros, hace años que las amenazas dejaron de ser inofensivas y saben todos, muy bien, que está avisando que golpeará y no se arrepentirá ni aún con la vista de la sangre. Es Helga, sarcástica e imposible, que se pone sensible y traza límites que todos han aprendido a identificar para no ponerse en peligro.
—Lo haré yo. —Ofrece Phoebe con una sonrisa conciliadora que le quita tensión a la sala y le devuelve el buen humor a todo el mundo. A todos menos a Gerald que tenía otros planes para el sábado y no tiene ni oportunidad de replicar porque todos están de acuerdo y les parece una idea excelente (¡magnífica!) y cómo no se les ocurrió antes. Todos están su contra.
La reunión avanza muy bien. Es muy fácil sacar una libreta y apuntar las tareas de todos. Deciden que con medio día les alcanza para terminar de tematizar el techo de la casa de huéspedes. Jazz, swing, luces bajas y el piano listo para que Arnold se divierta con la música que más le gusta. A las dos y a todos les parece bien porque serán amigos de la infancia, pero es sábado y los sábados son sagrados para estar levantándose antes del mediodía. Conformes todos, se levanta la sesión y cada uno se dirige a su hogar. Gerald se tarda a propósito, pero Helga está ahí (observando aburrida) y no lo admitirá nunca en voz alta, pero se cohíbe y en vez de darle un beso en la mejilla a Phoebe para despedirse, termina dándole la mano. Es patético y decide mejor irse antes de que la cosa se ponga peor.
—Helga. —La llama cuando se han ido todos y queda la tarde y la intimidad de la amistad—. ¿Por qué has dicho que no?
—Porque no quiero pasarme el sábado con el estúpido cabeza de balón.
Ya.
—¿Y no tiene nada que ver el hecho de que lo hayas visto en el cine con Mary Margaret?
—No veo por qué tendría que importarme. —Se exaspera—. Pero si me importara, y sólo si me importara, no tendría por qué importarme. Lo que el cabeza de balón haga con su tiempo no es mi problema.
—No, claro, perdona Helga.
—Está bien, Phoebe.
Ya, está bien.
—¿Te parece si nos reunimos el sábado en Slausen? Tenemos que avanzar el proyecto de historia.
—¿Y por qué no mañana?
—Ya sabes que tengo taller hasta el viernes.
—¿Quieres que me levante temprano? —La miró con sospecha—. Que te quede claro Phoebe, no pienso acompañarte. Ya acepté llevar comida chatarra para la fiesta del cabezón.
—Ya sabes que los domingos los paso en familia. Si no lo avanzamos este sábado, entonces ¿cuándo?
Helga se quedó callada. Asintió a regañadientes y recogió su mochila del piso con el ceño fruncido.
—El sábado a las doce, entonces. —Se despide, con un dolor de cabeza repentino.
—Helga. —La llama antes de que se marche.
—¿Qué pasa?
—¿Le vas a comprar un regalo a Arnold?
Se queda un momento en silencio.
—No.
(Jueves)
Helga no habla nunca, pero habla casi demasiado cuando tienen clase de Literatura. La primera hora es de pura teoría y la siguiente es de práctica. Es el único curso en que parece interesada, se sienta al frente y todo, copiando prolijamente y opinando con mucha convicción cada vez que surge un debate. Como es clase de Literatura, surgen muchos. Su expresión es cínica, pero sus ojos brillan entusiasmados y es casi como la alegría le brillada desde el alma. Es pasional, distinta, es Helga y no la reconoce cuando al día siguiente tienen álgebra y está sentada en una de las filas del fondo.
—¿Te vas a quedar aquí todo el día o tengo que golpearte para que me dejes pasar?
Ha llegado con veinte minutos de antelación porque se le ha olvidado leer para la clase. Se ha quedado en la puerta del salón porque se ha distraído con pensamientos inútiles. La voz de Helga se afana en sonar amenazante, pero los años han ido suavizando la violencia. O será que se está acostumbrando, de cualquier manera, se hace a un lado y la mira con detenimiento aunque ella lo ignore. Escoge el sitio que está a dos sillas de la ventana y se sienta en la segunda fila.
—Buenos días, Helga. —Se sienta en la silla que está inmediatamente a su lado.
—Cabeza de balón. —Dice lacónica, pasando las hojas de su cuaderno, apoyando una mejilla en la palma de su mano.
—No te vi ayer en la práctica.
—Falté. —Pasa las hojas con fuerza y Arnold sabe que está molesta, pero no molesta con el mundo o su cuaderno, está molesta con él. Le gustaría saber por qué, pero prefiere sacar el poemario que tiene que leer y luego de leerlo tres veces sin entender, se rinde.
—¿Te ha gustado Emily Dickinson? —Aventura.
—Sí.
—Yo no he entendido.
—No me sorprende. —Bufa, pero no le hace caso—. Todavía quedan quince minutos para que comience la clase, Arnoldo. ¿Hay algo que quieras decir o estás dando vueltas como tonto porque estás aburrido?
Qué perspicaz.
—Estaba intentando conversar contigo.
—Pues ya te habrás dado cuenta que yo no. —Sentenció sin nada de tacto y alzó su libro hasta cubrirse el rostro—. Ahora cállate.
La clase se queda en silencio. Arnold ha puesto los ojos en blanco antes de dedicarse a leer los poemas de Dickinson. No los entiende y no le gustan y es suficientemente humilde para reconocer que no son malos y que el problema no son los poemas sino su limitada estructura mental que no entiende muy bien el tema de las metáforas. La poesía siempre ha sido complicada, llena de trampas y jugarretas para no decir lo que está diciendo y abriéndose a un mar de especulaciones. No hay interpretación que valga y ni siquiera el autor es dueño de las palabras, la gente la lee como quiere y donde quiere y el azul puede ser tanto el color del cielo como un ejército entusiasmado que canta a la vida y que se refugia de la muerte. Helga, sin embargo, siempre ha tenido facilidad para entenderlo todo. Es curioso porque cuando habla de poesía, no comienza con una afirmación (como hace todo en la vida). Cuando habla de poesía alza la mano y su voz se vuelve tranquila y dice yo creo antes de dar su interpretación. Yo creo mientras expone sus razones y declama y cita y es como si su cuerpo se fundiera con las palabras. Se vuelve delicada y cambiante, se le encienden las mejillas de pura emoción y le vibra la voz en un tono que no le deja pensar en otra cosa.
—¿Es muy malo que me guste un poema que no entiendo? —Pregunta para sí mismo, pero lo ha dicho en voz alta y Helga, por primera vez esa mañana, se voltea y lo mira sorprendida.
Faltan diez minutos para que comience la clase y ya se puede escuchar el rumor de la gente y las pisadas torpes que se arrastran por el pasillo. Son las ocho menos diez de la mañana. Todavía nadie entra al aula.
—Se supone que a los poemas no los tienes que entender. —Dice Helga, por fin—. Se supone que los tienes que sentir y luego, cuando ya te gustaron, puedes pensar en el por qué y darle miles de significados y no los entenderás todavía, pero se meterán debajo de la piel y, bueno, creo que eso es lo que tú quieres decir por entender.
—¿Y si no se me ocurre nada?
—Es natural entre los tontos.
—Estoy hablando en serio.
—¿Qué poema te gusta?
A una casa de rosa no te acerques. Es bonito, es una metáfora (esas las ha estudiado junto a las metonimias) sobre la fragilidad. Podría decir incluso que es una alegoría. Dice no te acerques, pero en realidad está diciendo sólo los que puedan se acercarán. Seguro Dickinson ha vivido en una, en una casa de paredes de pétalo amenazada por el rocío o la brisa. Pero no se le ocurre nada más, siente que es triste y no es lamento, pero resignación. No se imagina qué pueda ser esa casa de rosas, ni esas misiones imposibles ni mucho menos la alegría que es como la casa. No se imagina, pero intuye que está ahí en medio de las letras. Seguro a Helga se le ha ocurrido algo maravilloso. Seguro Helga sabe.
—A una casa de rosas no te acerques. —Le dice con cierta timidez. Faltan cinco minutos para que comiencen las clases.
—Hallar descanso en lo inseguro está en el mismo ser de la alegría. —Recita Helga distraída y con pena, baja los párpados y es como si recordara algo demasiado íntimo, algo que no puede compartir con nadie. Arnold cierra el libro sin darse cuenta y la mira con mucha atención—. Imagina que dependieras de algo o de alguien.
—¿Cómo?
—Hay un árbol fuera de mi casa que tapa la luz del sol. —Sonríe en una mueca—. Odio levantarme con el sol en la cara, siento que se me quema la cara. Ese árbol, sin embargo, es muy alto y su copa es tupida. No deja que el sol pase y no necesito correr las cortinas.
—¿No corres tus cortinas?
Helga lo ignora.
—Un día el gran Bob decidió cortarle casi todas las ramas porque las aves que vivían ahí le ensuciaban la camioneta.
—Oh, eso debió molestarte.
—No pude dormir bien por tres meses, hasta que volvieron a creer las ramas.
—Por el sol.
—Y por la rabia. —Sus gestos no han cambiado, pero el recuerdo le da un brillo helado a sus ojos—. Ese árbol es todo lo que necesito en las mañanas. Antes de que suene la alarma de Miriam y antes de que Bob comience a gritar por un desayuno que tendrá que tomar en el trabajo.
—Entonces las rosas…
—Entonces el árbol es muy frágil, es fuerte y alto, pero Bob puede tumbarlo cuando se le dé la gana. Nadie se dio cuenta que lo había cortado.
Quiso decirle algo. Siempre podrá volver a crecer. Cualquier cosa para que no fuese el silencio lo último de la conversación. El tiempo les ganó. Eran las ocho y la puerta se abrió con fuerza. En línea y en medio de conversaciones ruidosas, la clase de llenó de inmediato y Helga no lo volvió a mirar por el resto del día. Ni siquiera en la práctica en la que tenían que mejorar su coordinación.
(Viernes)
Le queman el cuello, las piernas y la frente. Ha llegado tarde a la práctica y el entrenador le ha gritado que no están en tiempos de holgazanear. Se acerca el comienzo de la temporada de béisbol y no admite que nadie se atreva a demorarse para terminar de afinar las estrategias. Fueron quince minutos y se los está haciendo pagar en carne viva. Apenas le ha dado diez vueltas a la cancha y cien deben ser excesivas para cualquiera, pero es el ejemplo de lo que consiguen los indisciplinados y sólo por eso no le van a dejar jugar ese día.
Helga llega más tarde incluso, trae un papel en la mano y parece que es de la enfermera. El entrenador lo mira con asco, grita hasta el siguiente pueblo y ordena, con un dedo en el aire, que comience a dar vueltas al campo. Le tocan cincuenta. Helga debe tener una buena excusa para haberse demorado cerca de una hora en aparecerse y que le toque tan pequeño castigo. Se queja con los labios apretados pero sin ocultar su expresión de molestia. El entrenador le pregunta si tiene algún problema y ella niega con la cabeza pero le contesta este equipo apesta sin mí, eso me molesta. El entrenador se pone rojo de la furia y se voltea a ver a los que están lanzándose la bola y no dice nada porque se han equivocado y es como si todo el trabajo duro se estuviera yendo por el fregadero.
Hay dos egos muy grandes en el equipo.
Corren, cada uno por su lado, intentando no encontrarse en medio de los jadeos involuntarios que cambian de nivel a medida que se van cansando. Están enterrados en tierra sudorosa y la ropa está hecha una desgracia. A Helga se le pega la camiseta en la espalda y el pecho y el pantalón se le ha deslizado hasta lo más bajo de las caderas. Tiene el cabello sujeto en un moño, pero no basta para quitarle la quemazón de la nuca. Arnold no tiene la ventaja de las ligas y el cabello se le ha pegado al rostro, la camiseta era blanca en algún momento de la mañana, pero por obvias razones ha adquirido el color del suelo. Avanza por inercia, ya no siente los músculos de las piernas, intenta mantener el ritmo y es peor cuando se da cuenta que está trotando y no corriendo como en el inicio. Le quedan al menos veinte vueltas más y el cielo se ha tornado rojizo. La práctica acaba de terminar.
—Cuando terminen tienen que guardar el equipo y podrán irse. —Les informa el entrenador señalándoles los bates, los guantes y las pelotas blancas desperdigas en la arena. Esperan a que se marche para tirarse al lado de las gradas, donde crece el césped más verde, y cerrar los ojos. Ambos sudorosos y cansados hasta la muerte. Ese día Helga está de mejor humor.
—¿Por qué has llegado tarde, cabeza de balón?
—Me distraje en geometría y no terminé a tiempo los ejercicios que nos dejaron para la última hora.
—Error de principiante y ya terminas la escuela.
—Sí, bueno, a veces pasa. —Está irritado por el ejercicio excesivo, no tiene nada de que Helga se burle de él—. ¿Y tú?
—¿Yo qué?
—¿Por qué te uniste al equipo? —Dice sarcástico y Helga se ríe en voz alta.
—Cosas de chicas.
—¿Por eso te uniste?
—Dios Arnoldo, no seas retrasado. —Le golpea el hombro con el puño. Le pega. Echada y con la cara llena de tierra, le pega y se ríe. Arnold no entiende.
—Has llegado tarde por cosas de chicas. —Se soba el hombro, pero no se queja, tampoco le ha dolido tanto—. Interesante respuesta, Pataki. Vamos, dime la verdad.
—Si no entiendes cuando una chica te dice que tiene problemas de chicas es que definitiva y totalmente…
—¿Qué cosa?
—Eres retrasado.
Arnold se ríe sarcástico ja ja ja y Helga no se ríe sarcástica, sus ja ja ja no son uniformes y hacen vibrar todo el campo. Se ríe con los ojos cerrados y estirada en el pasto. Se rasca la nariz y Arnold no se ríe porque no le da gracia y hay que ser, de verdad, retrasado para reírse de una broma que no entiende. La mira, sin embargo, de reojo y menos cansado que antes. Se sienta y la mira reírse, se sacude el polvo y se acuerda de la clase y de Dickinson y de la interpretación de Helga, muy distinta al ejemplo del árbol, que terminó por convertirse en la favorita de la profesora.
—Creo que acabo de entender. —El rostro se le descompone—. La próxima vez no dejes que entienda.
—No seas llorica, Arnoldo.
(Sábado)
Phoebe le ha llamado la noche anterior para preguntarle si no podría hacerle un favor. Ha contestado, lógicamente, que pida el favor con toda confianza. Ella, encantada, le ha agradecido muy efusivamente. Se apareció esa noche en la puerta de su casa con un montón de papeles entre las manos.
Verás Arnold, tenía que reunirme con Helga mañana a las doce en Slausen pero mi dentista ha reacomodado mi cita de limpieza. Como es semestral mis padres no han querido que la mueva.
Todo muy bien, pero no la entendió. Asintió y todo, fingiendo que sabía a dónde iba eso, Phoebe continuó, entusiasmada.
Entonces, llamaría a Helga, pero eso es exactamente lo que quiero evitar. Mañana llega Olga y ya sabes que no se lleva muy bien con ella. Pensábamos salir todo el día para que no tuviese que lidiar con ella, ¿entiendes?
No entendió, para Arnold era muy sencillo, Helga tenía que pasar tiempo con su hermana. Entender que las personas eran distintas y que, en todo caso, no era culpa de Olga que sus padres hicieran favoritismos. Asintió por educación y todavía despistado.
¿Podría encontrarte con ella por mí?
Los papeles, Phoebe, la clase de literatura y Helga riéndose en el campo. El sábado era su cumpleaños y no, no podía, en qué estaría pensando Phoebe.
¡No todo el día!, le aclaró de inmediato, sólo para que le entregues esto. Le da un sobre amarillo en el que ha puesto los papeles y no le explica qué es y si no lo hace, Arnold no se siente con el derecho de preguntar.
Es su cumpleaños, pero los abuelos no han mencionado nada y es raro. Todo es raro desde hace algún tiempo. Ha estado saliendo con Mary Margaret y seguramente es mala idea eso de ir a buscar a Helga a la heladería cuando se supone que está saliendo con Mary Margaret. Es un favor y no es mucho tiempo. A lo mejor Helga se acuerda que es su cumpleaños y no lo tortura como siempre.
Acepta a pesar de sí mismo y al día siguiente se levanta más temprano de lo normal y todos le cantan cumpleaños feliz en el desayuno. No hay pastel, sólo cereal y leche. Lo abrazan todos y le desean que se siga viendo tan bien a pesar de la edad. Son un poco extraños en su familia, pero basta esa extrañeza para que se le llene el pecho de alegría optimista y el día cobre ese matiz cálido que se llena del color de la esperanza. Es porque todos están contentos y es embarazoso y abrasa en el corazón, pero el cariño debe ser más tangible de lo que muchos afirman.
Va a Slausen de buen humor, con el sobre amarillo en la mano y con la promesa de un almuerzo monumental cuando regrese. Gerald le ha llamado en la mañana para decirle que celebrarían el domingo, que hay una reunión familiar que le ha estropeado los planes. Así que tiene todo el fin de semana copado de festejos y nunca ha necesitado de festejos para ser feliz, por lo que la perspectiva además de alucinante es doblemente genial.
Cuando entra se da cuenta que Slausen es muy cursi. Hay niños por todos lados y los colores son muy pasteles. Caramelos aquí, cubierta de chocolate acá y la fresa es la favorita de todos porque cada vez que voltea se encuentra con un cartel anunciado una versión distinta del mismo sabor. Lo bueno es que está fresco y para ser sábado, tampoco hay tantas personas. Pasea la mirada por el lugar y no tarda en reconocer una cabellera rubia sentada en una de las mesas al lado de la ventana.
Está como en la clase, apoyando la mejilla en una de sus manos y paseando los ojos por las páginas de un libro grande. Tiene un helado de menta y chocolate sobre la mesa y parece relajada a pesar de los gritos entusiastas de los niños. No pasa muy a menudo y Arnold aprovecha la oportunidad para acercarse sin hacerse notar demasiado. Lento y seguro hasta ponerse detrás y mirar por encima del hombro. Si pudiese hacerlo, ese sería el mejor cumpleaños de todos.
—Espero que sepas que es mediodía y que no hay forma en la que yo me pueda asustar con tu mano. —Lo dice rápido y sin inmutarse. Arnold gruñe—. Zopenco.
—Es bueno saber que estás bien. —Responde sarcástico y se sienta al frente, deja el sobre en la mesa e imita su posición—. Phoebe me pidió que te entregara esto. Por cierto, ¿cómo te has dado cuenta?
—El reflejo en el vidrio, genio. —Dijo de inmediato y se puso a revisar los papeles. Se queda en silencio un rato. Alza la vista y parece que no se cree que esté allí—. ¿Phoebe te los ha dado, cuándo?
—Ayer en la noche.
Helga susurra algo que suena como traidora pero Arnold no alcanza a escuchar con seguridad. Ya está listo para despedirse y marcharse a la casa de huéspedes. Helga lo debe haber notado porque lo detiene a medio camino.
—Espera. No te vayas. —Le sujeta del brazo y parece que lucha consigo misma—. No te puedes ir.
Eso le ha despertado la curiosidad. Se vuelve a sentar.
—¿Por qué?
Se muerde los labios, cierra el libro y deja los papeles a un lado. El helado se derrite y Helga parece sometida a tortura física porque cuando vuelve a hablar se nota que algo le duele.
—Es que le gustas a Phoebe.
¿QUÉ?
—¿QUÉ?
La heladería entera se ha volteado a verlo, están escandalizados por el grito pero Arnold pasa de todos ellos. Helga le está tomando el pelo. Le TIENE que estar tomando el pelo.
—Te lo has creído, ¿hay algo que quieras contarme, Arnoldo? —Helga sonríe divertida y Arnold se enfada.
Se está quedando conmigo. Esta vez sí, se levanta indignado.
—¡No! —Exclama Helga, ansiosa—. Espera, no te vayas, lo siento Arnold. Vamos, no seas pelmazo. Todavía no te he dado tu abrazo.
Un abrazo.
—¿Un abrazo? —Se voltea a pesar de sí mismo—. A ver, explícame.
Helga se ha sonrojado hasta la coronilla, no lo mira claro, está concentrada en sus uñas e intenta parecer casual. Es divertido porque quiere enojarse y no puede. Se llevan más o menos bien desde el comienzo de la secundaria. Comenzó cuando se encontraron para las pruebas del equipo y decidieron emparejarlos para el bateo. Helga ya no parecía especialmente interesada en fastidiarlo todo el tiempo (no más que al resto, al menos) y las cosas se daban más fácil y naturalmente. Se obstinaba, por supuesto, en mantener una relación distante y Arnold no estaba inclinado a llevarle la contraria.
—Sí, bueno, era una forma de ponerlo. —Se ríe forzada—. Ya sabes, ¿no es hoy tu cumpleaños?
—Sí, ¿cómo te has enterado?
—El tablón del equipo. —Le recordó—. Tu cumpleaños es el único de este mes.
—No me había dado cuenta. —Silencio por un momento en el que Helga alarga lo inevitable y Arnold se pregunta cómo es que no se ha dado cuenta antes de lo absolutamente maravilloso que es molestar a Helga—. ¿Y bien?
—¿Y bien qué?
—¿Dónde está mi abrazo?
—Qué gracioso.
—Me puedo ir, si te molesta.
—¡No! —Suelta un bufido exasperado—. Espera un momento.
Helga saca un celular del morral que tiene sobre las piernas. Se voltea ligeramente a la derecha para tapar el auricular y fingir que no se escuchará nada aunque Arnold esté sentado al frente. Marca el número de Phoebe y se irrita cuando nadie le contesta. Cuelga la tercera vez que cae en el buzón de voz. Arnold, mientras tanto, ya ha llamado al camarero y ha pedido un helado de vainilla con chocolate. Decide que es un momento desesperado y recurre a la única persona a la que recurriría en tiempos así. De desesperación. El celular suena y suena y sólo al quinto tono escucha la voz irritada de Gerald. Por uniformizar la situación, ella también contesta de mala gana. ¿Pataki?, le pregunta descreído. Sí, escucha, ¿te acuerdas de la reunión de ayer?, suplica al cielo por la rapidez mental de su interlocutor, no quiere tener que decirlo todo. Sí, ¿qué pasa?, suena apurado. Pasa que depende de mí que nadie se entere antes de lo debido y cuando digo nadie me refiero a una persona. No seas pelmazo y no me hagas tener que repetírtelo. Lo dice todo rápido, atropellándose en un murmullo que apenas mueve los labios y escudándose en el ruido de fondo. Ojalá Arnold no haya escuchado. ¿Qué?, no te entiendo, explíca… oh, espera, ¿estás con Arnold?, su voz suena confundida. Sí, llama a Phoebe. Te vas a tener que apurar porque no te prometo nada. Gerald se horroriza, claro. Le grita que necesitan todo el tiempo que pueda darles porque la idea original era tener todo listo a las siete. Helga no cede, no puede quedarse toda la tarde y es su problema si todo está a medio terminar y tendrán que buscarse a alguien más que la reemplace. Déjame ver, te llamo después. Le cuelga y Helga quiere marcarle de vuelta para gritarle que ha sido la primera y última vez en su vida que se atreve a cortarle, pero eso sería dignificar la descortesía y primero muerta antes que admitirle a Gerald algo parecido a una victoria.
—¿A quién le estás prometiendo tantas cosas? —Arnold come su helado muy tranquilo.
—Es muy irrespetuoso que hayas escuchado mi conversación.
—Estás a menos de medio metro. Te prometo que ha sido completamente involuntario.
—Podrías pretender que no has escuchado nada.
—Podría, pero me debes mi abrazo Pataki. —Le sonríe de medio lado.
—Sí, lo que sea, ¿qué te parece si te invito el helado y lo dejamos por la paz?
—No, prefiero pagarme el helado. Ese era el plan después de todo. —Alza su cuchara y le señala la copa de cristal que tiene delante—. Deberías comértelo antes que se termine de derretir.
Le obedece sin pensar y en medio de la sorpresa se queda cada uno concentrado en su postre. Hay cosas que han cambiado con los años. La más evidente es que la edad ya no les deja mantener la dinámica de la abusiva y la víctima. De hecho, en algún momento entre la segunda o tercera chica con la que Arnold salió, Helga decidió que su dignidad era muchísimo más importante que cualquier encandilamiento infantil. Era una batalla inútil, claro, porque esa decisión la venía tomando desde siempre y cada vez era más difícil recordarla. No le quedaba de otra, cortó por lo sano, evitarlo a toda costa y como si se enfrentara a la peste. Funcionaba más o menos bien, más o menos horrible porque es más fácil decir que no se siente nada por nadie que, de hecho, no sentirlo. Se mentía, como siempre, pero era la casualidad la que la obligaba a enfrentarse a la verdad. Tenía que encontrárselo en todas partes, en las clases, en la práctica, antes y después de las salidas en grupo. Era como una tortura al propósito, con la voz gruesa y el ánimo optimista de siempre. No lo aguantaba, lo soportaba todavía menos cuando lo veía salir del cine con Mary Margaret.
—Feliz cumpleaños. —Dijo de pronto, inspirada por un impulso, rezagada en sus sentimientos y tratando de que no sonara excesivamente torpe—. ¿Qué planes tienes, cabeza de balón?
—Hoy la voy a pasar con mis abuelos y los huéspedes. —Le sonríe con todos los dientes, honesto y libre de toda burla. Se parece más a él mismo—. Al final sí lo dijiste. Gracias, Helga.
—Te encanta ponerte sentimental, ¿no?
—A veces, ¿no quieres venir mañana a Dinoland? —Se le escapa.
—¿Qué? —Lo mira estupefacta.
—Gerald ha preparado una especie de reunión con toda la clase en Dinoland. ¿No quieres venir?
—¿Tendría que comprarte un regalo?
—Si quieres. —Se estira en el respaldar—. Es la convención.
—No soy una persona muy convencional. —Admite aburrida. Arnold quiere contestarle, pero la rubia alza la cabeza y los ojos le brillan entusiasmados. Qué se le habrá ocurrido—. ¡Ya sé!
—¿Qué?
—Es tu cumpleaños, Arnoldo. —Se quita el cabello del rostro—. Hagamos algo divertido ya que Phoebe te tiene de mandadero.
—Qué simpática. —Sarcasmo.
—Vamos a comprarte un regalo de cumpleaños.
—¿Es en serio?
—No tienes nada que perder. De hecho, sería conveniente para los dos.
—Se supone que los regalos se compran un día antes, se buscan y requieren un poco de sinceridad para dar con algo que le guste a la otra persona. La sorpresa es parte de eso, también, así que ¿no estarías arruinando la sorpresa?
—Sí, la de entregarte un regalo horrible. —Se enfada—. ¿De veces crees que sé algo sobre las cosas que te gustan?
—¿No?
—Ya, déjalo, no te regalaré nada. —Se cruza de brazos—. Y que sepas que tampoco iré a la reunión del melenudo ese.
—Pensé que el melenudo era yo.
—Tú también, no te preocupes. —Arruga el ceño.
—Me encantaría acompañarte a comprar mi regalo de cumpleaños. —Le concede, alza una ceja—. Por más raro que suene todo esto.
—¿En serio? —Hay una especie de asombro e, puede, ilusión infantil que le alumbra toda la cara. Sus ojos se ven más grandes, más bonitos—. Genial, entonces, digamos que me acompañarás hasta que encuentre el regalo.
—Sí, supongo, no creo que demoremos mucho.
—Pero, —insiste— si tardamos, digamos, hasta las cinco o seis de la tarde, ¿me seguirías hasta el final?
—Tengo que almorzar con mis abuelos, Helga.
—Estoy segura que están preparando algo especial y les arruinarás la sorpresa si te apareces temprano, cabeza de balón. Vamos, los llamaré yo y tú prométeme que me acompañarás hasta que encuentre el regalo.
—El regalo que es para mí. —Suspira y pone los ojos en blanco—. Sí, lo que digas.
—Promételo. —Su tono es inflexible.
—Lo prometo, Helga.
—Bien. —Se ve complacida—. Ahora termínate el helado que tenemos muchas tiendas que visitar.
Continuará...
Retoños :D
Este se me ha ido de las manos, iba a ser más corto pero no podía cortarlo porque sino sentía que me quedaba incompleto. Es un one-shot, pero lo he dividido en dos partes porque, como notarán, es bastante largo. En fin, lo subo porque ya me he tardado bastante con este regalo. Feliz Cumpleaños Nuleu de mi corazón, perdona la demora y ojalá me invites pastel para la próxima ;)
Por cierto, estoy en semana de exámenes, así que estaré temporalmente fuera de servicio por un rato. Por eso he ido contestando los review (ya saben que normalmente contesto el día de la actualización), porque sé me que voy a demorar en actualizar. Pero no desesperen, será a lo mucho una o dos semanas más (dependiendo de cómo terminen de arreglar el cronograma en la universidad).
Una cosa más antes de irme. He recibido un mensaje troll de un troll evidente. Lo menciono porque entre las muchas cosas que me escribió decía que habían plagiado mis historias en una cuenta de livejournal que ya verifiqué que no existe. Así que por ahí no hay problema. Sin embargo, esto me hace recordar cuando algunos años atrás me plagiaron un par de fics James/Lily en algunos foros en los que publicaba. Fue un tema muy engorroso y me puso de tan mal humor que dejé de escribir los siguientes dos años. En fin, el tema es este, si alguien siente la necesidad de compartir mis historias me puede recomendar fácilmente (se lo agradeceré infinitamente y hasta les dedicaré un fic, para más referencia pregúntenle a vampisandi). Está demás decir que no admito que nadie esté usando/publicando/alterando/etc mis ideas sin pedir mi permiso. El fandom es tan grande y hay tantas perspectivas y maneras de tomarlo que me parece una falta de respeto que alguien robe lo de alguien más. Yo no puedo hacer nada si alguien decide llevarse mi trabajo y publicarlo en otra parte bajo otro nick y blablabla. Quizá perseguirlo y atormentarlo hasta que se arrepienta, pero eso no cambiará en nada lo que ya se ha hecho. En todo caso, espero que no suceda nada parecido porque me temo que tendré que proceder como antes y retirar todos mis fics. Esto va para mi querido troll, por si me estaba avisando lo que quería hacer. Sospecho que ha de ser un usuario que me ha leído desde antes (porque me ha escrito al mail, cuando todavía lo dejaba a vista de todo mundo).
En noticias más alegres. Ya voy por la mitad de El secreto del viejo Pete y he decidido que la próxima será una actualización triple. El combo será más o menos así: Cuando Helga G. Pataki perdió la paciencia, Entre Luces y El secreto del viejo Pete oCon la frecuencia (no me decido por cual todavía). Por lo pronto, los capítulos están largos o se vislumbran largos, así que espero que me tengan un poquito más de paciencia que ya los compensaré :D
Nos vemos pronto ;)
¿Clic al botoncito? :3
