Los personajes de esta historia no me pertenecen. La trama es completamente de mi autoría.
Muchas gracias por leer.
Capítulo beteado por Jo Beta Ffad, Betas FFAD
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PREFACIO
—Quémalo todo. Destruye todo lo que pueda ayudar a que esta chiquilla sepa el día de mañana, quiénes han sido sus padres.
De la voz del otro sujeto surgió un monosílabo, rebotando en las paredes de piedra del antiguo convento.
—Sí.
Se apresuraron en destrozar la identidad, el posible pasado y las raíces de aquella bebé que miraba desde el otro lado de la gran biblioteca de registros. La sujetaba una tercera persona entre los brazos, meciéndola suavemente.
—Salgamos de aquí y llevémosla con la que, a partir de ahora, será su familia. A los brazos de una madre que no ha sucumbido al pecado más horrendo que se pueda imaginar.
El "frus frus" de los rígidos hábitos de las monjas, fue el único sonido que surgió de entre las paredes, pareciendo que aquellas tres religiosas, no tocaban con sus pies el áspero suelo empedrado del convento de "Santa Catalina".
Un coche las esperaba fuera de aquella casi destruida abadía.
El coche encendió y apagó las luces ininterrumpidamente varias veces como una señal y la religiosa que acunaba a la niña entre los brazos, se apresuró en llegar al vehículo, mientras alguien dentro del auto abría la portezuela de éste.
De allí surgieron unos brazos blancos y protectores que recogieron a la niña con sigilo, mientras la monja se retorcía las manos con nerviosismo e intentaba sonreír.
—Es una niña. —La voz débil de la mujer que sostenía al bebé sonó casi divertida.
Las monjas habían ataviado al tierno retoño con un trajecito color rosa de lana y un gorrito a juego. Aunque estaban en a finales de verano, aquella noche era extremadamente fría e húmeda.
— ¿Una niña? ¡Dije que quería un varón no otra hembra!
La voz del conductor del auto era grave, potente y la religiosa abrió mucho los ojos entre sorprendida y asustada antes de contestar.
—Señor mío, no sabíamos idea que ustedes tenían preferencias.
—No... no se preocupe, ya está bien. Además, no la vamos a tirar, ¿cierto? —La suave voz de la mujer que cargaba a la niña, dejó ir la tensión de la religiosa que había comenzado a apretar las mandíbulas a causa de la preocupación.
El hombre gruñó, antes de despedirse secamente de la mujer del hábito negro y esta dio su última mirada a aquella niña surgida del pecado más horrendo, cerrando la puerta suavemente.
Acto seguido, el coche comenzó a rodar con celeridad, escapando de aquel lugar inhóspito y escarpado.
—Hubiera preferido un varón. Anne ya me dejó a Jessica y Ángela. —El hombre miró por el retrovisor como su nueva esposa, sonreía y hacía carantoñas, a la que a partir de ahora sería su hija.
—Charlie —la mujer con su dulce voz serenó a su marido—, el Señor ha querido llevarnos hasta esta niña y hacerla nuestra, ya que yo no puedo concebir. Tus hijas —que amo como si fueran mías— querrán a su nueva hermanita y tú también, por supuesto. ¡Qué más da si es otra nenita!
Charles Swan cabeceó un par de veces asintiendo de mala gana.
— ¡Está bien! Pero ya que no he podido tener un varón, me hubiera gustado poder elegir esta vez —refunfuñó por los bajo y como si una fantástica idea hubiese cruzado su mente, sonrió de manera triunfadora—. La criaré como un hombre; le enseñaré todo lo que debe saber para que el día de mañana, no tenga miedo como tienen mis hijas a todo lo que tenga que ver con el esfuerzo y la valentía. Ya la puedo imaginar claramente... será, mi princesa chicazo.
Renée bufó y negó con una sonrisa mirando a su chiquilla.
—Está bien, pero déjame al menos elegir su nombre.
Charlie sonrió abiertamente mirando nuevamente por el retrovisor del auto, asintiendo fuertemente con la cabeza.
— Claro que si, bella esposa.
La mujer de Charles Swan, que no podía hacer otra cosa que comerse con los ojos a su nuevo tesoro que ahora dormía entre sus brazos. Sonrió dulcemente acariciando la nariz de la pequeña y aquellos mofletes del color de los melocotones maduros.
—Tu nombre será Isabella Marie Swan.
CAPÍTULO PRIMERO
— ¿Dónde está Bella? ¡Sabe perfectamente que teníamos que estar todos aquí! —Jessica se acomodó las dos enormes tetas que habían surgido de su cuerpo hacía dos escasos veranos.
A sus dieciocho años, había sido una niña raquítica y casi sin gracia hasta los dieciséis pero aquel verano como por arte de magia, aparecieron dos enormes bultos con dos mucho más enormes botones que no avergonzaba en ocultar.
Ángela, su hermana, esperaba que aquel tiempo estival hiciera las mismas maravillas con ella... aunque si era sincera consigo misma, había perdido la esperanza, ya que contaba con diecisiete años y sus escasas berzas parecían inexistentes.
—Ha salido con papá, no tardarán en volver. Ya sabes cómo es, si por algo la llama papá "princesa chicazo". No te preocupes, estarán ambos.
Jessica se atusó los rizos oscuros, apartándolos de su rostro y se miró al espejo de cuerpo entero de la habitación donde dormían las dos hermanas mayores.
—Fue papá quien se empeñó en que los padres de Mike vinieran a casa. Ni él ni yo teníamos ningún interés en formalizar nuestra relación. ¡Pero ya sabes lo insistente que puede ser papá!
—Es de antiguas costumbres. Además, quiere conocerlo. Eso no es malo, Jessica... y por supuesto, a sus padres.
Jessica hizo un gesto de aburrimiento con la boca.
— ¡Si ya los conoce! Son los únicos tenderos que venden ropa deportiva ¡y de caza! ¿Dónde te crees que va cuando se va a pescar y a cazar con ese sucio indio de la reserva?
Ángela paseó lentamente con la cabeza baja y se ajustó las gafas de pasta que le estaban resbalando por la nariz.
—No hables así de Billy, es muy buen hombre. Lo que pasa que eres una racista de mierda.
Jessica dio dos pasos largos hacia su hermana y le gritó, escupiéndole en el rostro.
— ¿Y qué si lo soy? ¡Rubios de ojos azules! Perfectos, no como esos sucios greñudos y grasientos.
Ángela negó con la cabeza.
—Nunca puedes decir de esta agua no has de beber.
Jessica elevó el brazo e hizo un gesto con la mano; como para apartar las palabras de Ángela.
—Lárgate. Y avisa a ese engendro que tenemos de hermana que se adecente un poco cuando lleguen Mike y sus padres.
Ángela echó un último vistazo a su hermana antes de traspasar el umbral de la puerta de su habitación, caminando con las manos apretadas y en el pecho hacia las escaleras que bajaban a la primera planta. Allí se sentó en el banco del descansillo y esperó pacientemente la llegada de su padre y hermana menor.
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—Vaya mierda. —Isabella Swan se apretó con más fuerza la banda que cubría sus incipientes senos con un fuerte nudo en el lateral de su tronco, cuando bajaba el brazo le molestaba y en su blanca y nívea piel comenzaba a formarse una llaga que no tardaría mucho tiempo en comenzar a sangrar.
Sus trece años eran los de un niño normal... Sí, un niño, porque tal y como había sentenciado su padre, la había hecho crecer con convicciones y juegos de varones.
Pero en plena pre adolescencia, los primeros síntomas de su femineidad habían comenzado a aparecer y ella, a regañadientes, procuparaba ocultarlos entre ropajes de chico. Sus únicas ropas eran pantalones anchos y camisas a cuadros que intentaba ir alternando con enormes sudaderas.
El único símbolo que la delataba bajo la enorme gorra de beisbol que casi siempre lucía, eran aquellos enormes ojos color chocolate, su nariz respingona y aquellos labios que hacían mohines cada vez que su madre intentaba esconderle la ropa que habitualmente utilizaba, reemplazándolas por las de una chica de su edad.
Y por supuesto, su enorme cabellera castaña; aquella que adoraba su padre.
Iban en la camioneta camino de casa, Charles la miraba con una sonrisa traviesa en los ojos, ya que sabía perfectamente que su hija intentaba ocultar las formas femeninas que recién estaban surgiendo de su cuerpo, sintiéndose algo culpable a veces, por el trato que le había dado durante todos los años de su existencia.
—Llegará un momento que no podrás esconderlas —sentenció, haciendo que ella lo miraba sorprendida y se llevara los brazos al pecho; cruzándolos y escondiendo las manos bajos sus axilas. Su blanco color de piel cambió de pronto a uno parecido a las de las cerezas maduras—. No me mires así, princesa. Es un hecho que te convertirás en una mujer preciosa; aunque si te tengo que ser sincero, no me desagrada que andes remilgada como tu hermana mayor o deseosa como tu hermana Ángela, pero algún día llegará un chico y te apartará de mi lado.
Bella negó repetidamente con la cabeza antes de gritar mirando la carretera.
— ¡No me gustan los chicos! —Bella elevó un lateral de su boquita con gesto de repugnancia.
Había visto como aquellos con los que había compartido juegos, comenzaban a abandonarla para ir en busca de culos e incipientes tetas; como las que ella trataba de ocultar en su tronco estrecho.
—Te gustarán —afirmó Charles sin perder la sonrisa.
— Eso ya la veremos... —El siseo de Bella hizo que Charlie Swan emitiera un sonora carcajada.
A lo lejos se podía ver su casa ya. Vivían fuera de Forks, rodeados de montañas y un lago donde a veces Bella se perdía en aquellas aguas tranquilas para darse un buen chapuzón.
A ella le gustaba volver casi desnuda, como lo hacía de pequeña y destrozar con sus dedos el pastel de manzana que su madre había dejado en la repisa de la ventana para que se enfriara. Le divertía oírla gritar, ya que Renée pocas veces lo hacía, mientras que Jessica la ponía como un trapo y Ángela —a la que obligaban a comer dicha tarta—, daba saltitos de alegría al ver como de esta manera se libraba de la ingesta.
—Oh...vaya, parece que los padres del novio de tu hermana ya han llegado... —Charlie paró la camioneta y se atusó el bigote antes de saltar y guiñarle un ojo a su hija pequeña—. Cuando tu hermana vea la pinta que traemos, nos va a matar con sus ojos de gata.
Bella sonrió, enseñando todos sus dientes.
Charlie frunció el ceño antes de darse la vuelta y caminar hacia su casa acompañado de su hija, aquella que había criado como un chico, pero que era la más femenina de la tres sin saberlo.
Su sonrisa era perfecta, su boca tan sensual como una flor y aquel cuerpo que comenzaba a dibujar líneas curvas; sabía que le daría más de un quebradero de cabeza... pero aún era pronto para preocuparse de eso, ya que Bella aún era una niña, una niña encantadora.
Su princesa chicazo.
Continuará...
