Saludos.

Dejo aquí mi último fic trabajado. Rompo la regla de "terminar de escribir todo antes de publicar" porque estos Drabbles no necesitan una continuación fija ni en determinado tiempo, como ocurre con mis demás fics en secuencia. Los escribiré cuando me lleguen las ideas y cuando tenga ganas de escribirlas, no tengo urgencia. No puedo tacharlo de Crossover, aún cuando el personaje principal, Alphamon, uno de mis personajes favoritos, viaja por muchos y distintos mundos y dimensiones, incluido el suyo propio. ¿Por qué no? Pues porque no aparece el nombre de ningún mundo en específico. No puedo decir "viajó al mundo de pokemon" o al de "Sakura card captor"; solo viaja por mundos ficticios fuera de su mundo original.

Son capítulos que abarcan muchos sentimientos, tanto positivos como negativos, y más que aventuras o acción (que también tendrá un poco de ello) las historias son sobre el pensamiento de una persona, su forma de ver el mundo y aceptarlo, todas las cosas que debe hacer y no hacer para mantener bien el mundo a su alrededor y luchar contra miles de experiencias y sentimientos que viajan junto con él, en su interminable misión por salvar a cuantas realidades le sea posible, en el deber que le nace al poseer las habilidades para lograr tales cosas.

Es un OC pero trataré de mantenerlo cercano al personaje original (aunque casi nadie lo conoce x3) Debo decir que tendrá algunos capítulos cargados de sangre o pasiones muy fuertes, así que estará catalogado de M. Ojalá reciba críticas.


Diario de una soledad.

1.-Un caballero solitario.

Aquel era un mundo común, pensó, mientras recordaba con tristeza lo vivido aquel último día en el reino de Syrhiad. Ajustó las correas a su caballo y soltó un leve suspiro.

"Por suerte" ya que eran pocos, muy pocos los mundos comunes y tranquilos que visitaba, los que no siempre estaban exentos de la guerra, aquel maldito germen que se propagaba sin cesar por todos los universos posibles. Recordó con cierta tristeza el rostro hermoso y angelical de la joven que lo había mantenido ocupado aquella tarde. Sonrió, y mentalmente deseó que los dioses de aquellas tierras, la protegieran y le dibujaran una buena vida por delante.

-¿Ha estado enamorado alguna vez, caballero?-preguntó la joven con una sonrisa como el sol.

El hombre la miró y trató de sonreír. Hacía ya medio siglo, la reina, su abuela, le había preguntado exactamente lo mismo, y ahora la princesa repetía sin saber sus palabras y tocaba el tema que al caballero más le dolía y carcomía en silencio. Se quedó viendo el atardecer un momento, pensando en si responderle con la verdad, o decir una sencilla y corta mentira para evitar lastimarse. El viento sopló suave y movió con delicadeza los cabellos dorados de la joven, quien hermosa y sonriendo, aguardaba la respuesta del señor. Él intentó mentirle, decir algo que hubiese deseado, en realidad hubiera pasado, pero tenía algo en el pecho que lo obligaba a decir siempre la verdad, aún cuando sabía que los resultados serían catastróficos.

-Sí princesa, muchas veces-le respondió amablemente.

-¿Y cómo es?-preguntó ingenua y tierna.

Él se quedó viéndola con una sonrisa que ocultaba su extrañeza. La princesa era el retrato vivo de su abuela, una criatura delicada, inocente y dulce, y que hacía todo en pos del bien de quienes la rodeaban, con el más puro de los sentimientos. Se preguntó si tal vez, Anelí sería la reencarnación de aquella hermosa mujer, quien regresaba ahora a su lado a exigirle aquello que le había dejado pendiente.

-Es algo muy hermoso, si se ha encontrado a la persona correcta.

-¿Ha encontrado usted a esa persona?-inquirió la joven abriendo de a poco sus ojos de cielo.

El caballero sintió un nudo en la garganta. Sus ojos querían cerrarse para quitar las visiones que los atravesaban, pero se contuvo y regresó su atención a la princesa, quien seguía mirándolo de aquella forma tan encantadora e interrogativa.

-Sí princesa; la encontré hace ya mucho tiempo, pero la perdí.

Toda la magia y la ilusión desaparecieron del dulce rostro de la chica, quien ahora con una expresión desconcertada y triste, desvió la mirada hacia el sol del atardecer y apoyó sus delicadas manos en el balcón. Se quedó ensimismada en sus pensamientos y sus ojos se fueron inconscientemente al suelo. El caballero se sintió bastante apenado ante aquello, pero bien podía ser la tristeza que sentía por él mismo, no supo decirlo. Se volvió hacia el escenario anaranjado que se abría frente a ellos y guardó silencio. La princesa tardó en volver a hablar, y preguntó algo que clavó otra pequeña aguja en el corazón herido de su protector.

-Pero ahora… ¿Ama a alguien?

Volvió a hacerse otro largo silencio entre ellos.

¿Qué responder? La verdad sería la verdad, pero la lastimaría, y no podía explicárselo, puesto que rompía con las reglas establecidas en aquel reino. Una mentira sería una mentira, y no cambiaría en nada el resultado que mostraría la joven. Él tomó aire, y esa fuerza de voluntad inconsciente volvió a empujar la verdad de sus labios.

-Sí princesa. A alguien muy especial.

La alegría regresó al rostro de la princesa, mezclada con un suave rubor que la embellecía aún más, y una confusión que le daba un suave toque de tragedia al hermoso cuadro que ella era en sí. El caballero no pudo evitar sonreír al verla. Hubiese deseado poder acariciarla y responder a su duda, pero jamás se lo hubiera permitido. Sembrar semillas prohibidas en tierra noble como aquella, era un error que no había vuelto a repetir en cincuenta años.

-Disculpe mi imprudencia pero… ¿Podría saber quién?-preguntó la joven sonriendo levemente, con un deje de esperanza en sus palabras.

El caballero retomó su semblante serio y aguardó en silencio. Aguardó hasta que los pasos estuvieron lo suficientemente cerca para fingir el principio de una respuesta que no alcanzó a llegar.

-Princesa Anelí-habló la criada haciendo una reverencia a su Dama-Su padre el Rey, necesita verla ahora.

Y diciendo aquello, la mujer se retiró en silencio con una última reverencia. La princesa no pudo disimular su desagrado con una leve mueca de sus virginales labios. Suspiró, regresó su mirada al caballero y sonrió entristecida.

-Ya hablaremos más tarde, su alteza-dijo él fingiendo una sonrisa, sabiendo que no sería así.

-Sí. Con su permiso-se despidió ella.

El hombre sostuvo con cuidado su mano y la besó. Un beso tibio y levemente más prolongado, una muestra de respeto y afecto hacia la encantadora joven, una despedida suave y una disculpa marcados en un sencillo gesto. La princesa sonrió encantada y se retiró lentamente y en silencio. Él la siguió con la mirada hasta que ella se detuvo en la puerta de la sala, se volvió a verlo y le sonrió una última vez.

Una última vez.

Era lo que había deseado, que aquella visita en la tarde hubiese sido la última vez que se vieran las caras. Pero no ocurrió así. Como siempre, Destino jugaba con él y con sus sentimientos y le había torcido las cosas. Ahora, con el manto negro de la noche sobre su cabeza, y las estrellas dirigiendo su camino fuera del reino, 'algo' había salido extrañamente bien, y la bella joven aparecía a sus espaldas, con lágrimas mojando sus ojos claros y un temblor que estremecía su frágil cuerpo de mariposa.

-¿A dónde va?-quiso saber con la voz temblorosa.

Él no se volvió a verla. No podía hacerlo, iba a doler demasiado. Terminó de prepara a su animal y respondió secamente.

-Lejos. He de viajar a otras tierras para llevar el mensaje de vuestro padre, el Rey.

-¿Por qué usted? ¿Por qué no otro?

-¿Por qué no yo?-quiso saber él a su vez.

-Mi padre encargó mi protección a usted-remarcó con cierto dolor en su voz-No puede marcharse y dejarme aquí. Tiene una responsabilidad que cumplir.

Él bien sabía que esa no era la razón por la cual la princesa exigía su presencia allí. También ella lo sabía, pero lo disfrazaba por temor a la respuesta de su padre. El caballero se volvió, y la poca luz que entraba por la puerta al establo, remarcó el brillo encendido de sus ojos verdes y los destellos plateados que refulgían en su cabello claro. Se acercó a la joven y se quedaron a pocos centímetros de distancia. Ella sintió su presencia protectora y acogedora, y estuvo a punto de apresarlo entre sus brazos para evitar que se marchara.

Pero existía un protocolo.

Algo que le impedía ser abierta con los que le rodeaban y le obligaba a mantenerse recta y firme como una estatua. Permaneció en su lugar, esperando que sus palabras y su autoridad fueran suficientes para retener al caballero a su lado. Pero algo en su interior le decía que ni todos los reyes del mundo serían suficientes para frenar a ese hombre; poseía una libertad y fuerza interior que lo hacían imparable para cualquiera. Él también parecía saberlo, y mirándola, tomó sus manos para despedirse. Las lágrimas volvieron a bajar por el rostro de la joven.

-¿Qué hago para que os quedéis?-preguntó con la voz quebrada.

El caballero negó con su cabeza en silencio. Se notaba cierta tristeza en su mirada, pero también la determinación de que tenía que marcharse.

-¿Cuándo os volveré a ver?-preguntó ella.

-Nunca.

Esta respuesta marcó el rostro de la princesa con horror. Ahogó una exclamación y le sostuvo fuerte por las correas que cruzaban su pecho.

-Llevadme…

-No princesa.

-¡Os lo ordeno!

-No puedo-la miró directamente con sus penetrantes ojos y del alguna forma, le hizo ver que tenía razón-Vuestro lugar es este; el mío está muy lejos.

La muchacha negó con fuerza y apegó su frente contra el peto del caballero, llorando. Él no era tan fuerte como hubiese deseado, por lo que en silencio se dejó vencer por el dolor de dejar a la dulce joven de aquella forma. Acarició su cabello con ternura, pero al instante se obligó a separase. Lo estaban esperando. Cientos de miles, lo estaban esperando. No podía retrasarse más.

-Adiós mi Lady, siempre os llevaré en mi corazón-se despidió él.

La princesa volvió a negar con la cabeza, mientras el llanto bajaba por su rostro.

-No tengo nada de vos para recordaros…

El caballero se quedó viéndola un último momento. Dio un paso hacia la joven y entrecerrando los ojos, rozó levemente sus labios con los suyos. Un suave y único tacto que remeció en ella la inocencia de sus dieciséis años, prendiendo un fuego que permanecería encendido por el resto de su vida, aguardando muy dentro de su corazón porque aquel que lo había iniciado, regresara un día para apagarlo.

Pero él no volvería.

No volvería, porque así estaba escrito.

Estaba escrito que aquel ser marcado por la soledad, el dolor y le guerra, nunca regresara dos veces en la misma generación. Nunca sería visto dos veces por los mismos ojos, ni nunca sería amados dos veces por la misma persona.

Él ya lo sabía. Lo venía sabiendo desde hacía más de doce mil largos años, y aunque seguía doliéndole su realidad, también sabía que no podía hacer nada por remediarlo.

Él era Alphamon. El guerrero solitario, el caballero negro de las dimensiones, el señor del puesto vacío. Una leyenda y un rostro desconocido por todos, alguien a quien todos admiraban, pero jamás habían conocido en realidad. Aquel que vivía por y para los otros, pero jamás para sí mismo. Había dejado su vida hacía ya miles de años, para entregarse a la protección de su mundo, y todos los mundos que lo necesitasen. El increíble don que le había sido entregado, era también su terrible maldición, y lo obligaba a ser una criatura errante, silenciosa y solitaria, como jamás imaginó en su vida que lo sería. Estaba marcado por innumerables batallas, tristezas, amores, victorias, y desgarradoras experiencias. Aún así, se negaba a dejar de lado quien alguna vez fue. Una criatura sencilla y amable que gustaba de la amistad y las cosas nuevas que la vida entregaba. Nadie sabía nada de él, nadie sabía cuándo o dónde estaba él, pero estaba. Siempre estaba. Para el bien de unos y el mal de otros. Para traer justicia y paz a quienes más lo necesitaban, penas y alegrías a quienes menos lo sospechaban.

Por fuera siempre lucía como alguien diferente, pero jamás dejaba de ser él mismo. Siempre tenía que mostrar un rostro y una actitud diferente con unos y con otros, como el actor sobre la gran obra de teatro que era su existencia. Muy pocos eran los que lograban escarbar hasta lo más profundo de su ser y conocer a quien esa gran armadura negra escondía, y siempre eran esos los que dejaban las más marcadas huellas en su alma.

Levantó la cabeza y se encontró de lleno con el sol que aparecía frente a él, dando paso al nuevo día y a lo nuevo que le esperaba en su siguiente viaje. Nunca sabía con exactitud a dónde tendría que encaminar sus pasos; siempre lo averiguaba mientras los daba. Bajó de su caballo y comenzó a descargar todo lo que el animal traía; simple disfraz que le había servido para salir del reino y alejarse todo lo posible para no ser visto en su partida. Cuando liberó al caballo de sus cargas, lo acarició en el cuello y lo dejó partir. El animal se giró y emprendió su camino de regreso al reino.

Alphamon se quedó viéndole marchar. Aquellas criaturas le parecían fascinantes; eran muy fieles e inteligentes, sin tener que decir ni una sola palabra. Eran sencillas y mansas cuando les tratabas bien, y siempre se alejaban del peligro en vez de buscarlo, como no ocurría en su mundo, el digimundo. Allí casi todo era una batalla de poder, lo que ocasionaba más batallas y terminaban en guerras que afectaban a todos. Guerras que en nada tenían que ver con los seres sencillos y simples que solo se dedicaban a existir. Guerras que lo llamaban de todos lados y se iban a acumulando en sus ojos y en su marchar. Pero siempre se mantenía en la actitud más positiva que le fuera posible, e incluso inculcaba en sus compañeros y en aquellos que le rodeaban, a mirar siempre las cosas del mejor modo posible, aún cuando la muerte y el dolor a su alrededor podían volver esto casi imposible.

Volvió su mirada hacia el amanecer. Suspiró recordando la tristeza que había dejado junto a la princesa Anelí. Sonrió, culpándose de lo estúpido que había sido al volver a repetir su error de hace cincuenta años, y moviendo sus manos, dibujó un círculo en el aire en el que también dibujó varios símbolos muy extraños para cualquiera. El aire a su alrededor comenzó a distorsionarse, abriendo extrañas manchas y descargando ondas de poder en torno suyo. Un gran agujero oscuro que emanaba un raro poder de su interior se abrió frente a él, y con ello, las interminables puertas a los miles de mundos existentes fuera del conocimiento de los mortales. Volvió una última vez su mirada hacia el reino en el que apenas había vivido un par de meses, y confiando en que la paz se establecería por un periodo lo más duradero posible, atravesó el portal y desapareció.