Báltigo

La luna iluminaba su rostro mientras se apoyaba en la barandilla del barco con expresión indescifrable. Su largo abrigo la protegía del viento que reinaba en la oscura noche.

El mar del Paraíso estaba intranquilo y el clima, extraño; los oídos de la mujer esperaban inconscientemente oír pronto la voz de su navegante gritando que se acercaban a tierra.

Pero nada se escuchó. Solo un silencio penetrante la rodeaba.

Acostumbrada a que su pelirroja favorita avisase con tanta antelación sobre la presencia de una nueva isla donde vivir aventuras, se sorprendió de que nadie se diese cuenta de su proximidad.

Pero calló, no estaba allí para eso después de todo.

Un tiempo después se oyó el esperado "TIERRA A LA VISTA". Pero no fue la voz de una mujer quien pronunció esas palabras, ni ningún niño hiperactivo, ni ningún renito emocionado, ni ningún espadachín malhumorado… sino un simple y llano revolucionario.

Nico Robin suspiró, echaba de menos a su familia.

Se encontraban en Báltigo, también conocida como la Isla de la Tierra Blanca, el lugar que había servido durante más de 10 años como base para el Ejército Revolucionario.

Desde la posición en la que Robin se encontraba, ya podía observar los escarpados acantilados que rodeaban la pequeña isla. En lo alto, una fortaleza dominaba sobre el nevado paisaje.

Poco a poco, el barco se fue aproximando cada vez más a aquel secreto lugar que era su destino.

En el puerto, flotaban apaciblemente varios buques de guerra y un pequeño bote que probablemente se usara para pescar y que se mantenía firme entre ellos, mecido por las furiosas olas. El contraste llamaba la atención como si se tratase de una absurda metáfora de cómo se sentía en estos momentos la arqueóloga de ojos azules, que aparentaba seguridad ante la imponente organización que la había acogido.

Una pasarela la llevó hasta los muelles, de ahí, el grupo que la escoltaba partió sin prisas hacia el gran fuerte que coronaba la isla.

Vista de cerca, la fortaleza era menos majestuosa de lo que le había parecido en un principio. Después de tanto mundo y tantas aventuras que había vivido, tanto en soledad como con sus nakamas, pocas cosas podían impresionar a la joven.

Unos altos muros descansaban sobre el rocoso suelo protegiendo un gran edificio central. Para acceder a él Nico Robin y sus silenciosos acompañantes traspasaron un amplio portón de madera que les engulló como si de una monstruosa boca se tratase.

Pese a lo que pudiera parecer, el interior del gran edificio era muy nuevo y moderno, con signos de haber sido restaurado hacía relativamente poco. El suelo de baldosas blancas y las paredes de metal transmitían más seguridad y estabilidad que las propias murallas que lo rodeaban por el exterior.

Robin no pudo dejar de notar los den-den mushi de vigilancia que decoraban los impolutos pasillos de la estancia.

- Son por seguridad- dijo el hombre que la guiaba.

Ella asintió. La disposición, las murallas, las gruesas paredes, la ausencia de muebles en el espacio; lo entendía, era todo por seguridad, todo preparado en caso de tener que protegerse de un ataque o para realizar una urgente evacuación.

Inconscientemente, la desconfiada mujer caminaba por los luminosos pasillos elaborando un plan de escape adecuado para ella por si se daba la ocasión. Probablemente nunca lo usaría; su objetivo, y la razón por la que había aceptado unirse a estos hombres, era hacerse lo suficientemente fuerte en dos años como para no tener que huir nunca más.

Llegaron a unas amplias escaleras de mármol por las que todos subieron hasta alcanzar lo que parecía el último piso y, con un gesto, se despidieron de la misteriosa muchacha.

Pronto el grupo se disolvió, dejando a Robin solamente acompañada por Bunny Joe, el revolucionario que la había encontrado y se había encargado de ella desde el primer momento.

- Aquí se encuentran los dormitorios, este será el suyo. – Susurró el revolucionario señalando una puerta de madera- Es muy tarde ya, intente descansar algo, mañana le enseñaremos el complejo y podrá reunirse con Dragon-sama.

El joven le tendió una llave y respondió a la muda pregunta que se formulaba en los ojos de la pirata.

- Sí, es la única copia, nadie la molestará… de verdad no debería desconfiar de nosotros, está segura aquí.

- Eso lo juzgaré yo misma, revolucionario-san- respondió la mujer con una sonrisa- Buenas noches entonces.

- Buenas noches Nico Robin, nos veremos mañana.

- Le estaré esperando.

Con un asentimiento de cabeza la pareja se despidió y Robin entró en la que sería su habitación por los siguientes dos años.

No había mucho en ella, una cama con sábanas limpias, un armario con ropa nueva, un escritorio y un pequeño baño. Estaba bien, no necesitaba más.

El cuarto tenía una ventana que la chica se apresuró a abrir. Al asomarse pudo darse cuenta de que las vistas de su pequeño cuarto miraban hacia el mar y la brisa marina arrulló su pelo. Sonrió feliz, eso era más de lo que podría haber pedido, debía agradecérselo a su anfitrión cuando le viese.

El mar… lo echaría de menos, el vasto océano que le recordaba a su querida familia. Las sonrisas, los juegos, las aventuras… Nico Robin sabía que volvía a estar sola pero notaba que esta vez había algo distinto, esta vez, tenía un hogar al que volver.

"Tus nakamas te están esperando en algún lugar del mar"- la voz de un querido amigo resonó en sus oídos.

- Lo sé, Saul, me estarán esperando cuando vuelva y, entonces, todos seremos lo suficientemente fuertes como para que no nos vuelvan a separar nunca más. - Respiró hondo una vez más y se dio la vuelta con una serena sonrisa, dirigiéndose a su austera cama- Sólo serán dos años. Y después volveremos a casa, todos juntos, al mar.