Hoy era el día en el que Tokio volvía a Inglaterra para seguir sus estudios. Me ofrecí a acogerla en mi casa durante su estancia, deseando que se quedase para poder vigilara y cuidarla de cerca. Hacía tiempo que volvió a su país, con su hermano, y no he tenido oportunidad de verla hasta ahora. La echaba mucho de menos.

Cuando llegó, mis ojos se abrieron totalmente para poder vislumbrar su belleza. Desde sus pies hasta su cabello era totalmente hermosa. Y mientras yo babeaba mirándola, ella se sonrojaba e incomodaba por mi actitud.

-¡A-Arthur deja de mirarme así! Ni que vieses una de tus revistas porno...

-L-lo siento... No es nada de porno pero... Dios eres tan preciosa..

-Gracias... Echaba de menos tus palabras.

-Y yo te echaba de menos a ti.

La cogí de la mano y la llevé hasta su habitación, donde dejó todas sus maletas. Después fuimos hasta el jardín, abrazados, donde nos sentamos en el césped a pasar una tarde soleada, tranquilos y sin ruidos. Hacía mucho tiempo que no estábamos así... y quería que fuese un día especial.

Mientras estábamos en la hierba, besándonos dulcemente, saqué de mi bolsillo un anillo. Eso la sorprendió mucho, y su sonrisa me hizo alegrarme más que nunca. Quería que estuviese feliz, y quería cuidarla... Por eso le propuse matrimonio en ese mismo momento. No respondió, directamente no al menos. Sino que me besó fuerte en la boca, y empezamos a rodar mientras nos besábamos apasionadamente y rápidamente, como si no hubiese mañana.

Con el calor del verano, le metí mis manos dentro de su vestido, acariciando sus piernas y disfrutando de su saliva en la boca. Poco a poco nos fuimos calentando así, mientras disfrutaba de sus curvas y deseaba comerla más abajo de su cuello de cisne. Le desabroché uno a uno los botones de su vestido y pasé mi lengua sobre sus pechos, grandes y dulces, mientras la escuchaba gemir y moviéndose encima de mi rodilla queriendo más. Me coloqué encima suya y le subí la falda un poco, mientras me colocaba entre sus piernas y me restregaba mi entrepierna contra la suya, a la vez que masajeaba y lamia sus pechos. Hasta que por el placer, no pude evitar meterle la punta de mi miembro en su jugoso y caliente interior.

Empecé a cabalgarla agarrándole los pechos fuerte, y penetrándole cada vez más fuerte y rápido su interior. Ella me abrazó con sus piernas por detrás, lo cual interpreté como que le gustaba y quería más. Le pellizcaba los pechos y le hacía el amor muy fuerte, haciendo ruidos con nuestras entrepiernas por los fluidos que salían, y sentía que no podía parar. Le bese la boca apasionadamente, sin que los dos pudiésemos respirar, y nos corrimos temblando de placer a la vez. Hacía mucho tiempo que no teníamos esos "momentos" tan íntimos, que aguantamos muy poco tiempo. Pero ese día solo acababa de comenzar. Y si quería algo, era tenerla así, para mí, durante todo el día, deseosa de placer encima mía.