Bon soir, mes amis. Aquí vengo con otra colección de escenas, esta vez sobre PruHun y en todas sus variantes, sí señor~.
Sinceramente este primer one-short, creo que tiene la longitud para ser denominado de tal forma, tenía pensado escribirlo ayer por la noche, pero una serie de catastróficas desdichas me hicieron imposible tal hazaña, por lo que lo traigo hoy~ Más vale tarde, que nunca.
El título de esta escena es simple y llanamente la canción que he estado escuchando durante toda la elaboración del fic. Safe and Sound de Taylor Swift ft. The Civil Wars. No tiene otra explicación.
Este capítulo se lo dedico a Rainie de Forest que creo que me mataría sino hubiera vuelto a escribir (tiene que ver con esa serie de catastróficas desdichas), ¿qué mejor forma de hacerte pasar el susto que dedicándote un PruHun? Por no hablar del review que me pusiste en el otro fic.
Otra aclaración que quiero añadir es que en todas las escenas, por el momento, intentaré poner un beso. Creo que con esto ayudo al final del fic. Y decir que si me tardo en subir esta colección es por que voy a intentar superar mi "fobia" a escribir en ordenador de manera directa con esto. Y yo el ordenador lo veo de Pascuas a Ramos.
Sin más, os dejo con la historia, cuyos personajes no me pertenecen, sino a Himaruya. Si fueran míos, esto no sería un fanfic, sería cannon.
Safe and Sound
Caminaban juntos de vuelta a casa tras terminar una jornada de clase. Ella llevaba su mochila de cuero marrón con cierre de hebilla colocada en la espalda perfectamente sobre el abrigo que le tapaba el uniforme de clase. El cabello, siempre suelto, tapaba parcialmente la mochila. Sus manos estaban enguantadas y se frotaban una y otra vez, alternando aquello con echarse el aliento en un blanquecino humo. Sus ojos verdes pasaban de la acera gris y con una leve capa de hielo a causa de la nieve que había caído el día anterior, a la figura que tenía a su lado, mirándole de reojo. Él no se daba cuenta nunca.
Llevaba las manos en los bolsillos del pantalón del uniforme, entretenido en darle vueltas a aquellas monedas que no sabía que tenía en tal sitio. La mochila negra con el parche de la bandera prusiana a un hombro, siempre parecía que estaba apunto de caerse por su brazo pero nunca lo hacía. Por ropa de abrigo solo llevaba una chaqueta roja, que aunque no era la del uniforme, al albino le venía bien. Nadie sabe qué había pasado con la chaqueta uniformada, aunque las teorías más realistas decían que estaba olvidada en el fondo de armario del chico, por que era imposible que el hermano menor de este pudiera llevarla, era casi el doble que él. Los ojos rojizos estaban clavados en el frente. "Nunca mires atrás" solía decir y parecía que tomaba aquella norma de manera literal.
Elizabetha, la chica castaña que tenía a su lado acabó suspirando. "Nunca mires atrás", pensó mientras concentraba su mirada en los zapatos, "ni a los lados", añadió pateando una piedra que se encontró por el camino que se perdió en la vista.
—¡Vaya fuerza! Un poco más y golpeas el Sol—Se burló el chico, riendo sonoramente, mientras la mirada de manera directa.
La chica volvió de manera rápida el rostro, haciendo rozar algunos mechones de cabello con la mejilla del chico, sin embargo tal postura no duró mucho, por que acabó mirándole de reojo.
—Como compañía para volver a casa eres aburrido, Gilbert—Acabó declarando ella, frunciendo los labios.
—¡Pero qué dices! ¡Sí soy asombroso! ¡Deberías de estar encantada de que alguien como yo te deleite con su presencia en un largo camino como es el de volver a casa!—El discurso de siempre. En un primer momento le sacaba la risa a la castaña, aunque en aquellos momentos solo logró que alzara una ceja, mirando directamente al albino, quien sin saber qué hacer, salió por la solución fácil—¡Tú la llevas!—Chilló para golpear el hombro de la chica, antes de salir corriendo por la calle.
Aunque en un principio ella no tenía pensado seguirle el juego, su propio orgullo hizo que se acomodará la mochilla a un hombro, sabía lo estúpido que quedaba correr con una mochila y al menos así conservaba algo de dignidad, y salió corriendo detrás del chico.
Pese a que ella era la primera en deportes de toda su promoción femenina, Gilbert no se quedaba atrás por parte de los chicos, por lo que tras patearse toda la ciudad hasta llegar a la estación, Elizabetha no logró alcanzar a Gilbert. Entraron corriendo en la estación de tren, el segundo fue el primero en pasar por los tornos, su abono de transporte estaba guardado en el bolsillo interior de la chaqueta. En cambio, la chica tuvo que pararse y sacar el suyo del interior de la mochila, guardado en su billetera verde con rayas blancas. Gilbert aprovechó la pausa para tomar aire antes de alzar las manos hacia la castaña en señal de paz al verla acercarse a él con cara peligrosa, por suerte no llevaba cerca aquella sartén con la que le había golpeado un día que ambos estaban de tarde de estudios en casa de la húngara. Gilbert no sabe como acabó con un chichón producido por la sartén, él dice que esa amnesia se debe al golpe. Elizabetha solo confirmó que el albino era idiota.
Al contrario de sacar una sartén de la mochila, la castaña se limitó a golpear el brazo del chico con una mano, de manera fuerte. Gilbert bajó las escaleras mecánicas arrascándose el golpe.
Llegaron al andén, con la tontería de la carrera iban a volver a casa antes que otras veces, ellos solían coger el tren de la y media y faltaban tres minutos para que pasara el de las y cuarto. Al final le iba a tener que agradecer algo a aquel cabeza de plumas.
El cansancio ocasionó que ambos tuvieran la necesidad de sentarse en uno de los bancos de piedra que había en el andén. Ella con esa pose regia de la que tanto se burlaba el alemán, ya que de niña nadie hubiera jurado que la salvaje que se creía un chico pudiera sentarse de tal forma, etapa de la vida que Gilbert conocía bastante bien. Él con las manos apoyadas en la piedra y las piernas abiertas, con esa postura que hacía que Elizabetha cada vez que se quería burlar de él le acababa diciendo que las cosas pequeñas siempre estaban entre paréntesis.
El tren no tardó en aparecer desde uno de los lados del andén, otra novedad, respecto al tren de las y media era que estaba mucho más vacío, cosa que agradecieron ambos que pudieron ocupar asiento de espaldas a una de los grandes ventanales que había en el vagón.
—Siento que me voy a quedar dormida en cualquiera momento…—Aseguró la castaña a la vez que se sentaba, apoyando la cabeza en el cristal, mirando el letrero que anunciaba la parada y las siguientes.
—Que poco estás acostumbrada a correr, marimacho.—Se burló él ladeando el rostro para mirarla.
—Dijo el que casi se cae redondo al suelo de la estación.
—¡Eso no es cierto!
Como respuesta ella solo rodó los ojos, bajando la cabeza para ver como un chico entraba corriendo mientras se cerraban las puertas antes de que el transporte comenzara a andar. El susodicho, caminó por el vagón con aspecto tranquilo.
—Incluso ese tiene mejor pinta que nosotros—Acabó diciendo ella que le había seguido con la mirada, antes de volverla al albino.
—Habla por ti—El tono que Gilbert utilizó era monótono y le sacó una sonrisa a la húngara.
Dos paradas en las que ambos apenas cruzaron palabra, la carrera había relajado demasiado los ánimos, y aquel largo túnel que todas las tardes tenían que cruzar. Las luces apenas iluminaban el vagón, pero cuando Gilbert notó un peso sobre su hombro, y se volvió para ver qué había pasado, una de esas bombillas alumbraron de manera directa el rostro de la chica, sus ojos cerrados, los labios entreabiertos, su respiración tranquila. Gilbert pudo verla mejor que incluso a plena luz del día. O sería sencillamente que la ocasión hacía que pudiera verla de tal clara forma. La cuestión es que una vez que el túnel terminó, el alemán se volvió para comprobar si tal gesto había ocurrido de verdad, a pesar de que seguía notando el peso de la cabeza sobre el hombro y el cabello que le acariciaba el cuello haciéndole cosquillas y que se le pusiera el vello de punta.
En efecto, así era. Elizabetha se había rendido y ahora estaba dormida, mecida por los brazos de Morfeo. El chico parpadeó un poco, todo aquello era extraño, sentía que tenía que levantarla, burlarse de ella por débil, por no saber aguantar como los hombres de verdad. Por otro lado, sólo quería seguir contemplándola, ver todos los movimientos que realizaba mientras dormía desde aquella privilegiada posición, como fruncía el ceño cuando le daba el Sol a la cara, como se pasaba de vez en cuando una mano por la mejilla, solo las yemas, aunque se quisiera pasar las uñas no iba a poder, todavía se las mordía. Era su asignatura pendiente como dama que se hace respetar.
Y se sorprendió a si mismo acercándose ligeramente a la chica. Acomodándose un poco y haciéndolo de manera lenta para no despertarla. Sentía ganas de besar esos labios, por extraño que pareciera, pero no tanto, por que Gilbert siempre decía "nunca mires atrás" y en aquellos momentos lo que tenía delante era ella. Debía de ir hacia ella. Estaba tan cerca. Solo un poco más… Más cerca…
Gilbert parpadeó, el tren se había detenido, miró a los lados. No, todavía no habían llegado a la estación. Quedaba un par. Se recordó, de pronto, a si mismo. Había soñado todo aquello. Por supuesto. Él nunca se aprovecharía de Elizabetha cuando ella menos podía defenderse, por que no lo haría. Suspiró.
¿Entonces por qué notaba los labios húmedos? Seguramente sería del propio sueño. Se llevó una mano a la frente para pasársela por el flequillo desordenado e instintivamente miró hacia abajo. La chica seguía durmiendo, esta vez más pegada a su brazo que a su hombro y estaba roja. La misma mano que tenía en su frente, la pasó a la de ella. Lo que menos quería era que con la carrera la chica hubiera cogido frío y se hubiera resfriado. Extrañamente no tenía fiebre.
