Mi vida giraba en torno a lo mismo, día tras día. He sido criado en el seno de nuestras creencias, y no conocía otro mundo que no fuese el de la sangre y el de la cuchilla clavada en el pecho de mi enemigo. Desde la antigüedad hemos luchado contra aquellos que intentaron dominar a la gente a través del miedo. Los faraones, el Imperio Romano, y ahora los Templarios. A través del tiempo su nombre ha cambiado, pero nosotros y nuestro objetivo, liberar al pueblo, no. Somos Asesinos.
En realidad mis hermanos de la Orden y yo vivíamos la misma vida monótona. Cazábamos comida de día, y de noche cazábamos a nuestra verdadera presa. Nuestro salvaje ritual siempre transcurría en donde nadie pudiera vernos ni oirnos. Pero compartíamos algo con nuestro enemigo: éramos prescindibles. Si eliminaban a uno de nosotros, otro ocuparía nuestro lugar. Así era mi vida hasta que apareciste tú.
Estaba oculto en lo alto de un edificio en la Toscana. Los trobadores cantaban en la plaza donde se suponía que encontraría a mi objetivo. Y entonces te ví, con un vestido rosado, sentándote cerca de una terraza para cenar. Estabas sola, y tras esperar un rato para comprobar que no hubiera nadie que nos pudiera interrumpir, bajé a presentarme.
Así fue como perdí la noción del tiempo. Rápidamente conectamos, y nos mostramos interesados el uno en el otro. De alguna manera nos sentimos cómodos juntos, tanto que incluso aceptaste que te acompañase a tu casa. Entre miradas cómplices nos despedimos hasta el día siguiente, tras conseguir que me dijeses tu nombre: Paula.
Desde entonces nos vimos cada día. Poco a poco iba despertando de mi vida fría, deseando que amaneciera para volver a verte una vez más. Me dolía ocultarte mi verdadera identidad, pero tampoco quería arrastrarte al peligro. No podía mantener dos vidas paralelas, cada día nos sentíamos más unidos el uno al otro, asi que tenía que decidir. El objetivo de mis hermanos era noble, pero en estos momentos era tu corazón corazón el que gobernaba mi alma.
Así que, disimuladamente, te sugerí que escapásemos juntos. Que abandonásemos nuestras vidas y viajásemos juntos por el mundo. Me hizo muy feliz que aceptases, tan solo deseando estar conmigo por siempre. Mientras nos fundíamos en un fuerte abrazo y beso, mientras sentía tus labios sobre los míos, mi corazón vibraba de amor y de miedo. De amor por pasar el resto de mi vida contigo. Y de miedo, por pasar el resto de nuestras vidas huyendo tanto de mis hermanos como de nuestros enemigos.
Así fue como cambiaste mi corazón muerto y lo transformaste en una máquina que solo vivía para amarte cada día. Durante años viajamos por los sitios más hermosos de Europa, divirtiéndonos cambiando de nombre por cada ciudad que pasábamos. Para tí era uno juego, de interpretar a distintas personas para ver como reaccionaba la gente, y a la vez para sentirnos unidos el uno al otro, siendo cómplices. Para mí, era una forma segura de que no nos encontrasen jamás.
Sin embargo, si conseguía hacerte sonreir cada día, habría merecido totalmente la pena, ya que eso era lo que me hacía feliz. Nací siendo un asesino, que solo servía para traer la muerte y la desgracia. Pero gracias a tí aprendí la importancia y el significado de la vida, sobre todo el significado de poder llegar a amar a alguien tanto como te amo a tí. Y nunca en absoluto me arrepentí de haber bajado de aquel tejado para conocerte, para elegir amar en vez de matar.
Siempre dediqué mi vida a mis creencias. Ahora mi único ideal, eres tú
