CAPÍTULO 1

-¡Nooooooo! ¡Quiero salir de este bosque! ¡Por favor, quiero salir!

Corría desesperado entre los robustos árboles de aquel bosque buscando una salida, pero no la encontraba. Quería huir de ese lugar. No podía quedarme ni un segundo más. Avanzaba torpemente entre los árboles. El pánico me estaba haciendo perder el juicio. Tenía la sensación de que ese bosque era interminable. De repente, una luz me cegó y sentí un dolor atroz en todo mi cuerpo. Era como si me estuviera consumiendo por algún fuego del que desconocía su origen. Aquella luz me abrasaba sobremanera. Quemaba cada centímetro de mi piel mientras yo me retorcía de dolor. Estaba tendido en el suelo, empapado de sudor y lágrimas, mientras gritaba pidiendo auxilio. Sentía que mi vida acabaría en cualquier momento. Cerré los ojos, esperando mi final, pero el dolor cesó.

Me levanté confundido. Me sentía raro. Algo había cambiado en mí. Miré mis manos, y cual fue mi sorpresa al ver que llevaba una especie de guantes metálicos. Vestía una armadura oxidada y un escudo y una espada. Pero no tenía cuerpo. Me asusté en ese momento. ¿Qué había sucedido? ¿Me había vuelto invisible?

Corrí presa del miedo hasta llegar a un pequeño lago de aguas cristalinas. Me asomé al borde del lago para ver mi reflejo. Un grito de horror escapó de mi boca, haciendo que los pájaros salieran volando asustados. Mi cara... No podía creerlo. Era un cráneo. Me había convertido en una especie de ser que no tenía cuerpo, solo una armadura y un cráneo con un casco como cara. Una especie de punto rojo brillaba en una de las cuencas de mis inexistentes ojos. Me quedé petrificado ante aquella terrorífica imagen, contemplando el monstruo en el que me había transformado. Una voz me hablaba desde algún lugar que yo no conocía. Me hablaba en un idioma que no conocía, pero entendía todo lo que me decía. Caí de rodillas al suelo, dándome cuenta de el gran error que había cometido. No volvería a salir de ese bosque, pues me había quedado atrapado. Tenía que cumplir una misión muy importante, así podría recuperar mi cuerpo y salir de ese bosque. Tendría que ser el maestro de la próxima reencarnación del héroe de Hyrule. "Tengo que ser su sombra".

De repente, un nombre apareció en mi mente. Fue en ese momento cuando mi mundo se derrumbó por completo. La imagen de una mujer esbelta poseedora de unos ojos azules como el cielo, un cabello largo dorado, una piel pálida y suave como la seda, que desprende un perfume embriagador, y una sonrisa que haría caer a mil hombres a sus pies invadió mis pensamientos. Recordaba la sensación que sentía al besar sus dulces labios. Me hacía sentir morir de amor. Era el primero de todos los hombres en caer rendido a sus pies y atrapado en la red de sus encantos. Era el único que encajaba a la perfección con ella. Zelda... No volvería a verte.

Escuché un grito de dolor que me espantó. Zelda sabía que me había sucedido. Estaba rota de dolor. Gritaba mi nombre y suplicaba que volviera. Sus gritos resonaban en mi cabeza, haciendo que perdiera la cordura. La culpa me atormentaba.

- No... No... Zelda yo... Yo no quería... Zelda...

Los gritos pararon. Quería llorar para desahogarme, pero ya no podía. Ya no volvería a hacerlo. Ya no volvería a contemplar su belleza cegadora. Ya no volvería a oler el dulce aroma de su piel. Ya no volvería a buscarla como un loco por todos los rincones. Ya no volvería a acariciar sus mejillas ni a perderme en sus profundos y deslumbrantes ojos. No volvería a besarla. Sé que nuestro amor no estaba permitido por la ley, al ser ella una hermosa princesa y yo un simple plebeyo. Pero a mí no me importaba. Nada me importaba a su lado. Lucharía hasta el final por ella. Pero la había perdido. Lo había perdido todo.

-Oh, Zelda... Te he fallado. Por mi culpa no voy a volver a verte. Espero que puedas perdonarme.