Cerrando los ojos con fuerza, intenté no pensar. Este lugar tan blanco en el cuál estaba, me aterraba, e incluso temblaba de tan solo pensar en me encontraba ahí. La puerta tocó, y solté un grito.

- ¿Haruno-san, como te encuentra?- Preguntó lo que parecía ser el médico, pues aún no abría los ojos.

- Déjeme salir de aquí, por favor.- Susurré.

- Lo siento Haruno-san, pero usted no está bien de salud. Cuando se mejore, le prometo que le dejaré ir.- Dijo el médico.

- Miente...usted...miente.- Susurré.- ¡Usted miente, al igual que todos aquí!

- Enfermera, dele a la mujer unos calmantes.- Dijo el médico, saliendo de la habitación.

Abrí los ojos, y aún con la vista nublada, pude distinguirlo.

- Déjame sola, déjame sola.- Supliqué, estallando en lágrimas.

- Recuerda que eres mi presa, Sakura.- Dijo ese ser infernal.- Yo te traje a este manicomio, debes odiarme, debes tener ganas de aniquilarme.

- Déjame, por favor hazlo.- Rogué nuevamente.

- Sabes como terminar con esto, Sakura. Sólo hazlo, hazlo y te dejaré sola.- Dijo, con su voz tan aterradora. Lo miré y me extendió un cuchillo.- Hazlo.

Cuando la enfermera del hospital entró, se horrorizó al ver que su paciente se desangraba, y que tenía lo que parecía ser un cuchillo enterrado en su estómago.

- ¡Doctor! ¡Doctor! ¡El paciente se...el paciente se muere!- Exclamó ella, aterrorizada.

Veía como mi vida pasaba por mis ojos, el momento en el que ese ser demoníaco entró a mi vida, el dolor que me hizo sentir, como entré a este hospital psiquiátrico, lo ocurrido hace unos momentos...

Entendí que prefería morir que a quedarme ahí, encerrada en ese lugar en donde la locura es contagiosa.

Y ahora todo es blanco, sin ninguna señal de vida. En lo que parecería ser una esquina, había un joven, de piel pálida y cabellos azabache, que me miraba fríamente.

- Has tardado mucho.- Dijo, acercándose a mi, para luego tomar mi mano.- Vamos, que aún hay tiempo.

- ¿A donde iremos?- Pregunté, y me sorprendí al no necesitar saber su nombre.

- A la luz...- Susurró.

- ¿Por qué no fuiste solo?- Pregunté.

- Porque te necesitaba.- Respondió.

- ¿Por qué?- Pregunté, mirándolo.

- Eres muy molesta.