Advertencias: No es un relato erótico, pero tiene algo de vocabulario o temática sexual. Por lo demás, ninguna clase de advertencias. Si has leído el summary y te desagrada la homosexualidad, no soportas los pairings poco comunes, o simplemente te caigo mal, no sé qué haces aquí.
Los siguientes párrafos son pensamientos de Hikari, están separados con números romanos, lo hice como una manera de señalar que pasa cierto tiempo entre un pensamiento y otro, aunque la mayor parte pertenecen al mismo día en el que reflexiona sobre su pasado y presente. Y también porque me da la impresión de que el escrito es algo denso y así es más fácil no perderse.
Y por cierto, todo el mundo sabe que soy archimillonaria (sep, lo de trabajar es un mal vicio que me estoy quitando), así que no escribo sobre los personajes de otros por lucro.
Como Caballitos en Carrusel
I
Todo parecía estar bien. Desperté y por un momento sentí como si los últimos meses fueran un mal sueño. Una imaginación perversa. Ayer los borré, chupito tras chupito. Mentira sobre mentira. Besos entre caricias. Risas con lágrimas.
La habitación me engañó.
Todo lo indicaba. Las sábanas impolutas y suaves, disimulando el tequila que sudamos a lo largo de la noche. La tela se deslizaba sobre mi piel, regalándome una sensación nueva, la de no encontrar incómodo haber perdido la ropa interior. Estaba en el cielo. Sin pudor, sin dolor, sin necesidad. No hay deseos ni culpabilidad. No placer, no insatisfacción.
Hasta que levanté mi cabeza y le vi. Ansiedad y desconcierto me esperaban.
―Taichi va a matarme.
Sonreí levemente. Sin ganas. Si se entera, debió añadir. Pero no se va a enterar. Nunca lo hace. Desde que se marchó a la Universidad y se besa todo el tiempo con esa chica medio europea no se entera de nada.
Lo repitió, como creyendo que sea necesario contárselo a mi hermano. Un logro. Me aparté antes de que intentase besarme y ahí lo noté por primera vez. La presión en la cabeza, el estómago revuelto, el aliento rancio.
La olvidada resaca.
Le di la espalda, recogí mis ropas del suelo, húmedas. Me tapé el pecho con ellas y me encerré en el baño a pensar. Dios, sí que necesitaba hacerlo.
Miro el móvil. Me quedan dos horas en esta habitación que no recuerdo haber pagado. Dos horas y vuelta a la realidad. Dos horas es lo único que tengo.
―¿Estás bien?
Si estuviera sola sería más fácil.
―Sí ―digo y le abro la puerta medio vestida. Medio desnuda.
―¿Tienes hambre?
Niego despacio. Quiero decirle que se vaya, que me deje sola en mi espacio de no-realidad pero es como un perro al que le das de comer una vez y te quiere para siempre.
―Dime, ¿qué te pasa? Ayer parecías feliz.
Me muerdo la lengua. Joder, Daisuke. Tú mismo lo has dicho. Ayer y parecía. Nadie puede ser tan ingenuo.
II
Examino mi desnudo frente al espejo. Mis caprichos se largaron, dejaron una marca en el abdomen y otra en el muslo. Y en el cuello, Daisuke besa como aspiradora. Es violento aunque romántico, nervioso y confiado. Y me odia, seguramente me siga odiando. No sé si debería molestarme, no cuando yo misma le alejé.
Cierro el grifo. Meto una pierna en el agua. Me siento y abro el caliente. Arde. Espero quemarme la piel, no sentir nada. Espero convertirme en líquido y luego evaporarme, irme lejos.
Entierro la cabeza sin coger aire. Me gusta cómo el pelo acaricia mis hombros. Me gusta cómo la piel parece de goma. Como si ya no existiese.
Me ahogo. Duele en el pecho. Duele un poco más.
Ya ni el dolor es suficiente.
Maldito Daisuke, maldito sea.
III
El agua despejó mi cabeza. Es una bañera pero actúa como la resaca del mar. Arrastrándome y dejándome sin fuerzas. En lo desconocido y ante el peligro. La marea siempre vuelve, o, más bien, nunca se marcha. Intento buscar la justificación que me permita abandonar esta agua contaminada con mi suciedad.
No existe tal excusa. Lo sé y no lo acepto.
No debí contestarle al teléfono. Quería verme y sospeché por qué, pero yo también quería verle. Una parte de mí quería. Fuimos a la feria, quiso montarse en el carrusel de caballitos. Le encantan, es como un niño. Yo le expliqué que no me gustan. Todas esas figuras inexpresivas, de niña me daban un miedo terrible. Me imaginaba a unos pobres caballos encantados, condenados a dar vueltas siempre, corriendo pero sin cambiar de lugar. Mareados con tanta vuelta. Horrible. Y la repetitiva música lo hacía peor.
No hay nada más triste que ser uno de esos caballitos. Daisuke solo dijo que nunca había oído nada parecido.
Me compró algodón de azúcar, insistió demasiado en ello. Y quise huir. Él lo notó, haciéndome ver lo fácil que era descubrirme.
―¿No te gusta el algodón de azúcar?
―¿Por qué lo dices? ―pregunté nerviosa forzándome a meter un trozo en la boca.
―Por nada. ―Tras unos segundos se echó a reír―. Por nada. "Pornada" ¿Lo pillas?
Puse los ojos en blanco.
―Vamos, solo intento hacerte reír. Estoy preocupado por ti.
―¿Por qué?
―Takeru me comentó que tenías problemas.
Takeru. El bueno de Takeru. Capaz de retirarme la palabra pero no de dejar que me pudra. Es el caballito dorado. El orgulloso y noble caballito dorado.
―Todo está bien. Ya lo sabes, soy rara. Siempre lo he sido.
Me acarició la mejilla y murmuró algo, tuve que leerle los labios para entenderlo, creo que tonta.
―¿Qué tal está Miyako? ―preguntó―. Llevo un tiempo sin verla.
―Está feliz. Es genial. Bueno, ya sabes cómo es ella.
Me cogió de la mano con naturalidad, parecía que lo llevase haciendo toda la vida.
―Me duele verte así. Lo sabes.
―Lo sé ―le dije ahogando un suspiro―. No es nada, tranquilo.
Le miré a los ojos, el mayor esfuerzo que hice para convencerle de mis palabras.
IV
Empezamos a beber.
Seguimos bebiendo y llegó un momento que me hizo reír, llevaba mucho tiempo sin hacerlo de verdad. Parecía mentira que mis lágrimas fueran de euforia. No podía ni hablar sin ahogar las palabras sujetándome el vientre.
Me hizo sentir guapa. Quise besarle. Me odié, pero lo hice. Muchas veces, arrimándome a su entrepierna, intercambiando más saliva de la necesaria, olvidando que ya era el cuarto de mis amigos que besaba. Me acababa de decir que empezaba a estar con otras chicas, a desenamorarse de mí. Yo lo sabía, le daría unas horas de placer a cambio de la mayor decepción de su vida.
Consciente de que solo iba a complicarlo todo, solo iba a quedarme más sola. Pero lo necesitaba, quería tanto que me aplastase su cuerpo, deseaba tanto que fuese un desconocido…
Y funcionó, durante unas horas me creí todo el engaño.
V
―Entonces, no me vas a contar qué pasó con Takeru.
Parecía desesperado. Me miré al espejo de reojo, era incomprensible cómo él me seguía encontrando atractiva por la mañana, después de verme así de mal.
―No pasa nada con Takeru.
―Sigues mintiendo.
Tensé los dedos y me pellizqué un brazo. Le hubiese chillado si no fuera porque sabía que me quería demasiado. Y que yo había empezado.
―No te he mentido, por favor. Por favor, deja ese tema.
A Daisuke le daba igual Takeru, eran sus celos los que preguntaban por él. Es el caballito rojo, desesperado por destacar sobre el resto.
―Y qué hemos hecho, qué pasa con nosotros.
Me llevé las manos a la cabeza. Con un desconocido hubiera sido infinitamente más fácil.
―Nada, por Dios. Follamos, eso es todo.
Lo dije en alto y me pareció de lo más surrealista decirle eso a Daisuke, con el que juré mil veces no tener algo. Ni borracha, decía.
―¿Se repetirá? ―preguntó sonando cinco años menor.
―¿Cómo quieres que lo sepa?
Le aparté la mirada. Me calcé, si él no abandonaba la habitación tendría que hacerlo yo.
―¿Y ya está? ―insistió elevando la voz.
Me acerqué.
―Insúltame si quieres, pégame o algo. Lo siento, ¡lo siento! No sé qué hago. Vete, por favor, déjame sola ¡Vete! ―chillé sin control―. No merezco tu lástima.
Cualquier otro me hubiese llamado loca en el tono más despectivo posible, pero Daisuke simplemente dijo que estaba bien y se fue sin armar más escándalo. Atípico en un caballito rojo. Quizás en uno dolido.
VI
Salgo de la bañera y me envuelvo en la toalla extraña. Cuando tengo tiempo simplemente dejo que la tela absorba el agua de forma natural mientras espero sentada en el borde del lavabo.
La pregunta seguía rebotando en las paredes ¿Qué ha pasado?
Dejo caer la toalla frente al espejo y me toco un pecho. Son mucho más feos que antes, estoy segura de ello. Tengo irritada la aureola, maldito Daisuke y sus manos inquietas.
Son mucho más feos que los de Mimi.
Me pregunto si mi vergüenza viene marcada por estar inconforme. Mimi no tiene vergüenza, no ante otras mujeres, al menos.
Me lo dejó muy claro en aquel apartamento de Nueva York. Se paseaba desnuda por la habitación casi todo el tiempo, cuando no estaba sin ropa vestía unos pantalones minúsculos que le marcaban todo. Alguna vez pensé que, si yo tuviera ese cuerpo, tampoco llevaría ropa nunca. No me extraña que hasta alguien como Koushiro dejase bailar la mirada ante los movimientos de sus caderas.
En aquel momento no le di mucha importancia a mi fijación por sus curvas, creí que solo esperaba que algún día mi figura luciese así, me quedaba un poco de desarrollo. Ilusa.
Me ponía nerviosa. Se quitaba el sujetador y sonreía con frescura. Apenas se le movían del sitio, me parecían perfectos. Diseñados por el photoshop. Qué digo, ni el photoshop tiene tanto gusto.
Ella sonreía y yo intentaba pensar en otra cosa.
―¿No te importa, verdad? Quería preguntártelo antes de hacer nada.
―Descuida. Ya no siento nada por él. Acabamos como si fuera lo lógico, ya sabes ―le dije, haciendo un esfuerzo por mirarla a los ojos y obviar sus dones naturales.
Lo único que sentía era envidia, pero no sabía si porque él pronto estaría tocando su piel o ella haciéndole disfrutar de un cuerpo inalcanzable para mí. Más que eso, le haría reír, feliz. Le sacaría de su mundo. Todo lo que yo no supe hacer, porque siempre fue necesario que alguien lo hiciera por mí.
VII
Dejo la habitación. La realidad ha acabado por encontrarme en ella. Las paredes se han impregnado poco a poco de verdad y dolor. Puede que nunca más sea capaz de entrar en un cuarto de baño sin que me encuentren.
Todo empezó en una ducha, en la ducha en la que Mimi y yo nos metimos una vez, porque, al parecer, así podíamos seguir hablando de lo que nos interesaba. Para ella era habitual hacerlo con sus amigas.
Al principio no lo sentí extraño. No le di ninguna importancia hasta que volví a casa. Cada vez que me duchaba empezaba mi efervescencia. Sí, había estado con chicos, me había besado con algunos, había estado enamorada incluso, pero mi homosexualidad se escondía ahí, en el cuarto de la ducha, tomando la forma de dos pechos enjabonados.
Llegué a sentirme mal por ello. Pero lo disfrutaba.
Era capaz de separar nuestra amistad de su cuerpo durante unos minutos al día. Admito que sentí extrañas esas fantasías, solo durante un tiempo, más tarde me pareció lo natural. Me gustaba cómo me sentía, por muy confuso que fuera. Moría de gusto.
Puede que sí, ese fue el principio. A Miyako solía decirle que ella era la única mujer. Le había apodado así, la única mujer. Esas palabras sonaban genial cuando las decías despacio y debajo de las sábanas, o cuando las decías en cualquier momento inesperado, caminando por la calle para provocar su sonrisa. Como si solo hiciese una excepción con ella, como si no me hubiese apetecido besar unas caderas femeninas en mi vida, ni nunca fuese a mirar a otras. Estábamos en una nube, prometiéndonos amor eterno, un amor espiritual en el que solo importaba la persona y en ningún caso el sexo. Pero, siendo justos, todos esos deseos nacieron antes de plantearme siquiera si la quería.
Pero la quería. Dios, ¡cómo la quería!
VIII
Me han dicho tantas veces que soy demasiado buena que ni siquiera en estos momentos me planteo a quién se le ocurrió etiquetarme así y por qué todos lo creyeron. Camino junto el arrepentimiento, pero sé que no es un sentimiento real, porque no sufro más que por mi propia estupidez al despertarme con Daisuke. Y soy tan, pero tan débil, que no hago más que buscar la autocompasión. Si yo soy buena, la humanidad está podrida.
Miyako también solía decírmelo.
―El mundo es injusto ¡Terriblemente injusto! ―se quejó aquel día (el mejor día).
Miré los cristales empañados de sus gafas y sonreí por la ternura que me provocaba su dramatismo. Se desplomó sobre la cama y yo me quité los cascos para prestarle toda mi atención. Su cabello se había revuelto un poco con el movimiento y sentí unas ganas inmensas de peinárselo con los dedos. Siempre quise que mi cabello brillase tanto como el de ella, pero podía conformarme con estar cerca y admirarlo en secreto.
Incliné mi cabeza hacia la suya. Juraría que se puso nerviosa con esto, pero quizás fuese mi imaginación.
―¿Qué ha pasado? ―le pregunté, las palabras todavía me duelen.
―Supongo que nada demasiado importante ―respondió serena. No indagué más. Al rato se sentó, alejándose de mí. ―Sabes, estaba pensando en que si le dijese eso mismo a Koushiro se reiría, diciendo que la justicia es tan real como las hadas. Últimamente está de un sarcástico insoportable.
Bufé al oír ese nombre.
―¿Tú también? No, si al final todas van a quererle.
―¡No! No, por favor, ni borracha. Yo no. Solo me pareció curiosa tu reacción, comparándoos digo, hiciste bien cortando aquello. ―Dejé que hablase y no apunté que la decisión no fue mía―. Eres demasiado buena, Hikari. Creo que la persona más buena que conozco, incluso. En serio, no necesito ningún favor, es solo que es lo que veo en ti. Tan buena que te odio por ello.
Lejos de halagarme me molestó que Miyako dijese eso. Yo no quería ser la buena, como si esa cualidad solo demostrase que no tenía ninguna otra. Sigo prefiriendo otros adjetivos, unos que no sean una mentira. Y los busco, pero no los hay. Cada vez estoy más cerca de convertirme en un caballito sin color. Si tuviera que definir a Miyako con una palabra no podría, me es imposible, tantas cosas y con todas enloquezco. Olvido las etiquetas. Y, no sé, me hubiese gustado que ella no tuviese palabras para mí.
Pero no le dije nada de eso. No quería que se marchase. Comencé a hacerle cosquillas en la espalda. Ella se retorcía y eso me daba motivos para no parar.
―Mentirosa, te gusta mi ex. Te gustan los informáticos, Miyako.
Daba patadas al aire y reía más alto que nunca.
―¡Para! Para, ya no puedo más. Me vengaré.
―Admítelo, mentirosa. La inteligencia es sexy.
Consiguió agarrarme los brazos y los sostuvo por encima de su cabeza. Me ganó por despistarme con sus hombros.
―¿Tú crees? ―preguntó insegura.
―Claro, lo que más. Más aún en las mujeres.
Me miró a los labios y tragó saliva. Lo supe reconocer porque me sentía igual. Simplemente dejé descender el cuello y ¡oh, casualidad! Mucho mejor que mis fantasías.
*.*.*
Notas: Este es un fic maldito y eso me pone nerviosa. Primero lo tomó Sybilla, luego Gene, y finalmente pasó a mis manos. No sé qué ideas tenían ellas, no sé si la mía es peor, pero esta historia me persiguió desde que leí la propuesta de Carriette.
Pronto la segunda y última parte de esta historia, está terminada pero tengo que corregirla todavía.
